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lunes, 31 de octubre de 2022

Cantinflas: no me entiendo, pero sí sé lo que digo




Pues bien, toca ahora referirse a Cantinflas, a Mario Moreno (1911-1993), toca delinearlo con tus palabras. Aunque puede ser que ocurra lo contrario, que su personaje y su personalidad agarren tu pobre estilo e impidan el acercamiento. Más bien, a ver qué hará de mí este ser en perpetua lucha. En primer lugar, está Mario Moreno, que creó a su personaje, ¿cómo?, lo ignoramos, todos lo ignoran, y conforme pretenden explicarlo en mayor oscuridad dejan el momento mítico. Luego, se encuentra Cantinflas, que viene del anonimato, de la vieja ciudad de México, ¿será citadino o rural?, por mi parte creo que se trata de una invención urbana, aunque haya tenido sus momentos en el campo, lo que pasa es que el peladito proviene de las calles sin rumbo y sin punto de llegada. Ese peladito (hay bibliografía disponible) tiene su pedigrí, aunque en este caso eso signifique que su estirpe se pierde en los tiempos antiguos, en el pícaro, etc., tema que no nos importa, pues el mismo Cantinflas no muestra mucho interés en quedarse mucho tiempo en esta categoría. De hecho, preferiría salirse de su determinismo social, superarse, trabajar, se electo diputado, tomar los hábitos, representar a México… Así que su creador lo toma entre sus manos y le dice: “Tú y yo conquistaremos el mundo, tú haciendo lo que sabes, a mí déjame hablar, o mejor habla tú, que como quien dice, a ver si le atinamos.” Bueno, sería ridículo imitar su lenguaje… ¿Ah, pero es que no lo imitas? ¡Cualquiera pensaría que a eso te dedicas! No, yo me distingo de Cantinflas en que tengo menos certezas, no sé muy bien lo que quiero decir, pero renuncio a explicarme. Y este actor prefiere darse a entender, aunque… ¿será posible, en este mundo, darnos a entender? Lo que venía yo comprendiendo hasta ahora era que no estaba seguro si Cantinflas se encontraba a gusto en el mundo que le fue creando su representante lingüístico en el mundo de los negocios, es decir, Mario Moreno. Ése, como veníamos intentando explicar, no es muy simpático, se impuso sobre su creación, y creemos modestamente que no comprendió muy bien al personaje que extrajo de las entrañas de la capital. Cantinflas, al principio, tenía un mensaje que decirnos. Todos estábamos muy contentos escuchándolo, poniendo atención para saber qué iba a comunicarnos. Sin duda este cómico había logrado dar con algo parecido a una esencia de nuestra cultura. Por ejemplo, que el significado está ahí a la vista, pero el significante es una arquitectura tan complicada como inútil, que nos impide llegar a donde queremos llegar. Y eso que parecía tan inmediato, tan fácil de alcanzar, se torna inalcanzable. Pero si fuera inalcanzable, ¿cómo es que Cantinflas logra entregarlo? Porque es claro que a espaldas de los expertos en Comunicación, Cantinflas hace llegar su mensaje al público, que sale tan satisfecho y feliz de cada representación. Perdónenme, de verdad perdónenme. Yo tenía tantas ilusiones de lograr un texto comprensible y de utilidad, pero me sumerjo en algo cada vez más milimétrico. Pienso que Cantinflas tuvo varias etapas como personaje: Mario Moreno quiso poner en su personaje algunas de sus pretensiones como empresario-guionista-promotor. Al principio no era su dueño, sino que Cantinflas brotó con vida propia, como una aparición llena de milagro en las carpas del Centro. Luego, cuando su dueño vio las posibilidades económicas, decidió presentarlo en sociedad y ayudarlo a trepar, pero sin perder cosas de su esencia. En fin, ya había dicho casi lo mismo. Pero es que Mario Moreno no tenía mucha idea de lo que significaba su gran personaje. El problema es que Cantinflas ¡no podía cambiar de mánager!, tenía que conformarse con Mario Moreno. Pero, como ustedes comprenderán, cambiar de mánager consistiría en desvanecerse para ya no ser, con lo cual se complica el problema en lugar de resolverse. Mario Moreno fue introduciendo en su personaje algunas ambiciones… Soy un desconocedor de la filmografía de Cantinflas, no paso más allá de algunas películas y de ciertas escenas vistas una y otra vez, pero encuentro en Si yo fuera diputado (Miguel M. Delgado, 1952) una serie de añadidos al protagonista que sólo se explican por la admiración de Chaplin, principalmente en El gran dictador (1940). Cantinflas intenta actuar con el cuerpo, lo cual provoca alguna desdicha para el espectador, ya que no logra las escenas de su ídolo. En lo mejor de la filmografía de Chaplin, todo depende de la armonía de sus movimientos, en tanto el mundo fílmico de Cantinflas se subordina a su discurso. ¿Para qué dedica valiosos minutos a tocar la mandolina y a dirigir sin ensayar una orquesta sinfónica? (En este último caso, la música de Raúl Lavista supera al cómico, lo controla y lo lleva entre sus olas por los compases para depositarlo a salvo en la orilla de la escena, nos quita la sensación de desazón.) Además, al final, el barbero que toma clases de Leyes con su vecino, Andrés Soler, y logra quitar la diputación a un político que encarna los peores defectos gansteriles de los políticos de entonces (en el mundo paralelo de la película no existe el PRI); ese barbero, pronuncia un discurso a semejanza del Chaplin de El gran dictador. Sólo que, en la versión mexicana, Cantinflas pierde ante la política, el discurso político lo aniquila. Ya en otras ocasiones este personaje ha estado en tribunales, frente al juez o en la comisaría (famosamente, en Ahí está el detalle). El discurso legal es la medida que nos dirá quién es Cantinflas (o eso pensamos), al final se escurrirá y le dará la vuelta a los abogados del poder, a los ingenuos señores del jurados y a los jueces que se duermen a la mitad del juicio. De pronto, pienso que el “cantinflismo” es una especie de Frankenstein: un discurso confeccionado con los restos del discurso legal, del político y del pedagógico. Por algún milagro no revelado, comienza a andar, ¡se parece al discurso solemne, llave del relumbrón en sociedad y de la apariencia mundana! Sirve para enamorar (las actrices de reparto caen sin remedio en brazos del cantinflismo, güeras y morenas sin distinción), hace dudar a los señores de mundo y hasta trastoca valores. “¡Con tipos como usted se acabaron los trinquetes!”, exclaman los sabios del barrio y los abogados del distrito al ver que Cantinflas ha logrado la síntesis dialéctica entre la incomprensibilidad y el triunfo en sociedad. Bueno, en medio de todo, Cantinflas dice algo con mucha claridad: "aunque mi lenguaje no sea florido porque nunca lo he regado con la demagogia de falsas promesas". Tiene toda la razón: el cantinflismo se distingue de la demagogia porque no promete, no construye para cautivar ninguna bella realidad: su lenguaje sólo se contempla a sí mismo, intenta entenderse, pero fracasa y vuelve a la carga, sólo para intentar hacerse entender, sólo que el reino de la comprensión no es de este mundo fílmico, basta con disfrutar de la forma, la cual casi logra decir algo, por lo menos lo insinúa. En realidad, en el caso de la insinuación y la malicia, ésas sí se dan a entender. Ante mi fracaso expositivo, me detengo ante una frase de Cantinflas (en El padrecito, 1964). Considero que el secreto de su arte depende que alguien logre explicar su sentido último: “Ora que le confesaré que yo de repente tampoco me entiendo, pero sí sé lo que digo”.

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