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viernes, 30 de mayo de 2025

Flush, de Virginia Woolf



Nada más bonito que hacer la biografía de un cocker spaniel, el más bello entre todos los perros, el más cariñoso, el más entrañable. Hablo así porque de niño traté con uno, al que extraño desde entonces, porque murió envenedado cuando yo tenía ocho años, y que se llamaba Balú. Me gustaría hacer su biografía, pero luego de tantos años, recuerdo muy poco de él. Me gustaría hacer biografías de perros y gatos, de algunas plantas también. Tengo una en mi balcón que estoy seguro que tiene una personalidad única. Tengo la costumbre de hablar con ella, y sé que le gusta que la acaricien y la tomen en cuenta. El gran João Guimarães Rosa escribió sobre un burrito, no su biografía sino un solo día de su vida. Largas páginas, porque su vida era realmente interesante (se llama “El burrito pardo”, y está en su libro Campo general y otros relatos). En el caso de Virginia Woolf (1882-1941), al escribir esta biografía sus intereses eran otros. Dice la experta Marta Pessarrodona, en el epílogo al libro, que la novelista inglesa más que escribir sobre un perro quería sentir como él. Quería saber qué significa ser un perro, y eligió uno de los más notables, Flush, el cocker spaniel de la gran poeta del siglo XIX, Elizabeth Barrett Browning (1806-1861). Ser un perro es bastante interesante, aunque eso causa que dejemos de enterarnos de muchas de las cosas de su dueña. Flush se interesa más en los espacios, los olores, los otros perros, los viajes, el regazo de su dueña… Nosotros quisiéramos saber un poco más de Elizabeth. Sabemos que un día tomó entre sus brazos a Flush y dejó la casa paterna para huir con su prometido, el poeta Robert Browning. Lo sabemos porque Flush tuvo una gran emoción de conocer Italia, a donde ambos esposos huyeron. Pero este pequeño perro no supo que el padre de Elizabeth nunca le perdonó haberse casado… Virginia Woolf quiso saber también qué se sentía ser niña (adulta ya, había olvidado ese periodo), quiso saber qué se sentía ser hombre (lo escribió en su novela Orlando). Uno debe de aprender, si quiere especializarse en este tipo de biografías, que los periodos de la vida de los animales y las plantas son muy diferentes a los nuestros. En el caso de Flush, la vida en Italia fue importante, pero también fue la época en que llegó a la vejez, poco después de los diez años. Elizabeth le dedicó a Flush bello poema de agradecimiento por haber estado a su lado siempre, sin importar que ella, enferma, estuviera en una habitación cerrada y casi sin luz. Pero como Flush no tenía ningún interés por la poesía, no aparece en estas páginas, ni parece haber sido relevante en su vida. Fue bastante más importante para él su secuestro, pues por los días en que era joven, se acostumbraba robar a los perros para pedir rescate a sus amos. Flush sufrió tres secuestros, pero para comodidad de los lectores, la autora de la biografía decidió convertirlos en uno solo.

 

Virginia Woolf. Flush Flush: A Biography (1933), tr. Rafael Vázquez Zamora, epílogo de Marta Pesarrodona, 2ª ed. Barcelona, Destino, 2004. (Col. Destinolibro, 66)

domingo, 18 de mayo de 2025

Radio Benjamin, de Walter Benjamin



Entre 1927 y 1932, Walter Benjamin (1892-1940) condujo alrededor de cien programas de radio dirigido a niños y jóvenes. Desafortunadamente, fue una actividad que no le interesó mucho a su creador y un poco menos a sus estudiosos. Generalmente, cuando se habla de Benjamin se dice muy poco que fue guionista y locutor, y es una lástima pues en esos programas está la base de su pensamiento filosófico, enunciado de una manera amena, en guiones en que se dirige a sus jóvenes radioescuchas con pasión y sin considerarlos un auditorio de segunda. Ojalá existieran hoy locutores que se dirigieran de ese modo al público infantil. Hay un aspecto en que Benjamin se parece a otros artistas de su tiempo, y es que no es raro que se mire a los medios audiovisuales como un bache en una exitosa carrera intelectual. Octavio Paz nunca quiso acordarse de que había compuesto una canción que cantó Jorge Negrete, y José Revueltas no tenía especial interés en hablar de sus guiones cinematográficos. Por varias razones, pero básicamente por un error en la censura nazi, tenemos ahora poco más de cuarenta guiones de los que leyó Walter Benjamin en un momento pionero de la radio en el mundo (en los años 20 era una industria realmente naciente). Los temas pueden agruparse en tres: los que se refieren a Berlín y a su gente, a personajes de la cultura alemana y grandes tragedias modernas (además de la destrucción de Pompeya). Todos los capítulos llaman la atención, desde la persecución de las brujas o el terremoto de Lisboa, pero a mí personalmente me atrajo la historia de los gitanos. Historia narrada con comprensión para ese pueblo generalmente incomprendido. Hubo programas asimismo dedicados al enigmático Kaspar Hauser, a la vida y características de los perros y a la toma de La Bastilla, pero me permitiré enfocarme por cuestiones de gusto personal en los gitanos, quienes viajaban por Europa en sus características carretas. (¿Recuerdan que Django Reinhardt pasó sus primeros años en un campamento instalado cerca de París? El mismo que se incendió accidentalmente en 1928). Aunque comenzaron su peregrinar por Europa en tiempos del emperador Segismundo (a mediados del siglo XV), en tiempos en que Benjamin se refería a ellos, era común verlos ganarse la vida con sus osos amaestrados, como equilibristas o como pirófagos. Al principio fueron bien recibidos por los países por los que pasaban; llevaban una carta de protección de Segismundo, Rey de Bohemia, por lo que comenzó a llamárseles bohemios, aunque no todos provenían de esa región. Pero los franceses creyeron que su origen era el reino de Bohemia e identificaron con ese lugar el ideal de la vida libre y despreocupada, de ahí que la bohemia sea una forma de vida y una manera de la existencia vagabunda… La carta del Emperador le servía a quien la mostraba para no ser deportado. Para gozar del libre tránsito por los países recurrieron a numerosas astucias, como decir que provenían del Pequeño Egipto. En realidad, en sus tradiciones ya no quedaba casi rastro de sus tradiciones reales, pero un lingüista del siglo XIX descubrió que su lengua provenía del Indostán. Pero afirmaban que provenían del Pequeño Egipto, nos explica Benjamin, porque ése era el lugar que se creía el origen de la magia, ocupación que le dio prestigio y trabajo a este pueblo. Por otra parte, la radio, que sobrevive pese a su condición efímera, es otra forma de la magia, aunque no lo viera así Walter Benjamin.

 

Walter Benjamin. Radio Benjamin, tr. Joaquín Chamorro, ed. Lecia Rosenthal. Madrid, Akal, 2015.

jueves, 8 de mayo de 2025

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick



En esta novela de Philip K. Dick (1928-1982), los animales reales son uno de los mayores lujos que las personas pueden darse. Luego de la destrucción que provocó la Guerra Mundial Terminus, la propia vida parece un bien escaso en la Tierra, pues de hecho, gran parte de la humanidad abandonó el planeta para vivir en Marte (aparentemente, con una calidad mejor). Bueno, no se sabe bien. Las noticias que llegan de ese planeta son pocas y confusas. Aquí, en la Tierra ha quedado un polvo persistente que no deja ver el cielo, una penumbra constante y pocos habitantes que no tienen muy claro en qué mundo viven. Nosotros, los lectores, tampoco tenemos mucha claridad, pero intentamos penetrar en la oscuridad de la trama. Es un mundo en que los “replicantes”, es decir: los robots semejantes a los hombres, se vuelven tan similares que necesitan ser erradicados. Los encargados de hacerlo son cazarrecompensas que cobran por cada robot infiltrado. Son tan similares a nosotros que se los medios para reconocerlos tienen que ser cada vez más refinados. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? fue publicada en 1968, pero creo que ahora, casi seis décadas después, se asoma en verdad el terror que palpitaba en estas páginas. Eso se debe a que vivimos el tiempo en que la tecnología ha logrado su mejor acto de magia: hacer el mejor retrato, no del ser humano, sino de su conciencia. No logramos desprender aquello que es sólo una serie compleja de operaciones matemáticas de lo que parece ser humano. Mucha gente se olvida de que está frente a un número de ilusionismo para creer en la conciencia creada por la tecnología. Pero ciertamente, estamos a punto de confundirlos a ambos. Sólo que la novela de Philip K. Dick todavía es inalcanzable: vemos a los robots gozar del arte, cantar, apreciar la ópera y las artes plásticas. Una de ellos tiene curiosidad por el sexo. Parecen tener miedo. Y el propio protagonista, llega a tener miedo de ser él mismo un robot. ¿Sería posible? ¿Puede ser que él tenga recuerdos falsos y que sea en realidad uno más de aquellos replicantes? Bien visto, la propia literatura tiene esa probabilidad. El lenguaje puede ser el disfraz de una máquina que no tiene conciencia. Como cuando la IA nos escribe un texto, nos responde una pregunta… Diferente a muchas distopías que sueñan con un poder extremo, esta novela presenta una sociedad que parece funcionar sin un poder que controla todo atrás de las apariencias. Por el contrario, hay dos corporaciones policiacas que no saben de sus mutuas existencias… Toda la gente está al pendiente de un solo programa de televisión, y parece practicar una sola religión. Pero estos dos poderes son independientes y falsos. Pienso que no tenemos miedo de crear una verdadera inteligencia artificial (eso parece un simple acto de magia), sino de darnos cuenta un día (¿pronto?) de que vivimos entre interlocutores inexistentes. Una compleja sociedad  en que nuestros interloctores se encuentran construidos de vacío.

 

Philip K. Dick. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Do Androids Dream of Electric Sheep? (1968), tr. Miguel Antón, 1ª ed, 3ª reimp. México, Minotauro, 2024.

domingo, 27 de abril de 2025

Paseo libertino por el Extremo Oriente



A lo largo de las clases del Taller literario que daba en la Facultad de Filosofía y Letras, Jorge López Páez indadagaba nuestros intereses. Nos preguntaba por qué autores sentíamos curiosidad, o nos recomendaba escritores que consideraba útiles para nuestras inquietudes. “A usted”, me dijo un día saliendo de la Facultad, “le recomiento a Julian Barnes, que escribió una novela muy notable que se llama El loro de Flaubert, y las obras de Christopher Isherwood”. Confieso que hasta hoy no he llevado a cabo ese consejo, pero como ven, no lo dejo en saco roto. “¿Usted por qué libro se interesa?”, me preguntó una vez en clase. “Por Las once mil vergas, de Guillaume Apollinaire”. Al final del semestre nos hacía una comida en su penthouse de la calle de Havre, pequeño enclave de aspecto francés en la exafrancesada colonia Juárez. Nos regalaba un libro a cada uno de nosotros, sus alumnos. A mí me extendió éste, de Apollinaire (1880-1918). “Yo no sé para qué quiere usted eso, pero en fin…” Hoy también yo me pregunto eso mismo… Pero en ese momento tenía entre mis manos pornografía, pero también incesto, pedofilia, sangre, asesinato y cosas bastante más intensas. Todo eso en las primeras páginas es bastante excitante, pero a partir de cierto momento ya no tanto. La libertad de escribir de todo, pero sin pretextos filosóficos como hicieran los pervertidos dieciochescos, es una gran conquista. A lo largo de bastantes páginas, la vida del apuesto príncipe rumano Mony Vibalano emociona, transmite su emoción por los placeres impúdicos de París. Pero luego, para escapar de tanto sexo seguido, uno prefiere pasear la mirada por el contexto, para darse cuenta que el final de la novela ocurre durante el sitio de Port Arthur, en plena Guerra Ruso Japonesa, y eso que el autor procura darle más emoción a las escenas de depravación, con violaciones y decapitaciones de niños, o con animados retozos entre sangre y tripas, como aperitivos del desenfreno. A finales del siglo XIX, el expansionismo ruso (ya construido el tramo oriente del ferrocarril transiberiano) buscaba un puerto que no se congelara el invierno, como Vladivostok, lo cual encontró en Port Arthur (hoy Lüshunkou, en China). Este puerto sería el punto de salida de las mercancías rusas (y algunas que llegaban desde Europa) hacia el Lejano Oriente. Japón ofrecía reconocer el dominio de Rusia en el norte de China, a cambio de mantener su dominio en Corea, pero Rusia no lo aceptó. La noche del 8 de febrero de 1904, los japoneses atacaron sorpresivamente Port Arthur, a lo que siguió una guerra y un asedio que duró poco más de un año, hasta que rusos y japoneses firmaron un tratado que beneficiaba a Japón. Un tratado que le valió el Premio Nobel de la Paz de 1906 al presidente Theodore Roosevelt por su papel como mediador en este tratado. El príncipe Vibalano se paseaba por las calles de Port Arthur seguido de cerca por un vigilante japonés, quien le contó acerca de su mujer, la que dejó en Japón… “Mientras me espera, piensa en mí y tañe las trece cuerdas de su kó-tó de madera de polonia imperial o toda el sio de doce tubos.” Qué extraño, ¿y qué hace ese soldado cuando tiene ganas de satisfacerse? Pues mira cuadernitos de relaciones sexuales de mujeres con pájaros, tigres, perros, peces y pulpos, y demás escenas priápicas. Todo el ejército japonés tiene esos cuadernitos que le ayudan a estar lejos de su patria. El tema central, pienso, es el de la libertad creativa, aquella que nos despliega la historia de la literatura ante nuestros ojos y nos dice: “Éstos son los terrenos que los escritores se han atrevido a transitar”. Ciertamente, sólo me atrevo a atravesarlos pero como lector. En general, todos nos detenemos mucho antes de llegar siquiera a una palabra prohibida, a una idea censurable. ¿Ése es el mérito de Apollinaire? Tal vez, y tal vez lo convierte en un artista solitario, una especie de eremita en el desierto de la depravación. Mira con sorna los productos de las alucinaciones que tanto miedo nos dan. Las combinaciones sin límite entre las depravaciones que nos aterran. ¡Miren, las describe, las analiza, las contempla, y sin fines filosóficos como el Marqués de Sade! No hay detrás de sus bestialidades esa inmensa arquitectura de la racionalidad filosófica. Hay Libertad. Básicamente eso. ¿Pero qué mira por entre los heridos de la guerra? Ahí, entre las camillas, un herido llamado Katache le cuenta cómo es que las tragedias de su vida han hecho que combine la tragedia con el placer convirtiéndolo en un masoquista. Le cuenta cómo es que su madre enloqueció creyéndose convertida en una letrina sobre la que todos iban a defecar. “Hubo que encerrarla el día que se figuró que la fosa estaba llena”. Lejos de escandalizarse, Katache se excitaba terriblemente con los relatos de su madre. El príncipe Vibalano le lee las cartas en que le relatan que su mujer lo engaña con un vendedor de pieles, cartas que lo hacen sufrir y disfrutar a un mismo tiempo. Katache, que ama a su adorada Florence, no la puede poseer, pues ella no lo quiere, pero se deja poseer por todos los demás hombres. Pienso que todos los personajes que se atraviesan por la vida de Mony Vibalano tienen detrás de sí una historia de libertinaje y de depravación, qué alegre perspectiva de la vida, pero no la he puesto en práctica, no he sido confidente en este sentido, aunque pienso que seguramente todo depende de lo que el narrador quiere ver. Si se mira la vida pensando en este hilo narrativo, es seguro que la realidad proveerá al narrador del material necesario. Bueno, a Katache le reservó sólo sufrimiento colindante con el placer. Casado con su amada Florence, se dirigieron a París, en donde ella buscaba perder la virginidad, sólo que no tenía reservado ese privilegio para su esposo, sino para un francés. Conoció a uno de ellos durante una batalla de flores, esa tradición en que se lanzan flores a la multitud desde carros decorados. Próspero, un joven de Niza que de inmediato miró a Florence. Ella se subió al carro de él, lo abrazó y lo besó, ante la mirada de su esposo. Era el elegido para quitarle la virginidad. Florence lo invitó a su cuarto de hotel, le señaló un sofá a su esposo para que se sentara, y le dijo: “Vas a asistir a una lección de placer, procura aprovecharla”. Después de una lección que duró unas diez demostraciones, el desdichado marido le pidió a su esposa oportunidad para ejercer su turno, pero ella prefirió que llamaran a su perro, un gran danés con el que tuvo algunos problemas a la hora de terminar. Katache tuvo que recurrir al agua fría apra separar a su mujer y a su mascota. “Mi mujer perdió las ganas de hacer el amor con perros desde aquel día”, nos aclara. El resto de la historia consiste en la descripción de las muchas personas que satisfacen a la hermosa Florence ante la impotencia de su marido, quien sufre lo mismo que los mártires de la Iglesia Católica al ver a su mujer entre los brazos de todo tipo de gente. Fue entonces que una orden de Su Majestad llevó a Katache al frente de guerra, mientras en la lejanía la hermosa Florence lo seguía engañando. ¡Qué maravillosa historia, con qué alegría la siguieron Mony Vibalano y una enfermera polaca que asistía al enfermo! Les causó tanto placer esa historia que no se les ocurrió otra cosa que azotar al narrador hasta hacerlo sangrar. Este libro (publicado anónimamente) encantó a los cubistas y a los surrealistas. Yo opté por sólo relatar algunos pasajes, disfrazado de fantasma, dentro de las oraciones escritas por Apollinaire. ¿Para qué? Quizá, sólo para sentir la lejana brisa de la libertad de escribir lo que sea, sin freno, para recorrer los dominios que autores como Apollinaire, efectivamente, añadieron a los dominios de las artes.

 

Guillaume Apollinaire. Los once mil falos Les Onze Mille Verges ou les Amours d'un hospodar (1907), tr. Josep Elías, 5ª ed. México, Premià, 1982. (Col. Los brazos de Lucas, 1)

jueves, 17 de abril de 2025

El cuarto mandamiento, de Newton Booth Tarkington



The Magnificent Ambersons (1918), del escritor estadounidense Booth Tarkington (1869-1946),  fue la novela que obtuvo el Premio Pulitzer en la categoría de Ficción, en 1919. En español fue traducida como El cuarto mandamiento, y su versión cinematográfica, realizada por Orson Welles justo después de haber dirigido El ciudadano Kane, también ha sido conocida en español como Soberbia. Con el nombre original, Alfonso Arau dirigió una nueva versión del guion de Welles, en 2001.  Cualquiera de estos títulos le quedan bien, sin embargo, no se trata de un texto reconocido en español. Si lo fuera, podríamos agregarlo a la lista de textos en torno a la decadencia de las familias a través de las generaciones, como Los Buddenbrook o los Buendía. Los Ambersons viven en una ciudad en algún lugar del Middlewest (tal vez Indianápolis, la ciudad natal del autor), a finales del siglo XIX, cuando los automóviles todavía no aparecían en el horizonte de las poblaciones. Las escenas de nostalgia, antes de la luz eléctrica, cuando los tranvías de mulas, son de lo más efectivas, así como las detalladas descripciones de la moda, de los tipos de zapatos y de sombreros en rápida sucesión. Y en esas calles que poco a poco se ensanchaban, que se sorprendían con la música de moda y con el lujo, se instalaron los Ambersons, estirpe que tenía su riqueza de sus terrenos y sus negocios algo difusos. Se sabe que la hija de los Ambersons, Isabel, fue una belleza en su juventud… Al inicio de los acontecimientos debe de tener un poco más de treinta años, es decir, una edad nada interesante para el amor. Sigue siendo bella, pero su hijo adolescente no puede siquiera concebir que una persona de esa edad pueda seguir pensando en el amor. Por ahí, en algún pasaje, dice el autor que sólo la gente de cierta edad puede tolerar una historia en que los enamorados ya no son jóvenes. De hecho, no nos aburrirá con amores maduros. A un baile celebrado en la mansión Amberson llega una bella joven de la que se enamora de inmediato el joven Amberson, George, hijo de Isabel. Sólo que esa joven, Lucy, es la hija de Eugene Morgan, un antiguo pretendiente de Isabel, que muchos años antes dejó su sitio en el cortejo al futuro padre de George. La “soberbia” del título (al menos, del título traducido) es la de George, el joven Amberson, que luego de quedar huérfano de padre se da cuenta de que el amor entre su madre y su antiguo pretendiente nunca se apagó del todo, así que decide tomar la decisión de abandonar los Estados Unidos y llevarse a su madre con él a vivir a París. Isabel casi regresará a su ciudad natal a morir… sin que su hijo le permita ver a su amor verdadero. Qué raro hacer el recuento de una historia así, no sé si estoy en edad de hacerlo. Me imagino que no. O más bien, que estoy en edad de escandalizarme de la soberbia de la juventud. Finalmente, a eso juega el autor: le quita la soberbia a su protagonista, pero para ello hace que el personaje de Isabel renuncie al amor. Por último, la historia acaba con relativa felicidad, todo porque Isabel se manifiesta en una sesión espiritista en que parece indicar sus deseos póstumos (más abnegación). No sé qué pensar de esta escena porque tengo fascinación por las historias de espiritismo, así afeen las obras de los escritores…

 

Newton Booth Tarkington. El cuarto mandamiento / The Magnificent Ambersons (1918), tr. y notas, Regina Fernando Santos. Madrid, Aguilar, 1951. (Col. Crisol, 329)

domingo, 6 de abril de 2025

Bastarda, de Dorothy Allison



Dorothy Allison murió a finales de 2024, pero su fallecimiento no fue noticia entre nosotros. Bastarda (1992), que había sido editada por Alfaguara en español en 1999, fue reeditada a los treinta años de su publicación por Errata Naturae, editorial española. Por desgracia parece que es la única obra suya disponible en español, y aunque la crítica ha destacado la tragedia que marcó su entrada en la adolescencia, el libro es también una declaración de amor a su natal Carolina del Sur y también a la música góspel. Una declaración de amor, pero también una detallada descripción de la decepción que pueden causar las cosas que amamos. Poco se salva de ser desvirtuado en esta novela de forma auobiográfica. Una bella argamasa de situaciones divertidas y trágicas. Por ejemplo, desde el primer capítulo en que la madre de la protagonista tuvo que mantenerse hospitalizada cuando su hija nació, por lo que fue llevada a registrar por su abuela, quien no evitó que en el acta de nacimiento quedara para siempre la palabra “bastarda”. Es la palabra que marca la vida de Bone, como la llama la familia. En realidad, marca más a su madre que a ella, quien se olvida rápidamente de esa palabra y de su significado. Aunque hay una connotación de degradación, realmente significa nacer fuera del matrimonio. Y quizá eso explique la conducta de la madre, quien sacrifica todo por la ilusión que trae conseguir un esposo. Todo, hasta el destino de sus hijas, lo sacrifica por tener un hombre a su lado. Mientras, en Bone nace un amor por la música. Incluso, es capaz de ser amiga de la niña más desagradable de la clase, sólo porque es hija de dos representantes de artistas de góspel, así que es invitada a los conciertos de los músicos de la región, a quienes conoce en sus miserias y en sus excelsitudes musicales. Escucho, por ejemplo, a Patsy Montana, quien grabó en 1934 su canción I Want to Be a Cowboy's Sweetheart, con la que se convirtió en la primera mujer del country en vender un millón de discos. Era de la lejana Arkansas, pero se escucha en Carolina del Sur. Pero detrás de las noches calurosas, en que las tías y las primas se sientan en el portal a escuchar música, rodeadas de los ruidos de los insectos, se siente la violencia latente, como un contrapunto musical, una melodía ominosa y vulgar que tendrá su propio espacio como tema solista de esta novela. El padrastro sentará a su hija entre las piernas, la tocará, comenzará a agredirla poco a poco, en un crescendo que contendrá golpes. Pero aún no es el momento de la verdadera violencia. La violencia auténtica de esta narración es preparada por la madre, quizá a su pesar. Nadie lo sabe, nadie lo puede incluso predecir, pero es la madre (a quien está dedicado el libro), la que no puede escapar del amor por su esposo, aunque esto signifique traicionar a su hija. Leo, después de esta novela, sobre la vida y el pensamiento de la autora, y me doy cuenta de su madurez como pensadora feminista. Desde esa madurez narra su infancia, pero nunca interfiere con la voz de ella misma a los doce años. La deja sola en su circunstancia, contando la belleza y el terror de la infancia.

 

Dorothy Allison. Bastarda Bastard Out of Carolina (1992), tr. Regina López Muñoz. Madrid, Errata Naturae, 2022.

viernes, 28 de marzo de 2025

Sonetos del portugués, de Elizabeth Barrett Browning



Tengo dos ediciones de los Sonetos del portugués (1850), de Elizabeth Barrett Browning (1806-1861), editados en dos años consecutivos: 1942 y 1943. Alrededor de las dos ediciones se encontraban grupos de mujeres escritoas. La primera, es de una editorial de escritoras, Rueca, fundada por Carmen Toscano, María Ramona Rey y María del Carmen Millán, entre otras universitarias. La traductora fue la española exiliada en México, Ernestina de Champourcín (1905-1999), miembro de la Generación del 27, quien seleccionó 21 de los 43 sonetos y los tradujo en prosa. La segunda fue realizada en Barcelona y fue traducida por Ester de Andreis (1901-1989), escritora cuya casa en Barcelona era frecuentada por escritores como Guillermo Diaz-Plaja, Dámaso Alonso, Giuseppe Ungaretti y Vicente Aleixandre. Este tomo, que contiene los 43 sonetos, en verso, tiene la peculiaridad de que perteneció a Pita Amor, pues la dedicatoria dice: “A Gudalupe Amor, verdadera poesía, esta otra poetisa que también fue tan verdad, Ester de Andreis, VI-50.” No diré más, salvo que Elizabeth Barrett sigue siendo tan desconocida hoy como hace 80 años que se tradujo al español, así como la mayor parte de las escritoras que formaron parte del mundo de estas dos ediciones. Ahora sólo glosaré las palabras que Ester de Andreis le dedica a la poetisa (es la palabra que usan ellas). Aunque tuvo una infancia feliz en su natal Coxhoe, al norte de Inglaterra, contrajo al igual que dos de sus hermanas, una misteriosa enfermedad que sólo persistió en ella: un fuerte dolor de cabeza y pérdida de movilidad en la columna. Antes de esta enfermedad, que fue tratada con opiáceos, ya era una escritora precoz y llena de imaginación, con un talento que fue apoyado por sus padres. Al morir su madre, en 1828, su padre se dedicó a cuidar a sus doce hijos (Elizabeth fue la hermana mayor) con un cariño tan vehemente que era realmente una locura: la sola idea de que alguna de sus hijas pudiera tener una relación amorosa lo enloquecía. La muerte de su hermano consentido y la soledad que la envolvió, además de la enfermedad, sólo se aliviaba gracias a la compañía de su perro Flush. El cruel encierro al que la confinó su padre fue combatido por ella con la poesía y con la correspondencia secreta que comenzó a tener con el poeta Robert Browning (1812-1889), que la buscó, admirado por su obra. Ante la negativa de su padre por reconocer este romance, Elizabeth se fugó con Robert a Italia, donde se casaron. Elizabeth quiso, con el tiempo, recobrar la relación con su padre, pero éste le devolvió cerradas todas las cartas que ella le envió. Los aaños italianos fueron una sucesión de días felices, que terminaron con la muerte de ella. En secreto escribió estos sonetos describiendo su amor por Robert y alegrándose de haber dejado atrás los largos años en que aún no lo conocía. Él tenía admiración especial por un poema de Elizabeth, “Catalina a Camoens”, y la llamaba: “Mi pequeña portuguesa”. Se supone que ése es el origen del título de estos sonetos en que “el portugués” sería Browning. Cuando se casaron, Wordsworth dijo: “Espero que se entenderán; nadie más los entendería”. Quizá los comprendió Virginia Woolf, que penetró en ese mundo para retratar a un personaje entrañable, el cocker spaniel de Elizabeth, Flush, a quien le dedicó una biografía, homenaje por la compañía que le dio durante su corta vida.


Soneto VI

 

Vete de mí. Y sin embargo siento que en adelante viviré en tu sombra. Pues ya nunca, sola en el umbral de mi propia vida, dispondré libremente de mi alma,

ni alzaré mi mano a la luz del sol, serenamente, como antes, sin el recuerdo de lo que no conocía… tu roce en mis palmas.

La distancia mayor que entre nosotros alza el destino, deja tu corazón en mi corazón latiendo con doble pulso. Cuanto yo hago y cuanto sueño te incluye a ti, igual que el vino ha de saber

a sus propias viñas. Y cuando imploro a Dios por mí, oye también tu nombre y ve en mis ojos las lágrimas de dos.

(versión de Ernestina de Champurcín)


Elizabeth Barrett Browning. Sonetos del portugués Sonnets from the Portuguese (1850)

1)    tr. y nota, Ernestina de Champourcin. México, Rueca, 1942.

2)    tr. Ester de Andreis. Barcelona, Librería Mediterránea, 1943.