El ectoplasma es una sustancia estudiada por la Parapsicología, específicamente por el ramo de la utilería. Es el extraño y espeso vaho que exhalan los médiums cuando entran en trance, el cual según las investigaciones más recientes se forma de ralladura de papa y queso, o bien de una gasa blanca y transparente. Sirve para hacer creer que se ha entrado en comunicación con los muertos. Sin embargo, a pesar de que asombró a hombres ilustres, hace mucho que no hay registro de que se haya manifestado más allá de las fotografías de las sesiones espiritistas. Al dirigirse a la muerte, ninguna otra disciplina recibe respuesta como no sea la poesía. Pero como los muertos viven en su evocación, siempre es ventajoso lo que digamos de ellos. No tienen suerte con nosotros, pues cuando quieren reclamarnos algo, los olvidamos. Prefiero un médium que me comunique con la poesía estadounidense, ya que ignoro casi todo de ella. Hernán Bravo Varela eligió cuatro pequeños poemas que son elegías, palabras que se dicen luego de la evaporación de un ser que existió. No conozco la interrelación entre ellas, ni si forman parte de una misma constelación poética, tampoco si ejercen una benéfica o desventurada influencia astrológica unos sobre otros. De los cuatro, los dos más jóvenes ni siquiera son muy frecuentados por la lengua española, pues casi no logré encontrar más traducciones de ellos. Son William Carlos Williams (1883-1963), Conrad Aiken (1889-1973), Frank Stanford (1948-1978) y Tony Hoagland (1953-2018). Como, salvo excepciones, los muertos no hacen muchas cosas interesantes, me gustaría saber más de sus vidas, pero no es fácil. Sé algo más de Conrad Aiken, ya que fue el escritor al cual buscó el muy joven Malcolm Lowry, llevado por la admiración. Al encontrarse, el joven conoció a un genio al cual imitar; y el viejo maestro vio en Lowry un alma a la cual manipular: la convirtió en una extensión de la suya. Gordon Bowker (biógrafo de Lowry) dice que en Aiken encontró “una psicología dañada por una obsesión por lo siniestro, lo corrupto, lo fétido del mundo del inconsciente”. Aiken, en el poema seleccionado en esta plaquete, habla del viaje indecible de los muertos, quienes dan su adiós sin discurso y pasan sin recuerdo ni murmullo. Es el único de estos poetas en el que el tema de la muerte es asunto espeso… La madre de Conrad Aiken murió a manos de su esposo, el cual se suicidó después de cometer su crimen; luego, la juventud del poeta transcurrió entre los augurios de la Primera Guerra Mundial. Quizá por eso, este poema se parece a los versos de los poetas que murieron en ese largo crimen que fue el conflicto de 1914 a 1918. Los restantes autores ven con más levedad este tema. De hecho, el poema de Williams –“Las últimas palabras de mi abuela inglesa”– esconde en su ternura una visión alegre de la vida. Esa abuela que no quiere ir al hospital, que casi obligan a que acepte subirse a la ambulancia, mira por última vez el mundo: “¿Qué son esas cosas peludas de allá afuera?” “Son árboles”. “Pues ya me tienen harta”.
Hernán Bravo Varela (tr.). Ectoplasmas. Cuatro elegías estadounidenses. México, Parentalia, 2017. (Col. Fervores)