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jueves, 28 de febrero de 2019

Las fuerzas armadas en el México democrático, de Roderic Ai Camp



Leí el libro del doctor Roderic Ai Camp acerca de las fuerzas armadas. He sacado muy pocas conclusiones, pero por lo menos este volumen ha ampliado mi marco de referencias en torno al Estado mexicano. Las fuerzas armadas son el aspecto menos conocido del ámbito político. Eso era notorio desde estudios clásicos como La élite del poder (1956), de Charles Wright Mills, de donde procede la tendencia sociológica a este tipo de aproximaciones. En el libro de Mills se aprecia –más bien: se desenmascara– el rostro del poder, y se deja ver cómo es que el ejército y, por ejemplo, el mundo de los espectáculos son parte de un mismo sistema. Dos o tres grandes ideas atraviesan la lectura de este volumen: que las fuerzas armadas actuales son el resultado de que un ejército de origen civil derrotó al ejército del estado, experiencia que compartieron civiles, militares y artistas (Los de abajo, por ejemplo, de Mariano Azuela expresa este momento). De ahí se deriva otro hecho: el paulatino y creciente liderazgo civil que relegó a los militares del poder; la fecha decisiva: 1946, con la llegada al poder de Miguel Alemán, hijo, por otra parte, de un general que peleó contra la reelección presidencial. La ideología resultante: la lealtad, la disciplina antes que la reflexión. Así, las escuelas militares, las cuales tienen como centro de su enseñanza el respeto a la orden de un superior. Los militares acostumbran callar (en esto se parecen a la Iglesia, reacia a hablar de sí misma) y se oponen a que se hagan públicos sus secretos. Apenas se mencionan un par de informantes para esta investigación: aún los testimonios más intrascendentes se dan con la promesa del anonimato. Se entrega así, un libro que habla del ejército de manera estructural, y por esta razón la pienso demasiado neutra. Muy poco peso específico a la guerra sucia en los años 70, por ejemplo. No obstante, se mencionan los hechos traumáticos de este cuerpo armado: la represión del 68, el aniquilamiento de los guerrilleros en los los 70, el levantamiento armado de los zapatistas en 1994 y la guerra contra el narco iniciada por Felipe Calderón. Puesto que el libro se publicó en 2010, falta el ignominioso sexenio de Enrique Peña Nieto y la vergonzosa “Verdad Histórica” que presentó su gobierno para explicar la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, la cual pretendió darle impunidad a los militares. El ejército ocupa hoy, en contra de lo que le gustaría a sus miembros, un lugar protagónico en el debate público. Su función en la seguridad pública, en la paz social, etc., lo que significa que se debe de tener una opinión (al menos preliminar) acerca de esta institución y de su función social. El presente nos permite desmenuzar el pasado, y nos hace llegar, por ejemplo, a la represión de 1968, y a la compleja red de interpretaciones al respecto. Sin embargo, “la explicación más convincente” es que el presidente Díaz Ordaz fue quien orquestó directamente la matanza. El uso político de las fuerzas armadas, las cuales están educadas para obedecer y no para matar: ése, me parece, es el tema central de entonces y de ahora. Las limitaciones de ese uso político y la conciencia de que la obediencia tiene un límite. En no pocos momentos, el ejército ha actuado criminalmente contra el pueblo mexicano. Sin embargo, el autor es enfático: “Los militares ya no son un tema prohibido”, y,  sin duda, ya no es posible que permanezcan fuera del escrutinio público.

Roderic Ai Camp. Las fuerzas armadas en el México democrático / Mexico’s military on the democratic stage, tr. de Susana Guardado y del Castro. México, Siglo XXI, 2010.

sábado, 9 de febrero de 2019

Obras completas III, de José María Eça de Queiroz



José María Eça de Queiroz (1845-1900) murió casi ignorado, escribió Jorge Luis Borges. Por suerte, agrega, “la tardía crítica internacional lo consagra ahora como uno de los primeros prosistas y novelistas de su época”. Tal vez, pero no quiere decir que esa consagración le otorgue un pase automático para nuestros tiempos, por más que Borges diga que la evocación que Eça de Queiroz hizo de sus viajes por el Medio Oriente “perdura en páginas que muchas generaciones leen y releen”. Habría que preguntarle a la editorial española, Acantilado, la cual tiene buena parte de sus obras a la venta, si efectivamente las generaciones leen y releen las crónicas de este autor. Mientras leía sus ensayos, sus cartas y sus crónicas, pensaba cuánto me gustaría reeditar sus textos, compartir sus envidiables párrafos, dar a saborear el humor de sus frases. Aquello que la Historia nos da salido de los anaqueles, Eça de Queiroz lo entrega nuevo, lleno de sorpresa. Los militares egipcios del siglo XIX, los reyes de Oriente, el presidente de Francia… todos ellos parecen personajes de novela. Maravillosa es la visita –relatada en estas páginas– de Charles Darwin a la jaula de Pongo, el primer gorila capturado vivo, el cual llegó a Londres en 1877. Qué extraordinario debió de haber sido el seguir los sucesos contemporáneos a través de la prosa de Eça de Queiroz. Hoy todo eso es antiguo, exótico, pero bastante vivo en cada artículo. Dado que el libro tiene 1100 páginas a doble columna y en letra muy pequeñita, se pueden desenrollar en bastantes y apasionantes volúmenes. La cosa debió de ser originalmente así: el autor leía todos los diarios, hablaba con todos los diplomáticos, salía a platicar en todos los cafés y volvía a su casa a novelar y a reírse por escrito de los temas de moda. Trató muchos temas, demasiados. Es posible, no obstante, encontrar cierto hilo conductor: Eça de Queiroz amaba el Oriente, el cercano tanto como el lejano, y los países europeos también. Aunque habría que decir que las potencias amaban con apasionada codicia las riquezas de aquellos lejanos países. Por ejemplo, Francia, allá por 1897, se decidió un día a devorar a Siam (es decir, la actual Tailandia), y le pidió a este ingenuo, amable y pálido pueblo una inmensa porción de su territorio y una nada pequeña porción de su dinero. Con esa prudente manera de los orientales, Siam ni accedió ni se negó. Sin embargo, los orientales tenían entonces fama de duplicidad y de falsía, por lo que Francia sin más explicaciones bloqueó las costas siamesas. “Para las cuestiones coloniales ahí están los congresos y los tribunales de arbitraje”, escribe el autor. “Y una señora que recientemente, en un salón, consideraba como la cosa más pueril y grotesca que dos naciones tan elegantes como Francia e Inglaterra se batieran a causa de unos bichos tan feos como los siameses, establecía sin saberlo, la verdadera doctrina del siglo”. Ya las naciones europeas no rompen la dulce paz a causa de intereses orientales, escribe con cierta melancolía.

José María Eça de Queiroz. Obras completas III, recopilación, traducción, prefacio, acotaciones marginales y notas explicativas de Julio Gómez de la Serna. México, Aguilar, 1960.

lunes, 4 de febrero de 2019

Décimas a Dios, de Guadalupe Amor



El reto es valorar este libro en sí mismo, lejos de la leyenda de su autora, Guadalupe Amor (1918-2002), quien dejó historias a lo largo de las calles de la Zona Rosa, en las galerías de arte, en las memorias de sus contemporáneos. Dejó como estela de su vida: furia, poesía, estilo, pasión… En medio de esa irritación que la caracterizaba, sólo podía caminar descalza y feliz sobre las baldosas de la poesía. Se construyó a sí misma, de manera consciente, en su poesía, se autodefinió, se erigió en versos perfectos y de gran musicalidad. La recuerdo: la única vez que la vi, sólo habló en verso, agradeció un brindis en su honor y se levantó para decir dos versos de Baltazar del Alcázar: “Grande consuelo es tener / la taberna por vecina”. Su mirada implacable, como de Medusa, quería detener el mundo y dominarlo. Es imposible leer sus versos sin tener su voz pegada a ellos. Y, sin embargo, eso intentaré, ya que la voz tan personal que tenía de un modo u otro se queda en sus creaciones. Siempre existió la injusta idea de que Alfonso Reyes le había escrito los versos que la dieron a conocer, Yo soy mi casa (1946); injusta porque nada más lejano del estilo cortés de don Alfonso que la poética desafiante de Pita, sentenciosa. Ella dialoga con la tradición de los Siglos de Oro, aunque es evidente que sabe que existen los productos contemporáneos de Xavier Villaurrutia y Salvador Novo. Aunque ella misma se intenta elevar desde el promontorio de Rubén Darío. Intentó acercarse a Gabriela Mistral de manera personal, pero no logró impresionarla. El título, Décimas a Dios, es aparentemente sencillo, pero implica tener definido al destinatario de estos poemas. Eso no ocurre, no son más que poemas lanzados al aire. En el libro no hay una construcción poética en torno a Dios, por el contrario parecen décimas escritas en medio de la desesperación, anotaciones hechas en una libreta a la mitad de la noche. Está bien, ya que los místicos buscan esa iluminación en la noche del alma. Para Pita Amor, Dios es una creación de la angustia y de la vanidad. Después, él ha sido obligado a existir, ha contraído ciertas obligaciones. Es cierto, podemos continuar buscando en esa incesante secuencia de causalidades. La angustia y la vanidad son el resultado de la mirada del hombre ante el universo. Puesto así, Dios como un producto humano, entonces no es un Ser ante el cual mirarnos, puesto que detrás de él estamos nuevamente nosotros. Así que el paso siguiente es hurgar en el propio ser para entender qué ansiedad busca a Dios. No todas estas décimas, hay que decir, parecen guardar una inquietud. A veces, me parece ver sólo retórica. Naturalmente, a esas estrofas no intentaré señalarlas, para no recibir el zarpazo de una poetisa poco tolerante con la crítica.

Guadalupe Amor. Décimas a Dios (1953), 3ª ed. México, FCE, 2018.