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sábado, 24 de septiembre de 2022

Historias del buen Dios, de Rainer Maria Rilke

  



 

El libro Historias del buen Dios, de Rainer Maria Rilke (1875-1926) es tan colorido, sencillo y emotivo, que me pareció todo el tiempo estar ante un cuadro de Paul Klee. Por esa razón fui de inmediato a consultar las páginas de la vida de Rilke escrita por Antonio Pau (Trotta, 2007), para saber si ambos artistas se habían conocido entre sí, o al menos habían conocido al mismo Dios. Supe entonces que el poeta vivió en el cuarto piso de la casa ubicada en el numero 34 de la Ainmillerstraße, en tanto que Klee ocupó la planta baja, y que ambos tuvieron un trato diario en tiempos de la Primera Guerra. No quise prestar atención a las personas que aparecen en su biografía porque me llevarían por un camino sin regreso: Rosa Luxemburgo, Miguel de Unamuno, Alfonso Reyes, Cézanne y Balthus, entre muchos otros. Hay varias cosas que me parecen curiosas de este libro. En primer lugar, que la edición que tengo (con la traducción de Agustí Bartra) haya sido publicada en una colección de “Clásicos Cristianos” cuando en este libro no sólo no aparece Cristo, sino que, tal como dice Antonio Pau, Rilke negaba la intermediación con Dios. Nada de santos, mártires y todas esas cosas. Lo importante es la relación personal con Él. Sólo que Él es, en este libro, un personaje algo distraído que, luego de mucho tiempo voltea a mirar hacia la tierra y descubre las catedrales góticas con cúpulas apuntándole como las armas de un enemigo. El hombre parece ser el objeto de estudio de este Dios, aunque es notorio que no logra comprenderlo del todo, especialmente por la oscuridad de su corazón. Por esa razón, se le ocurrió que “las cabezas de los hombres son luz, al paso que sus corazones están llenos de oscuridad, y sintió el anhelo de morar en los corazones de los hombres y nunca más atravesar la clara y fría vigilia de sus cerebros”. Ahora bien, fuera de este libro, Rilke pensaba que Dios es “una dirección dada al amor”. Puesto que sólo es una “dirección”, esta obra bien podría haber aparecido en una colección llamada “Clásicos Agnósticos” o, para mayor gusto mío, en otra nombrada “Clásicos Ateos”, pues nada impide que un ateo tenga a Dios entre sus personajes. Otro aspecto curioso es que el título no parece bien avenido con su contenido, dado que en rigor se trata de una pequeña novela: son las historias que cuenta el autor a varias personas con la idea de que lleguen a los oídos de unas niñas que preguntan cómo es Dios, sin que ellas conozcan al autor. Lo importante son las historias no quién las cuenta. Rilke esgrime un argumento muy sensato: ¿Qué tal que el que hace las historias tiene un feo grano en la punta de la nariz? Entonces, la historia dejaría de ser el centro de la atención, la cual se centraría entonces en la punta de la nariz.

 

Rainer Maria Rilke. Historias del buen Dios Geschichten vom lieben Gott (1900), tr. Agustí Bartra; notas y comentarios, Pablo Soler Frost. México, Jus, 2000. (Clásicos Cristianos, 14)

domingo, 18 de septiembre de 2022

Patología del ser, de Ramón Martínez Ocaranza




El título de este libro es Patología del ser. En efecto, el Ser está enfermo. Sólo que no tenemos el diagnóstico con claridad. No sabemos si lo extendió el dentista, el neurólogo o, bien, el reumatólogo. En todo caso, ¿cuáles serán los cuidados que deberá tener? Si está condenado a llevar muletas, si se tendrá que poner a dieta o si se trata de algo más grave. De qué se alimentará y qué dirá su familia. Cuándo es la próxima consulta y cuál será el costo para el Ser. De qué se ocupará en su convalecencia para no aburrirse. Son preguntas que haría un poeta, pero más precisamente un poeta de la especie de los poeticistas, aquellos con los que el autor de este libro, Ramón Martínez Ocaranza (1915-1982) tuvo cercanía. A uno de ellos, Enrique González Rojo, le pregunté en qué consistía el Poeticismo, y me respondió: “Era un intento de prolongar las metáforas. Si se habla del aliento de Dios, como dicen los poetas, entonces, Dios también tendría dientes y aparato digestivo…” ¡Ah, entonces, los Poeticistas son una subespecie de los gongorinos! Porque, a contracorriente de las vanguardias, que aparentemente habían terminado con las metáforas para seguir con las imágenes, los Poeticistas seguían con el procedimiento del viejo poeta de Córdoba. Sin embargo, hay otro aspecto de estos poetas, y era que parecía que habían caído en el mundo de los silogismos. Si una cosa es tal cosa, entonces tal cosa es tal otra. Pero a un grado delirante. “Todos los manicomios están locos. / Del uno al cien. Del cien al infinito.” Más adelante: “Todos los locos beben manicomios en la sustancia de sus manicomios.” La muerte de la muerte, la conciencia de la conciencia… En fin, son juegos que se juegan en este poema hecho de puentes entre obras poéticas, de neuróticas referencias a Rimbaud, Dostoyevski y Dante, entre otros. Este poema grita para sí mismo, es un volcán de bolsillo cuya lava cae dentro de sí. ¿Por qué su erupción no irrumpe hacia afuera? Se trata de un poema, al mismo tiempo, lleno de silencio.  Yo diría que hay un camino de la crítica literaria que no debería existir sólo para hacer el juicio de una obra, ya que tiene como resultado impedir el diálogo con las obras. Debería de existir un aspecto de la crítica literaria que escuchara a las obras y dialogara con ellas. No sólo decirnos qué es lo que quieren decir, cuando los críticos se convierten en vicarios de las obras. En este caso, el autor del prólogo plantea que la poesía pura (o bien la poesía comprometida) es en general la regla para medir la creación poética. Comparto la idea de que muchas veces se mide la poesía con ideas preconcebidas, con tradiciones rígidas. Se mira a la poesía desde las ideas generales, cuando las opiniones se deberían de construir desde los discursos particulares. Se puede, así, aproximar el oído a este poema que bulle de maldiciones y de silogismos.

 

Ramón Martínez Ocaranza. Patología del ser (1981), pról. Jorge Aguilera López. México, Malpaís, 2014. (Colección Archivo Negro de la Poesía)

sábado, 17 de septiembre de 2022

Los anteojos de azufre, de César Moro

  



 

No sabía yo que, al escribir mis textos dispersos, hacía un constante homenaje a César Moro (1903-1956). Al leer la reunión su obra en prosa, Los anteojos de azufre, me decía: yo he querido hacer esto o aquello. Con más frecuencia: poner en cada mínimo texto (como los que nacen de leer algún libro) algo vivo y palpitante de uno mismo. Sin embargo, lo que ocurre es que dejo enterrada, como para olvidar, una parte mía que no termina de morir y que necesito abandonar. En cambio, él: ponía en el texto una parte suya que sufría. Su sentimiento era como una infección que se contagiaba a todo lo que leía. Por desgracia no sé nada acerca de los surrealistas. Pero César Moro trasmite aquello que escribió en 1939, al iniciar la Guerra Mundial: el enfrentamiento de dos bloques (Alemania e Italia contra la URSS) con los que no está de acuerdo. Y en medio de ellos, un grupo pequeño pero importante, el de los Surrealistas, se abrió como una herida. Ellos fueron tratados como “idealistas contrarrevolucionarios” y “vendidos al oro de los snobs”. En cambio los adoradores de Stalin eran “materialistas de corral”, mientras que escritores como Romain Rolland era una de “las nulidades idealistas” y “el plato que se acomoda con todas las salsas”. Como pueden ver, me regodeo en sus frases más que en su lucha, lo cual debe de estar muy mal, pero en general señalamos en los escritores sus frases más que sus ideas. Una nueva herida para este escritor. En realidad, para todos. Pero dejando secar la herida, reconstituirse, podemos ver que los surrealistas no se concebían como la típica vanguardia autoconmiserativa sino como el grupo que había podido ver antes que nadie la putrefacción de este siglo (es decir, del pasado; la putrefacción del nuestro tiene que ver con la falta de tratamiento de los males del siglo XX). Pero se me acaba el espacio destinado a este autor y no lo he acompañado a sus visitas al estudio de Xavier Villaurrutia. Es que México tiene gran parte de espacio en sus textos, los cuales enviaba a la redacción de algunas revistas. Se leían, o no. Si no se leyeron, es una lástima para sus contemporáneos. Son bellas prosas, como ya dije. Pero lo que me interesa ahora es su polémica con Vicente Huidobro –millonario, hijo de banquero, con título nobiliario. Entiendo que Moro, entonces, trabajaba como mesero para sostenerse. Ambos se atribuían los auténticos conocimiento y práctica del Surrealismo. Huidobro dijo de Moro: “piojo homosexual”, “indiecito presuntuoso”. Y ante la acusación de que era “un arribista”, respondió: “Toda mi vida, Morito, es una prueba de antiarribismo… gracias a los viñedos de mi padre nací arrivé”. Esta terrenalidad de los poetas es muy vergonzosa. Quizá por eso en El surrealismo al servicio de la Revolución(1933), a la pregunta “¿A qué elemento corresponde?”, Moro respondió: “Al fuego, al aire y al agua, nunca a la tierra”. Es una pena que no pueda profundizar en sus maravillosos textos sobre Proust, el Surrealismo, Xavier Villaurrutia, la literatura colonial de América… Casi tan grande como la pena de saber que sus obras prácticamente no se consiguen fuera de Perú.

 

César Moro. Los anteojos de azufre, ed. Ricardo Silva-SantistebanLima, Sur Librería Anticuaria-Academia Peruana de la Lengua, 2016. (Colección Clásicos Peruanos, 11)

lunes, 12 de septiembre de 2022

¡Hagan juego!, de James Petras y Steve Vieux

  



 

Cuando James Petras y Steve Vieux publicaron este breve texto, el Neoliberalismo era un joven sistema económico. Parecía que aún no le brotaban las ideologías. Sin embargo, los autores señalan dos que le son consustanciales: la autoayuda y la consolidación de las ONG. Nada tan actual como comentar ambos idearios, omnipresentes en el discurso de hoy. Las redes sociales, las páginas de internet, los medios impresos y electrónicos: todos son un abigarrado tejido que proporcionan todo tipo de contenidos, lo cual hace pensar en la dificultad de su desciframiento. Sin embargo, es importante pensar en la manera en que nos informamos (o pensamos que nos informamos). Tomamos un tema y buscamos las noticias al respecto, con lo que reunimos decenas de notas, tan atomizadas y contradictorias entre sí que es necesario leer un número considerable antes de construir una teoría de la realidad que se encuentra detrás de lo que llamamos “información”. Unir un discurso con el único componente de las noticias es una actividad tan ardua que sólo un número reducido de lectores puede llegar a tener una idea aproximada de lo que en realidad está ocurriendo. Eso, si seguimos pensando que la información sirve para tener ese acercamiento a la realidad. Ciertamente, lo que pasa es que “las noticias” sirven para apuntalar una opinión previamente existente. Opinión que, además, está construida sobre los intereses de las potencias políticas y económicas (lo que provoca que ciertos medios que ofrecen información divergente sean censurados o criminalizados). En realidad, no importa el tema. El que sea. Un filósofo de moda, Byung-Chul Han, tiene la idea de que “las fake news son indiferentes a la verdad”, y de que son manifestaciones que no se pueden combatir con el razonamiento. Me parece interesante este planteamiento, pero determinista. Depende de una sociedad que no ofrece una resistencia a la ideología oficial de la información. No explica que los medios informativos corporativos han creado su propio descrédito pues, a pesar de todo, existe una sociedad no convencida de los contenidos que emanan de ellos. Aquí, en México, los medios se solazan con la palabra “objetividad”. Enarbolan la Objetividad, la cual no es más que una máscara que evita que sepamos a qué intereses responden. Repiten: obedecemos a la Verdad, no tenemos ideología. Es curioso, porque en realidad lo que se ha fortalecido en este mundo de hoy es una subjetividad extrema, la que representa la ideología de la Autoayuda. Según la socióloga franco-israelí Eva Illouz, este pensamiento “se basa en la creencia de que la emoción es capaz de modificar la realidad”. Es decir: el Yo se construye a sí mismo y luego construye el mundo. Idea que ha dado ser a una filmografía y a una bibliografía inmensa. Sería tan apasionante comentarlas, las películas van desde ¿¡Y tú qué bleep sabes!? a la más reciente Todo en todas partes al mismo tiempo, y provienen de una versión espiritual de la ciencia. Los estafadores se adaptan a las nuevas tecnologías, manipulan la física cuántica y terminan vendiendo libros y atractivos productos en internet. La autoayuda es fascinante porque despolitiza. Hace que los individuos piensen que su optimismo es el único ingrediente para transformar la realidad. Sobre todo, la función de la autoayuda consiste en que sus lectores y practicantes ignoren las causas reales de la pobreza. La autoayuda le pasa la culpa al lector de este tipo de libros: “Tú eres el responsable porque tú eres el iniciador de una cadena de cambios que culminarán en tu felicidad. Sé productivo, trabaja para tu empresa aunque no veas el beneficio inmediato. Aunque veas que el dueño se enriquece más y más, es parte de un karma universal que algún día regresará hacia ti (en esta vida o en otra)”. En fin, no me extenderé en este discurso: si la conciencia universal se une en un mantra y se dirige hacia el mismo fin común, lograremos que se reedite el libro El ser excelente, de Miguel Ángel Cornejo, en donde podremos abrevar de esta sabiduría. Ingratamente, la humanidad ha olvidado a uno de sus principales motivadores. El discurso justificador del Neoliberalismo nos dice que se trata de un proceso paralelo al de la democracia, sin embargo ha sido impuesto precisamente por regímenes que han destruido cualquier manifestación democrática (como los de Pinochet y Videla). Las olas privatizadoras en el continente han sido posibles gracias a la desarticulación de los movimientos de los trabajadores, llegando a darse numerosos casos de privatizaciones de empresas estatales que tenían superávit. Pero prendemos la televisión, y los analistas nos explican: “Es importante decir de las empresas públicas que: si funcionan mal, hay que privatizarlas para hacerlas negocio; si funcionan bien, hay que privatizarlas porque son negocio; si ayudan a la clase media, privatizarlas porque son inútiles; y si ayudan a los pobres, privatizarlas porque son germen del populismo. En fin, amigos nuestros, la privatización es el fortalecimiento del individuo, es decir de la libertad”. Los autores exponen que el Neoliberalismo es la imposición a gran escala, a partir de 1979, de una serie de ajustes estructurales derivados de préstamos de instituciones financieras (BM, FMI). No es que no se quisiera imponer antes, pero la Guerra Fría impidió el éxito de este sistema. A los países que acudían a pedir ayuda se les solicitó una serie de privatizaciones y medidas económicas extremas (fundamentalmente, devaluaciones que permitieran las exportaciones y dificultaran las importaciones). Para los autores es fundamental articular las medidas estructurales con la promoción de las ONG. Autorrepresentadas como pequeños borreguitos dadivosos, en realidad cumplen un papel central en la despolitización regional. El Banco Mundial las define misericordiosas: “trabajan… para aliviar el sufrimiento, dar a conocer la situación de los más pobres, proteger el entorno”, etc. Por estos motivos de desinterés y bondad, el BM las acogió y multiplicó los recursos para su promoción. Aunque las ONG no pudieron lograr su cometido entre los sectores más vulnerables (p. 69), siguieron siendo un gran atractivo para los gobiernos neoliberales. Eso se debe a que funcionan siguiendo la misma lógica de los ajustes estructurales: “Son especialmente hostiles a las medidas de asistencia social promovidas por el estado, ya que éstas podrían fomentar en la sociedad civil el desarrollo de grupos que luchan por la redistribución de ingresos.” Las ONG no responden a la sociedad sino a los donantes de sus recursos, con lo que estructuralmente se impide que establezcan lazos con los representantes parlamentarios de la izquierda. Sus proyectos generalmente son temporales, con lo que sus apoyos no se convierten en un derecho permanente. Finalmente, tienen el atractivo de inmovilizar a la intelectualidad local: los convierten en funcionarios bien pagados e instalados en el extranjero, lejos de las clases populares y sus problemas. Concluyen los autores: puesto que las ONG no trabajan por aportar nuevos servicios a los necesitados, sino que sólo intentan reponer servicios, su discurso humanista es sospechoso: “De hecho, existe una relación directa entre el desarrollo de dichas organizaciones y el empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría.” Puse aquí sólo el planteamiento de algunas semillas de la ideología neoliberal. Lo deseable es conocer sus posibles extensiones, para poder erradicar sus frutos en el pensamiento.

 

James Petras y Steve Vieux. ¡Hagan juego! Barcelona, Icaria, 1995. (Colección Más Madera, 194)

sábado, 3 de septiembre de 2022

Los orígenes de la guerra con México, de Glenn W. Price

  



 

El historiador texano Glenn W. Price escribió en 1967 un libro para desenmascarar el complot del presidente estadounidense James K. Polk en contra de México, que dio como resultado la guerra de 1846-1848. Ignoro completamente la manera en que Estados Unidos enseña su propia Historia, pero algo me dice que el empeño del profesor Price no tuvo resonancia alguna. Lo intuyo porque me ha sido imposible saber más de este académico que hurgó en los papeles privados de los políticos texanos del siglo XIX, y porque el presidente Polk ha mantenido a lo largo de los años el puesto del 12º mejor presidente de su país. En la soberbia de una clase gobernante, Price encontró las autoinculpaciones inconscientes de sus textos y pronunciamientos. ¿Cómo es posible que ese país (México) persista en luchar contra nosotros (Estados Unidos), ocasionándonos una carga económica que nos detiene en nuestra elevada y próspera carrera? (Es pregunta formulada por el Secretario del Tesoro de Polk). Por su parte Robert F. Stockton, comandante militar en el Pacífico, realizó su defensa del esclavismo, pues basado en las Escrituras consideró que no se trataba de un pecado; aun más: la esclavitud fue introducida a los Estados Unidos, por lo que era un acto ajeno a ese país: “La Gran Bretaña realizó este hecho cuando dependíamos de ella”. Los viejos colonos resistieron todo lo que pudieron a la esclavitud, pero no tuvieron las fuerzas suficientes para oponerse. En fin, no hay que alejarse de la Infinita Sabiduría, la cual sabe por qué puso a los pieles rojas en el camino de la civilización. Su extinción será, en todo caso, asunto de dicha Sabiduría. Lo que sí podemos vislumbrar de Su voluntad es que no quiere a los africanos libertos en América, los quiere de vuelta en su país. Por alguna curiosa razón, ambos bandos de la política norteamericana estuvieron de acuerdo: los negros libertos tenían que volver a su continente por el bien de América y, en segundo lugar, por su bien propio. Stockton viajó a África en 1821, llevado por su noble plan, y eligió una región en la costa occidental a la que llamaría Liberia, para llevar ahí a los esclavos liberados. Eso nos recuerda a otro gran promotor de la libertad, Henry Clay, quien tenía entre sus ideales la gradual emancipación de los esclavos, siempre y cuando fueran llevados de regreso a África, o a Haití. Dijo: “No podía haber causa más noble que la que… libraba al país de una parte de su población inútil y perniciosa, si no es que peligrosa”. Debe decirse que la adquisición de Liberia se debió a un tratado entre el Rey Peter y el enviado de Estados Unidos, es decir el comodoro Stockton. El tratado se dio de la siguiente manera: Stockton sacó una pistola, apuntó la cabeza del Rey Peter y le dijo que si no cumplía el acuerdo de vender las tierras lo mataría a él y a sus acompañantes. El Rey firmó con una X y recibió por Liberia la cantidad de 300 dólares. Al final de su relato, Stockton escribió que “la colonia fundada por la humanidad y liberalidad de Norteamérica no se quedará atrás de ninguna en sus contribuciones a la felicidad y a la gloria de nuestro Dios”. He acabado mi espacio, pero siempre lo habrá para volver a referirse a la bondad y a la nobleza del ser humano.

 

Glenn W. Price. Los orígenes de la guerra con México. La intriga Polk-Stockton (1967).México, FCE, 1974. (Colección Popular, 194)