Cuando James Petras y Steve Vieux publicaron este breve texto, el Neoliberalismo era un joven sistema económico. Parecía que aún no le brotaban las ideologías. Sin embargo, los autores señalan dos que le son consustanciales: la autoayuda y la consolidación de las ONG. Nada tan actual como comentar ambos idearios, omnipresentes en el discurso de hoy. Las redes sociales, las páginas de internet, los medios impresos y electrónicos: todos son un abigarrado tejido que proporcionan todo tipo de contenidos, lo cual hace pensar en la dificultad de su desciframiento. Sin embargo, es importante pensar en la manera en que nos informamos (o pensamos que nos informamos). Tomamos un tema y buscamos las noticias al respecto, con lo que reunimos decenas de notas, tan atomizadas y contradictorias entre sí que es necesario leer un número considerable antes de construir una teoría de la realidad que se encuentra detrás de lo que llamamos “información”. Unir un discurso con el único componente de las noticias es una actividad tan ardua que sólo un número reducido de lectores puede llegar a tener una idea aproximada de lo que en realidad está ocurriendo. Eso, si seguimos pensando que la información sirve para tener ese acercamiento a la realidad. Ciertamente, lo que pasa es que “las noticias” sirven para apuntalar una opinión previamente existente. Opinión que, además, está construida sobre los intereses de las potencias políticas y económicas (lo que provoca que ciertos medios que ofrecen información divergente sean censurados o criminalizados). En realidad, no importa el tema. El que sea. Un filósofo de moda, Byung-Chul Han, tiene la idea de que “las fake news son indiferentes a la verdad”, y de que son manifestaciones que no se pueden combatir con el razonamiento. Me parece interesante este planteamiento, pero determinista. Depende de una sociedad que no ofrece una resistencia a la ideología oficial de la información. No explica que los medios informativos corporativos han creado su propio descrédito pues, a pesar de todo, existe una sociedad no convencida de los contenidos que emanan de ellos. Aquí, en México, los medios se solazan con la palabra “objetividad”. Enarbolan la Objetividad, la cual no es más que una máscara que evita que sepamos a qué intereses responden. Repiten: obedecemos a la Verdad, no tenemos ideología. Es curioso, porque en realidad lo que se ha fortalecido en este mundo de hoy es una subjetividad extrema, la que representa la ideología de la Autoayuda. Según la socióloga franco-israelí Eva Illouz, este pensamiento “se basa en la creencia de que la emoción es capaz de modificar la realidad”. Es decir: el Yo se construye a sí mismo y luego construye el mundo. Idea que ha dado ser a una filmografía y a una bibliografía inmensa. Sería tan apasionante comentarlas, las películas van desde ¿¡Y tú qué bleep sabes!? a la más reciente Todo en todas partes al mismo tiempo, y provienen de una versión espiritual de la ciencia. Los estafadores se adaptan a las nuevas tecnologías, manipulan la física cuántica y terminan vendiendo libros y atractivos productos en internet. La autoayuda es fascinante porque despolitiza. Hace que los individuos piensen que su optimismo es el único ingrediente para transformar la realidad. Sobre todo, la función de la autoayuda consiste en que sus lectores y practicantes ignoren las causas reales de la pobreza. La autoayuda le pasa la culpa al lector de este tipo de libros: “Tú eres el responsable porque tú eres el iniciador de una cadena de cambios que culminarán en tu felicidad. Sé productivo, trabaja para tu empresa aunque no veas el beneficio inmediato. Aunque veas que el dueño se enriquece más y más, es parte de un karma universal que algún día regresará hacia ti (en esta vida o en otra)”. En fin, no me extenderé en este discurso: si la conciencia universal se une en un mantra y se dirige hacia el mismo fin común, lograremos que se reedite el libro El ser excelente, de Miguel Ángel Cornejo, en donde podremos abrevar de esta sabiduría. Ingratamente, la humanidad ha olvidado a uno de sus principales motivadores. El discurso justificador del Neoliberalismo nos dice que se trata de un proceso paralelo al de la democracia, sin embargo ha sido impuesto precisamente por regímenes que han destruido cualquier manifestación democrática (como los de Pinochet y Videla). Las olas privatizadoras en el continente han sido posibles gracias a la desarticulación de los movimientos de los trabajadores, llegando a darse numerosos casos de privatizaciones de empresas estatales que tenían superávit. Pero prendemos la televisión, y los analistas nos explican: “Es importante decir de las empresas públicas que: si funcionan mal, hay que privatizarlas para hacerlas negocio; si funcionan bien, hay que privatizarlas porque son negocio; si ayudan a la clase media, privatizarlas porque son inútiles; y si ayudan a los pobres, privatizarlas porque son germen del populismo. En fin, amigos nuestros, la privatización es el fortalecimiento del individuo, es decir de la libertad”. Los autores exponen que el Neoliberalismo es la imposición a gran escala, a partir de 1979, de una serie de ajustes estructurales derivados de préstamos de instituciones financieras (BM, FMI). No es que no se quisiera imponer antes, pero la Guerra Fría impidió el éxito de este sistema. A los países que acudían a pedir ayuda se les solicitó una serie de privatizaciones y medidas económicas extremas (fundamentalmente, devaluaciones que permitieran las exportaciones y dificultaran las importaciones). Para los autores es fundamental articular las medidas estructurales con la promoción de las ONG. Autorrepresentadas como pequeños borreguitos dadivosos, en realidad cumplen un papel central en la despolitización regional. El Banco Mundial las define misericordiosas: “trabajan… para aliviar el sufrimiento, dar a conocer la situación de los más pobres, proteger el entorno”, etc. Por estos motivos de desinterés y bondad, el BM las acogió y multiplicó los recursos para su promoción. Aunque las ONG no pudieron lograr su cometido entre los sectores más vulnerables (p. 69), siguieron siendo un gran atractivo para los gobiernos neoliberales. Eso se debe a que funcionan siguiendo la misma lógica de los ajustes estructurales: “Son especialmente hostiles a las medidas de asistencia social promovidas por el estado, ya que éstas podrían fomentar en la sociedad civil el desarrollo de grupos que luchan por la redistribución de ingresos.” Las ONG no responden a la sociedad sino a los donantes de sus recursos, con lo que estructuralmente se impide que establezcan lazos con los representantes parlamentarios de la izquierda. Sus proyectos generalmente son temporales, con lo que sus apoyos no se convierten en un derecho permanente. Finalmente, tienen el atractivo de inmovilizar a la intelectualidad local: los convierten en funcionarios bien pagados e instalados en el extranjero, lejos de las clases populares y sus problemas. Concluyen los autores: puesto que las ONG no trabajan por aportar nuevos servicios a los necesitados, sino que sólo intentan reponer servicios, su discurso humanista es sospechoso: “De hecho, existe una relación directa entre el desarrollo de dichas organizaciones y el empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría.” Puse aquí sólo el planteamiento de algunas semillas de la ideología neoliberal. Lo deseable es conocer sus posibles extensiones, para poder erradicar sus frutos en el pensamiento.
James Petras y Steve Vieux. ¡Hagan juego! Barcelona, Icaria, 1995. (Colección Más Madera, 194)