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domingo, 20 de enero de 2019

La Burla! (octubre de 1860 – marzo de 1861)



Nada tan efímero, local e incomprensible como el humor. ¿Quieres ver algo detestable? Investiga de qué ríen los del pueblo de junto. No verás nada tan tedioso como el cine humorístico de otros tiempos y de otros países. Te tendrán que explicar que esa palabra, en ese contexto, es chistosísima. Y que aquella reacción ante ese otro gesto es inesperada. Y en este pasaje, el chiste estaba en que esa palabra en ese idioma tiene dos acepciones, y si la tomas en esa acepción, las personas se sonrojan y se incomodan. Pero, ¿y Marcial y Tin Tan?, ¿Chaplin y Chesterton?, ¿Cantinflas y Rabelais? Ése es el gran misterio del humor, el que trasciende, el que le habla a otras geografías. Aristófanes, si se monta en otros siglos sigue siendo tan impertinente como lo era cuando lo presenciaban los griegos. La Burla es una publicación periódica de Yucatán publicada en los últimos meses de 1860 y los primeros de 1861. Los chistes, las parodias, las novelas cómicas, las sátiras, pasan ante mis ojos sin causar ni una sola risa, pero en cambio pienso en el infierno que debió de haber sido Mérida en los tiempos en que esta revista hacía reír o pretendía hacerlo entre los lectores de los portales de la ciudad. Todo es bueno para despertar suspicacias políticas, y hasta esta revista debió de servir para ello, ya que los redactores de La Burla cobraban en el gobierno de Lorenzo Vargas, quien tomó posesión en noviembre de 1860 luego de derrocar al anterior gobernador, Agustín Acereto. El contexto es mucho más interesante pues Acereto mantenía una guerra contra la insurrección indígena en su Estado. Benito Juárez incluso mandó investigar el tema del tráfico de esclavos en la península, tema que ocupa aparentemente a esta publicación. Más que para reír, este tipo de publicaciones son exhumadas para comprender otras etapas, personas que se parecen a nosotros pero que, en el fondo, son extrañas y casi incomprensibles. Aunque para realizar esa investigación habría que saber antes si realmente los yucatecos se divertían con esta revista. Nada menos gracioso que un grupo de redactores diciendo en cada párrafo: “Qué chistosos somos, vamos a divertir a todos con nuestros chistes, paparruchas y retozos” (pues esos términos utilizaban). A punto de terminar el menos ocurrente de mis textos, hurgo en las páginas de La Burla y encuentro un poema insólito: “La legaña”, que relata la atracción de un moscón por una legaña que vive en medio del ojo de un tuerto. No es chistoso, no es agradable, no es ilustrativo de nada, pero por alguna razón pensaba que se trata del único texto memorable de estas páginas: “En medio al ojo de un tuerto / que humor ceniciento baña, / nada una enorme legaña / de indefinido color. / Y todos los que la miran / (que no es muy gracioso el chasco) / llenos de horror y de asco / exclaman al punto ¡fo!”. El moscón, que originalmente había despreciado a la legaña, luego del desengaño que le causan las mariposas a las que pretende, vuelve a buscarla. La legaña se dirige a su amado: “Ven a mí, yo te perdono, / que te veo arrepentido, / pues moscón, amor querido / tan sólo, fiel ambiciono. // Supongo que esta lección / te servirá de escarmiento: / dijo, y voló al momento, / hacia ella el fiero moscón. // Y tan recio acometió / y se dio tan buena maña, / que en un tris la legaña / su hambre vorace sació.” El autor que tuvo la peculiar inspiración para este poema disolvió su nombre prudentemente detrás del seudónimo “Jota Equis”.

La Burla! Octubre de 1860 – Marzo de 1861, presentación de Felipe Escalante Tió. Mérida, Gobierno del Estado de Yucatán. Secretaría de la Cultura y las Artes. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2014. (Col. Revistas Literarias Yucatecas)

domingo, 6 de enero de 2019

Toda la sangre, de Bernardo Esquinca



Para hacer un balance de esta novela, quise poner de un lado los aciertos y en el otro, las deficiencias. Al final, tuve que mezclarlos, pues finalmente pienso que no es prudente descuartizar la novela y comentarla de ese modo. Aun cuando su tema sea precisamente el de un descuartizador. En algunos lugares significativos de la Ciudad de México comienzan a aparecer corazones humanos, los cuales han sido depositados ahí por un misterioso asesino: un “asesino ritual”. La idea es buena, y también lo es la premisa fundamental: la Ciudad de México ha vomitado a lo largo de su historia dioses antiguos, los cuales en otros tiempos han renovado el fervor religioso. En 1790, en la calle del Empedradillo se descubrieron dos antiguas esculturas, las que hoy conocemos como la Coatlicue y la Piedra del Sol, las cuales fueron descritas por el científico Antonio de León y Gama en un libro de 1792. Ambas fueron colocadas en el Arzobispado de la calle de Moneda, hasta que se descubrió que, de forma secreta, se le comenzó a rendir culto: entonces, volvieron a enterrarse los dos objetos. El culto que se pensaba muerto desde hacía siglos, se manifestaba de manera anónima. El padre Benito María de Moxó, en un libro que publicó en Génova, en 1839, Cartas mexicanas, recuerda que a su paso por México, se enteró de que la policía novohispana detuvo por entonces a devotos que seguían practicando esa religión aun a principios del siglo XIX. Por esa razón, es atractiva la escena con que inicia esta novela: el momento en que las autoridades novohispanas volvieron a desenterrar ambas esculturas para que las pudiera contemplar el barón de Humboldt a su paso por la capital. El 2 de octubre de 2006 se descubrió otro monolito, el de la diosa Tlaltecuhtli, la insaciable deidad a la que se le dedicaron sacrificios humanos en otros tiempos. ¿Y si despertara un fervor parecido al que apareció a finales del siglo XVIII? Desafortunadamente, hay algunos hilos previsibles: la identidad del “asesino ritual” es identificable desde la página en que aparece, el conocimiento de “curiosidades” de la Ciudad de México son casi de cultura general, y el tratamiento de la historia es muy fácil de encontrar en dos novelas: Desde el infierno, de Alan Moore, y El código Da Vinci, de Dan Brown. El estilo del autor es efectivo, la novela sabe ser intensa, pero por alguna razón falta “misterio”. ¿Cómo lograr que esta ciudad sea misteriosa? Yo pensaría en mostrar elementos menos conocidos, las piezas arqueológicas que nos miran impasiblemente sin revelarnos nada, la secreta transmisión de conocimientos desde tiempos antiguos. Finalmente, el “asesino ritual” es un personaje que parece venir de fuera de ese mundo, un arqueólogo que descubre la fascinación de la antigüedad. Pienso que la maquinaria del mundo concebida por los mexicas se pierde al ser contada a través de la estructura del best-seller. Como aficionado al tema, espero conocer los demás resultados narrativos de este autor.

Bernardo Esquinca. Toda la sangre. México, Almadía, 2017.