Le quiero pedir
perdón a Ulises Carrión porque no tenía el gusto. Ni lo tendré ya,
desafortunadamente. Aunque entiendo que es un autor que vuelve y que tiene un
público fiel. Me da gusto saber que tenemos obsesiones parecidas. Después de
escucharlo, me doy cuenta de que hubiéramos podido hablar largamente sobre
boleros. No se podrá, pero me conformo con estar de invitado en las apostillas.
También es que en esta ocasión se eligió el género menos propicio para el
diálogo, es decir, el programa radiofónico. Ése es, generalmente, el espacio
para el monólogo, para el engolosinamiento con el pensamiento propio, para
compartir con los demás todo lo que de otro modo a nadie le interesaría. Así
que vine a escucharlo, a que me digan en su lugar lo que él dijo en la radio
holandesa. Tomé mis notas y las dispersaré con el mismo sentimiento evanescente
que se aprecia en este escritor.
Le quiero pedir perdón, asimismo, a los radioescuchas holandeses, porque
no sé a qué suena el amor en su lengua, en sus extraños diptongos y en sus
grupos de consonantes tan poco tropicales. Me gustaría saber a qué les sonaron
estos boleros. Si los escucharon con atención, si apagaron el radio, o bien, si
les llevaron la imaginación a lugares desconocidos. Confieso que no sé nada de
su música. No sé si yo escucharía un programa de música holandesa conducido por
un escritor holandés confiado en trasmitir sus emociones más personales.
Confieso que no sabía cuál era la intimidad de este autor. Pero la comienzo a
entrever. Veo que construyó una interpretación personal de los boleros, que se
hizo de su propia tradición. Me gustan sus selecciones musicales, que tienen
poco que ver con las mías. Mis boleristas, que comparten mis obsesiones, quizá
le dijeran poco a Ulises Carrión.
De ahí que también les pida perdón, ahora a ustedes, porque mi corazón no
le abrió la puerta a los tríos. Ah, es que así se llama un bolero de Gabriel
Ruiz y Ricardo López Méndez: Mi corazón
abrió la puerta: “Con ilusión de que volvieras, / mi corazón abrió la
puerta, / y tus pisadas confundí / con el latir del corazón”. Me gustaría
preguntarle a Ulises Carrión con qué cosas en la vida se puede confundir el
latir del corazón. Si la emoción de reconocer un corazón que se acerca nos
puede obnubilar así. A Xavier Villaurrutia, los latidos del corazón le parecían
que era como tocar inútilmente en una puerta cerrada. Poco a poco, yo les he
abierto la puerta a los tríos. Es que me parecían un poquito cursis; otro
poquito, la expresión del amor aburguesado. Pero es que o me he vuelto más
sensible o más aburguesado. Y ahora me gustan algunos, no todos. Pero
ciertamente, me gusta mucho uno de los seleccionados en este programa, Johnny
Albino, que canta Siete notas de amor,
con su trío San Juan. Es cierto, su estilo es poco natural. Es sobreactuado y
falso. Y ése es su encanto. Porque está retando a la persona que ama y le dice:
“Si te acuerdas de mí, / la pena que te invade / sol se ha de convertir”. Dice
Carrión que todo mundo lo amó. Me da tanto gusto saberlo. Él era la primera voz
de Los Panchos cuando ocurrió su éxito en Japón. Y entiendo que él fue también
quien trabajó con Xavier Cugat, Frank Sinatra y Nat King Cole. Me gusta que
este programa se fije en momentos que me eran desconocidos. No conocía El teléfono, de Roberto Cantoral, en que
el amante le dedica su soliloquio al teléfono, y le reprocha a él en lugar de
la amada, le pide que lo comunique con el pasado, espera todo el tiempo la
llamada de ella. Finalmente, ¡suena el aparato!, el momento sublime… pero es
número equivocado. Es uno de los pocos boleros que se atreven a dar el salto al
humor. Ulises Carrión menciona Divino
tormento, con Pedro Infante, pero se refiere sobre todo a la forma
juguetona de las trompetas. Me gusta menos Jacaranda
con Los Santos con su lirismo obvio: “Te quiero por bonita”, aunque diga
Nabokov que “Mientras más banal es una música, más nos llega al corazón.”
Les pido perdón por mis vaguedades. Al fin que a los boleros les
perdonamos todo, incluso cuando tienen malas letras. Los perdonamos cuando
tienen exabruptos. Le perdonamos a Olga Guillot que nos mueva sus largas uñas
frente a nuestra cara y nos grite: “¡Se acabó!” Y le perdonamos a Celia Cruz
que nos diga: “¡Bravo!, permíteme aplaudir (y que aplauda) por la forma de
herir mis sentimientos”. Les perdonamos que sus paisajes sean de utilería, que
la luna y las estrellas estén hechas de cartón. Perdonamos una letra como la de
Cariñito azucarado, que dice:
“Cariñito azucarado que sabe a bombón, / amorcito consentido de mi corazón”. Le
perdono a Ulises Carrión que le guste el bolero México con Los Tres Ases, aunque las armonías de las voces de Marco
Antonio Muñiz, Juan Neri y Héctor González tienen una belleza indiscutible.
Boleros turísticos, hay varios. Pero entrañables, quizá ninguno como Veracruz, aunque me hubiera gustado
escucharlo en la versión inigualable que hizo Toña la Negra con el arreglo casi
delirante de Antonio Escobar. Nada que ver su letra con los débiles versos que
hizo Elías Nandino en Mazatlán, con
música de Gabriel Ruiz. Es cierto, como lo habrán notado, que el bolero tiene
como terreno natural la enunciación lírica de un momento. Los boleros se dicen
en el preciso momento. Ni antes ni después. En la derrota, en la soledad, en el
placer, en el triunfo, en el despecho. Son un monólogo. Algunos narran. Pocos
se me hacen tan ridículos como el que se canta en un confesionario, de tan
ridículo tengo que citarlo entero: “Padre, quiero confesarme, estoy casado con
una mujer buena y no soy feliz. Estoy enamorado de una que no sabe que mi
cariño le pertenece a aquella por la ley de Dios. Padre, me casé en su iglesia,
con el divorcio no remedio nada pues yo creo en Dios. Yo le pertenezco pero no
la quiero, este pecado ya está castigado, déme su perdón”. Lo que más me
molesta es que me lo sé completo, y que se me queda a veces pegado. Me imagino
al trío afuera del confesionario, en este bolero en que la serenata se le lleva
al sacerdote.
Perdón por mis desvaríos. Sigo hacia lo central: que Ulises Carrión
considera que el bolero, en sus mejores momentos, es la expresión de
Hispanoamérica. No es para él la expresión del sentimiento mexicano, sino que
considera al mejor bolero una suma de expresiones, cubanas, argentinas y hasta
españolas. Lo notó con mucha sensibilidad, pues ciertamente así ocurrió en
distintos momentos. Hubo hasta bolero moruno como Angelitos negros que se le hace incluso una crítica social.
Quisiera agregar que el tema social estuvo presente aunque de manera indirecta.
Es cierto que nunca se trató la política en el bolero. Pero desde el punto de
vista sociológico yo diría que hubo un fenómeno que lo determinó, la Segunda
Guerra Mundial. En ese momento, la cercanía del conflicto hizo que se cayeran
todos los adornos retóricos, como los de Agustín Lara: “La palidez de una
magnolia invade tu rostro de mujer atormentada, y en tus divinos ojos verde
jade se adivina que estás enamorada”. La sinceridad brotó entonces, como una
rara planta. Qué extraño ser sincero. A nadie se le había ocurrido. Se pudo
escuchar entonces una canción de Consuelo Velázquez, Amar y vivir: “Se vive solamente una vez, hay que aprender a querer
y a vivir. Hay que saber que la vida se aleja y nos deja llorando quimeras.” En
los breves comentarios que hace Ulises Carrión a los boleros noto dos aspectos:
las apreciaciones estilísticas puntuales, que son las que hace aquel que sabe
de su tema y que lo frecuenta. Se fija en los estilos de las trompetas en el
bolero, en el humor, en la forma de interpretar en consonancia o disonancia con
el contenido de la canción… El otro: su preferencia por las manifestaciones más
populares del bolero y el que haya pasado de largo por los autores más
“cultos”. Me gustaría preguntarle muchas cosas, me gustaría preguntarle por
otros boleros, por otros intérpretes, me gustaría saber si llevó sus discos
hasta Holanda, si por el contrario llevaba cassettes, si encontró en Holanda un
alma afín a este género, qué hizo cuando salió a la calle el día de la
transmisión, si algún radioescucha marcó por teléfono para agradecer el
programa de los boleros, tal vez era un número equivocado como en la canción de
Roberto Cantoral, qué habrá sido más raro: llevar a Lilia Prado a Holanda o
intentar transmitir el sentimiento de estos boleros…
Finalmente, perdón por mi falta de capacidad de síntesis. Mis palabras y
hasta estas disculpas finales, se las debería de haberlas dicho cantando.
Claro, si hubiera podido colocar todo esto en una canción. Se hubiera llamado,
naturalmente, Perdón. Me gustaría
hasta ser Daniel Santos para cantarla con su estilo, separando cada una de las
sílabas. Mover mi bigote y decir: Ven calma mis angustias con un poco de amor, con
un poco de amor, que es todo lo que ansía cuando ama, mi pobre corazón.
En ausencia de talento musical: perdón, y muchas gracias.