Este libro, selección de textos en torno a Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013), se encuentra a la mitad del proceso de destilación de las ideas. Aunque me imagino que se pensó como una obra de consulta, leí de corrido los capítulos para darme cuenta de los diferentes aspectos que se han abordado en la obra del poeta veracruzano. Digo que falta la culminación de un proceso porque valdría la pena extraer las opiniones de cada uno de los poemarios comentados para ofrecer conclusiones de las numerosas lecturas, pero también para establecer algunas polémicas que podrían surgir de estas páginas. Se me ocurren algunas: si parte de la poesía de Bonifaz puede ser considerada o no de compromiso social, el significado de los versos con acentuación en quinta sílaba que caracterizan esta obra, las diferencias entre leer los poemas individualmente y los poemarios en su totalidad (varios de éstos adquieren un significado como unidad). Aun así, me temo que se puede estar anotando al margen y glosando hasta las oscuras profundidades de la exégesis sin llegar al fondo. Sería mejor volver a la superficie después de bucear, para respirar un poco de belleza en sus versos. Si bien hay de todo entre los autores (hay por ahí uno, en la página 371, que confunde a Garcilaso de la Vega con el Inca Garcilaso), poco me dio tanto gusto como leer la aproximación de Helena Beristain, aproximación literalmente porque su lectura consiste en elegir versos que hablen de los recursos artísticos del autor, de los muchos espejos incluidos en su obra que producen la irrealidad del yo. Hay de todo en Bonifaz. Casi el camino que uno busque se puede andar en esta poesía. Se puede leer buscando referencias a la canción mexicana, la muerte, el pensamiento prehispánico, la cultura clásica, la televisión, la literatura medieval, la alquimia, la Ciudad de México… De manera individual, cada verso puede ser una amalgama que contiene diversos temas entrelazados. Las referencias –es decir, las resonancias de otros poetas que se escuchan mientras se lee a Bonifaz– permiten traer a la mente los versos de Villaurrutia, Owen… Sus poemas: pequeñas joyas que reflejan el todo. Incluso, aquello que no creo que sea predilección del autor, como el Modernismo. Bonifaz es el autor de un magnífico palíndromo: “Odio la luz azul al oído”, que equivale a odiar sinestésicamente el verso azul de Darío recitado en voz alta. En un poema de As de oros (1980) glosa esta idea. Anteriormente, se acostumbraba que los libros sobre poesía mexicana comenzaran con una advocación a Octavio Paz. No es el caso de éste, el cual por otra parte no incluye ninguna línea de este autor. Como si ahora, años después, la poesía de Bonifaz fuera un desgajamiento de esa tradición de la lectura poética presidida por Paz. Sin embargo, no estaría de más hablar de esa imagen con que lo definió en el prólogo al libro Poesía en movimiento (1966): “barroco en movimiento”. Para Paz, el otro lado de la moneda era Jaime Sabines; no es mala comparación, pero pudo haber sido hecha con cualquier otro con igual pertinencia: Efraín Huerta o Rosario Castellanos. Siempre hay aspectos que se tocan, que coinciden entre poetas que son puestos uno frente a otro. En fin, leer a Bonifaz: de corrido o en partes, o un solo verso. No importa. Es una inmersión en un ritmo, en una manera de mirar el mundo fijo y ondulante. En el fondo, la suya es una larga reflexión. Su voz es nueva porque se puede convocar ahora mismo, pero parece que guarda restos de una voz de hace milenios. Hay en su obra un yo que se acerca a diversos objetos, con los cuales a veces choca como una mosca contra el vidrio invisible de la realidad; o bien, los atraviesa como un fantasma. Un fantasma… Algo así se dice en estas páginas. Regreso a ellas y busco. Se lo dijo a Marco Antonio Campos en 1985 cuando habló de Cuaderno de agosto (1954): “En este poema hablo por vez primera de los fantasmas. Yo padecí mucho en otro tiempo por esta presencia que aterrorizó centenares de noches mías”. Es cierto, ahí están los fantasmas: llegan en un soplo. Comen los ojos tristes del sueño. Prueban que las oraciones y las sábanas son inútiles. De pronto, quién sabe, desaparecen, se disuelven nuevamente en los versos. Pero, dice el poeta, los fantasmas son tema esencial de Fuego de pobres (1961). Tal vez; pero por alguna razón es un tema que no consideran los comentaristas que pasaron por sus páginas. Como si fueran invisibles esos fantasmas…, aun cuando el poeta se pregunte si, al volver la cabeza de prisa, habrá de ver quién respira a sus espaldas. En una ocasión, una de sus personas más cercanas le preguntó acerca de este tema: “No abra esa puerta”, le contestó. La puerta para hablar con los espíritus. Bonifaz pensaba que había fuerzas extrañas en el mundo, que las antiguas piedras talladas en el pasado contenían energía, o estaban rodeadas por ella. Su alumna y amiga Lilian Álvarez estaba en París, hace muchos años; recibió entonces un encargo del poeta: ir a una librería escondida en alguna de esas calles, una librería de ocultismo, para ir a preguntar por unos volúmenes. Fue, y el encargado se sobresaltó. ¿Quién solicitó a esos autores? Mi maestro, yo en realidad no sé de estos temas. Pues su maestro debe de ser alguien muy enterado. Entró por una pequeña puerta y regresó con los libros. ¿Quiénes serán esos autores, qué habrán dicho? Sobre todo: qué le habrán dicho al poeta. Más adelante, años después, dijo que había renunciado a ese tema porque lo había enfermado. Una capa más en su poesía, una mano más de barniz de un tema desconocido. Sin embargo, me gustaría saber. Sería interesante enterarme cómo es que aquello incorpóreo toma la forma de un verso y adquiere materia verbal, sonido en que adquieren cuerpo. Quizá sea éste el último eslabón de la cadena de la poesía, el más extremo y el menos apacible. En aquel Cuaderno de agosto no hay calma: hay un grito de terror: gritar para despertar estando despierto. No hay que leer sin una pregunta previa; sería como ir sin brújula por un bosque. Que nos guíe la pregunta por el camino de los versos. Al interrogarlos, responden. Yo quisiera saber qué diría esta obra en torno a este asunto tan incorpóreo como personal. Porque estos fantasmas toman una forma extraña, poco común. Llega la hora de dormir, el traje ya se encuentra deshabitado y suspendido; y el fantasma, inminente. Busco en otro libro, De otro modo el hombre (2008); ahí el poeta le dijo a Josefina Estrada que los fantasmas fueron, en realidad, una experiencia infantil que fue transfigurándose poéticamente a lo largo de los poemarios: “La cosa aquella que llegaba sobre mí y me mojaba el pescuezo, por más que yo me subía la sábana sobre la cabeza”. Sí, por ahí, entre el ramaje de los versos están éstos que parecen brotar de ese recuerdo: “inerme / piel aterrada y dócil, / dada sin opinión al besuqueo / de lenguas líquidas y amargas”. Pero he aquí que llega la noche, el poeta camina descalzo por la casa despoblada. Ojalá sólo fuera el paso de un ladrón aquello que se acaba de escuchar. Aquí el fantasma es una mujer desnuda que camina por la casa. No lo sé, no puedo seguir los pasos de este poeta, mucho menos los pasos del fantasma. Quimeras que se transfiguran. No sé bien qué dicen estos versos, es un ramaje demasiado espeso. Intento atravesarlo siguiendo al poeta, pero se me disuelve, se me pierde en formulaciones extrañas. Me desconcierto, pero extiendo la mano y recojo una cosecha de versos inolvidables.
Vicente Quirarte et al. Rubén Bonifaz Nuño: poesía (Recepción crítica 1945-2012), comp., ed. y presentación Jorge Mendoza Romero. México, UNAM, 2018. (Col. Poemas y ensayos)