Más o menos, lo que tratan los autores en este libro es dar una nueva interpretación de la caída de la URSS, disuelta oficialmente el 31 de diciembre de 1991. Según ellos, la intervención de los Estados Unidos y el crecimiento del neoliberalismo no tiene la trascendencia que generalmente se le atribuye. Por el contrario, hay que acudir a buscar las causas en un proceso interno del comunismo soviético, en una tendencia económica que los propios intelectuales rusos no supieron ver en sus estudios. La economía planificada de las repúblicas soviéticas suponía un aparato burocrático enorme, y quizá por esa misma causa, lento, que no con toda la rapidez podía solucionar el abasto y las necesidades de sus habitantes. Para construir una casa había que esperar a que llegaran los materiales, había que hacer filas y llenar papeles. Por esta causa, algunas personas comenzaron a aprovechar su situación. Por ejemplo: el conductor de un camión de gobierno, podía usar sus ratos libres para alquilar sus servicios como chofer, el encargado de los materiales de construcción podía venderlos por su cuenta a personas que los necesitaran para sus casas. De algún modo, resolvían problemas inmediatos de algunas personas, y por eso el gobierno toleró esta segunda economía. Sin embargo, ésta fue creciendo, y con el tiempo agravó los problemas que trataba de solucionar, cuando llegó a ser tan grande que en realidad pasó a ocupar la principal ocupación de muchas zonas: la ocupación de saquear al estado, la cual fomentó además la creación del crimen organizado que se dedicó a controlar estas actividades. La legitimación de este proceso (el bujarinismo) beneficiaba a la pequeñoburguesía que desde comienzos de la URSS se inclinaba por mantener aspectos del capitalismo como la propiedad privada y los incentivos del lucro. A la muerte de Stalin, tomó el poder de la URSS Jrushov, un bujarinista, que se dedicó a hacer del descrédito de su antecesor una política de estado. Los autores aseguran que es necesario volver a la figura de Stalin, sepultada por la propaganda de Jrushov. Gorbachov, es la tesis central del libro, es el gran traidor, un dirigente que se dedicó a desmantelar el socialismo. Los diplomáticos estadounidenses se asombraban al darse cuenta de que los enviados de Gorbachov cedían a sus peticiones aún antes de que se las hicieran. Es decir, entregó la URSS al capitalismo sin ninguna necesidad, ante una cúpula comunista debilitada que no tuvo la fuerza de detener el derrumbe. Naturalmente, el último secretario general del PCUS, fue un héroe de Occidente, ganador del Nobel de la Paz. Una anécdota de este galardonado: desde 1979, el gobierno revolucionario afgano de Mohammad Najibulá, en guerra contra los señores de la guerra y los talibanes, fue apoyado por la URSS. Con el pretexto de una reconciliación con EU (la glásnost), Gorbachov se retiró incondicionalmente de Afganistán (sin siquiera pedir a Bush que dejara de apoyar a los muyahidines). Abandonado, Najibulá se refugió en la sede de la ONU en Kabul, hasta que los talibanes lo capturaron y lo castraron públicamente. Muchas de las mujeres alfabetizadas durante el periodo de la república popular fueron asesinadas por los talibanes. Por cierto, en la obra de la Nobel Svetlana Alexievich, Los chicos de zinc, en que trata este periodo, no se menciona una sola vez la palabra “talibán” ni se hace referencia a la república afgana.
Roger Keeran y Thomas Kenny. El socialismo traicionado. Detrás del colapso de la Unión Soviética, 1917-1991 / Socialism Betrayed (2010), tr. de Alba Dedeu. s/l, El viejo Topo, [2014].