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miércoles, 16 de noviembre de 2016

El socialismo traicionado, de Roger Keeran y Thomas Kenny


Más o menos, lo que tratan los autores en este libro es dar una nueva interpretación de la caída de la URSS, disuelta oficialmente el 31 de diciembre de 1991. Según ellos, la intervención de los Estados Unidos y el crecimiento del neoliberalismo no tiene la trascendencia que generalmente se le atribuye. Por el contrario, hay que acudir a buscar las causas en un proceso interno del comunismo soviético, en una tendencia económica que los propios intelectuales rusos no supieron ver en sus estudios. La economía planificada de las repúblicas soviéticas suponía un aparato burocrático enorme, y quizá por esa misma causa, lento, que no con toda la rapidez podía solucionar el abasto y las necesidades de sus habitantes. Para construir una casa había que esperar a que llegaran los materiales, había que hacer filas y llenar papeles. Por esta causa, algunas personas comenzaron a aprovechar su situación. Por ejemplo: el conductor de un camión de gobierno, podía usar sus ratos libres para alquilar sus servicios como chofer, el encargado de los materiales de construcción podía venderlos por su cuenta a personas que los necesitaran para sus casas. De algún modo, resolvían problemas inmediatos de algunas personas, y por eso el gobierno toleró esta segunda economía. Sin embargo, ésta fue creciendo, y con el tiempo agravó los problemas que trataba de solucionar, cuando llegó a ser tan grande que en realidad pasó a ocupar la principal ocupación de muchas zonas: la ocupación de saquear al estado, la cual fomentó además la creación del crimen organizado que se dedicó a controlar estas actividades. La legitimación de este proceso (el bujarinismo) beneficiaba a la pequeñoburguesía que desde comienzos de la URSS se inclinaba por mantener aspectos del capitalismo como la propiedad privada y los incentivos del lucro. A la muerte de Stalin, tomó el poder de la URSS Jrushov, un bujarinista, que se dedicó a hacer del descrédito de su antecesor una política de estado. Los autores aseguran que es necesario volver a la figura de Stalin, sepultada por la propaganda de Jrushov. Gorbachov, es la tesis central del libro, es el gran traidor, un dirigente que se dedicó a desmantelar el socialismo. Los diplomáticos estadounidenses se asombraban al darse cuenta de que los enviados de Gorbachov cedían a sus peticiones aún antes de que se las hicieran. Es decir, entregó la URSS al capitalismo sin ninguna necesidad, ante una cúpula comunista debilitada que no tuvo la fuerza de detener el derrumbe. Naturalmente, el último secretario general del PCUS, fue un héroe de Occidente, ganador del Nobel de la Paz. Una anécdota de este galardonado: desde 1979, el gobierno revolucionario afgano de Mohammad Najibulá, en guerra contra los señores de la guerra y los talibanes,  fue apoyado por la URSS. Con el pretexto de una reconciliación con EU (la glásnost), Gorbachov se retiró incondicionalmente de Afganistán (sin siquiera pedir a Bush que dejara de apoyar a los muyahidines). Abandonado, Najibulá se refugió en la sede de la ONU en Kabul, hasta que los talibanes lo capturaron y lo castraron públicamente. Muchas de las mujeres alfabetizadas durante el periodo de la república popular fueron asesinadas por los talibanes. Por cierto, en la obra de la Nobel Svetlana Alexievich, Los chicos de zinc, en que trata este periodo, no se menciona una sola vez la palabra “talibán” ni se hace referencia a la república afgana.

Roger Keeran y Thomas Kenny. El socialismo traicionado. Detrás del colapso de la Unión Soviética, 1917-1991 / Socialism Betrayed (2010), tr. de Alba Dedeu. s/l, El viejo Topo, [2014].

La señora Craddock, de William Somerset Maugham



Tenía ganas de leer a William Somerset Maugham (1874-1965) porque sabía que fue el novelista mejor pagado de su tiempo. Me encontré con una novela muy convencional, lo cual no debería de sorprenderme demasiado, ya que las novelas más leídas de una época quizá lo sean precisamente por su capacidad de ser comprendidas por muchos lectores. La señora Craddock cuenta la historia de Bertha, una joven de clase acomodada de la última década del siglo XIX, que, ¡cediendo a Los impulsos de la pasión física!, se casa con un granjero de su pueblo. Conforme avanza la novela se observa que el matrimonio, como era de esperarse, no funciona. Él es un hombre conservador que no entiende nada de exquisiteces espirituales, y ella, una especie de Emma Bovary que no sabe cómo salir de las estrechas paredes de su mundo. Cree que teniendo una hija atraerá más la atención de su esposo, pero éste no ve en ese hecho nada trascendente. Un parto como ve diariamente entre las vacas. Al igual que la novela de Flaubert, la protagonista está al borde del adulterio. En realidad, Flaubert va mucho más lejos en todos los sentidos: en el moral y en el estético. Aquí el adulterio no se consuma. Hay ciertas críticas a la moral victoriana (no muy profundas) y a la religiosidad sin espiritualidad que practican los vecinos de la señora Craddock. Esa religiosidad que muchas veces consiste en frases de escándalo. Quizá lo mejor logrado de la novela es el episodio que protagoniza el esposo granjero: de ser menospreciado por los vecinos pasa a ser un aspirante a la política local. Así que se atreve a integrarse al bando conservador del pueblo, para lo cual se atreve a dar un discurso a los vecinos. Qué terrible momento para su esposa, la cual presencia una perorata llena de sentimientos vulgares, retórica barata, frases huecas mezcladas con ignorancia y jactancia y, sobre todo, lenguaje pomposo. En qué momento acabará, los segundos torturan a Bertha, se imagina las miradas censoras de todas sus amistades. Pero he aquí que finalmente ha terminado. Y para sorpresa de ella, su esposo cosecha aplausos encendidos y se gana finalmente la admiración del pueblo. ¡Qué bien, habíamos juzgado muy duramente a Bertha, pero ahora vemos que se casó con un hombre sensato! Toda semejanza con las recientes elecciones de los Estados Unidos debería de causarnos desasosiego. Se abre aquí el espacio para la meditación, no sobre la novela sino sobre la sociedad de todos los tiempos. No obstante, el autor nos señala que se trata del retrato del fin de una época, la Inglaterra agrícola que se acabó con el siglo XIX. Los pequeños detalles, que me gustan mucho, no se le escapan a Maugham: a las mujeres de entonces les gustaba presumir su cintura de 45 centímetros, no existía el esmoquin y sólo los jóvenes más elegantes usaban chaleco blanco. Ah: y el automóvil todavía era considerado un sueño del futuro.

William Somerset Maugham. La señora Craddock / Mrs. Craddock (1902), tr. de María Faidella Martí. Barcelona, Alba Editorial, 2000.

sábado, 12 de noviembre de 2016

París, de Eugenio D’Ors




Para Uriel Vides

A veces, algo suena en el corazón y entonces hay que sacarlo del pecho y consultarlo como a un reloj de cadena. Abrirlo y ver hacia dónde señala la manecilla única de su brújula. Hay veces en que no señala a una persona o una idea fija, sino una ciudad. Bueno, ni modo, hay que hacerle caso porque de otro modo seguirá sonando insistentemente la misma hora, la hora de partir. Y si esa terca rosa de los vientos indica hacia París, entonces la inquietud es mayor. Me refiero fundamentalmente al viaje espiritual, ése que ni siquiera necesita de conocer París y lo convierte en una idea. Y la idea de París es necesariamente una empresa intelectual elevada, pues necesita de operaciones intelectuales vastas. Eugenio D’Ors (1881-1954), el filósofo catalán tuvo varias etapas en esa ciudad, las cuales comenzaron en 1906 y se continuaron por décadas. Su objeto de estudio se lo dio la experiencia: caminar por las calles y mirar la torre Eiffel, ir al teatro o bien asistir a las clases en la universidad, las cuales eran centro de reunión de la sociedad más elegante. El conocido método de descubrir lo eterno en los datos de la experiencia, y lo profundo en lo superficial. Basta con mirar la ciudad por arriba, los tejados, para saber algo de París. Ver la torre Eiffel y saber que se trata de un edificio republicano, que es el más alto de una ciudad que ama a la realeza. Lugar de descanso para los reyes, en donde en otro tiempo volaron sus cabezas. ¿El documento filosófico que mejor nos habla de esta ciudad? ¡La guía turística! Ella nos dice en dónde se pone esta tarde una obra de Aristófanes. ¡Vamos enseguida! No nos podemos perder la reacción de la sociedad más elegante ante la vieja comedia helénica. He aquí que incluso la acomodadora ha cedido al encanto de Aristófanes y ríe alegremente de Sócrates. De donde se extrae la certeza, ¡nuevamente!, de la eternidad de los griegos. Eternidad, palabra que, en París, forma parte de la sección de sociales. La Eternidad se muestra, llega vestida a la última moda, deslumbra como es su costumbre y es reseñada para deleite de los lectores. París es, sobre todo: reuniones, oportunidad para la murmuración y para el debate. La Universidad, llama la atención, es otro centro de reunión, a donde acuden lo mismo los turistas que los sacerdotes. “París aplaude”, “París enloquece”, “París va a comer”, ciudad siempre retratada como un gran Leviatán. Los acontecimientos (por lo menos en ese París de Eugenio D’Ors) se visten de gala para aparecer en sociedad, pues es ese monstruo de los mil catalejos el que determina el éxito social. Los Reyes títeres del colonialismo francés y los anarquistas que ponen bombas para exterminarlos, lucen bien peinados para la foto de estas crónicas en que el humor es la verdadera ética.

Eugenio D’Ors. París / Gloses al viure de París; Paris, Scenes and Secrets; Glosari, traducción de Carlos D’Ors e Isabel Lacruz Bassols, edición literaria, prefacio y selección de Carlos D’Ors. Madrid, Funambulista, 2008. (Col. Literadura)