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Pienso que a Efraín Huerta se le ha caído casi
definitivamente el membrete de “periodista”, y que su oficio de “poeta” tendrá
siempre la mayor fuerza gravitacional. Es natural, pues la poética de la
ciudad, del amor, del relajo y de la soledad, tiene suficiente fuerza como para
brillar por mucho tiempo. Pero es una lástima que siga siendo tan desconocido
su trabajo cotidiano de periodista cinematográfico. Este libro reúne las 49
entregas firmadas por él en el diario D.F.:
La Ciudad al Pie de la Letra, publicadas en 1950 y 1951. Son columnas
ligeras, en el sentido de que muy pocas veces desarrollan un tema y casi
siempre se diversifica en anécdotas sobre las personalidades del cine nacional.
Se nota que el autor tenía toda la familiaridad del mundo con los directores,
actores, productores, etc., pero al paso del tiempo, las notas han perdido esa
sustancia que sólo da la actualidad. Sin embargo, leyendo se pueden reconstruir
ciertas ideas fijas del periodista. La necesidad de una actitud crítica y poco
complaciente con el cine mexicano, por ejemplo. El blanco de muchos de los
chistes de Huerta es Ernesto Cortázar, quien seguramente era un malo y
prolífico director de cine (aunque fue un magnífico compositor, lástima que eso
no se note en estos escritos). Por el contrario, los elogios máximos tienen un
solo destinatario, Luis Buñuel, y su película Los olvidados. Desafortunadamente, no sé nada del diario que
publicó originalmente estos textos (en el prólogo sólo se dice que el director
era el cronista de toros Pepe Alameda); sin embargo, debió de haber sido un
periódico notable pues me imagino que Los
olvidados fue una obra incomprendida en su tiempo. Así que es digno de
notarse cómo es que Huerta fue uno de los primeros en dejar por escrito la
admiración a una obra que fue acusada de denigrar a México (y que hoy es una
pieza considerada patrimonio de la humanidad). El Indio Fernández asimismo es
valorado (y criticado al mismo tiempo). En medio de un estilo más bien amable,
se deja ver un autor implacable y poco dispuesto a cambiar sus ideas
llevado por la amistad. Los nombres que aparecen son los de personas con prisa,
que persiguen los pasos de su propia fama. No todos han llegado hasta nosotros,
pues, ya sabemos, la fama tiene pocas butacas. Pero se retrata la competencia,
el ansia de contratar una estrella, de lanzar un nuevo rostro o de tener un
buen guión (es decir, comercial). Las historias del cine mexicano, escribe
Huerta, eran extraídas de una novela premiada, de un cuento plagiado, de una
canción mala pero de moda, de un folletín escabroso, de una comedia
radiofónica, de una leyenda improbable, de un reportaje policiaco o de una
biografía convencional. Tal vez era cierto… Curiosa la prestidigitación del
tiempo, que con esos elementos produce las obras deleitosamente consumidas
décadas más tarde.
Efraín Huerta. “Cine y Anticine”. Las cuarenta y nueve entregas, prólogo de Raquel
Huerta-Nava. México, CUEC-UNAM, 2014.
(Col. Miradas en la oscuridad)