Otras entradas

domingo, 21 de enero de 2024

Tiempo de saber, de Julio Scherer García y Carlos Monsiváis

  



 

Este libro contiene textos de Julio Scherer García y de Carlos Monsiváis. El primero amplía aspectos que había tocado en sus memorias periodísticas, Los presidentes, especialmente en el cerco del poder en torno a Excélsior y la manera en que Gobernación se encargó de financiar Excélsior Libre, un periódico dedicado a combatir el periodismo impulsado por Scherer. Por otra parte, el texto de Monsiváis… una crónica sobre la relación del poder y la prensa a lo largo de dos siglos. Desafortunadamente, se lee como una historia inconclusa; no hay quien haga la valoración, en unas pocas cuartillas, de lo que ha ocurrido en los medios los siguientes veinte años. El desprestigio autocultivado a conciencia por los medios corporativos, los youtubers que valiéndose de una conexión a internet han sitiado a la comentocracia, la censura calderonista, la cobertura de la contrarreformas energética y educativa en tiempos de Peña Nieto, el periodismo aparentemente independiente, la complicidad de los medios en la Guerra Jurídica, el actual cerco informativo de la prensa corporativa, pero especialmente: los medios condenados a reconocer los intereses que los guían y la guerra por la “objetividad” (por objetividad, los medios comerciales entienden: imponer su agenda particular). En su texto, Monsiváis narra los principales periodos y extrae conclusiones generales, como la idea de México en la Era del PRI: país de una sola lengua y de un solo discurso nacional; la irrupción de las escuelas de Comunicación y el fin del periodismo narrativo, la sustitución de “prensa” por “medios” en el sistema de información en el país, la caricatura como editorialización (con certeros análisis de algunos grandes caricaturistas). Es cierto que Monsiváis se centra en el periodismo impreso, práctica que ha desembocado en el mar de lo digital, por lo que hoy más que nunca se habla de “medios de comunicación”. Cada etapa de la vida en México establece una correlación de fuerzas. Pienso en el caso del Alemanismo retratado por Monsiváis: era en que se difunde el “hamiltonismo social” (acumular el capital en unas manos para luego repartirlo, ideología que llegaría hasta prácticamente 2018), la prensa que da cuenta de Alemán que preside no sólo un país sino las grandes celebraciones de sociedad, bodas, fiestas, inauguraciones. La sociedad como una gran foto de familia retratada por el sociólogo Charles Wright Mills, que devela los diferentes tipos de poder que no siempre quieren aparecer en las imágenes. La prensa de sociales era poco estimada por la alta sociedad, pues la consideraban un exhibicionismo propio de los nuevos ricos. A lo largo de las páginas se demuestra históricamente que el pueblo (la opinión pública) se ha informado en contra de los medios de comunicación y no gracias a ellos. La mayoría de los medios comerciales de hoy no dejarán una imagen diferente a las páginas frívolas del alemanismo que omitieron la represión a veces brutal como la que señala Monsiváis: el 1 de mayo de 1952 los hermanos Mayo retratan un obrero asesinado, abrazado por su madre. Será más fácil encontrar la imagen en el vestíbulo del Teatro Jorge Negrete, reproducida por Siqueiros, que en la hemerografía de entonces.

 

Julio Scherer García y Carlos Monsiváis. Tiempo de saber. Prensa y poder en México. México, Aguilar, 2003.




 

sábado, 20 de enero de 2024

El ajolote, de Andrés Cota Hiriart



 

El ajolote es un anfibio de cuerpo alargado y ligero, “puede decirse que casi serpentoide”, dice el autor de este libro. Tiene, además, doce pliegues transversales en cada costado y una gran cola. Me encontré con uno de ellos y quise acercarme para analizar la verdad de estas palabras, pero el pequeño animal dejó su proverbial quietud para retirarse horrorizado al fondo de su pecera. No miran fijamente como buscando una respuesta en los demás (por lo menos, éste no lo hizo). Esta característica –la velocidad– también se encuentra consignada en el volumen de Andrés Cota Hiriart. De dichos animales, casi lo único que yo sabía era lo que narra Julio Cortázar en su cuento “Axólotl”, publicado en 1956: que su figura es silenciosa e inmóvil, y de cuerpecito rosado y translúcido. Lo que quizá no sabía Cortázar era que aquellos que miró en el Jardin des Plantes de París eran seguramente descendientes de los 34 ejemplares vivos que llegaron a aquella ciudad en 1864, enviados desde Xochimilco en tiempos de Maximiliano. Auguste Duméril, profesor del Museo de Historia Natural, se interesó en ellos y escribió un texto titulado Reproducción en la colección de reptiles del Museo de Historia Natural, de ajolotes, batracios urodelos de branquias persistentes, procedentes de México (Siredon mexicanus vel Humboldtii), que nunca antes se habían visto vivos en Europa (1865). Tal vez el ajolote tenga tantos biógrafos como Tólstoi o Napoleón. De las diferentes ramas de esa extensa bibliografía, ¿por cuál subiré? Mientras que Cortázar se interesó por algunos aspectos de la psicología del ajolote, el ilustre doctor Duméril estudió la reproducción del ajolote, al cual le dedicó sus últimos años. Pero parece que la regeneración corporal es lo más fascinante: pueden perder los ojos, la mandíbula, cualquiera de sus patas o incluso un pedazo del corazón, y volverá a regenerarse con una rapidez admirable. La esperanza de arrancar ese secreto al ajolote ha llevado a varios gobiernos a invertir cantidades enormes en investigación. El secreto de activar en los genes humanos esa capacidad hace soñar, pero no mucho tiempo, ya que se trata de un sueño todavía lejano de alcanzar. Así que es mejor soñar con sus movimientos silenciosos, con su piel que se escurre de las manos. Tiene razón el autor en que parece una pieza arqueológica sumergida en el lodo, pieza que inexplicablemente no ha perdido su brillo a pesar de su antigüedad. Es cierto que tiene algo de irreal, que parece más ficticio que otros animales y que despierta una sensación inaprensible como él. Si pudiera, me gustaría conocer al Ambystoma velasci, cuyo nombre es un homenaje al pintor José María Velasco, que lo describió por primera vez. En vez de eso, guardo un billete de 50 pesos, con la efigie del ajolote. Y me entero de que el Banco de México no emitirá más de estos billetes porque la gente prefiere coleccionarlos que gastarlos. Tengo un ajolote en casa, pero hecho de cartón. Lo miro, lo miro, sin esperanza de mirar el mundo desde sus ojos.

 

Andrés Cota Hiriart. El ajolote. Biología del anfibio más sobresaliente del mundo (2016), ilustraciones de Ana J. Bellido, 2ª ed. México, Elefanta, 2022.

lunes, 15 de enero de 2024

Mujer en papel. Memorias inconclusas de Rita Macedo


Cecilia Fuentes recopiló las anotaciones de su madre, Rita Macedo (1925-1993), las ordenó y reconstruyó una personalidad que no acaba de quedar armada ante nosotros. Hay más pliegues en su vida de los que podemos sospechar. Yo ya la había visto pasar por varias películas, pero ciertamente no me había detenido a contemplarla hasta que me despertó la curiosidad con su serie de recuerdos. Escribió sus memorias, ¿pero para qué las escribe uno?, ¿para creerlas? Muchos conocidos míos la recuerdan, la vieron en las clases de José Luis Ibáñez, coincidieron con ella… Algo siempre atrajo a los extraños. Como aquellos “hippies” con los que coincidió en el Festival de Venecia y a los que pidió aventón para llegar al cine. Se miraron unos a otros y levantaron los hombros. Está bien… y la llevaron. ¿Se habrán extrañado de esa mujer distraída y elegante que no reconoció a los Rolling Stones? Esa narrativa centrada en su encanto, en su elegancia, que sólo sale de sí misma para sorprenderse con otro ser digno de admiración que fue Carlos Fuentes. Cecilia, que cosió los fragmentos de su madre para poder conocerla mejor, se dio cuenta de que le había mentido en aspectos de su vida. Gracias a sus recuerdos supo que Carlos Fuentes siempre fue un padre preocupado por ella, que no la había abandonado como se lo decía Rita. Nuevamente: las memorias, un señuelo construido pacientemente por la actriz para decirnos: esto soy, pero al mismo tiempo evadiéndose para poder suicidarse, con lo que esta angustiante labor de conocerla perdería sentido forzosamente. Entonces, esa bolsita de té que son sus palabras comenzó a disolverse en mí (su lector) y me hizo volver la vista a la pantalla. La pantalla… ese espacio que es la prueba de la existencia. Entonces, me tuve que preguntar: en el caso de los actores, ¿son sus personajes un reflejo, un espejo?, ¿son los seres ficticios puerta de entrada para las personas reales (tan evasivas)? Los padres de Rita Macedo cortaron su relación con ella, fueron ausencias definitivas. Y ella misma pareció desprenderse de sus hijos, quienes han decidido perdonarla, o no. Pero comprenderla… Cuenta ella que en los inicios de su carrera también se prostituyó. Relata que, en vez de ir a convivir con Pedro Infante mientras filmaban Pueblo, canto y esperanza (1956), se alejaba a leer algún libro de Kafka. Sí, mirar la vida a través de la lente de sus actuaciones. No sé si ella habrá sido un personaje de Usigli, de José Rubén Romero o de Pérez Galdós. Personas con problemas burgueses, escenas de duelos de silencios y de apartes. La tentación de la cámara opaca las dotes histriónicas, posar antes que actuar. Qué bueno que existe la cuarta pared y que todo ocurrió hace setenta años, porque ya no podremos irrumpir en la historia para decirle a Manolo Fábregas que nos parece evidente que no ama a su esposa, Rita Macedo, tanto como al amante de ella, Rubén Rojo. Tampoco importa que dejara colgado el disfraz de Andara en el camerino, la prostituta que sigue por los caminos al padre Nazarín. La época le construyó a Rita Macedo una personalidad llena de puertitas, de claroscuros en el espíritu, de fatalidades de un destino que cobra en el sindicato único de trabajadores de la industria cinematográfica. Las palabras de este libro atraen para que uno naufrague en una filmografía fascinante, para que siga a una actriz de rostro inolvidable, que fue musa de un novelista y de varios directores notables. Rita Macedo es un personaje tan atractivo que la autora de estas memorias la persiguió casi hasta el fin, para tratar de entenderla. Me gustaría saber si hay algo más profundo en la personalidad de un actor que la actitud de eternidad ante la cámara de cine.

 

Cecilia Fuentes (recopilación y ed.). Mujer en papel. Memorias inconclusas de Rita Macedo (2019). México, Trilce, 2020.

lunes, 1 de enero de 2024

Xavier Villaurrutia: la formación de una poética



 

 

Desde que Buffon dijo “el estilo es el hombre”, ya todo el mundo ha creído esto como un artículo de fe; y de seguro que los que leen a Fígaro, se figuran en Larra, no el sombrío suicida, sino una especia de polichinela diciendo chistes todo el día; y a través de los chispeantes y graciosos versos de Quevedo, se imaginan descubrir no al austero teólogo cubierto con negro ropaje y con sus enormes gafas sobre la nariz, sino un calavera alegre, osado y decidor como el famoso conde de Villamediana.

 

Vicente Riva Palacio, Los Ceros (1882)

 

A lo largo de su obra poética, Xavier Villaurrutia se empeña sistemáticamente en escabullirse; podemos seguirlo a través de versos y versos y su rostro real no aparecer nunca. Antes nos encontraremos con una estatua, un eco o un espejo; antes nos perderemos como un murmullo en el laberinto del oído. Villaurrutia no entrega la poesía a la anécdota, a la vivencia localizable: sólo –y de manera muy oblicua– “Nocturno de los ángeles” permite el acceso a la experiencia secreta de la sexualidad. En Dama de corazones el protagonista parece ser muy parecido al autor, y nos ofrece una descripción:

 

Imagino que no puedes pensar en mí tan contemporáneo de Xavier Villaurrutia, tan invisible como él, aspirante a diplomático, negligente en el vestir (…) con mis movimientos de cabeza que acompañan el jazz … con mis cigarrillos mojados en el perfume, efímeros, perfectos, en vez de la pipa sabiamente gobernada que te hiciera pensar en el hogar de tu poeta romántico … Quiéreme así, frívolo, alegre, con mi concepto de la vida y del arte como un deporte distinguido y nada más.

 

Pero, en general, el Villaurrutia que aparece en su obra poética es el más conocido, en tanto que el personaje intelectual se ha diluido en los acercamientos de conjunto al grupo de Contemporáneos. El personaje real, el epigramista que no desmerece frente a Salvador Novo, el conversador ameno, el director de teatro y promotor de arte, reclama con urgencia una biografía.

Su poesía es quizá la más contundente de cuantas se han escrito en México: apenas unas cuarenta páginas han logrado que su inconfundible personalidad literaria forma parte consustancial de la noche, que su lectura sea la experiencia literaria más cercana a la muerte. Apenas cien poemas –de los cuales la cuarta parte figura en su libro más célebre, Nostalgia de la muerte– han caído como una pesada sombra, como una gran mortaja, en un ámbito especialmente frecuentado por los lectores de la poesía mexicana. Los rayos tronantes de Díaz Mirón son numerosos; a Amado Nervo la poesía le brotaba a chorros. Y ¿qué decir de Salvador Novo o Carlos Pellicer? Este último llegó a obligarse escribir hasta un soneto diario. Sólo la obra temprana de Juan Ramón Jiménez (de 1900 a 1913) ocupa mil quinientas páginas en un volumen de Editorial Aguilar. Hasta la escasa obra de Ramón López Velarde parece grande a la de Villaurrutia. Al fervor que ha despertado en los lectores de los últimos cincuenta años (sobre todo desde Miguel Capistrán, Alí Chumacero y Luis Mario Schneider nos entregaron la recopilación de su obra) no se le ve fin. Y eso que en medio de su noche constante han caído rayos fulminantes, con este de Pablo Neruda, en cuyo coraje Cardoza y Aragón cree ver a todo el grupo de Contemporáneos:

 

¿Qué hicisteis vosotros, gidistas,

intelectualistas, rilkistas,

misterizantes, falsos brujos,

existenciales, amapolas

surrealistas encendidas

en una tumba, europeizados

cadáveres a la moda,

pálidas lombrices del queso

capitalista, qué hicisteis

ante el reinado de la angustia

frente a ese ser humano,

a esa pateada compostura,

a esta cabeza sumergida

en el estiércol, a esta esencia

de ásperas vidas pisoteadas?

 

Y aunque el fuego amigo no faltaba –como lo ha documentado Miguel Capistrán en los epistolarios referentes al grupo–, es necesario mostrar la admiración de los antagonistas ideológicos. Acertadamente, Edith Negrín hace notar que en el cuento “Material de los sueños” (1962) de José Revueltas, se incluye una obvia referencia a Villaurrutia: uno de los apartados se titula “Nocturno en que todo se oye”. El carácter superrealista de este texto es novedoso en la obra del duranguense; leo la imagen final del cuento: “Entretanto, algún sastre furtivo, de puntillas, vivisecciona con sádica rapidez de cirujano el cuerpo de un maniquí que solloza quedamente”. Sin embargo, en una fecha tan temprana como octubre de 1937, cuando ni siquiera había aparecido Nostalgia de la muerte, Revueltas, que lejos estaba de la admiración, escribe un poema que, en oposición a la estética onírica, relata parodiando lo que sucede en la noche real y proletaria (dije parodiando, pero puede darse una lectura homofóbica al poema, muy propio de los años treinta):

 

Nocturno de la noche

Para Efraín Huerta

 

Cuando la noche;

cuando los espejos reciben el asombro culpable de los adulterios

y las sillas saben de las torpes pisadas;

 

cuando los libros se quedan abiertos como una película de pronto detenida

y los cigarrillos sólo son un recuerdo de angustias y desvelos,

quemados para siempre;

 

cuando los números Palmer del mediocre joven meritorio

son un feroz y enloquecidamente acariciado anhelo de abrazarse por sorpresa

a la Amparito o a la Chole

en un mentido vuelco aéreo del Luna Park;

 

cuando las prostitutas ofrecen su seco y taciturno sexo a los inspectores

o a las escalofriantes agujas de los que le ponen Roberto o Gustavo;

 

cuando una gringa en lo alto de un hotel lleno de cafiaspirina

bebe el horroroso brandy desesperadamente sin parar

con el triste frenesí salvaje que cuenta Duhamel;

 

cuando en las abandonadas conserjerías de latón sólo se sabe ya

del chillido de la niña loca del conserje;

 

cuando la rubia insidia de la Western Union grita con las pipas

de los colonos que ya no se escriba

sino se cablegrafíe,

que ya no se sueñe

sino se asesine,

que ya no se llore

sino se pisoteen los vientres embarazados;

 

cuando la noche;

cuando las pistolas de aire y la soldadura autógena

que cada vez parece más una enfermedad de los dientes,

 

entonces oigo torrentes furiosos de semen que corre por las calles

como entre caños de sombra y de injurias:

semen impuro y vicioso de horrendos señoritos,

destilado en las esquinas oscuras, en los pasillos de los cines

y en los mingitorios.

 

Semen con la decrepitud alucinante del ojo que mira por la cerradura

en el cuarto del hotel donde la joven pareja se ha sepultado para siempre.

 

Semen cien veces maldito de las sombras de los jardines.

 

Cuando el crimen y los papeleros se duermen en la calle.

Se sucede sin fin, ignorándose a sí mismo atormentado,

con una falsa alegría de labios relamidos y de placer gratuito,

sin pensar en la sangre derramada,

sin pensar en el limpio, puro y desvestido espacio,

sin pensar en la música y el aire,

sin pensar en la vida.

 

Es preciso, es preciso, es preciso que se caigan los muros,

que cesen los venablos de angustia que nos han atravesado,

que quede nada más un grito clamando, herido eternamente,

y una sobrehumana colérica voluntad como ramas de un árbol furioso

para golpear hasta el polvo y el aniquilamiento.

 

Cuando lo noche.

Cuando la angustia.

Cuando las lágrimas.

 

Si aún faltan aproximaciones que aclaren la relación de los Contemporáneos con su contexto político y estudios que afinen las posturas individuales que los miembros del grupo mantuvieron, es indispensable abordar los distintos aspectos que permitieron a Villaurrutia y a su grupo lograr la hegemonía intelectual. Al respecto del contexto literario y de la formación de una poética, presento algunas notas:

1. Con la muerte de Ramón López Velarde en 1921, se cierra el periodo Modernista (no considero la supuesta transición del Posmodernismo). Inspirado ya en 1922, en 1925 se publica el libro que inaugura un nuevo ciclo en la poesía Canciones para cantar en las barcas de José Gorostiza. Dos textos teóricos enmarcan el momento de la joven generación. El primero, escrito en 1923, testamento intelectual del Modenrismo, es el prólogo al libro Lirismos de antaño de Manuel Puga y Acal. En él, Puga realiza un balance de su generación y escribe una de las mejores síntesis de historia literaria que abarca desde la Independencia hasta los inicios de los 20. Según el texto, la influencia francesa se dio por “hispanofobia y yanquifobia” de los románticos liberales; posteriormente, Justo Sierra promovió la lectura de los parnasianos. Los simbolistas fueron comprendidos por Díaz Mirón, quien introdujo en su obra estas innovaciones; sin embargo, según Puga, los poetas se resistieron al simbolismo durante un tiempo. Finalmente, al simbolismo decadentista lo siguió una renovación espiritual: varios decadentistas se arrepintieron y regresaron a la ortodoxia cristiana. Los poetas belgas, Samain, Verhaeren y Rodenbach matizaron el simbolismo para practicar el autoconocimiento. La comprensión de los fenómenos literarios termina aquí: a partir de este momento, Puga se dedica a menospreciar a la nueva poesía: “los cubistas se imaginan que sus procedimientos artísticos, comparados con los anteriores, son algo así como la radiotelefonía comparada con las conversaciones a gritos de los tontos con los sordos”. Y aunque menciona al dadaísmo y al estridentismo, lo hace sólo para atacarlos.

Por otro lado, en 1915, Pedro Henríquez Ureña prologa el libro Jardines de Francia, traducciones de poesía en francés de Enrique González Martínez. Su percepción del mismo periodo es novedosa y su visión es tal que toma tintes proféticos (el razonamiento puede explicar con facilidad los veinte años que sucedieron):

 

Tras la tesis romántica que engendra la antítesis parnasiana, aparece, y aún dura, la síntesis: el simbolismo. Ni tanta violencia, ni tanta impasibilidad. Todo cabe en la poesía, pero todo se trata a partir de símbolos. Todo se depura y ennoblece; se vuelve, también, más o menos abstracto. De aquí, el lirismo abstracto, el peligro que está provocando la reacción, la antítesis contraria a la actual tesis simbolista bajo cuyo imperio vivimos.

 

En medio de estos textos, aparece, en editorial Cvltvra la conferencia de Enrique González Martínez sobre Tres poetas belgas: Rodenbach. Maeterlinck. Verhaeren (1918). Aquí, González Martínez plantea la afinidad de las almas mexicana y belga. Al caracterizar a Rodenbach, aparecen las características principales de la poética de Villaurrutia (las que, en líneas generales, nunca traicionará):

 

La melancolía que es la distinción en el dolor, da la nota dominante en la poesía de Jorge Rodenbach … Su dolor va corriendo sin agitaciones ni estremecimientos visibles para la multitud incomprensiva: se desliza en paz solemne como el agua de sus canales de Brujas, reflejando cosas tristes que tienen la tranquilidad de la muerte … por los ojose se entra el poema recto al espíritu para no abandonarlo en mucho tiempo … Em Rodenbach hay un eco que perdura en resonancia profunda, que nos acompaña y evoca dentro del alma paisajes interiores gemelos de aquellos otros que inspiraron los versos del poeta … Hombres como Rodenbach tienen una emoción unilateral, un daltonismo del espíritu, que les hace ver todo de un gris uniforme. En el alma de estos poetas pasan las cosas como en la alcoba de un enfermo, en una media luz, en un ambiente en que se anda muy quedo y de puntillas con el temor de despertar a quien duerme un sueño de convaleciente … el otoño eterno de esta poesía que parece esperar y llamar a la muerte.

 

Max Henríquez Ureña traduce “Le miroir est l’amour, l’ame-soeur de la chambre…”:

 

El espejo es el alma gemela de la alcoba.

Es su amor: contemplándose en él ella se arroba,

pues todo allí refléjase en callado himeneo:

el baúl, la estatuilla, el antiguo trofeo.

El amor… por ventura, ¿no es verse acompañado

y en un “yo” más hermoso sentirse duplicado?

La alcoba se duplica al fondo del espejo

con recuerdos de ensueño y juventud. Lo viejo

renace… mas las cosas, en su marco dorado

dijérase que sufren con la vida inactiva;

el espejo, egoísta, las guarda enamorado,

como en un retroceso de existencia cautiva!

 

El amor del espejo, profundo y absorbente,

de infinito ensombrece la alcoba, que vacila

cuando llega la noche, pues comprende, intranquila

que el espejo su imagen no encierra íntegramente.

 

En la obra temprana de Villaurrutia, la aprensión de Rodenbach es completa. Con el tiempo, a los ambientes aprendidos del belga, Villaurrutia agregará la búsqueda estética por el lenguaje y un proceso de abstracción de los espacios. De los primeros poemas de Villaurrutia, véase “Yo no quiero…”:

 

Yo no quiero llegar pronto ni tarde,
me dicta un tic-tac el reloj viejo,
y al par que inclina su candor la tarde
se amortiguan las aguas del espejo.

 

Yo ya sé mi dolor, mi dolor viejo...

 

¡Cómo se va entintando el aposento!
En el hogar, cenizas apagadas,
y va empujando lentamente el viento
a las puertas absortas y enlutadas.

 

Y después, una sombra me acaricia
como una mano..., otra sombra después
entrecierra mis ojos la delicia
y me vuelve a invadir la lobreguez.

 

El reloj se detiene al dar la hora,
ya inclinó su candor la mustia tarde,
enjugo el llanto al corazón que llora...
yo no quiero llegar pronto ni tarde.

 

2. En el imprescindible libro Contemporáneos. La otra novela de la Revolución Mexicana, la estudiosa Rosa García Gutiérrez propone la lectura de la obra narrativa de los Contemporáneos. En ella aparecen de manera clara los elementos de su postura ideológica: entre 1927 y 1931 (el tiempo que duran las revistas Ulises Contemporáneos) los miembros del grupo esriben la mayor parte de su narrativa de ficción, una serie de novelas que se oponen a los temas de la Novela de la Revolución Mexicana (por otra parte, no se oponen a los planteamientos ideológicos: tanto unos como otros pensaban que los zapatistas y los villistas eran unos salvajes). Rosa García hace un planteamiento que pocas veces se ha hecho con toda claridad: que la literatura mexicana se ha desarrolloado y ha llegado a ser como es a causa de la hispanofobia que a lo largo del siglo XIX se practicó en el país.

Más que hispanofobia, los intelectuales decimonónicos buscaron la independencia intelectual de México con respecto a España. Para los años veinte, los Contemporáneos –representantes del cosmopolitismo– se oponían al nacionalismo representado por los muralistas y los estridentistas. El proyecto de la revista Ulises implicaba también la búsqueda de un “yo poético”: a la manera de Ulisea que viajó, conoció lugares y regresó siento otro, los Contemporáneos tomaron la idea del viaje como rito basados en Joyce y Gide. En este contexto escribió Villaurrutia Dama de corazones. (A grades rasgos, esto plantea Rosa García; aunque en el momento de juzgar se opone a los planteamientos del muralismo y concede la razón a los Contemporáneos.)

José Antonio Alcaraz se maravillaba de que los Contemporáneos leyeran a Proust estando éste vivo aún. Villaurrutia se inspira en el arumento de A la sombra de las muchachas en flor para su Dama de corazones. Esta brevísima novela le ayuda a Villaurrutia a darle forma definitiva a su poética. Si hasta entonces Villaurrutia oscilaba entre la poesía modernista, los juegos de palabras, los coqueteos con el Estridentismo, Dama de corazones lo provee de un corpus poético definitivos. Villaurrutia concibe el poema como un sistema cerrado: el poema autónomo. A partir de entonces lo que es posible en el lenguaje es real en el poema. Así en “Viaje”:

 

Se mueve en el cielo un aire

cenizo, lento. Se mueve

un aire sin aire.

 

Nos moja, al correr, un agua

oscura y tibia. Nos moja

una agua sin agua.

 

(En Villaurrutia, sin embargo, el poema es independiente de la realidad y no hay pretensión de volverlo una epistemología; el principal heredero de Villaurrutia, Octavio Paz vuelve a este recurso su principal arma contra la dialéctica, como lo ha demostrado Jorge Aguilar Mora en su libro La divina pareja.)

En el libro Reflejos de 1926 es notorio el cambio de su poética; Dama de corazones se escribió entre 1925 y 1926: es fácil ver qué se escribió antes y qué después de la novela. “Poesía”, por ejemplo, el poema que abre el libro prefigura los futuros Nocturnos:

 

Eres la compañía con quien hablo

de pronto, a solas.

Te forman las palabras

que salen del silencio

y del tanque de sueño en que me ahogo

libre hasta despertar.

 

Tu mano metálica

endurece la prisa de mi mano

y conduce la pluma

que traza en el papel su litoral.

 

Tu voz, hoz de eco,

es el rebote de mi voz en el muro,

y en tu piel de espejo

me estoy mirando mirarme por mil Argos,

por mí largos segundos.

 

Pero el menor ruido te ahuyenta

y te veo salir

por la puerta del libro

o por el atlas del techo,

por el tablero del piso,

o la página del espejo,

y me dejas

sin más pulso ni voz y sin más cara,

sin máscara como un hombre desnudo

en medio de una calle de miradas.

 

En Dama de corazones se encuentra el germen de Nostalgia de la muerte. Las metáforas, las imágenes, las construcciones gramaticales ya aparecen en esta novela. El siguiente es un pasaje que sería reelaborado en Nocturno amor:

 

Ahora me siento presa de un delirio erizado de pregintas, sin voz: ¿Verdad que me quieres mal, Susana? No cierres los ojos, que puedes encerrar bajo tus párpados toda la luz del parque. Porque no me miras, me encuentro solo a tu lado. Y si me miras, te siento tan lejana que cuando escucho tu voz me parece que está verificándose un milagro. ¿Por qué, Susana, te alejas de ti, de mí, de todos? ¿Por qué yo mismo me alejo? ¿Por qué no me abandonas las manos? ¿Por qué yo no te las tomo? Tengo la certidumbre de que me dejarías apoyar mi mano en tu mano; pero la encontrarías de mármol y sentirías lo miso que el apoyarla en el brocal de un pozo bañado en sombra: nada.

Daría un año de vida –¿un año? No, porque es mucho; ¿un mes? No–, un día que también es mucho, por oír lo que murmuras de mí durante el sueño. Pero esto es imposible. En cambio, si te lo preguntara, me lo dirías tan claramente que no me atrevo a pedírtelo.

 

En una escena de la novela, Julio, el protagonista, sueña que muere; al referirse a la propia muerte, escribe:

 

Morir equivale a estar desnudo, sobre un diván de hielo, en un día de calor, con los pensamientos dirigidos a un solo blanco que no gira como el blanco de los tiradores ingenuos que pierden su fortuna en las ferias. Morir es estar felizmente incomunicado de las personas y las cosas, y mirarlas coo la lente de la cámara debe mirar, con exactitud y frialdad. Morir no es otra cosa que convertirse en un ojoperfecto que mira sin emocionarse.

 

Nietzsche pensaba que el hombre no puede juzgar la vida por ser juez y parte. Sólo los muertos pueden juzgar con objetividad a la vida porque la muerte es la perspectiva absoluta; así, en “Paradoja del miedo”, Villaurrutia escribe:

 

Si la sustancia durable del hombre

no es otrra sino el miedo;

y si la vida es un inaplazable

moral miedo a la muerte,

puesto que ya no puede sentir miedo,

puesto que ya no puede morir,

sólo un muerto, profunda y valerosamente,

puede disponerse a vivir.

 

Para Villaurrutia, la muerte es, además, la conquista de la objetividad; pero al ser la mueete una experiencia intransferible, Villaurrutia recurre a los recursos de la poesía mística. Ésta recurre al erotismo como la experiencia límite del hombre, la que por aproximación da idea de Dios. Muy especialmente en la décima décima de las “Décimas a la muerte”:

 

X

En vano amenazas, Muerte,

cerrar la boca a mi herida

y poner fin a mi vida

con una palabra inerte.

¡Qué puedo pensar al verte,

si en mi angustia verdadera

tuve que violar la espera;

si en vista de tu tardanza

para llenar mi esperanza

no hay hora en que yo no muera!

 

Pero si el deseo de la muerte se funde con el miedo (esto es: la nostalgia de la muerte es deseo y miedo), no deja de ser el erotismo el sentimiento concomitante a la experiencia de la muerte. A momentos, la muerte puede tomar la forma del amor:

 

La muerte es todo esto y más que nos circunda,

y nos une y separa alternativamente,

que nos deja confusos, atónitos, suspensos,

con una herida que no mana sangre.

 

Entonces, sólo entonces, los dos solos, sabemos

que no el amor sino la oscura muerte

nos precipita a vernos cara a cara a los ojos,

y a unirnos y a estrecharnos, más que solos y náufragos,

todavía más, y cada vez más todavía.

(Nocturno de la alcoba)

 

La obra poética de Villaurrutia, en su conjunto parece la de un hombre que no se halla a gusto en esto que inútilmente llamamos vida. Por esos mismo años, Franz Kafka escribe, en una de sus anotaciones, la experiencia de un individuo que mira en la pared el cuadro de varios jóvenes que se divierten un domingo de verano en el Támesis. Cuando contempla la felicidad ajena se siente fuera y piensa que en algún lugar de aquellos individuos debe de existir esa sensación de extrañeza. El crítico Daniel Josipovici, en su libro Confianza y sospecha, dice que, según Kafka, al parecer

 

a los otros, la vida les resulta natural, parecen estar dentro de ella, confiando en ella totalmente y extrayendo de esa confianza su fuerza y su felicidad … si bien todos participamos vagamente de tales sentimientos de exclusión, éstos no ocupan el centro de nuestro ser … Kierkegaard sugirió lo mismo cuando dijo que la primera fase de la desesperación consiste en no saber que se está desesperado, porque entocnes ésta puede arrastrarlo a uno hasta el fondo, mientras que si reconocemos su existencia ésta pudiera ser el primer paso para vencerla. Así pues ¿no será el observador en la orilla en realidad más feliz que los jóvenes que ríen en los botes?

 

Ya sé que no, que es pura retórica. Pero lo traigo a cuento porque en el centenario de Villaurrutia quiero pensar que se la está pasando muy bien en su estado astral. Que esté entre angelitos como los de su nocturno, con Dick o John, o Marvin l Louis. Que en la muerte nos abandone la insatisfacción metafísica, como la que sentía Villaurrutia cada vez que tomaba una plumay la muerte le dictaba poemas como “Ellos y yo”:

 

Ellos saben vivir,

y yo no sé,

ya lo olvidé si lo aprendí,

o nunca comencé…

Ellos saben besar,

y yo no sé lo que es.

Me da miedo probar

a saber…

Ellos saben reír,

Dios mío yo no sé…

¡Y tener que seguir

así…!

Ellos saben hacer

mil cosas más

qu yo no lograré

jamás…

 

Ellos saben vivir

y reir

y besar…

Yo: sólo sé llorar…

 

(2003)