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jueves, 26 de marzo de 2009
Un ideal dentro del Yo (Reflexiones sobre el centenario del Ateneo de la Juventud)
Con las celebraciones del centenario del Ateneo de la Juventud volverán a escucharse palabras como “belleza” y “humanidad” de la misma manera más o menos abstracta con que fueron enunciadas hace cien años. Se hablará de las derivaciones (directas o no) que este grupo intelectual tuvo en nuestra tradición, como la tendenciosa defensa de la “libertad de cátedra”; o de la “batalla” que terminó en la autonomía concedida a la derecha universitaria y que permitió el magisterio, en la Universidad Autónoma de México, de fascistas como Jesús Guiza y Acevedo, preocupados por detener la amenaza del “materialismo histórico”. Y se explicará de nuevo cómo es que Próspero sometió las fuerzas de la naturaleza y triunfó sobre los instintos destructivos de Calibán y dio libertad a Ariel, el espíritu que se fortalece con la bondad y que ha servido de símbolo a la juventud para encaminar sus proyectos. Pero qué postura tomar si uno está del lado de Calibán, el caníbal que da una mordida en la cabeza de la racionalidad europea. Cómo es que se debe deslindar uno de la ideología ateneísta, si es que vale la pena y si es que a alguien le importa que se tome postura acerca de una discusión cerrada y que tal vez nunca se dio, pues nada más lejano que pretender cuestionar el “ateneísmo” que dio plumas como Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Rafael López y Pedro Henríquez Ureña y situó a México en medio del mundo, como si fuera una bella floración en el centro de la cultura occidental, que bebía su savia de las más profundas raíces griegas y cuya degustación del espíritu dionisiaco estuvo a punto de secar flor y fruto (¡o de transformarlos en: delirio creativo!), aunque afortunadamente triunfó el bien, y se esterilizó el helenismo para utilizarlo como una salutífera pedagogía destinada a nutrir el espiritualismo inoculado en la juventud que comenzó a educarse en “las humanidades” durante el huertismo. Un pequeño grupo de personas que de manera tensa y activa se nutrían y convivían para formar esa alta cultura ¡tan necesaria! y que por lo tanto volvía indispensable a la élite que la produjo (parafraseo a Henríquez Ureña); un pequeño grupo actuó para construir, pero construir hacia adentro, si es que puede decirse de este modo, ya que la construcción fue interior en gran medida. ¿O es que fue exterior? ¿Es que sus esfuerzos se desbordaron y crearon “algo” a lo que podamos llamar de alguna manera? Pues es que paradójicamente, la libertad fue interior y trabajó en secreto, dentro del sí-mismo de cada uno de sus integrantes para producir la expresión artística, para brotar como una sustancia frutal que se manifiesta cuando la estación manda que explote el fruto. Algo que estalló hacia adentro, en la maduración de una obra personal que, a su vez, esculpió la interioridad de cada uno de esos artistas dedicados a construir sus propios valores y seguir apasionadamente sus creaciones morales (de ahí que su Estética se encuentre apuntalada firmemente sobre su Ética). Paradójicamente el Ateneo de la Juventud fue una agrupación que se vio en la necesidad de pactar políticamente para darse su sitio como élite, al mismo tiempo que la tensión interna fue cediendo para dejar ver individualidades. Dentro de ese “Yo empírico” sometido a las leyes de la naturaleza existía otro “Yo inmaterial”, a salvo de la contingencia del mundo (Isaiah Berlin). Al quitar esa endeble cáscara con la que el “Yo empírico” cubre la personalidad profunda del artista se descubre un ideal auténtico, trabajado en la soledad. Idealismos aparte, éste debe ser retomado, arrojado al mundo para frotarlo con él y saber qué carga de verdad oculta. De verdad estética, se entiende. Y esa obra generacional se expondrá ante aquel que quiera cuestionarla, siempre y cuando el que cuestione pierda toda infalibilidad. Todo esto no es una Verdad, sólo es algo que así me represento para poder explicarme el por qué se debe “salvar” (aunque no me corresponda, ni sea yo el indicado para “salvar” nada) ese ideal estético construido por cada uno de esos artistas reunidos hace cien años en el Ateneo de la Juventud.
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