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domingo, 14 de octubre de 2018

Café Titanic (y otras historias), de Ivo Andrić



“La poesía de los panteones”. Sin duda la tienen, lo he notado pues soy gran aficionado a visitarlos. Me gusta tener conversaciones frente a las lápidas y hablar de cosas sin trascendencia. Aunque ante una tumba, el tema que sea es intrascendente. Lo maravilloso del autor yugoslavo Ivo Andrić es que afirma que los panteones no nos hablan de la muerte sino de la vida. Se trata de un breve libro de cuentos, sin embargo está precedido por un bello capítulo dedicado al panteón judío de Sarajevo. A los judíos que fueron expulsados de España en 1492 y que buscaron una tierra en qué asentarse. Durante siglos llevaron su lengua, se encerraron en sus costumbres y formaron un pequeño mundo. Guardaron su lengua, la siguieron hablando como en el siglo XV, y a pesar de las circunstancias nada los aniquiló ni les quitó el buen ánimo. Miro las fotografías de este cementerio, y sí, efectivamente, las lápidas parecen una manada de pequeños bisontes blancos bajando por la colina. Pero los cementerios también mueren, dice el autor. Es una reliquia de otros siglos, de un pueblo que ya no existe, exterminado en unos cuantos meses de 1941. El pueblo judío de su infancia, el barullo de sus calles, el olor de sus patios. Todo eso “nos fue extirpado”: lo dice con esta frase dolorosa, como si le hubieran quitado un miembro a la ciudad de Sarajevo. Siendo un breve libro de historias dispersas, uno puede pescar ciertas cosas profundas. Como la mezcla de amor, humor ríspido y odio. Todo eso convive, pues estos judíos tienen esa inquietante mezcla. Mientras que unos hablan para cubrir no sé qué vacío, otros callan profundamente. No puedo decir mucho más, pero el cuento que da título al libro cuenta de la llegada de los nazis a la ciudad. Sarajevo de pronto vacía, el miedo cubriendo las calles: y el encuentro entre el dueño del miserable Café Titanic y un ustacha (como se llamaban los terroristas croatas aliados de los nazis), que culmina en una escena grotesca y como salida de una obra expresionista. Las historias de este libro parecen elegidas de entre un montón de vidas, salvadas azarosamente. En la colina de la muerte de Sarajevo hay más nombres que cuerpos, eso se debe a las tumbas vacías con el nombre sólo puesto testimonialmente ya que sus dueños fueron asesinados en los campos de concentración. En lo alto de la colina hay una pirámide en honor de los judíos muertos por el fascismo. Es un símbolo, una pequeña muralla para detener los crímenes en contra de la humanidad. Pienso si México, con 37 mil 485 casos de desaparecidos reconocidos oficialmente (de los cuales sólo 340 han sido identificados), debiera de tener un monumento dedicado a las personas de las que no sabemos su paradero. Aunque sea que, en la memoria colectiva, los últimos tres gobiernos no gocen de impunidad.

Ivo Andrić. Café Titanic (y otras historias) (1950) / Bife “Titanik” i druge priče, tr. de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek. Barcelona, Acantilado, 2008. (Col. Narrativa del Acantilado, 144)

sábado, 13 de octubre de 2018

Lo irreparable, de Paul Bourget



Tengo en mí una Francia imaginaria, hecha de prejuicios literarios y de generalizaciones, como debe de ser. Construida con las lecturas que frecuento. Lo que significa que no se parece a la real, y que si se parece a algo real, hace mucho que dejó de serlo. Se va poblando con los autores que conozco, a los cuales les doy un lugar más o menos establecido. Mientras que algunos son pasiones constantes, como Proust y Maupassant, otros me repelen, como Gide y Mauriac. Quizá no debería ni decirlo, pero la literatura de estos últimos, formada con culpas cristianas, se derrumba rápidamente. Quiero salir de sus páginas, y lo hago, aunque por alguna razón vuelvo y persisto. Paul Bourget (1852-1935) fue conocido por un breve tiempo, pero su celebridad no debió de exceder los años 40. ¿De qué lado debe de estar?, ¿entre los aquejados por el olvido injusto? Para mí estuvo casi a punto de colindar con los elegidos. En el barrio del estilo, sería como el vecino pobre de Proust. Bourget fue por un tiempo considerado el “psicólogo de la aristocracia”, de ahí que su narrativa se explaye en consideraciones abundantes acerca del más mínimo acto de sus personajes. Paradójicamente, eso hace que sean para nosotros unos desconocidos. Psicología poco individualizada y que tiende a generalizar para penetrar en el alma de los lectores. Pero veamos, ¿de qué tratan estas breves novelas que gustaban en el París de 1890? En Lo irreparable, el conde Hurtel, un experimentado libertino intenta seducir a una joven llamada Noemí, que siempre se encuentra acompañada de su madre. La maquinación del conde para poseer a esta joven es invitarla junto con su madre a su castillo, preparando antes la presencia de otros invitados, entre ellos un joven interesado en seducir a la madre y así deshacerse de ella. El conde se dirige al cuarto de Noemí, habla con ella, la envuelve en sus palabras, pero la joven se resiste y logra entrar al cuarto de su madre… el cual está vacío y con la cama sin deshacer. La madre es la que ha cedido antes que la hija, pero esta pequeña ironía desemboca en el suicidio de la joven páginas más adelante, muerte relatada, por otra parte, sin ironía alguna. Por un tiempo fue un conocido crítico literario, y hoy tiene también un modesto sitio entre los precursores científicos pues en esta novela se refiere al inconsciente años antes que Freud: “En nosotros se oculta una criatura a la que no conocemos, y de la que jamás sabemos si no es precisamente lo contrario de la criatura que creemos ser”. Sin embargo, más interés me despierta la vida del traductor, José Ferrel, hijo de un viejo maderista y tío de la escritora Aline Petterson. Murió joven, hace muchos años, y si existen sus papeles de escritor y de traductor, quizá tengan algo que mostrarnos.

Paul Bourget. Lo irreparable / L’irréparable (1884) [seguido de Segundo amor (Estudio de mujer), 1883], trad. de José Ferrel. México, América, 1946.