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lunes, 3 de febrero de 2025

Miguel de Unamuno: descolgar mitos del armario y llevarlos al combate, nuevamente



No sé qué impresión llevarme cuando, después de mucho autodespojarme de todo tipo de palabrería, me doy cuenta de que siempre ha estado sumergido dentro de mí el pensamiento de Miguel de Unamuno. Como en esa pequeña novela, San Manuel Bueno, mártir, en que se muestra el bello lago glacial de Sanabria. Se dice que bajo sus aguas está un antiguo pueblo hundido. Don Manuel, el párroco del lugar, lo recorre cotidianamente, lo mira, se asoma a sus aguas, pero en realidad la profundidad está en él. El lago nada sabe de profundidades, es la vida apacible de don Manuel la que tiene una vieja ciudad sumergida. Allá abajo, detrás de la apariencia está la eterna angustia viva, respirando bajo las aguas. Sólo uno mismo, y no siempre, decide bucear para encontrar esa angustia inconfesable. Hay más, muchas cosas sepultadas, y esta metáfora de Unamuno es muy útil. Sirve para confesar sin confesarse. Sirve mantener oculta pero actuante la parte primigenia del pensamiento. Todo lo que tenemos fuera, mostrando a los demás, es una construcción racional, justificante de nuestro actuar, pero dentro: angustia irracional. Como si el mundo se construyera sobre eso. Pero debe de existir entonces una ruptura, pues si no: ¿cómo sería posible la serenidad, la fuerza de espíritu para construir una argumentación que permita vivir? ¿Cómo se sostiene sobre bases tan débiles como la angustia de uno mismo? No lo sé… tal vez porque es un lago, un bello lago de pensamiento, que no deja percibir la profundidad. Sé que una imagen así conduce a un principio irracional, instintivo. Esa Voluntad de la naturaleza sobre la que levantamos nuestro pensamiento pues no podría ser de otro modo, ya que la Voluntad nos pone en pie, aunque no queramos, y nos lleva hacia algún sitio que no vemos. ¿Somos sinceros? ¿Sabemos, aunque no lo manifestemos, qué vestigios iniciales yacen bajo nosotros? Es, claro, una definición personal. Es decir, un pensamiento construido sobre la individualidad. No es tan difícil adivinar que bajo estas aguas, no tan ocultos, están las ideas de Schopenhauer y Kierkegaard, no debí de mencionarlos, eran tan obvios. Esa obcecación en llevar la contraria, puede provenir del filósofo danés. Siempre estar en contra. “¿De qué están discutiendo, para oponerme?”, es una frase que escuché atribuida a don Miguel. Su irracionalismo consiste en asumir esa fractura entre razón y realidad, lo que lleva a una eterna persecución, ya que la realidad nunca terminará de ser apresada por el pensamiento. La realidad siempre saldrá movida en nuestra fotografía, en nuestra representación mental. Aun cuando le digamos que no se mueva, aun cuando ella sinceramente quiera salir bien en la foto. Porque nada le cautiva más a la realidad que saber cómo es. Comenzando porque no tiene ojos, es ciega de nacimiento. Los ojos para verse son nuestros. Muy bien, podemos hacerle un retrato hablado para que se conozca. No podemos decirle: “Conózcase a usted misma”, como aconsejaba el oráculo. Necesita de nosotros, pero cada uno de nosotros le entrega una descripción diferente. Si un día se pierde, nadie podrá encontrarla si depende de nuestras descripciones. Además, cuando la Realidad se percata de por qué persistimos en retratarla, se irrita. “Éstos lo que quieren es perdurar, trascender, retratarse ellos mismos”, dice de nosotros, que tenemos tan pocos recursos para aspirar a la inmortalidad. Salimos a vivir, que equivale a decir: a actuar, en el escenario de la vida. Una única vez, sin ensayo y sin repeticiones. Sin embargo, el teatro tiene la ventaja de que encarna una y otra vez, porque en el viejo teatro griego se representaron más que vidas individuales, mitos. Para mí, es fundamental. Insisto en leer la realidad con esos anteojos, así como antes que yo otros lo hicieron. Unamuno decide regresar, regresar por el camino del pensamiento, algunos cientos de años, para volver al momento en que la razón tomó un camino diferente del mito. Así que sus obras filosóficas y literarias coinciden, se erigen en el mismo punto del camino, porque no se han dividido aún. Llamar a Antígona, descolgarla del armario de personajes y sacarla a vivir de nuevo, pero en el escenario de España de principios del siglo XX, es algo que le da sentido a la Historia. Otros lo hicieron, por ejemplo Alfonso Reyes recurrió a Ifigenia; Martín Luis Guzmán, a la tragedia, pues como decía Carlos Montemayor, La sombra del Caudillo es una especie de tragedia griega, en que el protagonista se dirige a su destino fatal a pesar de que todo mundo se lo advierte. No hace caso del coro, que insiste en despertarlo. No es inútil seguir este método, pues enel caso de Unamuno, él logra llegar a ciertas categorías antropológicas para explicar los hechos que lo rodean. concluir que la civilización se funda sobre el incesto (Edipo y Yocasta) y el fratricidio (Polinices y Eteocles), los crímenes originales que se buscan ocultar. Meditar, meditar, que equivale a produndizar, rascar bajo tierra para construir un hormiguero. No se trata de colocar falsamente un mito sobre la Historia, para que los sucesos tengan un determinismo y se dirijan fatalmente a su destino. Por el contrario, se recopilan los relatos, los sucesos y se le pregunta por qué realizaron ciertas decisiones. Detrás de las decisiones, está el determinismo. Detrás del determinismo está la libertad. Son las dos caras de la moneda, mientras más se conoce el determinismo, más aflora la libertad. Eso también es algo muy dicho, pero no está de más reiterar, pues rápidamente se olvida esa condicionante de la libertad. Y Unamuno, él vuelve su pensamiento contra él mismo, por lo que llega a ser irritante. Profundamente, irritante. Siendo colaborador de los anarquistas y los marxistas, de pronto decide su conversión al jesuitismo. Me molesta bastante, no se queda quieto en ninguna idea. Además, siendo un hombre que murió en 1936, vuelve a irritar de nuevo, pues considera que la “posteridad” es una guerra entre vivos y muertos. Así que tomamos partido sin quererlo, imponiendo nuestras ideas contra los muertos, pero ellos siempre vencen. Determinan lo que somos, construyeron las armas intelectuales que esgrimimos. Los muertos crearon casi todo, y esa fabricación inmensal la confundimos con la vida. Nos dice esta frase: “Que no te clasifiquen: haz como el zorro que con su jopo borra sus huellas: despístales” (en Amor y pedagogía). Desfortunadamente, no hay sistema. Hay vida desesperada por no concederle autoridad a nadie. Es un pensamiento que no permite ser encerrado. Quisiera, al menos, aspirar a robarle algo, saquear alguna idea, llevarla a mi casa, enterrarla en la terraza, entre las plantas, a ver qué crece, qué frutos dará. Ha sido un maestro, Manuel Padilla Novoa (1939-2002) autor de un manual, el que me guió en esta ocasión por el pensamiento de Unamuno. Lo digo para coraje de don Miguel, que en los libros de Filosofía aparece encerrado entre incisos, citas bibliográficas y demás recursos de embalsamamiento que utiliza la academia. O para gusto suyo… porque es evidente que no descansa plácidamente dentro de este tipo de libros.

 

Manuel Padilla Novoa. Unamuno, filósofo de encrucijada, pról. Javier Sadaba Garibay. Madrid, Ediciones Pedagógicas, 2021. (Serie Historia de la Filosofía, 25)

sábado, 1 de febrero de 2025

El gran libro de Satán, de Jorge de Cascante



No sé qué opinión tenga Satán en torno a nuestra variada imaginación. A veces tenemos una muy mezquina idea del mal, reduciéndola a nuestra desventura personal. En otras ocasiones, hemos llegado a pensar que el Diablo es un aliado de los planes de Dios, encargándose de administrar la condenación eterna de las almas pecadoras. Reflexionar profundamente sobre el Maligno nos llevaría a quitarle la máscara, pues sería ilógico concebirlo como un enemigo de Dios, dueño de un inmenso reino de Ausencia del bien. Sería una demostración del fracaso de la Omnipotencia. En fin, literariamente tiene Satanás una larga tradición que lo muestra como un refinado caballero (o dandy) preocupado por nuestro destino. Secretamente nos ayuda, aunque tal vez seamos nosotros los que cavemos nuestro castigo. Somos culpables de no leer las letras pequeñas de nuestros contratos. La idea que tenemos de él obedece a nuestras diferentes épocas, de ahí que el Diablo de hoy sea naíf y muy limitado en cuanto a maldad. Nos lo imaginamos preocupado por nuestro destino individual y desinteresado del destino de la Humanidad. En ese sentido tiene una notable competencia de parte de cierto sector de los Empresarios Inmobiliarios Neoyorquinos postulados por el Partido Republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, o bien de alguno de los Notables Egresados del Massachusetts Institute of Technology que despacha de Ministro de Israel en Beit HaNassi. El Demonio tiene más aficiones literarias, lo cual lo hace más estimable. En fin, no indagaré en esa misteriosa relación de Satanás y Dios, pues como dice uno de los antologados en este libro: las guerras del mundo se han llevado a cabo siempre en nombre de Dios, y nunca en nombre del Diablo. Es cierto que extrañé la presencia de Goethe y, por nacionalismo, de El tercer Fausto, de Salvador Novo. Pero en cambio descubrí al menos tres autores que realizan una notable irrupción del mal en sus textos: Michael Chabon (“El Dios de la Risa Oscura”), Shirley Jackson (“El amante demoniaco”) y Sofía Rhei (“Sándwiches de pepino en pan sin corteza”). Hasta hoy, creo que mi cuento favorito sobre el Diablo es “Enoch Soames” (se incluye un fragmento); pero Bulgákov, pero Fernán Caballero, pero Nathaniel Hawthorne…, ellos deberían de gozar de todas las consideraciones del Demonio. Finalmente, cada uno de estos autores tiene una Teología de ocasión. Silvina Ocampo imagina que las leyes del cielo y del infierno son bastantes versátiles. Al final de tu vida, llegan los demonios y los ángeles y te llevan, a través de los corredores, al centro de tu vida. Te harán creer que eres niño y te harán elegir tus preferncias entre todos los objetos. Víctima de la Envidia, no puse comillas en el pasaje anterior, para que pareciera mío. Bueno, lo alteré un poco. Lo imporante aquí es que uno no sabe de qué depende la entrada al cielo o al infierno: “si eliges más cosas del cielo que del infierno, corres el riesgo de ir al infierno, pues tu amor a las cosas celestiales denotará mera concupiscencia”. Además de varios pasajes que despiertan más veces el pecado de la envidia, el libro incluye numerosos fragmentos de autores que se han referido a Satán, para que uno siga por su cuenta la documentación de esta sincera y duradera amistad.

 

Jorge de Cascante (ed.). El gran libro de Satán, ilustraciones de Alexandre Reverdin. Barcelona, Blackie Books, 2024.

martes, 28 de enero de 2025

150 años de Julián Carrillo: “la desintegración del átomo musical”

 (Julián Carrillo en París, 1900 / Tarjeta de presentación: "Con besos de la Nena Lolita y míos, Cruzada "Pro-Sonido 13", director Julián Carrillo, 26-nov-1953)

A causa del desdén cotidiano que sufre el nombre del músico potosino Julián Carrillo (1875-1965), me imagino que su aniversario 150, que se celebra hoy, pasará en medio del olvido. Creo que él supo gran parte de su vida que iba a luchar contra el menosprecio de su país y lo atribuyó a varias razones: a la enemistad de Carlos Chávez, sus triunfos juveniles en Europa y la envidia de sus contemporáneos. Y sin embargo me parece el más arriesgado de los músicos mexicanos, el que llevó al límite sus ideas en torno al sonido, llegando incluso a cuestionar la tradición musical cimentada desde tiempos de Bach (con su ciclo de obras El clavecín bien temperado).

Es cierto que adornó aspectos de su vida (como casi todos) como por ejemplo cuando dijo que había tocado bajo la dirección de Arthur NIkisch, en la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig –la misma que había sido dirigida por Felix Méndelssohn a principios del siglo XIX– aunque se sabe que nunca tuvo una plaza en ella. Luego de una larga temporada de triunfos en Europa, regresó a México para sufrir las obstrucciones de la burocracia de las escuelas de Música y el resentimiento de los músicos (eso es lo que él cuenta en sus escritos). Puede ser discutible, pero en nuestro país ciertamente no hay apasionados por las ideas y las obras musicales de Carrillo como sí los hay en otros países. Fue el caso de Leopold Stokovski (el director de las obras musicales de la película Fantasía, de Disney); él decía que: “la nueva música de Julián Carrillo es el único medio para acercarse a la naturaleza”. Y también escribió: “Con los dieciseisavos de tono empieza Julián Carrillo una nueva era en la música y yo deseo estar al servicio de la noble causa”. Cuando visitó Nueva York (en 1926) para difundir sus ideas en torno al Sonido 13, los miembros de la Liga de Compositores que sesionaba entonces se entusiasmaron con ellas y acordaron patrocinar un concierto para escuchar en la práctica esta teoría musical. Entre los miembros de dicha Liga se encontraban: Béla Bartók, Arnold Bax, Arthur Bliss, Manuel de Falla, Paul Hindemith y Ottorino Respighi. Este último acudió a los ensayos de la Sonata casi fantasía que Carrillo presentó en el Town Hall de Nueva York el 13 de marzo de 1926. Una de las dificultades que Stokowski veía en las obras del Sonido 13 era la dificultad para ser ejecutadas. Sólo para la Sonata, se necesitaron 48 ensayo de tres horas cada uno, para tocar esta obra que dura entre quince y veinte minutos.

Cuando era apenas un principiante, el maestro de música vio a Julián Carrillo tratando de tocar los intervalos entre las notas. Quizá, pensaba, ahí comenzó su interés por descomponer el sonido en partes más pequeñas. Es difícil explicar qué es el Sonido 13, porque no se trata de un sonido nuevo o una nueva nota. En realidad, es una especie de imagen poética, porque la música desde el siglo XVII se basa en el sistema dodecafónico: las doce teclas del piano, blancas y negras, que forman una octava. Al hacer subdivisiones mayores, Carrillo dio con las microtonalidades que lo llevaron a explorar un nuevo mundo. Con ese espíritu de descubridor de un universo sonoro, escribió una de sus obras más célebres, Preludio a Colón (1922), obra para soprano, cuarteto de cuerdas, flauta, guitarra de cuarto de tono y arpa de dieciseisavos de tono. Soprano con dieciseisavos de tono, me imagino. Conozco una grabación más o menos reciente (2017), de la soprano Mitsuko Shirai. Sí, en esta obra que cumple más de un siglo sobrevive ese espíritu de búsqueda. Transmite el asombro por algo nuevo y emociona. Entiendo las críticas que cita el experto Alejandro L. Madrid, en su libro En busca de Julián Carrillo y el Sonido 13 (Santiago de Chile, Universidad Alberto Hurtado, 2020), cuando dice que, en una mesa organizada por El Colegio Nacional, los músicos criticaron que a pesar de sus descubrimientos, Carrillo no cambió su retórica musical y se quedó en la estética romántica. Aunque este autor dice que esas críticas son “presunciones malinformadas”, o prejuicios basados en conocimientos parciales (a lo que debe sumarse el hecho de las pocas grabaciones de su obra). Yo agregaría, en defensa del compositor, que si bien Carrillo descubrió un lenguaje musical, la exploración y la construcción de las obras posibles no debería de recaer en él: era apenas un descubridor. Un artista de avanzada al que siguieron todo tipo de discípulos: ejecutantes, teóricos y hasta excéntricos y fundamentalistas. Pero la falta de curiosidad de los músicos posteriores y el prejuicio que lo rodeó pienso que son los causantes de la falta de obras basadas en esta teoría…

La teoría del Sonido 13 es una proyección basada en la historia de la escala musical. Así que expongo rápidamente las ideas de Carrillo. Fue un filósofo chino, Ling Lun, quien descubrió que los sonidos producen de manera natural más sonidos. Esa sucesión de sonidos que se crean a partir de una nota musical siempre tiene la misma proporción: de los primeros cinco sonidos se creó la escala pentatónica. Siglos después, un músico de la antigua Grecia, Terpandro, se atrevió a agregar tres sonidos más a la escala aceptada entonces, con lo que creó la escala diatónica (es decir, la actual escala mayor). Sin embargo, por considerarse que la lira de cuatro cuerdas había sido creada por los dioses, Terpandro fue obligado a romper las cuerdas restantes de su lira.

Mil años más tarde, en la Edad Media se experimentó creando escalas sobre las diferentes notas aceptadas entonces (sólo había notas sin alteraciones, es decir las teclas blancas del piano). Pero sólo se usaban seis notas, faltaba agregar una nota más para completar la octava: la nota si. Pero al agregarse apareció un problema: la combinación del 4 y 7 grado de la escala (fa-si) creaba una disonancia llamada “trítono” (a la que llamaban “la nota del diablo”), que lo monjes medievales resolvieron alterando la nota si para evitar el choque con la nota fa, y crearon el si bemol. Por esta razón, Guido D’Arezzo, que bautizó las notas musicales, sólo nombró seis: do-re-mi-fa-sol-la.

Más adelante, los teóricos del siglo XVI dividieron la escala musical en 12 partes iguales, creando la escala tal como la conocemos hoy. Al ser iguales las distancias entre las notas, es posible transportar las obras y tocarlas en diferentes tonalidades, lo cual no era posible anteriormente. Éste es el punto de partida de Julián Carrillo: la división en dieciséis partes cada intervalo creaba un mundo de microtonos, de sonidos nunca escuchados o sistematizados.

Uno de los aspectos que más desesperaban a Carrillo era que, con este sistema (el dodecafónico), cada una de las notas puede representar cinco sonidos distintos: do doble bemoldo bemoldodo sostenido y do doble sostenido. No existe pentagrama posible para escribir la música de Julián Carrillo, así que decidió poner a cada microtono de sus instrumentos un número. De tal modo que sus “partituras” son una serie de números con plecas escritos sobre una sola línea.

Aunque construyó violines, arpas y guitarras para cuartos, octavos y dieciseisavos de tono, la gran empresa de Carrillo era construir una serie de quince pianos, a los que llamó “metamorfoseadores”, para ejemplificar los diferentes sistemas microtonales. Más adelante, decidió llevar a París su primer experimento en este sentido: el piano en tercios de tono. Su presencia en el Conservatorio Nacional de Francia impresionó especialmente a un joven discípulo de Olivier Messiaen, Jean-Étienne Marie (1917-1989), quien a partir de entonces se dedicó a profundizar en las ideas de Carrillo. Especialmente, se dedicó a combinar simultáneamente diferentes escalas microtonales (llamó a esta técnica “música politemplada”). Es decir, que uno de los más importantes músicos experimentales franceses fue discípulo directo de Carrillo. 

Después de años de búsqueda, logró que la casa Sauter, de la pequeña ciudad alemana de Spaichingen, en la Selva Negra, se encargara de la construcción de la serie de quince pianos. Su deseo era que todos estuvieran listos para la Exposición Universal de Bruselas de 1958. Efectivamente, estuvieron a tiempo, sólo que al llegar a Bélgica, Carrillo se encontró con el museógrafo Fernando Gamboa, quien le dijo que no se molestara en desempacarlos y que los llevara directamente a su país pues no cabían en el pabellón mexicano. Fue el gobierno belga el que le ofreció el espacio necesario para sus pianos en la sala de exhibiciones del Palacio Real. El gran desánimo de Carrillo fue que por esa razón, en la medalla de oro que le otorgó Bélgica, no aparece el nombre de México, que no le brindó su pabellón, sino su solo nombre y las palabras “Sonido 13”. Al llegar a México, los pianos transitaron de bodega en bodega aunque el presidente Ruiz Cortines, al enterarse de que habían sido pagados con los recursos del compositor, ordenó que se le restituyera el dinero que había gastado. Después de varios sitios en que estuvieron guardados (principalmente en la casa del compositor, en San Ángel), hoy se encuentran en el Centro Julián Carrillo de San Luis Potosí. (Y eso que los hijos del compositor eran entonces el Rector de la UNAM y el Secretario de Hacienda).

Todo lo que dicen las biografías acerca de Julián Carrillo suena a una vida apacible… Por ejemplo: “Fue discípulo del compositor potosino Flavio F. Carlos”. Pero por las memorias del compositor nos enteramos de que en realidad fue “protegido” por el maestro Carlos para enseñarle música. Sólo que al llegar a la capital del Estado, proveniente de su natal Ahualulco (que se llama o se llamó un tiempo Ahualulco del Sonido 13), se dio cuenta que había sido adoptado por el maestro para que él, con su sueldo de $1.76 como timbalero en una orquesta, mantuviera a los 21 integrantes de la familia de su maestro…

A finales de la década de 1880, el maestro escribió una “polca imitativa” llamada Los tranvías, en que Julián Carrillo tocaba los timbales, los cascabeles de los caballos, los chicotazos del que lo guiaba, la bocina del tranvía y la máquina que marcaba los boletos. Pero la educación musical del maestro Carlos consistía en patadas y coscorrones cada vez que su alumno se equivocaba. (Por suerte, hay grabación moderna de esta “polca imitativa”).

Hay músicos que más o menos recientemente han grabado las composiciones de Julián Carrillo, y que han recibido la pasión de su legado, como Jimena Giménez Cacho y el guitarrista Ángel Blanco. Es poco, frente a las más de 300 obras que dejó escritas. Pero sirven para ir destruyendo el prejuicio construido hace décadas y que nos ha impedido conocer al músico con más originalidad y vocación de inventiva que conozco entre los mexicanos. Aunque yace en la Rotonda de las Personas Ilustres, considero que se trata desafortunadamente, de un desconocido…

sábado, 25 de enero de 2025

Obras históricas, de Ignacio Manuel Altamirano



Hay cierta ambigüedad en los textos históricos de Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), pues los editores incluyeron en este tomo de sus obras completas los textos sobre hechos que le fueron prácticamente contemporáneos. Sin embargo, esos textos podrían ser considerados como parte fundacional de lo que llamamos ahora “historia oficial”. Pero él los escribió para combatir la versión conservadora de la política mexicana. Los escribió para dar una versión autorizada de la Guerra de Reforma y de la Intervención Francesa, dado que él fue uno de los actores protagónicos. Yo no sabía, pero su máximo orgullo militar fue la batalla del Cerro del Cimatario, el 27 de abril de 1867. En la mañana de ese día, Altamirano estuvo al mando de una fuerza de 300 caballos y se unió al regimiento del coronel Juan Doria, para recuperar esa posición que las fuerzas republicanas acababan de perder. El Cerro del Cimatario se alza al sur de la ciudad de Querétaro; era el punto en disputa entre republicanos e imperialistas. Muchos años más tarde, en 1883, Altamirano escribió su visión de la Historia Moderna de México, pero se dedicó a narrar de manera personal lo que le tocó ver. Así que se puede casi ver el cerro árido, las plantas de mezquite y el huizache… En esos días de 1867 se dieron los combates decisivos para la victoria liberal. Nada más natural que la emocionante evocación de Altamirano. Si los combates finales se dieron en esa zona fue porque el presidente Juárez instaló su gobierno en San Luis Potosí, así que Maximiliano decidió salir de la Ciudad de México y lanzar la ofensiva final desde Querétaro. Al mismo tiempo, Puebla, que estaba tomada por los conservadores, fue tomada por Porfirio Díaz, quien mandó fusilar a varios de los generales prisioneros. Leonardo Márquez, el más cruel de los generales del Imperio, se dirigió a la Ciudad de México a tratar de detener a Díaz, por lo que Querétaro quedó definitivamente incomunicado. Lo que ocurrió el 27 de abril fue que el general Miramón logró tomar el Cimatario, en donde se adueñó de 22 piezas de artillería y de todos los trenes y municiones. De manera inmediata, el general Escobedo tomó las medidas para recuperar la plaza, pues la toma del Cimatario le hubiera permitido a los conservadores escapar del sitio de la ciudad. Ese día fue, según los historiadores en donde Altamirano se cubrió de gloria. Sólo que en su recuento, no menciona su participación: le atribuye todo el mérito al coronel Doria, al que se unieron más batallones a lo largo del día. Y aunque los liberales recuperaron la plaza, Miramón pudo llevarse todo el botín. Después de esa derrota, todo fue desesperación para el bando de Maximiliano, quien entregó derrotado su espada al general Mariano Escobedo. Pocos días después, como es sabido, Maximiliano fue fusilado en compañía de Miramón y Mejía. Altamirano dice que el Partido Conservador por mucho tiempo tuvo gran pesar por el fin de Maximiliano, aunque también se mezcló con remordimiento, pues ese partido fue causa del fin trágico del príncipe austriaco. No está de más recordar en estos días la fascinación de los conservadores por recurrir a las fantasías de intervención extranjera…

 

Ignacio Manuel Altamirano. Obras históricas, pról, Moisés Ochoa Campos. México, SEP, 1986. (Obras completas, II)

domingo, 19 de enero de 2025

MANIAC, de Benjamín Labatut

 


Afortunadamente, me impongo la brevedad, pues de otro modo, me extendería en glosar MANIAC, de Benjamín Labatut. Comenzando por el hecho de que es difícil saber qué tipo de libro es, pues no parece propiamente una novela. Me simpatiza saber que el autor no sabe al comenzar cada uno de sus libros a qué forma literaria corresponderá… Es como una partida de go, el antiguo juego chino, que se va desarrollando según el encuentro de las intuiciones de los contendientes. El volumen se enfoca en tres momentos de la ciencia, los cuales son unidos por un hilo narrativo que tiene como constante la irracionalidad dentro de la ciencia. Sólo que se trata de un hilo que no sirve para salir, sino para perderse en el laberinto de la ciencia moderna. Retratos de dos científicos y de un jugador de go, así como los sistemas computacionales que han sido creados para competir con la mente humana. Los estilos son diferentes en cada una de las tres partes del libro. Mientras que John von Neumann, parte del equipo que desarrolló la bomba atómica, reúne un coro de voces que narra su existencia, el torneo entre una máquina, AlphaGo, y uno de los grandes jugadores de go, Lee Sedol, es relatado por una voz impasible al mismo tiempo que efectista. Ciertamente, la última parte del libro es una extraordinaria crónica cuya eficacia no depende del conocimiento que un lector pueda tener del go. Pero hablaba de un hilo narrativo; en realidad, es un hilo que parece que el autor va dejando a lo largo de su recorrido y que yo seguí, sin darme cuenta de su rumbo. Al llegar al momento en que von Neumann, casi en el lecho de muerte, es visitado por su hija Marina, ella se encuentra con uno de los últimos artículos de su padre, en que él concluye que el cerebro funciona de manera fundamentalmente distinta a una computadora. En tanto que las computadoras –como la que él desarrolló y que da título al libro– funcionan de manera secuencial, el cerebro hace una inmensa cantidad de operaciones simultáneas. La ciencia, a lo largo de su historia, ha recurrido a las metáforas para darse a entender. Una de las más recientes y más difundidas ha sido, precisamente, la comparación entre computadora y cerebro. Es decir, hemos puesto sobre una cantidad inmensa de operaciones matemáticas una máscara humana, la metáfora que le da personalidad y sentido a programas que no saben de humanidad. Ante la idea de la Inteligencia Artificial, pareciera que esta novela se rinde. Mistifica esta nueva puerta que la tecnología ha fabricado y abierto ante nosotros. El truco de magia más complejo y más costoso de la humanidad, es cierto. Pero me hizo recordar a un viejo filósofo ruso, Panfil Danilovich Yurkevich, quien dijo en 1861 que la naturaleza “no posee la fuerza mágica de transformar cantidades en cualidades”. Los algoritmos cada vez más complejos no adquieren alma de pronto. Existe la genialidad, asombra, es cierto: es algo aterrador a veces, fascinante. Pero sabemos que proviene de una capacidad de actuar ante una cantidad inimaginable de sucesos aleatorios. La ciencia tiene sus genios. Pero hay que deshacerse de la típica idea positivista de “ciencia” –enunciada en la p. 280 de MANIAC–: “La ciencia es neutra por completo; provee medios de control aplicables a cualquier propósito, pero permanece indiferente ante todos”. Sólo quiero recordar algo que decía Edgar Allan Poe en Eureka, su libro de ciencia: que el científico comparte con el artista ese momento de creación poética que se llama la hipótesis. El científico concibe el mundo y luego sale a verlo y comprobar si se parece a su idea. Por otra parte, hay que recordar siempre que la revelación y la posesión por el genio, no es nada si no hay antes, durante y después, el trabajo constante e infinito.

 

Benjamín Labatut. MANIAC (2023), 11ª ed (3ª en México). México, Anagrama, 2024.

sábado, 11 de enero de 2025

Las mentiras de hoy y sus ilustres antepasadas



Los actuales medios corporativos de comunicación, así como las redes sociales, no luchan por la verdad. De hecho, ya no es siquiera una de las consignas que podría reivindicar cualquier periódico tomado al azar. Por el contrario, su frase más afinada sería: “La verdad es irrelevante”, formulada por Raymundo Riva Palacio (“La abrupta salida de Azucena”, La política On Line, 22/1/24), queriendo decir que no importa lo que pasara en realidad: nadie quitará del imaginario colectivo la idea de que Andrés Manuel López Orador ejerció la censura. La verdad es irrelevante, pero también es indiferente, según los nuevos ideólogos de la crítica textual. Las noticias falsas, a las cuales se afiliaron Donald Trump, muchos diarios estadonidenses, la mayor parte de la prensa mexicana, etc., no son el resultado de una documentación cotidiana de los hechos, sino textos que sirven para construir una realidad. Algunos medios, El UniversalReformaTelevisa, TV Azteca, ya tienen la edad suficiente para aparecer en una versión de la Historia de México en 50 mentiras, pero sobre todo sería interesante categorizarlas. Tradicionalmente, se puede pensar en aquellas que se difundían de acuerdo con el gobierno para desviar la atención sobre ciertos hechos polémicos para ciertos regímenes. Hoy, se pueden consultar las diferentes coberturas para percatarse de que las noticias, en su conjunto, no alcanzan a cubrir los fenómenos. Aunque ocurre que muchos hechos se cubren de manera coral, repitiendo las mismas frases, coincidiendo incluso en frases o en fechas de lanzamiento de las noticias, como en el caso de Anabel Hernández, cuyas afirmaciones sobre supuestos nexos entre López Obrador y el Cártel de Sinaloa aparecieron de manera sospechosamente coordinada con otros portales y con The New York Times. En el caso de los medios estadounidenses, pueden leerse ciertas notas como una negociación con el poder político, como se ve en el reciente reportaje de este periódico sobre un supuesto laboratorio de fentanilo en Sinaloa: un medio que publica notas falsas para sostener el discurso del gobierno estadounidense. Es, finalmente, un feliz regodeo en sus propias editoriales, una cocción que consiste en echarse su propia salsa y saborear sus propias recetas, convencidos de que el país, la sociedad, quieren servirse ese plato y saborearlo. Es la filosofía del coreano Byung-Chul Han, que considera que las noticias falsas son inmunes a la verdad. Entonces, se postula esta afirmación válida para este momento de la sociedad: discurso y verdad son independientes. La verdad no tiene sus cronistas, y los cronistas de moda construyen “su narrativa”, la cual se levanta para erigirse en la verdad de una época. Sería tan cómoda esta forma de ver si no es que la credibilidad de los medios comerciales de América Latina no se hubiera derrumbado. Su respuesta es, naturalmente, su misma receta. El columnista Sergio Sarmiento culpó a las mañaneras de López Obrador de minar la credibilidad de la prensa. Esta frase tan ingeniosa no sirvió en esta ocasión como aderezo de la prensa autocelebratoria. Por desgracia para ellos, la conclusión de este periodo es que los periodistas se harán responsables de sus palabras. Los habituales montajes, las fábulas de la tirania antidemócrata, la renovación de opinólogos sin renovación de ideas, el reciclaje del miedo al comunismo, es decir, la actual tramoya de los medios de comunicación… Y el rostro indignado de Ciro Gómez Leyva cuando se duda de su integridad, que casi nos hace decir: “Seguro que es un periodista impecable”. Incluso intentaré olvidar que pidió disculpas por publicar cotidianamente (sólo 90 días seguidos) encuestas falsas favoreciendo a Enrique Peña Nieto en 2012. La prensa actual es sólo una moderna encarnación de una costumbre antigua, parece decir el título de este libro: La historia del mundo en 50 mentiras, de Natasha Tidd, autora de un blog dedicado a develar falsedades históricas. En retrospectiva, deben de organizarse las mentiras históricas en categorías más ambiciosas. Ciertamente, su negocio tiene poco más de un siglo, pero antes de eso debe de hablarse de manipulaciones, de embustes, tergiversaciones, más que de mentiras creadas deliberadamente en un combate de discursos. Hay cincuenta ejemplos en este libro en que se puede profundizar con el fin de construir las categorías de la mentira. Por ejemplo, está el caso de Iván IV el Terrible (1530-1584), coronado primer Zar de Rusia a los 16 años. Dentro de Rusia, creó un territorio controlado directamente por él, llamado Opríchnina, y por una tropa de élite a su servicio. Para fortalecer su imperio era necesario un sucesor fuerte, pero él, en un arranque de ira, había matado con un golpe de su cetro a su primogénito, Iván Ivanóvich, a los 27 años. El segundo de sus hijos, Teodoro I, gobernó trece años, a partir de la muerte del Zar, en 1584. Aunque “gobernó” es un decir, porque dedicaba su atención a rezar y a hacer sonar las campanas de las iglesias, así que fue realmente manipulado por Borís Godunov, designado por Iván IV para asistirlo en su gobierno. Se pensaba que Teodoro I no duraría mucho en el poder, así que se tendría que esperar a que creciera su hermano menor, Dimitri, sólo que él fue asesinado a los ocho años, en 1591. Hay óperas, obras de teatro, cuadros, cuentos, novelas y películas, relacionados con este pasaje de la historia rusa, inspiradas en el crimen del padre, en el poder absoluto, en el misticismo enajenado de Teodoro, en el poder de Borís Godunov… Una vez muerto Teodoro I, ascendió al trono como Borís I, quien gobernó por siete años. Murió en 1605 y le dejó el poder a su hijo Teodoro II, pero sólo estuvo días en el trono, pues fue asesinado poco después. La mentira, o más bien: la aceptación de la mentira, se manifestó porque entre 1604 y 1611 aparecieron sucesivamente tres jóvenes que aseguraban ser Dimitri, el asesinado hijo de Iván el Terrible. Cada uno de ellos quiso convencer que había sobrevivido milagrosamente al asesinato. Incluso, la viuda del Zar, María Nagaya, reconoció al primero de esos Dimitris como su hijo, aunque lo hizo porque temía que la asesinaran si no lo hacía. Por otra parte, Dimitri I el Impostor, se había reunido con un noble polaco que le dio la mano de su hija Marina Mniszech a cambio de un millón de eslotis (la moneda polaca) para que ella lo acompañara en la aventura de tomar el poder de Rusia. Sin embargo, Dimitri I duró poco tiempo en el trono, pues fue asesinado en 1606, cuando apenas había gobernado por diez meses. Afortunadamente para los conspiradores, apareció un segundo Dimitri que Marina lo reconoció como su esposo, milagrosamente salvado. El matrimonio, seguido de un ejército de campesinos apoyado por Lituania y Polonia, quiso avanzar hacia Moscú, pero Dimitri II fue asesinado en 1610. Todavía apareció un tercer Dimitri, que se proclamó zarévich en mayo de 1611, sólo que decepcionó a su partidarios, quienes lo asesinaron un año después. Quizá cansadas de ver que se repetía la misma obra, cada vez con menor fortuna, varias ciudades rusas decidieron acabar con Marina Mniszech, quien tenía un hijo de tres años al que llamaba “el verdadero Zar”, Iván Dimitriyevich. Ella murió en prisión en 1614, y ese mismo año, su hijo fue colgado públicamente, seguramente para desanimar las vocaciones de cualquier aspirante a llegar a Zar por el camino de la estafa.

 

Natasha Tidd. La historia del mundo en 50 mentiras / A SHORT HISTORY of the WORLD in 50 LIES (2023), tr. Citlali Valentina Bonilla García. México, Crítica, 2024.

sábado, 4 de enero de 2025

Antología de la literatura fantástica, de Ocampo, Borges y Bioy Casares



De la lectura de la Antología de la literatura fantástica, realizada por Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo, se derivan varias impresiones, algunas fantásticas y otras no fantásticas. Entre estas últimas, me parece que la más importante es la desilusión en cuanto a la variedad de literaturas. Casi puede decirse que esta Antología consiste en poner las obras de los amigos argentinos y una nutrida selección de autores ingleses. Franceses sólo tres, dos estadounideneses, una mexicana (Elena Garro), etc. Además, es un poco imprecisa la definición de “fantástico”, aunque no sé si se deba a cuestiones de época. Entre las primeras (las impresiones fantásticas) casi en primer lugar está la presencia de José Bianco, escritor que no debiera de mencionarse de vez en cuando. De pronto, me doy cuenta de que no está entre los muertos, sino que lo cuento entre los autores vivos. Lo contrario de lo que pasa en su mundo jamesiano, que después de convivir con ellos, nos damos cuenta que eran fantasmas los personajes que nos rodeaban. Sombras suele vestir es su cuento, una especie de soplo frío, complejo, que necesita dos lecturas para revelar el truco de su prosa. Y está el Hogar sólido de Elena Garro, que hace que recordemos por qué su presencia fue tan importante en la literatura argentina de entonces. Voces fantasmales, cuyo fraseo hace evocar las épocas, la manera de hablar de la época del Imperio, las voces modernas de los años 20…, todas encerradas en un enorme sarcófago, dando vueltas eternamente. Pero “fantástico” sería algo así como la presencia de un detalle que hace que la realidad se ponga en duda. Por lo menos, nuestra idea de realidad. Al leer, la pregunta: ¿en qué momento aparecerá ese detalle? Entonces, agradezco a esta antología la presencia de un cuento, Enoch Soames, de Max Beerbohm, exquisito retrato de la época de los simbolistas, del fin de siglo inglés, con sus pintores y sus poetas y su ansia de eternidad. Ansia que lleva al más mediocre de los autores, Enoch Soames a confesarle a un amigo, en la mesa de un café, su deseo de viajar al futuro, cien años después, para ir a la sala de lectura del Museo Británico y saber si su nombre existerá registrado entre los libros de historia literaria.

– Por eso me vendería al diablo, cuerpo y alma.

A lo que respondió el vecino de mesa, levantándose:

–Permítame… Me ha sido imposible no oír.

Naturalmente, el Diablo, siempre atento, siempre de refinados modales victorianos. Y siempre, en estos cuentos, la elegancia de la intrusión fantástica, que, me imagino, era lo que más gustaba a los antologadores, quienes, en una noche de invierno hicieron una lista de escritores admirados. El buen gusto de la intromisión fantástica, seguramente que eso fue muy importante. Los modales de la realidad y su poética. Sí, se requieren refinados recursos literarios para crear el ámbito de lo fantástico. De lo contrario, pasa lo de siempre, que vivimos confinados a aceptar nuestra vida y contarla con algunas burbujas narrativas a las que llamamos “lo inexplicable”.

 

Silvina Ocampo, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Antología de la literatura fantástica (1940), 2ª reimp. México, DeBolsillo, 2023.

jueves, 2 de enero de 2025

Las aventuras de Barry Lyndon, de William Makepeace Thackeray



Esta novela se dio a conocer en once números de la revista Fraser’s Magazine, entre enero y diciembre de 1844. Yo hubiera sido de los lectores que más ansiosamente hubieran esperado el nuevo número para saber qué más acontecería con la vida de Barry Lyndon, el arrogante joven irlandés que se lanzó a recorrer las cortes europeas con el fin de estafar a todos los nobles posibles. Hubiera gozado, ya hacia la segunda parte del año, leer su regreso al país nativo, en donde destinó sus fuerzas a conquistar a una viuda snob y adinerada, la condesa de Lyndon. Sólo que la palabra “conquistar” tiene aquí un significado militar, bastante alejado de cualquier romanticismo: logra casarse con ella luego de espiarla y aterrorizarla metódicamente. El protagonista busca la riqueza y la nobleza a través de las amenazas y la intimidación de todo aquel que dude de su buen nombre. Debo decir que la gran exquisitez del estilo de Thackeray consiste en mostrar todo aquello que Barry Lyndon oculta fallidamente: el falso pasado ilustre, la justificación de sus crímenes, las confesiones inconscientes… El perfecto retrato del snob. Casi perfecto, puesto que tiene demasiada sinceridad; se le olvida limpiar sus crímenes, pues goza con ellos. Con qué alegría toma posesión de los palacios de su esposa, con el fin de poner vulgaridad en el mundo de los ancestros y de llenar de adornos de mal gusto el frondoso árbol genealógico de la condesa Lyndon. Los lectores de hoy me tendrán que perdonar tanto placer (no así los del siglo XIX, que disfrutaron tanto este libro), pero Barry Lyndon contiene momentos de suprema maldad y crímenes sin nombre. Maldad racionalista, planeada con detalle. En honor del protagonista –entre sus numerosos chantajes, fraudes, amenazas y sobornos–, hay que decir que el crimen más macabro del libro no lo comete él. Es cierto que lo propicia, pues se dedica a endeudar a un joven, el Caballero de Magny a través de las apuestas en el juego de baraja, hasta hacerlo insolvente. Cuando le presenta la cuenta, se descubre que el caballero es en realidad amante de la princesa Olivia, la esposa del príncipe Víctor, en cuya corte ocurre todo este pasaje. Entonces, se nos revela cómo es que toda la servidumbre está infiltrada por el poder, cómo es que todos se espían entre sí, en un mundo de delaciones y sospechas. Así que el Príncipe decide ejecutar su plan, comenzando por mantener en el terror a su esposa infiel, para más adelante, hacer que la lleven a una torre alejada con el pretexto de curarla de sus males provocados por la paranoia, y pedir ayuda a un experto en estos asuntos ––monsieur de Strasbourg–, quien sujeta el cabello de la Princesa con una mano y le separa la cabeza del cuerpo. Con razón Thackeray fue tan aficionado al siglo XVIII, siglo cínico que creó las fortunas que la hipocresía del XIX celebró.

 

William Makepeace Thackeray. Las aventuras de Barry Lyndon / The Luck of Barry Lyndon (1844), prólogo de J.P. Donleavy, traducción de Rafael Vázquez-Zamora. Barcelona, Bruguera, 1981.