No me cabe duda: Nicolás Guillén (1902-1989) dio con uno de los secretos de la poesía. La suya canta con melodía propia, hace crecer la vegetación tropical en sus versos, representa la vida de los negros cubanos y sus ideales, así como la indignación que florece de su historia. Para logarlo, necesitó de una gran delicadeza literaria y de un conocimiento artístico muy notable, ya que en la poesía es necesario que todo –ideología, ritmo, color y tema– brote de una sola vez, en un solo “golpe de oído” (por decirle de algún modo a la intuición súbita de la creación). No se pone en el verso primero el contenido, luego la forma, ni al revés. Se necesita que la totalidad se manifieste de una sola vez. El aprendizaje literario de este poeta se cimienta en el Modernismo (Darío es omnipresente), a lo cual se le suma el conocimiento de la voz poética de Cuba: primero, el son, la música que representa la isla, pero luego, el largo monólogo poético del pobre, con sus reiteraciones, sus rimas insistentes. Pero también está la insistencia de la palabra: la reiteración que le da otros significados a un mismo término. A veces, sólo se encarga de disponer palabras, unas junto a otras, para que los significados cambien. La contigüidad crea una historia: el cañaveral, los negros, los yanquis, la tierra: para el poeta, la reunión de esos factores da igual a sangre, una sangre arrebatada. Es decir, que con los elementos de la vanguardia expone un fenómeno histórico. Y esta es una constante: la repetición de las palabras, la rima que es como el tam-tam de un tambor. Atraviesa por entre las páginas de su obra, la idea constante de terminar con el racismo en su patria, pero esto expresado de una manera literaria. Para ello, debió de “producir” un mestizaje en su poesía: poner en versos octosílabos el lenguaje de los cubanos (y de su mayor manifestación literario-musical, el son). Parecida operación literaria hizo en México –y casi al mismo tiempo– el poeta de Tlaxcala, Miguel N. Lira, quien hizo del corrido un género de gran altura poética con parecidos recursos. De tal manera que se puede medir un poco la trascendencia inicial de García Lorca en la poesía de América inspeccionando a estos dos poetas. El gran poemario de Guillén (no el mejor, pero el más popular), Motivos de son (1930), repercutió tanto que su rumor llegó a oídos de García Lorca, quien se lo comentó a Miguel de Unamuno. Ahora bien, que un tema llegue a oídos de este autor, y que le robe algo de su tiempo, es digno de atención. Don Miguel le escribió a Guillén en 1931: “La raza espiritual humana se está siempre haciendo. Sobre ella incuba la poesía”. En su tiempo, esta obra fue vista como la contribución de un pueblo a una solidaridad universal. Pensaba, al hacer una reseña de tan alta obra, volar un poco, pero sólo alcancé a deletrear el tema de la poesía y la hermandad entre poetas. La confusión del presente adquiere, vista desde la posteridad, la bella lógica de las confluencias.
Nicolás Guillén. Antología, selección de Guillermo Rodríguez Rivera y Nicolás Hernández Guillén, pról. de Guillermo Rodríguez Rivera. Madrid, Visor, 2002. (Col. Visor de Poesía, CDLXXVII)