Para Alicia Reyes, por su medalla Alfonso Reyes, de la UANL
Se dice que Alfonso Reyes (1889-1959) iluminaba todos los
temas que tocaba. Por suerte, decidió tocarse a sí mismo con su dedo luminoso.
Y donde generalmente hay sombras, o sea en la personalidad, su estilo pinta con
los colores de la conciencia. No sé si eso está necesariamente bien, ya que
pocas veces don Alfonso bosquejaba los enredos del inconsciente. Gracias a
estas páginas sé de su corazón enfermizo, de sus largos viajes en automóvil, y
me entero de que grabó el disco de “Voz viva” de la Universidad Nacional ya con
oxígeno a su lado. Y sin embargo, no se le siente sofocada su respiración
cuando se leen estos textos. Como siempre, los periodos vigorosos, la prosa rítmica
y saludable. No obstante su salud mermada, lleva 26 tomos de obras completas
sobre las espaldas. ¿Cómo se le hace para continuar con agilidad por los
trayectos de la literatura? Ah, pues seguramente dejando el pasado en el pasado.
O conservando la sorpresa por la vida. Quizá es que hay que tener siempre un
libro por escribir para no perder la curiosidad intelectual. Sí, será tal vez
todo lo que dices. Pero yo pienso que también hay mucho esa idea de no dejar
nada en el pasado. Siempre, cargar los bultos de la erudición y la memoria,
subirlos en una barca pequeñita, y llevarlos sobre los ríos, para traerlos al
presente. Eso ha de conservar maravillosamente la salud. ¿Y las lecturas?
Igualmente, hacen bien. Seguro que Montaigne las ha de enumerar en algún ensayo
sobre la salud. Recordar constantemente permite a la memoria andar libremente
sin anteojos, sin miopía ni astigmatismo. Miren qué nítida se mira esa niña acróbata
de 1897, en el circo que visitó Monterrey. Don Alfonso la recuerda porque se
anunció que iba a ejecutar “el salto mortal”, pero en el momento en que esta
por realizarse, los señores que estaban en el público se alarmaron, gritaron
que no, que no era posible que la cirquerita arriesgara su vida y lograron
evitar el acto circense. No hay nada en la obra de Reyes que no tenga, o sea
susceptible de tener, una nota al pie. El circo, el circo Orrín, su historia y
la documentación de su paso por todo el país, en el cual trabajaba el payaso
Bell. Dichosos los que vieron sus números musicales y su rostro triste, allá
por los años del Porfiriato. La realidad de Reyes debe de aparecer toda
adornada, llena de notas al pie y añadidos que la memoria no se resigna a
quitar. En fin, no tuvo tiempo de poner o quitar, ya que este libro es póstumo
y lo armó José Luis Martínez. Los aficionados a Reyes lo leemos con bastante
alegría. Aunque, me imagino que él tendría como parte favorita de este volumen
el índice onomástico. Ahí están la abuela, el tío, la prima, los patios, las
calles, las fiestas, las batallas… Ah, y el padre. No olvidemos que es su tema
central, que todo el ramaje de los recuerdos sólo rodea al general Bernardo
Reyes, tronco de ese árbol genealógico, quien murió trágicamente, que avanzó
con valor hacia la muerte, y quedó impreso como una estampa de la mitología
antigua.
Alfonso Reyes. Memorias: Oración del 9 de febrero / Memoria a la facultad / Tres
cartas y dos sonetos / Berkeleyana / Cuando creí morir / Historia documental de
mis libros / Parentalia / Albores / Páginas adicionales, intr. y comp. José Luis Martínez. México, FCE, 1990.
(Obras completas, XXIV)