Volví a leer esta novela de Peter Straub, Fantasmas. La había leído hace muchos años; por entonces cada semana mi papá me compraba una novela de terror en el puesto de periódicos. Si bien, por alguna razón, nunca he recibido la visita de los fantasmas y nunca he alcanzado a escuchar el susurro de sus voces, me envuelven las sugestiones de sus historias. Drácula me hizo escuchar ruidos en la pared de mi cuarto durante las noches, y las brumas comenzaron a aparecer en mis sueños. Las inmensas perspectivas de los castillos góticos me inquietaron. Puesto que todas esas historias se fueron quedando en el pasado, como casas abandonadas en el recuerdo, el musgo de los recuerdos fue creciendo e invadió las certezas de la vida. Sin embargo, me acuerdo de que, en esta historia, el fantasma protagónico es una mujer amada por un grupo de jóvenes en una ciudad del norte de los Estados Unidos, Eva. Y Eva muere accidentalmente en su casa mientras baila una noche con sus jóvenes admiradores, al golpearse su nuca contra el borde de la chimenea. ¿Qué hacer?, ¿esos jóvenes tendrán que arruinar su promisoria carrera de abogados por solo un accidente? Definitivamente no. Así que su mejor decisión es llevar el cuerpo de Eva en un coche y hundirlo en un lago, lejos de la ciudad. Eso pasó cincuenta años antes de que comience la narración, es ya sólo un viejo recuerdo de los protagonistas, sepultado entre otros recuerdos. Pero es importante decir que antes de que el coche se hunda en el lago, Eva despierta, voltea y mira fijamente a los ojos asustados de sus supuestos asesinos. No diré mucho más de esta historia, sólo que cuando un fantasma “muere”, vuelve a nacer, vuelve a crecer en otro cuerpo. Es como si su alma se liberara y fuera a sembrarse en un nuevo ser. Suena factible… por lo menos algo parecido pensaba Plotino: que las almas flotaban en el aire y la que se encontraba más cercana a un recién nacido ingresaba en él. En esta novela, los fantasmas no son tan incorpóreos. De hecho, son más fuertes que cualquier ser humano. Andan por ahí, mezclados con nosotros pero nos odian. Nos desprecian porque somos menos que ellos, mortales, indefensos. En cambio, ellos nos llevan milenios de ventaja. Son referidos por las viejas leyendas, son temidos. Eso les gusta, pero hay algo que no los deja tranquilos del todo. Por alguna razón, nos envidian. Eso al menos plantea la novela. Siendo horribles, putrefactos, envidian la lozanía de la carne joven. Se disfrazan de seres apetecibles e intentan el erotismo. Aunque uno de los personajes que tiene relaciones sexuales con una de las encarnaciones de “Eva” la sorprende dormida y siente su piel descuidada; se da cuenta entonces de que hay algo en ella no presentido; de pronto: la sensación de que está tocando la piel de un gusano repugnante. Aun cuando se sienten superiores, lo cierto es que los fantasmas de esta novela se sienten atraídos por la vida, envidian esa única oportunidad de florecer que nos da la existencia, desean el deseo, desean sentirse amados por los hombres. Siendo ellos misteriosos, quieren conocer el misterio de la vida, el cual vive dentro del amor y el erotismo. Saben asimismo que nosotros hemos creado un mundo de ensoñación en el que quisiéramos vivir. Me refiero al cine. Así que la historia está llena de referencias cinematográficas, de comparaciones con actrices legendarias. La propia Eva fue actriz en su juventud, no resistió hacer casting y ser elegida en una cinta. Es curioso que un fantasma sienta curiosidad por la inmortalidad que da el séptimo arte. Pero pasan cincuenta años y Eva vuelve, con otro nombre y otra apariencia, a la ciudad en que fue asesinada: lo hace para vengarse de aquellos que la odiaron. No pude evitar fijarme en un detalle de la historia. Los antiguos jóvenes que alguna vez mataron a Eva, descubren unas cintas magnetofónicas grabadas mucho tiempo antes por otro fantasma. Las reproducen, y, de pronto, escuchan que ese otro fantasma que habla es también Eva, la cual sabe que algún día esos jóvenes que creyeron asesinarla, habrían de escuchar esa cinta. Y les habla y los amenaza. Conque Eva, el fantasma de esta novela, planea el futuro, sabe lo que ocurrirá. Es como una guionista de la vida, la escribe y le gusta vivir su argumento. En cosas así se entretienen los fantasmas ante el tedio de la inmortalidad. Una inmortalidad de cierta especie, porque en realidad no queda claro si su existencia tiene algún término. Estos fantasmas no representan el regreso de algún muerto. Se trata más bien de seres que tienen una existencia paralela a la del ser humano. Tal vez sean alguna rama de la vida que se separó en cierto momento. Son sólo “seres”. No podemos saber mucho de ellos. Sin embargo, son una categoría de fantasmas que no es común en la literatura. No son emanaciones póstumas del ser humano sino seres que comparten este mundo con nosotros, pero no alcanzamos a saber de ellos, no comprendemos mucho de su vida y sus costumbres. Curiosamente, si pudiera extraerse alguna teoría de los fantasmas derivada de este libro, sería algo cercano a la Biología. ¿Sería posible llamarlos fantasmas post-darwinistas? Eso se debe a que no son espíritus sino seres. Bueno, ya lo dije, creo. Ya fui insistente en eso. Es algo así como una historia de fantasmas materialista, lo que significa que no es necesario creer en el más allá para ser sometidos por estas fuerzas. Es curioso, porque los fantasmas, los que están llenos de prestigio, son los espectros, los que pertenecen al mundo de los espíritus, los inmateriales. Pero el mundo del idealismo puede que ya no convenza a muchos, puede ser que no sea ya el sustrato de los modernos fantasmas. Es cosa de ir a las secciones de novedades de las librerías y leer, rascar en los supuestos de las historias de hoy y saber si existe aún ese subgénero de las “historias de fantasmas” y saber si descansan sobre una base idealista o no. Sabríamos entonces si nos aterra el mundo de la realidad o el de los espectros. Sabríamos si estamos dispuestos a concederle esa importancia al otro mundo. Puesto que este libro pertenece al orbe de los best-sellers, habría que pensar en otro, por ejemplo, en It, de Stephen King, el cual también diluye la idea de espectro para darle una base biológica: si no mal recuerdo, una especie de araña extraterrestre. Los muertos vivientes tampoco son precisamente una temática del más allá, sino en todo caso el límite entre la vida y la muerte, así como el sitio preciso de la especulación científica y filosófica. Hace mucho que no escuchamos los golpeteos de los espíritus en la mesa de los médiums. Ciertamente, se encuentran un poco desacreditados; algunos de ellos, son como los victorianos que fueron olvidados en este mundo en casas abandonadas. Es cierto que la ciencia ha intentado limpiar de espíritus el mundo cotidiano. El terror literario y cinematográfico se ha llenado de pesadillas científicas, de monstruos producidos por el porvenir. Esos monstruos serán las alucinaciones del progreso. Aparentemente nos ha abandonado el mundo de la superstición, pero el mundo de la tecnología no es desilusionante en materia de pesadillas.
Peter Straub. Fantasmas (1979). Bogotá, Círculo de Lectores, 1980.