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sábado, 28 de septiembre de 2024

Ana Bermejo, de Jorge López Páez



Éste es el último texto que escribo antes de que termine la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Muy pocas veces deposito un suceso de la vida exterior en estos pequeños textos, resultados de la obstinada labor de escribir, pero se trata de algo realmente importante. Cómo no será importante, si llevo media vida persiguiendo que se convierta en una realidad política. Por ota parte, tengo que decir que todos los viernes me siento en la computadora, sea la hora que sea, para comenzar un texto que tenga que ver con una idea que decido perseguir a lo largo de la semana. Generalmente, ideas que no tienen nada que ver más que con mi aprisionada libertad de decidir. Esa idea de libertad que me he hecho a lo largo de mi conocimiento de algunos escritores, que viven alguna experiencia y dejan escrita otra. Son dos caras de la moneda que no se ven. Pero quiero ahora mostrar esas dos caras de la gastada moneda que soy. Por un lado, ésta es una semana especial porque con ella culmina un periodo que desde hace muchos años creí que tenía que llegar. La vida cotidiana era acompañar y trabajar para contribuir. Y la otra mitad era construir una libertar interior, una literatura. Cada una por su lado, aparentemente. Pero es que el complejo tejido que tiene la vida oculta algunos de sus aspectos. Curiosamente, esta semana traía bajo del brazo un libro de mi maestro Jorge López Páez, publicado en 1996. Casi treinta años antes… ¿qué tiene que ver con esta realidad de ahora? Básicamente, que se tiene que volver a leer la vida, desde las nuevas ópticas personales y políticas. (Los universos sexenales significan cosas distinta, leídos desde nuevos sexenios.) Volver a leer los contextos incluso de las personas que nos son tan cercanas. Ese mundo de finales de los años 90. Cuántas cosas han cambiado, novelas en que se permiten las realidades desligadas de la realidad social. Aunque los personajes adinerados a veces se pierden en las calles de barrio de la Ciudad de México. La historia de Horacio, hombre casado, rico, que pasa la vida en comidas, en bares y viajes, y que se enamora de una joven, Carolina. Así que la novela trata de los apuros por esconder a su esposa esa pasión secreta, pero que para sorpresa de todos los personajes en realidad esconde un amor por un personaje secundario, Ana Bermejo, la tía de Carolina. Si uno piensa un poco en el estilo de López Páez, se da cuenta de que el tema central de la novela no es ni una pasión ni otra, ni tampoco las pasiones que oculta: la disimulada vida gay de gran cantidad de personajes secundarios. No, el tema verdadero es fácil pasarlo por alto: la demostración ostensible del narrador, que quiere demostrar que sabe vivir. Ni siquiera muestra lo que platican en sus muchas cenas y cocteles, sino que vemos la cobertura de los rituales sociales, la costumbre de los bares, las recepciones y las florerías elegantes. De estos personajes que cuentan tan poco de ellos, llegó el momento en que pensé que no llegaría a conocerlos. Pero es que entre ellos tampoco se conocen. Conocen, unos de otros, sus rituales, sus modos y sus costumbres. Eso hace que se atraigan entre sí. No tienen nada que esconderse ni nada que confesarse. Recorría fascinado las calles de esta novela, a ver si reconocía algo de esa ciudad, pero no, yo, ay, estaba entonces caminando por librerías de viejo en Miguel Ángel de Quevedo. Bueno, sí, por entonces, un par de años después, conocí al autor de esta novela. Si uno camina lo suficiente, flâneur de las páginas de los libros, encuentra el modo de llegar hasta sitios recónditos. Bueno, ésta era la otra cara de este día de hoy de 2024: la nostalgia por esa ciudad de México de 1996 que tanto recorrí, pero que conocí tan mal.

 

Jorge López Páez. Ana Bermejo. México, Cal y Arena, 1996.

domingo, 22 de septiembre de 2024

Nancy Fraser: El capitalismo que nos devora al devorarse a sí mismo



Dice una famosa metáfora que el capitalismo crea su propio sepulturero (la formuló Lenin). El título de este libro de Nancy Fraser, Capitalismo caníbal, es otra imagen que sugiere que el capitalismo devora las condiciones que permiten su desarrollo. Hay más metáforas e imágenes asociadas como el fantasma que recorre Europa… Yo mismo, un poco más adelante, recordaré una famosa metáfora de Louis Althusser que no es tan bonita pero que me parece que aclara muchos puntos sobre los puntos que se tratan en este libro. No obstante, es difícil saber cuál es el contenido central de la obra de esta filósofa estadounidense. En efecto, el capitalismo devora el mundo, se devora a sí mismo y las condiciones que lo hacen posible. Pero es necesario considerar al capitalismo como una forma social y no sólo como una maquinaria económica de explotación. Así, este sistema devorador del mundo se permite legitimar la discriminación (para crear en zonas marginales los estratos sociales susceptibles de ser saqueados), construir estereotipos de género (para destinarle a la mujer el trabajo no asalariado), depredar el mundo natural (para usar sin restitución los recursos naturales) e imponer las libertades económicas sobre las políticas (para privatizar el espacio público). Ésta sería la propuesta de la estructura social del capitalismo que envuelve el mecanismo que despoja al proletariado de los frutos de su trabajo. Quiere decir que la respuesta a la pregunta que cotidianamente nos hacemos sobre el capitalismo (¿cómo destruirlo antes de que concluya la destrucción de nuestro planeta?) debe de articular las luchas esenciales: el anticolonialismo, la interseccionalidad, el eco-socialismo y la lucha antineoliberal. (Son mis categorías: la autora no se refiere a la interseccionalidad sino sólo al feminismo). De hecho, el libro de Fraser me parece una propuesta para trabajar, que requiere afinar algunos aspectos. Pero tiene un logro fundamental, proponer un pensamiento que articule las luchas de hoy. Todo lo que pensemos de este mundo en proceso de ser devorado por esa serpiente del capitalismo tendría que nutrir este pensamiento crítico, darle herramientas. Quizá, uno de los aspectos más audaces de la autora es su planteamiento de que el racismo es un aspecto estructural del capitalismo. Se pregunta si el capitalismo es necesariamente racista. Podríamos partir de la idea que un pueblo que pretende dominar a otro para saquearlo tiene que crear un discurso justificatorio. (Aunque, como dice Marx: primero se actúa y luego se inventa una justificación.) Es necesaria entonces, la construcción del otro con características que hacen necesarias su conquista y su expoliación. Sólo que el discurso que racializa al otro no es tan antiguo. De hecho, la conquista de América se dio con una justificación religiosa, no racial. Si se me permite, considero que privilegiar el aspecto racial en la dominación colonial tiene que ver con que se enuncia esta teoría desde los Estados Unidos, una sociedad mucho más racializada. (Cuando se ha querido censurar la palabra “negro” en México basado en los prejuicios estadounidenses, se ha respondido que en México esta palabra tiene una connotación de afecto que no tiene en los Estados Unidos.) Basta recordar que ha corrido por mucho tiempo la idea de que la Nueva España fue una sociedad de castas, es decir: un determinismo social de acuerdo con el origen étnico (“Salta atrás con mulata: lobo”). En realidad, el mestizaje entre españoles e indios se hizo más compleja con la llegada de los negros africanos. La cantidad de mezclas intermedias de estos tres orígenes no se estratificó por los motivos que hoy pudieran pensarse. Una de las formas en que se organizó la sociedad novohispana era a través de los “estatutos de limpieza de sangre”. Es decir, para acceder a la alta jerarquía eclesiástica, se tenía que demostrar que no se era descendiente de judíos. El término de “raza” con el contenido pseudocientífico que la caracteriza y que habla de razas superiores e inferiores comenzó en el siglo XVIII. En ese sentido, podría hablarse con mayor propiedad de discriminación y la raza como uno de sus componentes. Sin embargo, habría que pensar qué entender hoy por “racismo”. Porque este concepto podría dar a entender que las razas humanas existen y que se puede estratificar a través de ese tipo de división. Sin embargo, el racista proyecta sobre la sociedad esa ideología y pretende organizarla con base en sus propios prejuicios. No hay, de inicio, una verdad en la palabra “racismo” como sí lo hay en el “clasismo”, puesto que las clases son una verdad objetiva fuera del sujeto que discrimina de acuerdo con su concepción de “clases” o “estratos” sociales. Pero me falta integrar otra idea de Marx, citada por Fraser: "Los obreros del capitalismo no son siervos ni esclavos, sino individuos libres desde el punto de vista legal: libres de ingresar al mercado de trabajo y vender su fuerza de trabajo”. Según el historiador Jacques Le Goff, tomando esto en cuenta, sólo es posible la constitución del capitalismo hasta que la Revolución Francesa, por lo que el capitalismo sólo sería posible a partir de finales del siglo XVIII. Con este rodeo quiero precisar la teoría de Fraser, para decir que esa discriminación por racialización es un fenómeno propio del siglo XIX, lo cual no niega los discursos previos que justificaban el colonialismo. Sólo que el racismo tendría que ser comprendido en un concepto que aluda a las formas posibles de discriminación. Lo mismo, con el feminismo, el cual tendría que buscar en la interseccionalidad un discurso articulador. Quizá, el hecho de que sea una teoría proveniente de la academia estadounidense amplifique el aspecto de la raza, por lo que la experiencia de los países periféricos tendría que dar matices importantes para articular esta teoría sobre el capitalismo. Es importante la idea de la sociedad periférica que crea el capital (las economías dependientes) porque es donde se manifiesta la principal propuesta de este libro, la cual tiene que ver con su concepción del proletariado. El capitalismo crea una categoría muy celebrada: el hombre libre (el ciudadano-trabajador), vive en la metrópoli, tiene salario, acceso a servicios. Frente a él están sus esposas, que no cobran por el trabajo doméstico y de crianza de los hijos. Hay una serie de actores económicos que no aparecen representados en el libro contable del capitalismo y no por ello menos presentes. Fraser considera que sin ese apoyo de la familia o la comunidad (aquellos que no reciben salario), sería imposible sostener el capitalismo. Las mujeres, en su casa. Los abuelos, cooperando en lo que pueden. Es un trabajo “expropiado”. Es decir: el capitalismo se vale de él, pero no lo paga. La riqueza expropiada tiene esa base común: es aquello que se aprovecha sin pagar, como los bienes naturales, ciertas formas de trabajo, etc. Dije que diría otra metáfora. Es la de Louis Althusser: el aparato de represión del Estado es un edificio. Está dividido en dos: por una parte, el aparato jurídico-militar; y del otro, la ideología. Las dos alas de este edificio sirven para mantenerlo de pie y en crecimiento. El ala ideológica sirve para crear las condiciones que permiten la existencia de esta sociedad. Si la vemos de cerca, está formada de aparatos ideológicos: sitios donde se crea ideología para justificar el mundo como es. Esos discursos justificatorios pueden aparecer en cualquier lugar: en los consejos de las madres a sus hijos, en un poema, en un noticiero, en la misa. Toda la palabrería del día gira en torno a recordar el poder. Pero lo mismo son creados por individuos aislados que por instituciones estatales o privadas. Todo, incluso el ámbito de la libre empresa, está dentro de la definición de Estado de Althusser. Me importa decir esto, porque esta definición recubre todos los fenómenos que Fraser considera muchas veces extra-capitalistas y que en rigor Marx pondría en la superestructura capitalista. Creo que es importante el diálogo de este libro con la teoría que dejó Althusser, sería algo deseable para fortalecer esta discusión. Como me encantan este tipo de obras, divago y divago sin saber si alguien me ha seguido hasta este momento de mis palabras, o si bien sigo siendo el triste privatizador de mis obsesiones.

 

Nancy Fraser. Capitalismo caníbal. Qué hacer con este sistema que devora la democracia y el planeta, y hasta pone en peligro su propia existencia cannibal capitalism. how our system is devouring democracy, care, and the planet, and what we can do about it (2022), tr. Elena Odriozola. México, Siglo XXI, 2023.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Atlas de inteligencia artificial, de Kate Crawford



Quiero creer que la imagen de la Inteligencia Artificial como una rebelión de los robots contra el ser humano ha quedado atrás. Fue una máscara metafórica que se le puso a una industria con el fin de fascinar a los encargados de financiarla. Pero ahora, de lo que realmente se habla en los medios científicos es del manejo industrial de los millones de datos extraídos de la totalidad de las actividades humanas. Por esa razón, Kate Crawford, titular de Inteligencia Artificial en la Escuela Normal Superior de París, la llama “industria extractiva” e intenta explicarla desde el punto de vista geográfico, a través de un Atlas. Es necesario intentar visualizar de qué modo extiende sus tentáculos esta actividad incesante y en crecimiento para darnos cuenta en qué medida todos trabajamos para ella. No es algo fácil, dado que una de las principales actividades que tiene la IA es borrar sus huellas. Trata de decirnos que respeta los derechos humanos, que se construye sobre energías limpias, para no confesar lo que le debe al trabajo ilegal o a la destrucción del ambiente. Esta cadena comienza con una cantidad enorme de trabajadores que se dedican a etiquetar imágenes con el fin de penetrar en los secretos humanos. El principal de ellos sería: las sensaciones. El misterio que debería de resolver la máquina es el rostro humano. Todo este ideario parte de una teoría psicológica que parecía desacreditada y que comparte presupuestos con la vieja frenología: analizar la personalidad a través de la exterioridad. El rostro permitiría conocer la peligrosidad de una raza, etc. Hoy persiste de manera divertida y ridícula en los expertos de “lenguaje no verbal” o en los recientes intentos de “leer” la personalidad en los rostros. Todo esto configura una ideología alarmante que basa el “conocimiento” en los prejuicios y por los cuales los hombres exitosos son ricos y las mujeres bellas, blancas. El manejo de esta inimaginable información se hace a través de servidores que no descansan, que no deben de calentarse (se utilizan millones de litros de agua para enfriarlos) y que se alimentan de tierras raras y elementos químicos escasos. Esta industria que nos presenta su rostro alegre en todas partes alimenta, por ejemplo, el lago de Baotou, China, en donde se vierten los desechos tóxicos que resultan de la búsqueda de los 17 minerales más buscados para alimentar la IA y que hoy mide 10 mil kilómetros cuadrados, pero que crece en proporción directa con nuestra fascinación. Lo que se ha creado es un flujo de información que va desde nuestras diarias actividades (gustos, recorridos urbanos, compras, búsquedas en internet) hasta el amasamiento por las industrias informáticas de todos esos datos. Es decir: una inmensa industria que devora el espacio público, que convierte la vida cotidiana en una materia prima y que negocia con los deseos privados. No hay en este momento negocio más grande, no hay voracidad que se le compare. Los megamillonarios que viven de este negocio tienen sueños que no compartimos los demás, el sueño de parcelar el Universo, pues aspiran a mirar qué minerales son útiles, por lo pronto, en las lunas y en los planetas cercanos.

 

Kate Crawford. Atlas de inteligencia artificial. Poder, política y costos planetarios Atlas of AI. Power, Politics and the Planetary Costs of Artificial Intelligence (2021), tr. Francisco Díaz Klaassen. Buenos Aires, FCE, 2022.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Emperador de Roma, de Mary Beard



Dice un lugar común: “No juzgues un libro por su portada”. Hice bien en seguir esta frase, dado que lo compré a pesar de que parecía la portada de un insufrible best-seller. Sin embargo, se trata de un texto refinadísimo en torno a la figura de los Emperadores romanos. Su autora, Mary Beard, es experta en Filología y conoce las recientes excavaciones arqueológicas, además de una serie de textos no literarios que dan luz en torno a siglos de dominio romano por Europa. Desafortunadamente, conocer el poder es un tema complejo, y su enunciación, un rodeo que puede causar desesperación. Para usar una metáfora adecuada a este tema, podemos decir que la autora parte de un bloque de mármol sin esculpir, de donde poco a poco se extraerá la figura de un hombre. Pero no es tan sencillo, aunque hay imágenes de estos gobernantes por todos los territorios en donde dominó Roma, ciertamente los poderosos dependen de las palabras de sus allegados o de sus enemigos. No sabemos con seguridad si Calígula nombró cónsul a su caballo a causa de su locura o porque era una manera de decir que incluso su caballo haría mejor el trabajo que los cónsules humanos. Las excentricidades, bien vistas, tendrán un lugar más modesto en la vida real, la cual está formada de una monotonía más vulgar. Así que nos tendremos que imaginar la vida de los Emperadores firmando papeles todo el día, oyendo asuntos de las diferentes provincias y resolviendo los problemas con el equivalente latino de nuestros modernos oficios. Sabemos de memoria muchos pasajes en que se pueden reconocer los nombres de Julio César, Octavio y Marco Antonio, pero eso se debe a que tienen mucho menos atractivo los legajos burocráticos asentados por siglos. Pero ignorábamos que el emperador Caracalla firmó un edicto que le dio la ciudadanía romana a los ciudadanos de todo el Imperio Romano que no fueran esclavos (alrededor de 30 millones de personas). Dice la autora que se trata de uno de los mayores agujeros en lo que sabemos de la historia romana, pues se ignora cómo ocurrió este hecho, para qué y sobre todo, cómo se enteraron de esta noticia los ciudadanos de todo el Imperio. A mí me entusiasma saber que los Emperadores vivían entre papeleos, pues yo tengo que firmar oficios y firmar de recibido, rubricar tres tantos y enviar antes de cinco días hábiles. Nunca he pretendido formar parte de una epopeya ni darle atribuciones extraordinarias al mítico aburrimiento de Sísifo. Pero como una compensación histórica, los Emperadores romanos podían dar fiestas únicas, como aquella vez en que el banquete se sirvió sobre lujosas embarcaciones y a lo lejos se miraban, entre las grutas cercanas, inmensas esculturas lejanas de los dioses favoritos. ¿Cuánto le costó al Emperador esta fiesta? Habría que buscar las monedas contemporáneas y preguntarle a la autora qué proporción de metal precioso tenían en esa época, para saber si había mayor o menor crisis en el Imperio. Es cierto, Nerón y la locura grandilocuente, las legendarias guerras y la emoción desconocida de descubrir nuevos países… pero desde que descubrimos el fluido burocrático del mundo, el número de oficio y el presupuesto anual autorizado, todas las cosas de la vida han adquirido un melancólico color opaco que envuelve hasta las glorias de los antiguos Emperadores.

Lisboa, 13 de septiembre

 

Mary Beard. Emperador de Roma. Gobernar el Imperio Romano / Emperor of Rome. Ruling the Ancient Roman World (2023), tr. Silvia Furió. México, Crítica, 2024.

sábado, 7 de septiembre de 2024

Obra. Poesía y prosa, de Oliverio Girondo



Cuando Oliverio Girondo (1891-1967) publicó sus poemas, debió de haber causado cierto escándalo. Luego, por mucho tiempo, dejamos de espantarnos de casi todo. Hoy, que nuevamente el puritanismo nos ha poseído, este poeta argentino debería de tener una nueva oportunidad. Primero no lo leía porque no me gustaba (por esa frase cursi dedicada a las mujeres: “no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar”). Ahora nuevamente, dejé de leerlo por la fascinación morbosa que me causa su poesía. Su angustia se contagia, es como un bicho que brinca de pronto y ya lo siente uno trepado en el pecho. Sospecho que, dada esa poesía abismal, Girondo compartía conmigo esos ataques de pánico que brotan cuando uno se topa en la calle, en los sueños, con un pedazo de muerte olvidado por ahí. Como colindamos con la muerte, esa parte del lenguaje que tiene frontera con el no-ser se deforma. Pierde esa concreción que, por otra parte, agradecemos diariamente. Mientras vivamos entre agua, plantas, vértices, uñas, dedales, ángulos, aromas, escaleras, enredaderas, polvo y faroles, destilamos seguridad. Damos un paso y encontramos un suelo firme que coincide con la percepción visual. Qué bien que el tiempo y el espacio nos confirmen lo que nuestro cerebro predice. Aprovecho para dar gracias a la causalidad. Cuánto hace por mí. Veo brotar cosas y es que ella tiene esa atribución en este universo. Vivo prendido en la telaraña de las cosas. Y me alegro de las leyes de Newton, que no me desamparan, y doy gracias a la relación entre forma y sustancia que impiden que no me deshaga y me vaya por la coladera. El lenguaje parece libertad, pero no es más que una red a la que llamamos sintaxis, parte de esa gran telaraña que conocemos como costumbre. Hemos pensado mucho con el pensamiento, pero quién sabe si con el subpensamiento, y más aún: con el traspensar. Allá dentro debe de haber algo, entre las antiguas marañas del meditar, muerto, otro yo antiguo, viejo, que no recordaba haber tenido. Así estás tú con tus tús, que te llevan a cuestas muerto. Pero si no se mete el dedo en esas cavidades inobvias no será posible encontrar el poema. De hecho, había olvidado al poeta que mencioné al principio de estas líneas. Joven poeta al que su padre mandó de viaje en su juventud, a conocer ciudades gracias a un pacto que ya hubiéramos querido: si estudiaba Derecho, entonces sería enviado cada año a Europa. Probó cada ciudad como si fuera fruto prohibido y probó el erotismo como si fuera fruto permitido. Entró a las ciudades a buscar mecanismos poéticos esenciales. Fue a ver el cante jondo con el mismo fin, y vio al cantaor lamentando el retardo de las mujeres con ayes que lo retorcían en calambres de indigestión. ¡El deseo hace gruñir hasta a los espectadores pintados en la pared! Pasea alegremente por las calles, sube con las calles que suben, baja con las calles que bajan, hurga fuertemente entre los colores y los aromas, hasta que esa mano impertinente deja de sentir la materia y siente el espeluznante pinchazo de la nada y de la muerte.


Oliverio Girondo. Obra. Poesía y prosa, 1ª reimp. Buenos Aires, Losada, 2015.