Otras entradas

lunes, 16 de septiembre de 2024

Atlas de inteligencia artificial, de Kate Crawford



Quiero creer que la imagen de la Inteligencia Artificial como una rebelión de los robots contra el ser humano ha quedado atrás. Fue una máscara metafórica que se le puso a una industria con el fin de fascinar a los encargados de financiarla. Pero ahora, de lo que realmente se habla en los medios científicos es del manejo industrial de los millones de datos extraídos de la totalidad de las actividades humanas. Por esa razón, Kate Crawford, titular de Inteligencia Artificial en la Escuela Normal Superior de París, la llama “industria extractiva” e intenta explicarla desde el punto de vista geográfico, a través de un Atlas. Es necesario intentar visualizar de qué modo extiende sus tentáculos esta actividad incesante y en crecimiento para darnos cuenta en qué medida todos trabajamos para ella. No es algo fácil, dado que una de las principales actividades que tiene la IA es borrar sus huellas. Trata de decirnos que respeta los derechos humanos, que se construye sobre energías limpias, para no confesar lo que le debe al trabajo ilegal o a la destrucción del ambiente. Esta cadena comienza con una cantidad enorme de trabajadores que se dedican a etiquetar imágenes con el fin de penetrar en los secretos humanos. El principal de ellos sería: las sensaciones. El misterio que debería de resolver la máquina es el rostro humano. Todo este ideario parte de una teoría psicológica que parecía desacreditada y que comparte presupuestos con la vieja frenología: analizar la personalidad a través de la exterioridad. El rostro permitiría conocer la peligrosidad de una raza, etc. Hoy persiste de manera divertida y ridícula en los expertos de “lenguaje no verbal” o en los recientes intentos de “leer” la personalidad en los rostros. Todo esto configura una ideología alarmante que basa el “conocimiento” en los prejuicios y por los cuales los hombres exitosos son ricos y las mujeres bellas, blancas. El manejo de esta inimaginable información se hace a través de servidores que no descansan, que no deben de calentarse (se utilizan millones de litros de agua para enfriarlos) y que se alimentan de tierras raras y elementos químicos escasos. Esta industria que nos presenta su rostro alegre en todas partes alimenta, por ejemplo, el lago de Baotou, China, en donde se vierten los desechos tóxicos que resultan de la búsqueda de los 17 minerales más buscados para alimentar la IA y que hoy mide 10 mil kilómetros cuadrados, pero que crece en proporción directa con nuestra fascinación. Lo que se ha creado es un flujo de información que va desde nuestras diarias actividades (gustos, recorridos urbanos, compras, búsquedas en internet) hasta el amasamiento por las industrias informáticas de todos esos datos. Es decir: una inmensa industria que devora el espacio público, que convierte la vida cotidiana en una materia prima y que negocia con los deseos privados. No hay en este momento negocio más grande, no hay voracidad que se le compare. Los megamillonarios que viven de este negocio tienen sueños que no compartimos los demás, el sueño de parcelar el Universo, pues aspiran a mirar qué minerales son útiles, por lo pronto, en las lunas y en los planetas cercanos.

 

Kate Crawford. Atlas de inteligencia artificial. Poder, política y costos planetarios Atlas of AI. Power, Politics and the Planetary Costs of Artificial Intelligence (2021), tr. Francisco Díaz Klaassen. Buenos Aires, FCE, 2022.

No hay comentarios: