Recuerdo fuera de tiempo, para David le Fou
En la obra El casamiento a la fuerza, de Molière, se da este diálogo entre el protagonista y un filósofo pirrónico (seguidor de Pirrón, padre del escepticismo): “Señor doctor, necesitaría su consejo sobre un pequeño asunto en cuestión, y para eso vine aquí.” “Por favor, cambie esta forma de hablar. Nuestra filosofía nos ordena no formular ninguna proposición decisiva, hablar de todo con incertidumbre, suspender siempre el juicio; y por eso no debéis decir he venido, sino que me parece que he venido.” Hasta antes de que Pierre Bayle (1647-1706) publicara su Diccionario histórico y crítico, los escépticos gozaban de mala fama, le iba mejor a los que persistían enfadosamente en la fe. Ante la Trinidad, la Transustanciación o la Eucaristía, mejor no opinar nada, pues la duda es mejor instrumento de conocimiento, además todo lo que se extrae de esas categorías teológicas llevan a demasiadas contradicciones. De ahí que Marx admirara a este filósofo francés pues lo consideraba el responsable de que la metafísica y la escolástica teológica perdieran su viejo prestigio. Naturalmente, era un libro peligroso pues terminaría por nutrir el pensamiento de los enciclopedistas del siglo XVIII. Siendo así, ¿cómo es que logró difundir tales ideas? Eso se debe a la estructura del Diccionario, que tiene unas breves entradas informativas de cada uno de los personajes mencionados, seguidas de numerosas notas al pie en letra pequeñísima. La censura decidió no penetrar tanto en esas notas, a diferencia de los lectores americanos del siglo XIX que bebieron ansiosamente el pensamiento spinoziano con agravio para sus pobres ojos (y los míos). Naturalmente, critica el pensamiento del filósofo holandés, aunque por ahí en una de sus miles de notas al pie explica que es posible que existe una sociedad formada por individuos ateos. Mientras la gente leía los artículos dedicados a personajes extraordinarios como Hiparquia, la primera filósofa, o el poeta científico, Lucrecio, las notas al pie escondían bombas ideológicas maravillosamente escondidas, como deben de ser la maquinaria revolucionaria. Cuenta la historia, por ejemplo, del filósofo portugués Uriel Acosta (o Uriel da Costa), que profesaba secretamente la fe judía, así que huyó a Holanda para poder anunciar su conversión. Sólo que, pasado el tiempo, su carácter racional lo llevó a comentar críticamente el pensamiento judío, de tal modo que los rabinos lo excomulgaron e incitaron a los niños a apedrearlo por la calle. Después de años de persecución, acordó con los rabinos el perdón de la comunidad. Dicho perdón, llevado por la caridad, consistió en pedirle a Acosta que se tirara en el suelo, a la entrada de la sinagoga, para que todos los que salían de la ceremonia, le caminaran encima. Ese perdón lo llevó a la muerte. Hoy se cree que, entre la multitud que vio esa escena estaba un niño, Baruch Spinoza, que, con los años, se dedicó a enfrentar la religión con la fuerza de la razón. Para tolerar todas las infamias de la religión (entre otras infamias), es necesaria una gran indiferencia que permita al espíritu continuar guiado sólo por la metodología de la duda. Ése era el valor que Bayle veía en el antiguo Pirrón, el filósofo que mostró ante el mundo la indiferencia más sorprendente. Sostenía que no importaba más vivir que morir. “¿Entonces por qué no os morís?”, le preguntaron. “Precisamente por eso”, respondió. Dice más Bayle: que a Pirrón nada le gustaba y por nada se enfadaba. No le molestaba si le prestaban o no atención cuando hablaba, y continuaba hablando aun cuando sus oyentes se hubieran ido. Y decía: “La inconstancia de las opiniones y pasiones es tan grande que podría compararse al hombre con una pequeña república que cambia con frecuencia sus magistrados”. Era tan singular, que, sin duda, su indiferencia no causa indiferencia.
Pierre Bayle. Diccionario histórico y filosófico / Dictionnaire historique et critique (1696), selección, traducción, prólogo, notas y diccionario del editor, Fernando Bahr. Buenos Aires, El cuenco de plata, 2010. (Col. Hojas del arca, 1)
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