Visito con la memoria mis viejas clases con Huberto Batis en la Facultad de Filosofía y Letras, y lamento no haberle preguntado más acerca de Inés Arredondo (1928-1989). Y eso que en alguna de ellas nos habló de su relación sentimental con la autora de La sunamita. Alguna vez le escuché anécdotas sobre ella que no me toca contar. Quizá sólo me interese decir que pienso que la escritora fue, a lo largo de su vida, demasiado amable con su esposo, Tomás Segovia, para cuyos proyectos trabajó sin pedirle crédito ni remuneración. También quiero decir que colaboró, también sin crédito, para la Revista Mexicana de Literatura, en un grupo que se distinguió por el elitismo. Fue el signo de ese grupo, y si uno pretende quererlo y admirarlo, debe de aceptar que sus miembros se sintieron únicos e inalcanzables, la aristocracia intelectual. Batis me dijo que se consideraban a sí mismos la Generación de Casa del Lago, recinto que dirigió Juan Vicente Melo, y, también, que los unió su admiración por Jorge Cuesta, a quien Arredondo le dedicó su tesis de Letras. Inés Arredondo escribió sólo tres libros de cuentos, escritos y sobre escritos maniáticamente, porque la anécdota se disuelve. También lo dice Batis: la trama es parte del misterio, ella nunca la entrega al lector. Los frutos que uno recoge de su lectura son engañosos. Parecen por su apariencia que son maduros, pero bajo su cáscara hay putrefacción. El desinterés envuelve el gozo por la destrucción moral. El amor tiene dentro el control malsano. No son azarosos estos contenidos ocultos, son partes constitutivas de una moral compleja. Es que hurgaban malignamente en la literatura de Thomas Mann o de Robert Musil. Esos libros alemanes que pretendían desentrañar la moral más allá de las convenciones inmediatas. Y si se lee esta cuentística como un solo plan narrativo, se llega al origen mítico de la familia en El Dorado, el rancho sinaloense en que trabajó la familia Camelo (el verdadero apellido de esta autora). Aparece la antigua clase de terratenientes que amasaban fortunas imposibles que les permitía viajar por el mundo sin limitaciones. Me gustaría reflexionar largamente sobre estos cuentos, ir extrayendo sus implicaciones, pero me conformaré con uno, “Opus 123”, que trata de dos jóvenes pianistas, ambos homosexuales, sepultados en vida en un pueblo sinaloense, antes de la Revolución. Prácticamente, sus vidas no se cruzan, pero sabemos que uno de ellos es el único que es capaz de comprender al otro, en sus capacidades artísticas, en el agobio del encierro. Uno de estos pianistas tiene el dudoso privilegio de pasar su vida de éxitos, viajando por Europa, acompañado por su madre, que no lo abandona jamás, impidiéndole cualquier forma de relacionarse con nadie. Ya muerta la madre, el hijo comprende que ella no lo acompañó por amor a él: por el contrario, su verdadera motivación era el amor a su esposo. Por décadas se dedicó a mantener a su hijo lejos de su pueblo, para evitarle a su esposo la vergüenza de ostentar un hijo pianista y homosexual. El amor de una madre muestra sus verdaderas intenciones. Eso se debe a que la autora consideraba que la pureza era un pecado terrible, y a que logró mostrar la vertiente demoniaca de esta virtud.
Inés Arredondo. Cuentos completos, pról. Beatriz Espejo. México, FCE, 2011.
1 comentario:
Excelente entrada para multiplicar el gozo de las lecturas de IA.
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