Hace algunos años, cuando me encontraba formado en un café, se encontraba delante de mí una señora bajita, con un mechón blanco sobre la frente, pidiendo su propia bebida. Era tan fuera de lo común que me dije que me gustaría ser su amigo. Cuando volteó y me vio, me gritó: “¡Pável, soy Rosa Nissán!” Tantos años de no verla, que no la reconocí, vestida de negro, siempre alegre, y llena de cosas que contar. Me enseñó muchas de las fotografías que ha tomado a lo largo de su vida y me contó la idea de hacer un libro con esas imágenes. ¿Qué se mira en el libro de Rosita? Ella misma construida gracias a su mirada. Ella, en fotomontaje, con cuerpo de mosca, tirada en el piso: una mosca muerta. Ella, pero disfrazada de luchadora, en pleno Parque México: Rose Demon. Ella, con el cuerpo deshecho por culpa de un accidente automotriz: Rosa Dolorosa. Rosa, con su propio exvoto pidiendo su salud. Claro que nos conocíamos, desde hace tantos años. Cuando salió su primer libro, Novia que te vea, lo compré, lo leí, pero no lo comprendí. Apenas ahora, en la segunda lectura, me inundó su riqueza. Antes, yo no sabía de la lengua ladina. No imaginaba la belleza ancestral de un idioma que viajó por el oriente y que migró nuevamente a otros países, México uno de ellos. Antigua colonia Condesa, familias sefardíes con acento exótico, español pero con especias orientales. Qué lástima que sean tan pocas las oportunidades de escucharlo, se embelesa uno oyéndolo. Fue común en la Lagunilla, en los barrios del centro de la ciudad. Son los ambientes de esta novela autobiográfica que disfraza un poco los nombres y retoca una que otra historia. En ese mundo de los años 50, qué pocos destinos tiene una joven, sobre todo si pertenece a una comunidad tan conservadora. Rosa quiso ser periodista y luego laboratorista, con el consabido escándalo materno: “No te abasta con el mugroso título de periodista… Estás atavanada.… Y cuando vamos a descansar un poco para decir: muestra hija, sosdé ya gana su dinerito, ¡no!, apenas dos meses de sueldo y ya inventas algo nuevo, y sales con que quieres ser química. ¡Dios mío!, ¿por qué mos diste una hija sabia?” Habla la madre, pero habla también el idioma, una cadencia que da nostalgia. Rosa Nissán fue a dar al taller de Elena Poniatowska, en donde pudo escribir esta novela, libro que además de un documento fue la posibilidad de construirse a través de palabras, deslindar la educación familiar del poder de la palabra. La vida es tan fácil como conseguir marido, para qué otra cosa. Las clases de Elena la liberaron, la llevaron a escribir, le pusieron a su vida una columna vertebral. Desborda tanto su voz inconfundible, que me atemoriza un poco. Tan pocas fuerzas tengo para decir “yo”, que la novela de Rosa me apabulla. Me dice que es posible simplemente llenar páginas con la experiencia de la vida, para poderse ver uno mismo. El ejercicio literario es también una prueba de valor vital. Es pura casualidad, pero a punto de poner punto final, veo que Rosa Nissán cumple hoy 85 años. Y su voz y su originalidad florecen igual que la joven que protagoniza su libro.
Rosa Nissán. Novia que te vea. México, Planeta, 1992. (Col. Fábula)
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