Cuando una cucaracha se voltea y queda con las patas hacia arriba, su fisiología pierde la eficacia. Deja de ser útil su constitución y se deja de manifiesto su fragilidad. La lógica de su movimiento da paso ahora a la zozobra y sus patas comienzan a realizar movimientos desesperados; en cualquier momento, la anarquía puede ayudarla a recuperar su estado original para seguir caminando.
Me siento esa cucaracha desesperada, tirada sobre su coraza. Cuando uno conoce a la perfección sus recursos literarios y sabe manejarlos, tiene conciencia de su propio estilo. Entonces uno sabe el camino, la seguridad que da recorrerlo sin peligro.
Vale la pena entonces, suicidarse. Voltearse como una cucaracha y sentir el peligro de no volverse a levantar jamás. En la desesperación de terminar aplastado, muerto de inanición, uno mueve las patas sin orden, escribe sin sentido. Las frases salen al azar porque tal vez de una de ellas provenga la salvación requerida: la que le devuelva el balance a ese insecto.
Puede uno entonces volver a andar: ya no de la misma manera porque sabe que puede volver a caer, a desconocerse y sumergirse en la angustia de la desarticulación.
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