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viernes, 28 de abril de 2017

Bienvenido, Mr. USA. La música norteamericana en España antes del rock and roll (1865-1955), de Ignacio Faulín Hidalgo


Es una historia de la música popular española que abarca noventa años, contra lo que dice en el título, pues no se limita a “la música norteamericana”. Por el contrario, pone la influencia de los Estados Unidos en un marco que incluye las músicas de Cuba, México y Europa. Como no tiene gran agilidad para la narración, y como tampoco le gusta mucho contar anécdotas sobre las vidas de los personajes de que trata, la lectura no es, ni de lejos, agradable. Por el contrario, para llegar al final del libro el lector es el que debe colaborar con el entusiasmo. Y eso que hay grandes historias, grandes cantantes y compositores. Debo de confesar que me encanta la música del franquismo, lo cual me hace opinar de manera opuesta a lo que decía el escritor Manuel Vázquez Montalbán, quien desautorizó toda esta época. Ya se sabe que Celia Gámez, la gran argentina que triunfó en España, tuvo como padrino de bodas a José Millán-Astray, es decir, el general que pronunció la temible frase: “¡Muera la inteligencia!” Las primeras veces que oí canciones como “Alas”, sentí culpa, pues se estrenó en 1941, poco después de la llegada de Franco al poder, pocos años después del asesinato de García Lorca. Y Celia Gámez cantaba ese foxtrot con total frivolidad: “Alas para poder volar, / alas pide mi corazón”. Ay, los españoles pedían zarzuelas frívolas con influencia del swing, de la samba brasileña y de los tangos. Este libro es la –justa– exculpación del arte, aun en esa circunstancia. Los españoles querían oír jazz, canciones mexicanas y volver al teatro a escuchar de nuevo: “Por la calle de Alcalá, con la falda almidoná / y los nardos apoyaos en la cadera”. Ciertamente, hay mucho de ese casticismo que quizá las siguientes generaciones españolas aborrecieron: mucha de esta música hoy es difícil de encontrar en Madrid. Pero algo más ocurrió entonces, porque en medio de todo eso, hubo un público que buscaba el jazz. El saxofonista de bebop, Don Byas, que tocó con Count Basie y Duke Ellington, era de madre española, así que viajó a España con gran éxito. Un joven pianista ciego de Barcelona, Teté Montoliu, conoció a Don Byas y a Lionel Hampton en el Hot Club de su ciudad. Ese encuentro fue definitivo para el jazz español. Pero no es lo único importante. Durante muchos y muchos años, hubo un gran número de músicos y de orquestas que trataron de hacer jazz en la España de Franco. Hay dos aspectos en los que esta época de España se parece a México. En primer lugar, que, desde el punto de vista musical, son dos periodos desconocidos en ambos países, pues se conoce sin profundidad la riqueza de toda una época. Y, por otra parte, el hecho de que, en distintas proporciones, las distintas influencias musicales extranjeras modelaron los estilos de moda. Por esa razón pueden escucharse canciones de José Alfredo Jiménez y boleros de Consuelo Velázquez cantadas por grupos españoles. Dentro del mundo de la música se vivía en gran diversión, pero ¿qué hacer si fue el único aspecto que no aparece en las páginas de este libro?

Ignacio Faulín Hidalgo. Bienvenido, Mr. USA. La música norteamericana en España antes del rock and roll (1865-1955), prólogo de Leo Harlem. Lleida, España, Editorial Milenio, 2015.

viernes, 21 de abril de 2017

El intelectual mexicano: Una especie en extinción, de Luciano Concheiro y Ana Sofía Rodríguez

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El intelectual es un especimen extraño. Ni siquiera hay una taxonomía clara para saber quién es y cuál no. De manera general, aceptamos que se trata de aquel que, sin ser especialista, participa del debate público. Curiosamente, este profesional de la superficialidad es el que más sabe de todo. Quizá se debe a que su oficio es anudar todo aquello que se manifiesta de manera particular. De ahí que los analistas políticos –los que son exclusivamente analistas políticos–, no deberían entrar en esta clasificación. Algunos de los entrevistados en este libro, como Huberto Batis y Emmanuel Carballo, son más bien editores y críticos literarios. Pero qué objetar, si son los que dieron las mejores entrevistas. Lo mismo pensaría de Rolando Cordera, Lorenzo Meyer (¡otra entrevista notable!) o Jorge G. Castañeda, que me parece que entrarían mejor en una clasificación de “analistas”. La presencia de Juan Ramón de la Fuente, por su parte, me parece inexplicable. De igual manera, la muestra de representados se inclina por los miembros de la revista Nexos (hubiera sido magnífica una entrevista con Enrique Florescano), mientras que Letras Libres sólo tiene la voz de Roger Bartra. No sé qué opinen los personajes acerca de la opinión de los autores, para quienes estas entrevistas son algo así como un epitafio, el fin de la “era de los intelectuales”. Desafortunadamente, es algo que ni siquiera tratan con sus entrevistados, pues son más bien conversaciones biográficas, notablemente bien conducidas. En un epílogo, se nos revela lo que los autores pensaban de todo aquello que escucharon. Sin embargo, no estoy de acuerdo con la principal de las conclusiones: que la autoridad vertical sea la única forma de actuar de un intelectual. Es cierto que algunos lo han practicado de manera más autoritaria que otros, por ejemplo: Octavio Paz en mayor medida que Carlos Fuentes. Es cierto que vemos a intelectuales que frecuentemente censuran otras opiniones o no las toleran en sus publicaciones. Pero esa actuación no es consustancial al intelectual. Es el poder el que debería de ser erradicado, por lo que a un intelectual que decida por los demás debería de sucederlo uno que elabore ideas o teorías para luego arrojarlas lejos de sí, para que las utilicen los otros si es que les sirven. Por otra parte, los intelectuales nunca han abundado, siempre han sido pocos. Pero con la sustancia de su obra le han dado sustancia a una época. No han sido sustituidos por los especialistas, pues muchos de ellos, como lo refiere Juan Villoro en su entrevista, son incapaces de redactar un artículo de divulgación. En todo caso, entrarían, al discutir, en un espacio hecho para el debate intelectual.

Luciano Concheiro y Ana Sofía Rodríguez. El intelectual mexicano: Una especie en extinción. México, Taurus, 2015.

lunes, 10 de abril de 2017

Dormir al sol, de Adolfo Bioy Casares


 
Esta novela trata sobre un tráfico de almas. Algo extraño. Pero más o menos lo que ocurre es que el doctor Samaniego, el médico de un hospital frenopático, logra extirpar el alma, la cual se encuentra en una glándula del cerebro. Tal como lo creía Descartes. Así que Adolfo Bioy Casares (1914-1999) le dio seguimiento a esa idea, y pensó en una época en que la ciencia pudiera localizar el lugar exacto del alma en el cuerpo y así poder curarla. Extraer el alma y sumergirla en la animalidad, es decir: ponérsela a un perro como en un baño de inconsciencia. Y entonces, exponer las consecuencias en una vida cualquiera, en un barrio cualquiera. Pero la manera de resolver la historia es, como acostumbra el autor, darle la vuelta como un calcetín. Es decir, comenzar el relato con normalidad, con la cotidianidad de la vida, para que, en algún momento, esa vida se tope con lo extraño, con esa otra realidad que se ha gestado en la oscuridad. Más o menos es una constante de su narrativa. Por lo que puede ser considerado un escritor de ciencia ficción, más que un autor fantástico. Curiosamente, por más que su tema sea el enfrentamiento del alma con lo extraño, no es un autor misterioso. Quizá tenía una claridad muy poco afín a sus intenciones. Y eso que intentaba algo sobrecogedor, la complicidad de todos los personajes para conducir al protagonista al encierro y quizá a la muerte. No sé si eso se le debe de agradecer o no al autor. Pero hay algo más, algo que me gustaría llamar “cervantino”, en esta novela. Se debe a que, conforme avanza la historia, nos vamos percatando de que estamos ante un manuscrito y de que el protagonista le relata a alguien su historia. Sólo llegar al final nos podrá decir a quién le escribe y desde dónde. Por qué medio le hizo llegar estas hojas a su destinatario, y si es que finalmente llegaron. Lo que quiere decir que el manuscrito tiene su historia propia, que es lo que Cervantes también propone en el Quijote. Ahora bien, hasta cierto momento, el narrador sabe todo de su historia, hasta que sabemos la circunstancia en que escribe su manuscrito. Y el narrador reflexiona sobre el problema en que se encuentra, encerrado, con riesgo de perder su alma y ser sumergido en la animalidad, esa promesa de felicidad del doctor Samaniego. Pero no hay mayor reflexión sobre el alma y su naturaleza. En esta novela, el alma contiene la memoria, se va con ella cuando se le arranca del cuerpo. Por ello, los personajes se llevan sus recuerdos cuando transmigran quirúrgicamente. Ciertamente, la novela no se desborda ni deja misterios sin aclarar. Acaso, el gran misterio es el de saber las relaciones de todos los personajes entre sí. Aquellos que parecen tramar contra el protagonista guiándolo hasta el frenopático para que el médico de almas experimente con su esposa. Pero hay cierta decepción al comprobar que todo aquello que era oscuro se ilumina sin consecuencias realmente perturbadoras.

Adolfo Bioy Casares. Dormir al sol (1973), prólogo de Claudia Piñeiro. México, Emecé, 2015.

domingo, 2 de abril de 2017

Pancho Villa. Una biografía narrativa, de Paco Ignacio Taibo II


 
Yo hubiera contado esta vida de otra manera. La habría organizado de lo más general a lo particular, aclarando cuántas campañas tuvo Pancho Villa y cuál fue la importancia de cada una de ellas. Le habría dado un gran peso conceptualmente a la relación de Villa con Francisco I. Madero, pues parece que siempre le fue fiel. Pero el autor eligió el método opuesto. Es decir, con el peso de toda su investigación va narrando lo que ocurrió día tras día, el cuatro, el cinco, el seis de abril, si Pancho Villa salió o no a caminar por Celaya. En ciertos pasajes del libro, llega a parecer un recurso inacabable. De ahí que se utilicen las notas al final de cada capítulo para hacer apreciaciones preliminares, lo cual hace de esas notas lo más valioso del libro y lo más entretenido. Las grandes periodizaciones las logra el lector una vez que ha recorrido junto a Villa el camino de su vida. Entonces se puede decir que fue un revolucionario inspirado por Madero, y que Carranza no le tuvo nunca confianza, por lo que Villa tuvo conflictos que culminaron en su derrota a manos de Obregón, el único general de la Revolución que nunca perdió una batalla (según escribió José Emilio Pacheco). Una vez trazado el camino principal, se podría rellenar con la abundante información. Pero basta. Me perderé por un caminito bastante marginal en el enorme mapa de este libro. Comencé a subrayar las referencias musicales, las cuales me llamaron la atención desde las primeras páginas del libro. Así me di cuenta de que las batallas revolucionarias y las tomas de las ciudades estaban siempre acompañadas de música, y que prácticamente en toda ocasión se escuchaba una marcha, una polca o un vals. Desde los primeros días del movimiento armado, en 1910, se escuchaba en Ciudad Juárez el repertorio revolucionario. Un pasodoble cuyo origen siempre me había intrigado, “El zopilote mojado”, se tocaba en los días en que Madero se levantó en armas. No se dice que el corridista Samuel M. Lozano había sido adicto a Villa y que éste, en una ocasión, le dio dinero para que se comprar una guitarra. Lozano fue el autor de “Tampico hermoso” y se dice que de “La rielera”. Este músico le puso letra en español a una canción francesa que sonaba entonces en los discos, “Marieta”, por lo que la suposición de que era la oaxaqueña María del Carmen Rubio es un poco arriesgada. Y, en general, aunque las inspiradoras de canciones como “La Adelita”, “Joaquinita”, “Valentina” o “Jesusita en Chihuahua” debieron de tener una musa real, perseguirlas hasta la fuente exacta es un imposible. “La cucaracha” venía ya desde España, por lo que no es exacto que se refiera a Victoriano Huerta. Sí fue la canción que trajeron los villistas a la capital en 1914, y luego se convirtió en una de las más importantes de entonces. A Villa le gustaba hacer ejercicio mientras una banda de música le tocaba la canción “Las tres pelonas”. Eso me lo contó mi amigo el productor de radio Jesús Elizarraraz, quien de niño conoció a Villa en Torreón. Comprobar que una anécdota tan pequeña coincide con las páginas de un libro le da credibilidad a la historia escrita.

Paco Ignacio Taibo II. Pancho Villa. Una biografía narrativa (2006), 13ª reimp. México, Planeta, 2016.