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viernes, 25 de septiembre de 2009

"Y por mi lengua quieren levantarse..." (Acerca de la poesía y el 68)


No hay mucho que yo pueda decir sobre 1968. Ni nada que pueda agregar a lo que se ha dicho. Pero por lo menos, tampoco voy a derrumbar nada, ni a quitar un mínimo grano, ya que lo que se ha escrito es historia colectiva y por mucho que los historiadores pretendan relativizar estos hechos, se destrozarán los nudillos tratando de pegar sobre ellos. Ese año es un horizonte en mi paisaje, no puedo alejarme pero tampoco acercarme, sólo sé que detrás de él está: la historia antigua. Que detrás de las montañas, las personas son otras, tienen costumbres ajenas, están ocupadas en otros asuntos. Son muy distintos. Desafortunadamente nosotros nos las vemos con muertos, no sabemos con cuántos, pero son los vivos de ellos. Aunque a decir verdad han dejado de estar muertos para nosotros, pues nunca estuvieron vivos. Sus voces no claman desde las profundidades, no piden nada, se reintegran al flujo anónimo de la historia. Como no tienen rostro, su voz se confunde entre las otras. El historiador se enfrenta al silencio pues cuando llega, tarde a todos lados, se encuentra con el silencio, todos los hechos han pasado y han dejado sus huellas. Continuamente, los historiadores más escépticos (es decir, cuando la versión reaccionaria se disfraza con un sano escepticismo) nos dicen: No fueron tantos, han dejado escapar un alud de gritos, una avalancha de manifestaciones y todo por unos cuantos muertos, pues nuestras cuentas científicas dan un número mucho menor del que ustedes afirman, no se llenó de muertos ese sitio, y lo peor de todo es que ustedes utilizan ese lamentable suceso –es cierto, nosotros nos lamentamos juntos, nada nos duele más que una agresión de este tipo– ustedes utilizan esos lamentables hechos para dominarnos. Más o menos así es el discurso de la historia reaccionaria de hoy, ya que la experiencia le ha enseñado que no hay tantos hechos extraordinarios, pretende quitar los extremos, no hay tantos villanos como suponíamos, pero tampoco tantos héroes. La experiencia, como decía Walter Benjamin, es una misteriosa máscara metálica, no sabemos qué hay atrás de ella cuando habla con su voz de profeta, cuando dice: Lo digo por experiencia. Se remueve la máscara y queda humo tan sólo. La experiencia sólo ve lo que se repite, acumula hechos parecidos, pero no sabe que existe lo extraordinario. Se niega a ver que por encima de la vida cotidiana hay otra forma de existencia, se dedica a reproducir el círculo eterno de la semana laboral, con sus días de asueto y sus horas de comida. Nada hay tan emocionante como un viernes seguido de un sábado al cual sucederá el domingo, consagrado para el descanso y la vida en familia. Con lo cual seguirá dando vueltas la enorme rueda de los acontecimientos. Pienso que el temor a romper la cotidianidad fue durante mucho tiempo el miedo a esa historia, pues los jóvenes de hace cuarenta años estuvieron enfrentados a esos valores que dejaban a la sociedad tal como estaba, pero al mismo tiempo sacrificaba la libertad personal.

Tal vez, esté explicando con cierto misterio, y tal vez el misterio equivale a explicar con el silencio. Pero dentro de ese silencio, hay una serie de murmullos, los de las voces que no se apagan del todo. Es cierto que los muertos están muertos, pero entonces qué es lo que se escucha en la oscuridad. Si nada consta en actas, si no hay nadie, a quiénes pertenecen las voces. La historia está guardando sus mejores galas para festejar dos centenarios, es lógico que quiera ser invitada al festín de los vencedores, que por esta ocasión son los enemigos. Pero estamos acostumbrados, hace cien años, los que festejaban eran los enemigos de los festejados. Pero no debería de alarmarnos, tal vez los que lucharon no harían fiestas tan bonitas, aunque no sabría decir si este centenario promete. Hay tantos motivos de orgullo, como un segundo piso administrado por la iniciativa privada, se pondrán las biografías de los héroes de aquellos que tienen una estación del metro, incluso, no sé si sepan, hay un robot de Hidalgo que explica sus ideales de 9 a 1, de lunes a viernes. Se le aprieta un botón y comienza a hablar, parece que hasta responde las inquietudes del público. Tal vez el responsable de las celebraciones del Centenario sea un robot que repite un discurso hueco, ya que hasta la fecha nadie ha podido encontrarle un discurso con ciertas ideas más o menos coherentes.

De cualquier forma, es más cómodo hablar de todo eso, cuando ya ha pasado tanto tiempo. Zapata está más vivo, eso es cierto, pero no obsta, se le puede invitar al banquete, se puede decir su nombre incluso. De preferencia no, pero se puede, con cierta delicadeza. Pero el 68, tal vez no sea tema. Sí Maximiliano y Santa Anna, pero no estos momentos porque la izquierda no ha dejado de señalar esos hechos. Porque hostigan al poder, porque los movimientos de hoy son deudores de aquel movimiento reprimido tan brutalmente. ¿Que no hubo tantos muertos? ¿Carece de validez entonces darle voz? A mí lo único que se me presenta en estos momentos es la oposición de la historia y la poesía. Ya que hay una corriente actual que pide que se acabe con los “mitos históricos”, la poesía es entonces invitada a pasar al banquillo de los acusados. Esos poetas y sus bellas mentiras, que crean mitos y echan a perder las mentes más lúcidas. Es mejor que se haga un corte preciso entre la realidad y la literatura, clama la Historia, como si la Historia no tuviera una posición interesada. Y se prefiere que los poetas permanezcan fuera de las opiniones políticas, tal vez construyendo sus mundos independientes. Pero en el fondo, mitificar y desmitificar son dos caras de la misma moneda, o una lucha un tanto centrada en la ideología, en tanto que los hechos se escapan. Mientras uno discute con otro, mientras los mitos se cosen y se descosen como Penélope, mientras decidimos si la realidad es cognoscible o no por la Historia, no faltará el político que meta mano en nuestros bolsillos seguro de que el juicio de la Historia se producirá cuando nadie sepa qué era lo que se estaba juzgando. Cuando la Historia junte sus evidencias, cuando reúna valor y grite sus conclusiones volverá a estar rodeada de silencio.

“No consta en actas”. Sí, eso parece. No hay nadie. Nada. Hace poco me enteré en el blog del descendiente de uno de los niños héroes, que la maestra de primaria le dijo: “Los niños héroes no existieron”. Como al descendiente de Aureliano Buendía cuando una buena tarde se enteró por el cura de Macondo de que Aureliano Buendía no existió. Si los hechos no fueron así, cómo fueron. No es que el poeta presente pruebas, presenta experiencias y el poema es el camino por el que sigue su propia verdad. Una verdad que nunca es extensiva, que a lo mucho sirve para que se refleje en ella toda la humanidad. Pero sólo reflejarse. Generalmente, se le pide a la poesía cierta “objetividad”, como si tuviera la responsabilidad de ser el mapa para que se descubra Troya. Se le pide que sea responsable. Se le pide que dé juicios informados. Y la poesía…, bueno, ustedes saben, ya la han visto, la poesía, no hace mucho caso de eso. Se ha tomado muy en serio eso de poner en práctica una libertad interior, quiere salir de sus límites, aun cuando se le pida que sea “políticamente correcta”. Contiene deseos muy profundos, pero los exhibe. Nadie me ha preguntado mi opinión acerca de la literatura comprometida, pero pienso darla, pues sé que nunca llegará la pregunta. Y prefiero que cuando llegue, la respuesta le salga al paso. Como la poesía es compromiso de por sí, no puede objetársele ninguna omisión. Yo debería voltear el cuestionamiento hacia otro sitio. Es la teoría social la que debería darnos alguna respuesta; es ella la que debería responder qué camino seguir para resolver las dudas que formulan los poetas, así como los caminos para convertir esas posibilidades poéticas en realidades potenciales. Desafortunadamente, el compromiso que falta es el contrario, el de la política con la poesía.

No obstante, el poeta sabe sus caminos. Se puede permitir ser voluntarista y mistificador. Se puede permitir cualquier cosa. ¿Dije “cualquier cosa”? Sí, cualquier cosa. Es cierto, se puede permitir la censura. Pero no hay puerta cerrada. Yo, por mi parte, no puedo imponerle nada a nadie. Pero por otra parte tengo el derecho de no ir a donde me llaman. Y no pienso ir detrás de las interpretaciones ritualistas del 68, así como no seguiré cierto voluntarismo insinuado a veces en algunos pasajes del libro. Sobre todo, no me atrae la metáfora prehispánica, que hace de los hechos políticos vividos en 1968 un momento ritual, cíclico, purificador de la historia. Pero como dije antes, el poeta tiene derecho a eso. Sobre todo porque la poesía nunca esconde su visión interesada de las cosas. Siempre es el interés del poeta. Por muy escondido que tenga sus intereses. En última instancia, tiene un compromiso con lo posible. Aunque, viéndolo bien, lo posible es hasta cierto punto interesado. Pienso en un caso concreto, ya que a nada me llevará el rumbo de la especulación. Juan Bañuelos escribe sobre una joven muerta. Bueno, no es sólo una joven muerta. Es Regina Teuscher. Ya ustedes la conocen, pues se hizo un musical al respecto con Lucero. Tenían sus productores tan buenas intenciones democráticas que hasta tuvo un bello subtítulo: “Musical para una nación que despierta”. En él, como en la famosa novela, Regina es elegida por un Lama del Tíbet, aquellos espirituales seres tantas veces han ayudado a la CIA y que pugnan por la teocracia y por el paternalismo. El día en que se presentó el libro, una mujer se levantó de su lugar: “Soy la hermana mayor de Regina”, dijo. “De Ana María Regina Teuscher Krüger. Me llamo María Luisa Teuscher y he venido a preguntarle, señor Velasco, quién lo autorizó a utilizar a mi hermana para hacer tanto dinero, para escribir esa bola de mentiras, de sandeces, para engañar a la gente…” El autor del libro dijo: “Hay muchas Reginas. Usted habla de una de ellas”. Pero eso es anecdótico y a nosotros no nos gusta lo anecdótico, fuchi, nos gusta lo trascendental. Y lo trascendental es que la noche del estreno estuvieron presentes Martha Sahagún de Fox, Francisco Barrio y Rodolfo Elizondo. De ninguna manera estuvo la familia Teuscher, es decir los dueños de esa visión parcial y fragmentaria de esa edecán. Comparto con ustedes los conceptos de El Diario de Torreón del 26 de marzo de 2003: “Regina, un Musical para una Nación que Despierta, cuenta la historia de una niña que nació en el Tíbet y que tiene una misión: despertar espiritualmente a México; lograr un solo pensamiento y así lograr un mejor país, sin corrupción y con los valores por lo que lucharon los héroes que nos dieron patria y libertad. Por todo eso, Regina está relacionada con el gobierno de Vicente Fox; por la esperanza que tenía la gente de ver un cambio, ya que Regina tenía la misión de encontrarse con él y ayudarlo a unir un sólo pensamiento.” Tal vez recuerden que por esas fechas Vicente Fox se declaró heredero del 68. No todo es así, por más que algunos ex líderes del 68 se hayan sentido honrados por esa declaración. De esa manera no se resuelven los conflictos históricos. Por más que Fox se hubiera aprendido las canciones de Lucero, eso no soluciona nada.

Hay otra voz, que nada tiene que ver con la de Lucero ni con su musical. Es el silencio de Regina. La que está en la plancha con el rostro desfigurado, pero con la belleza intacta. Ese silencio que Lucero no deja escuchar es el verdadero fluir del ritmo de aquella época. Hay una voz, definitivamente. Encuentro en los mejores momentos poéticos de los autores reunidos en Epopeya del 68, de José Alberto Damián, Himber Ocampo y Alejandro Zenteno Chávez, una voz recuperada que da voz al silencio y a las voces que claman desde el abismo, a las cuales la poeta polaca Wislawa Szymborska pide disculpas por escuchar un disco de minué.

(Presentación del libro Epopeya del 68, de José Alberto Damián, Himber Ocampo y Alejandro Zenteno; Salón de Actos, Facultad de Filosofía y Letras, 24 de septiembre de 2009)

domingo, 6 de septiembre de 2009

Ciudades invisibles, narradores invisibles



La patria es impecable y diamantina, dijo López Velarde. Florece inaccesible al deshonor; aunque me parece que no opinaban lo mismo los ministros de la suprema corte que hace unos años votaron en contra del poeta de Campeche, Witz Rodríguez, por haber escrito un poema, “La patria entre mierda”. En ese entonces, la ministro Olga Sánchez determinó que el ultraje poético afectaba “la seguridad de nuestra nación”. Desde luego, lo más peligroso es escribir, da igual de qué o sobre qué pues la escritura generalmente tiene forma de espiral y conforme más se le deja sola a su libre arbitrio, alimentándose de sí misma, podrá tomar formas incomprensibles y peligrosas, ya que la libertad generalmente está mal entendida. En algún momento las palabras pueden salir del libro y será inútil cerrar el libro, cerrar las bibliotecas –o inaugurarlas, como no hace mucho lo hizo un presidente, en un edificio enorme, ¡la biblioteca de Babel de la superación personal! Es claro que la Suprema Corte nos protege de las extralimitaciones de nuestra libertad. Como es el caso del poeta Witz Rodríguez, quien escribió: “Yo / me seco el orín en la bandera / de mi país, / ese trapo / sobre el que se acuestan / los perros / y que nada representa”. No comprendo bien los lazos metafísicos entre un regular poema y la desestabilización del país, aunque algo han de saber los ministros que ahora perciben 340 mil pesos al mes para ejercer sus conocimientos filológicos. Sólo hay que tener confianza pues las palabras pueden decir muchas cosas y saltar por donde quieran, como víboras saliendo de un nido, en todas direcciones. Y alguien debe esperar fuera con un martillo para aplastarlas. Las palabras, generalmente no saben lo que dicen, no saben en qué momento ofenden la moral pública, afectan los derechos de terceros, contravienen la paz y la seguridad pública, o perturban el orden público. ¡Y eso ya es demasiado! Alguien debe mantener el respeto por las palabras, por ejemplo la policía. ¿Ven lo que ocurre? Yo sólo quería decir que la patria es impecable y diamantina, como el gran poeta. Pero las palabras salen solas, rumbo a sus propios intereses. En el poema hay bellos consejos como ser igual, fiel al espejo cotidiano, igual en todos los momentos como el ave maría del rosario. Pero nadie siguió el consejo de López Velarde. Fundamentalmente, la patria. Los poetas… bueno, los poetas hacen lo que pueden. Van siguiendo los hechos, poetizan lo que pueden. La Suprema Corte hasta los lee con interés. No, de preferencia no los lee. Sólo si alguien los denuncia. No entremos al tema de la libertad, no tiene mucho caso y se avanza poco. Además, generalmente discutimos mucho, hacemos enemigos y no llegamos a ninguna conclusión. Es mejor, por ahora, pensar que cada quien puede tener su idea de libertad –y que en eso radica su libertad. Así puede decir lo que quiera –y yo ya no mencionaré a la Suprema Corte, pero confío en que no se les olvide que ahí está–, decir lo que sea. Y en una revista hay un diálogo. Aunque cada quien habla por su lado, pero ¿de qué otra forma están hechos los diálogos? Hay que decir que todos los textos tienen forma de círculos concéntricos, como una piedra que cae y cuyos significados se alejan de ella, poco a poco hasta que se disuelven. Claro que en la realidad esto no es así, pero sí en la quietud del pensamiento, cuando escribimos y escuchamos nuestra propia voz extendiéndose sobre el universo. Ahora, si ustedes me preguntan, yo sólo veo que las palabras se sofocan casi al salir de la boca y son silenciadas. Hay tanto qué decir y tantas personas diciéndolo al mismo tiempo que casi no hay tiempo para recibir el interés por nuestra palabra. Pero eso no importa, lo fundamental es que las palabras salen en busca de algo, de otra forma se quedarían en donde estaban, existiendo potencialmente. Hablé antes de un poeta y de su patria. Con cuánta emoción las palabras salieron siguiéndolo. No obstante, el poeta y su patria han quedado muy lejos. El santo olor de la panadería, el ritmo y la lujuria de las horas, los pájaros de oficio carpintero, en fin, ya saben, todo eso. Cuando nuestras palabras salieron, todo eso ya se había esfumado. La palabra salió y esquivó a tiempo un descabezado. Y se enfrentó a otra realidad, la cual, no sé si les interese mi opinión, es completamente inaprensible para mí, no obstante traté de entenderla a através de los textos que están en Tierra Adentro. Creí que yo había llegado tarde a discutir ciertas cosas, entre otras, el tema del centralismo –o el de la marginalidad. Pensé que ya se había discutido todo lo concerniente, pero no es así. Se discute, duele, es que todavía está vivo. Jesús Gardea –a quien desafortunadamente sólo conocía por el cuento “Todos” antologado por Mario González Suárez en Paisajes del limbo y por dos cuentos aparecidos en una colección de Cuadernos mexicanos, de la SEP, me imagino que con la intervención de José Emilio Pacheco– tal vez sea “marginal”. No por vivir en Ciudad Juárez la mayor parte de su vida. O no sólo por eso. Aunque yo tengo mi idea de marginalidad: y es la obra que está dejada de lado por la elaboración de un canon, en algún sitio. El canon no se teje a sí mismo. Tiene una araña gorda adentro, Harold Bloom, aunque ciertamente esa araña no lo decide todo por más que se indigne contra Harry Potter y trate de pescar niños para rellenarlos de “canon”. Comparto la idea de Christopher Domínguez al final de este número (p. 87) de que “el gusto por las estrellitas como forma de calificación” es lo que “vulgarmente se espera de la crítica”; sin embargo, no creo que él haya estado al margen de esa manera de hacer crítica. Pero decía que no todo es así, pues Domínguez Michael incluye a Gardea en su Antología de narrativa sin que éste sea necesariamente reconocido. Me gustaría que se historizara el canon, para no tenerlo como un ídolo, mirando sobre las cabezas, como la espada de Damocles, pescando por la cabeza al autor que no le es grato, para tirarlo al olvido. Porque lo que hay son “trabajadores del canon”, si me permiten decirlo así, aunque sé que no se me permite y de todas maneras lo hago. En medio de todo esto, Tierra Adentro es una fuerza que se opone, no es que esté sola esta publicación, o mejor dicho, sí está sola. Es una fuerza centrífuga, porque además de todo debo añadir nuestro canon es centralista, la cual es su forma de ser provinciano a su modo. O era centralista hasta la aparición de las mafias estatales. (Provinciano en el mal sentido, así como Milán Kundera acusa de provincianismo a los franceses, que no saben el valor de su literatura para el mundo –en Francia, según su libro El telón, es más valorado como escritor Charles de Gaulle que Baudelaire.) No todo es así, por suerte, creo que la respuesta a lo que me preguntaba a mí mismo está en la misma revista: en el tema de las ciudades invisibles. En estos textos veo además autores invisibles, o que asumen cierta invisibilidad para relatar, pues sus interlocutores ignoran su condición de escritor. Y ese narrador invisible, disuelto con su ciudad, se disuelve de tal manera que logra entrar a donde un autor visible no podría entrar. Como un fluido que penetra entre los engranajes de la realidad. De la misma manera, la literatura es invisible para la ciudad, por suerte. De lo contrario no permitiría nada a la literatura. “Lo esencial es invisible a los ojos”, decía el Principito, quien no sabía de Economía Política. No sé si ustedes lo recuerden, la estructura económica de su planeta consistía en podar baobabs de tal forma que las raíces no lo desintegraran. Tal vez se refería a las invisibles semillas que amenazaban con desarrollarse y terminar con su asteroide. Bien podría decir lo mismo el Código da Vinci, ya que la teoría complotista opera en lo invisible. Son semillas que si se dejan crecer destruirán el mundo, como sabiamente aconsejaba George W. Bush. Hay un mecanismo desconocido, sin duda, básicamente el de la economía que mencionan algunos de los autores de estos textos. Hay algunos, como el de la aventura de encontrar mariguana gold en Acapulco que oculta muy bien su posibilidad. Aunque la posibilidad de encontrar peor mariguana es mayor eso no invalida la búsqueda. Así como la búsqueda de medicinas de patente sostiene una forma de vida en Guadalajara, esa industria invisible oculta al mismo tiempo los mecanismos que la hacen posible. Y los escritores invisibles, que tienen que dejar de ser para poder conocer, que tienen que sacrificar su pluma –su computadora– para poder vivir aunque sea por un rato para luego regresar con su experiencia y tomar un cuerpo prestado. Es lo que ocurre en el texto sobre Torreón, ya que los fantasmas toman un cuerpo para existir en comunidad, para presenciar el futbol y ser por medio de esa cohesión que da ser parte de la afición. Ocurre lo mismo con la reportera que conoce casualmente a un traficante sólo cuando se despoja de su profesión. Hay algo que palpita en lo invisible, de tal forma que el ojo que no es visto puede ver y que al develarse como el ojo que observa se pierde para siempre. Decía que veo una fuerza centrífuga que desbarata el monopolio de la Voz y la entrega a otros, para que no se eternice el que habla en la posesión de las palabras. Es el ejemplo a seguir en esta publicación, dar voz a Alguien Siempre Distinto, otorgar un espacio a Todos los Espacios. Y yo, yo sólo quería decir que la patria es impecable y diamantina, si me lo permite la Suprema Corte, y pasar la palabra a alguien que la utilice con mayor responsabilidad.

(Presentación de la revista Tierra Adentro 159, en el Centro Cultural España, 1o de septiembre de 2009)