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domingo, 28 de marzo de 2021

El diciembre del decano, de Saul Bellow



 

A ver qué puedo decir de Saul Bellow (1915-2005). Era para mí un desconocido, así que lo más que podía hacer antes de leer este libro era reconocerlo en una fotografía, con su media sonrisa y –a veces– con alguno de sus habituales sombreros. Y eso está muy mal pues está considerado uno de los novelistas más importantes en lengua inglesa, tal vez al lado de Hemingway. Pero a mí, algo en su narrativa me lo identificaba con J.M. Coetzee, porque esta novela trata de un periodo de vida de un académico que además se dedica al periodismo, el decano de una universidad de Chicago que es víctima de sus propias opiniones. Y, de hecho, pienso que Coetzee es un autor que tiene entre sus influencias novelas como ésta, en que van aconteciendo hechos en medio de aburrida cotidianidad. El caso es que esta novela me situó de pronto en medio de Bucarest, una ciudad desconocida: una calle para allá y otra para allá, sin término aparente. Ciudad desvencijada de los años 70 a la que ha llegado el protagonista, Alan Corde, para acompañar a su suegra, la madre de su esposa, Minna, quien se encuentra hospitalizada y viviendo sus últimos días. A veces pienso que al narrar, uno tiene una voz sin edad, que por descontado se produce una voz neutra. No en este caso, la voz es ciertamente la de un viejo, se nota el cansancio y la falta de sorpresa por las cosas, el regreso de aquello que se ha ido y vuelto por varias ocasiones. Valeria (la suegra), efectivamente muere, y los viejos amigos rumanos, una tropa de vejez, sale de sus viejas casas para asistir al velorio (Valeria hubiera querido que sus exequias fueran honradas por el gobierno rumano, cosa que no sucede). Las cosas pasan también en otra parte, pues Corde, antes de partir rumbo a Rumania, se encontraba siguiendo en sus artículos el caso de dos negros implicados en el asesinato de un joven universitario blanco. La sociología latente de sus textos no le favorece: la corrupción de la ciudad, el mundo en que crecen los negros, etc., todo eso no satisface a sus lectores. Todo es más complejo, pero lo realmente complejo es la relación de un periodista que es al mismo tiempo decano de una universidad. ¿Puede en realidad decir lo que quiera?, ¿puede ser libre en sus opiniones? Al entrar a un mundo académico, ¿tiene que responder por él? El viejo tema de la libertad de expresión y de imprenta, pero ante el cual uno también debe de tener una postura. Bien se podría decir: la libertad se construye, se conquista. Puede ser; en realidad, la libertad como un ente abstracto no existe por más que haya liberales que la defiendan y que, en realidad justifican el determinismo económico (al cual llaman libertad). Detrás de Corde se encuentra la Universidad, la cual es un bien mayor. En algún momento la novela se desvía hacia adentro, es decir: entra a la vida íntima del decano, a su infancia, a la nostalgia por un Chicago perdido que sólo existe en las fotografías antiguas. Como cada vez es más considerado de mal gusto hablar de la novela cuando se reseña una novela, diré que considero que El diciembre del decano tiene como objetivo desmenuzar cierta idea del intelectual, por dentro (las motivaciones personales de sus opiniones) y por fuera (aquello que los lectores esperan).

 

Saul Bellow. El diciembre del decano / The Dean’s December (1982), tr. Jesús Pardo. Barcelona, DeBolsillo, 2005. (Col. Contemporánea 584/5)

martes, 23 de marzo de 2021

Historia crítica de la literatura argentina (El oficio se afirma), de Noé Jitrik


 

Si bien es cierto que la literatura argentina agita una brújula interior, y que las calles de Buenos Aires tienen una carga literaria innegable que nos atrapa, también es cierto que nos hace falta mucho para entender medianamente su tradición. El gran curador de ese mundo es Noé Jitrik, quien realizó un plano en doce volúmenes para contar la historia de los autores y las obras de aquel país. Decididamente, me incliné por el tomo dedicado a Borges y su tiempo, el titulado El oficio se afirma, y lo fui leyendo para darme cuenta de que la palabra “Borges” y lo que ella conjunta (libros, literaturas, publicaciones periódicas, influencias, géneros…) es un planeta que oculta bajo su sombra otros autores difícilmente conocidos fuera de su país de origen. Es decir, cuentistas, poetas, etc., que sólo de nombre, y a veces ni eso, llego a recordar. Pequeñas tradiciones que no han encontrado interlocutores en otras provincias de la lengua española. Por que, es cierto, en el fondo seccionamos artificialmente algo que debería de ser “la literatura del idioma”. Pero, está bien, dejemos por un momento esa seducción que ejerce la revista Sur, sus personajes tan fascinantes que, por un momento, parecen ser ellos la literatura misma antes que sus textos. Ese pequeño e inmenso mundo suyo que consistió en tejer sus propios límites con sus propias palabras: publicarse, traducir al español sus influencias para ejemplo de todos, transplantar géneros al clima del Sur y fortalecerlos a velocidad extrema. Selecta comunidad, apacible comunidad. Es posible comer juntos, conocerse, pasear, mirar el mundo, sin salir de esa autorreferencialidad que les permitía su pleno dominio de la maquinaria intelectual. Qué delicia sería visitarlos, aunque no supieran de nuestra existencia (como en realidad ocurre, no saben de nuestra existencia). Paseamos a su alrededor como en La invención de Morel, mecanismo que nos excluye porque es autosuficiente. ¿Qué hay fuera? Pues, por ejemplo, está el Surrealismo, la literatura social, la novela realista, etc. Por desgracia, para darle sustancia a esas palabras que los estudiosos argentinos vierten sobre sus autores es indispensable tener acceso a sus obras, pero no siempre es posible. Deambulando por el índice, encuentro numerosos autores célebres y desconocidos –desconocidos para mí, al menos. Es cosa de curiosear por sus biografías y descubrir que algunos de ellos (como Eduardo Mallea y Beatriz Guido) fueron reconocidos antes y olvidados hoy: Beatriz Guido, por ejemplo, llegó a vender hasta 200 mil ejemplares de sus novelas. Veo entre sus páginas a Hugo Gola, quien vivió en México, en donde editó numerosos libros, fue reconocido profesor de literatura y dirigió la revista Poesía y Poética. Sabía de él, pero no lo suficiente. Si busco conexiones con la literatura mexicana, curiosamente aparece la persona de Elena Garro, mencionada en varios pasajes de este libro y admirada por esa comunidad de exquisitos de la que hablé al principio. Yo, si pudiera, llenaría de puntos con referencias a esos huecos que aparecen entre ambas literaturas. Sé que hay numerosos autores realizando esa labor, como Liliana Weinberg, que escribe sobre Ezequiel Martínez Estrada. Encantado de conocerlo, pero parece que hace mucho que no llegan sus libros por acá. De hecho, éste de Noé Jitrik tampoco, lo cual es un pretexto para estar pendiente de los libros que llegan del sur.

 

Noé Jitrik (director). Historia crítica de la literatura argentina, 9. El oficio se afirma, directora del volumen, Sylvia Saítta. Buenos Aires, Emecé, 2014.

viernes, 5 de marzo de 2021

Rubén Bonifaz Nuño: poesía (Recepción crítica 1945-2012), de Jorge Mendoza Romero



 

Este libro, selección de textos en torno a Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013), se encuentra a la mitad del proceso de destilación de las ideas. Aunque me imagino que se pensó como una obra de consulta, leí de corrido los capítulos para darme cuenta de los diferentes aspectos que se han abordado en la obra del poeta veracruzano. Digo que falta la culminación de un proceso porque valdría la pena extraer las opiniones de cada uno de los poemarios comentados para ofrecer conclusiones de las numerosas lecturas, pero también para establecer algunas polémicas que podrían surgir de estas páginas. Se me ocurren algunas: si parte de la poesía de Bonifaz puede ser considerada o no de compromiso social, el significado de los versos con acentuación en quinta sílaba que caracterizan esta obra, las diferencias entre leer los poemas individualmente y los poemarios en su totalidad (varios de éstos adquieren un significado como unidad). Aun así, me temo que se puede estar anotando al margen y glosando hasta las oscuras profundidades de la exégesis sin llegar al fondo. Sería mejor volver a la superficie después de bucear, para respirar un poco de belleza en sus versos. Si bien hay de todo entre los autores (hay por ahí uno, en la página 371, que confunde a Garcilaso de la Vega con el Inca Garcilaso), poco me dio tanto gusto como leer la aproximación de Helena Beristain, aproximación literalmente porque su lectura consiste en elegir versos que hablen de los recursos artísticos del autor, de los muchos espejos incluidos en su obra que producen la irrealidad del yo. Hay de todo en Bonifaz. Casi el camino que uno busque se puede andar en esta poesía. Se puede leer buscando referencias a la canción mexicana, la muerte, el pensamiento prehispánico, la cultura clásica, la televisión, la literatura medieval, la alquimia, la Ciudad de México… De manera individual, cada verso puede ser una amalgama que contiene diversos temas entrelazados. Las referencias –es decir, las resonancias de otros poetas que se escuchan mientras se lee a Bonifaz– permiten traer a la mente los versos de Villaurrutia, Owen… Sus poemas: pequeñas joyas que reflejan el todo. Incluso, aquello que no creo que sea predilección del autor, como el Modernismo. Bonifaz es el autor de un magnífico palíndromo: “Odio la luz azul al oído”, que equivale a odiar sinestésicamente el verso azul de Darío recitado en voz alta. En un poema de As de oros (1980) glosa esta idea. Anteriormente, se acostumbraba que los libros sobre poesía mexicana comenzaran con una advocación a Octavio Paz. No es el caso de éste, el cual por otra parte no incluye ninguna línea de este autor. Como si ahora, años después, la poesía de Bonifaz fuera un desgajamiento de esa tradición de la lectura poética presidida por Paz. Sin embargo, no estaría de más hablar de esa imagen con que lo definió en el prólogo al libro Poesía en movimiento (1966): “barroco en movimiento”. Para Paz, el otro lado de la moneda era Jaime Sabines; no es mala comparación, pero pudo haber sido hecha con cualquier otro con igual pertinencia: Efraín Huerta o Rosario Castellanos. Siempre hay aspectos que se tocan, que coinciden entre poetas que son puestos uno frente a otro. En fin, leer a Bonifaz: de corrido o en partes, o un solo verso. No importa. Es una inmersión en un ritmo, en una manera de mirar el mundo fijo y ondulante. En el fondo, la suya es una larga reflexión. Su voz es nueva porque se puede convocar ahora mismo, pero parece que guarda restos de una voz de hace milenios. Hay en su obra un yo que se acerca a diversos objetos, con los cuales a veces choca como una mosca contra el vidrio invisible de la realidad; o bien, los atraviesa como un fantasma. Un fantasma… Algo así se dice en estas páginas. Regreso a ellas y busco. Se lo dijo a Marco Antonio Campos en 1985 cuando habló de Cuaderno de agosto (1954): “En este poema hablo por vez primera de los fantasmas. Yo padecí mucho en otro tiempo por esta presencia que aterrorizó centenares de noches mías”. Es cierto, ahí están los fantasmas: llegan en un soplo. Comen los ojos tristes del sueño. Prueban que las oraciones y las sábanas son inútiles. De pronto, quién sabe, desaparecen, se disuelven nuevamente en los versos. Pero, dice el poeta, los fantasmas son tema esencial de Fuego de pobres (1961). Tal vez; pero por alguna razón es un tema que no consideran los comentaristas que pasaron por sus páginas. Como si fueran invisibles esos fantasmas…, aun cuando el poeta se pregunte si, al volver la cabeza de prisa, habrá de ver quién respira a sus espaldas. En una ocasión, una de sus personas más cercanas le preguntó acerca de este tema: “No abra esa puerta”, le contestó. La puerta para hablar con los espíritus. Bonifaz pensaba que había fuerzas extrañas en el mundo, que las antiguas piedras talladas en el pasado contenían energía, o estaban rodeadas por ella. Su alumna y amiga Lilian Álvarez estaba en París, hace muchos años; recibió entonces un encargo del poeta: ir a una librería escondida en alguna de esas calles, una librería de ocultismo, para ir a preguntar por unos volúmenes. Fue, y el encargado se sobresaltó. ¿Quién solicitó a esos autores? Mi maestro, yo en realidad no sé de estos temas. Pues su maestro debe de ser alguien muy enterado. Entró por una pequeña puerta y regresó con los libros. ¿Quiénes serán esos autores, qué habrán dicho? Sobre todo: qué le habrán dicho al poeta. Más adelante, años después, dijo que había renunciado a ese tema porque lo había enfermado. Una capa más en su poesía, una mano más de barniz de un tema desconocido. Sin embargo, me gustaría saber. Sería interesante enterarme cómo es que aquello incorpóreo toma la forma de un verso y adquiere materia verbal, sonido en que adquieren cuerpo. Quizá sea éste el último eslabón de la cadena de la poesía, el más extremo y el menos apacible. En aquel Cuaderno de agosto no hay calma: hay un grito de terror: gritar para despertar estando despierto. No hay que leer sin una pregunta previa; sería como ir sin brújula por un bosque. Que nos guíe la pregunta por el camino de los versos. Al interrogarlos, responden. Yo quisiera saber qué diría esta obra en torno a este asunto tan incorpóreo como personal. Porque estos fantasmas toman una forma extraña, poco común. Llega la hora de dormir, el traje ya se encuentra deshabitado y suspendido; y el fantasma, inminente. Busco en otro libro, De otro modo el hombre (2008); ahí el poeta le dijo a Josefina Estrada que los fantasmas fueron, en realidad, una experiencia infantil que fue transfigurándose poéticamente a lo largo de los poemarios: “La cosa aquella que llegaba sobre mí y me mojaba el pescuezo, por más que yo me subía la sábana sobre la cabeza”. Sí, por ahí, entre el ramaje de los versos están éstos que parecen brotar de ese recuerdo: “inerme / piel aterrada y dócil, / dada sin opinión al besuqueo / de lenguas líquidas y amargas”. Pero he aquí que llega la noche, el poeta camina descalzo por la casa despoblada. Ojalá sólo fuera el paso de un ladrón aquello que se acaba de escuchar. Aquí el fantasma es una mujer desnuda que camina por la casa. No lo sé, no puedo seguir los pasos de este poeta, mucho menos los pasos del fantasma. Quimeras que se transfiguran. No sé bien qué dicen estos versos, es un ramaje demasiado espeso. Intento atravesarlo siguiendo al poeta, pero se me disuelve, se me pierde en formulaciones extrañas. Me desconcierto, pero extiendo la mano y recojo una cosecha de versos inolvidables.


Vicente Quirarte et alRubén Bonifaz Nuño: poesía (Recepción crítica 1945-2012), comp., ed. y presentación Jorge Mendoza Romero. México, UNAM, 2018. (Col. Poemas y ensayos)