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viernes, 10 de noviembre de 2017

Lucho Bermúdez. Cumbias, porros y viajes, de Sergio Santana Archbold y Rafael Bassi Labarrera

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Entre Cartagena y Bogotá existe una relación parecida a la que hay entre Veracruz y Xalapa. Cartagena tiene la cultura caliente del trópico, mientras que Bogotá es la ciudad de las alturas, fría y húmeda, con una población más conservadora, y cuya cultura tiene que ver con la meseta. El ritmo musical de Bogotá fue por mucho tiempo el pasillo, ritmo común con Ecuador. En cambio, en Cartagena se escuchaba el porro, género alegre de influencia africana. Todavía en los años 20, un ensayista como José Carlos Mariátegui decía que la literatura de América era de la meseta y que nada había producido el trópico. Claro, entonces no se vislumbraba la obra de Gabriel García Márquez, quien logró cambiar esa idea al grado de que un mapa mental sin el trópico nos parece muy ajeno. En el ámbito musical ocurrió algo parecido. La música del Caribe debió de conquistar la montaña. Y eso ocurrió, nos enteramos en este libro, hacia finales de los años 40, con la música de Lucho Bermúdez. Este clarinetista hizo del porro un género orquestal con influencia del jazz (especialmente de Duke Ellington y Benny Goodman). Poco a poco, logró que se interpretara no sólo en Colombia sino en otros países de Sudamérica y, más adelante, fue uno de los músicos cuyas composiciones se escucharon en Cuba y México. A finales de los 40, una orquesta argentina de tangos, la de Eduardo Armani, llegó a Medellín, pero tuvieron un contratiempo: el empresario que los había contratado los abandonó sin pagarles. Un empresario, Toño Fuentes, los salvó en aquella ocasión contratándolos para tocar en Cartagena. Como pago a su favor, retó a Armani y a su cantante, Eduardo Farrell, a que grabaran unos arreglos para orquesta realizados por Lucho Bermúdez. Como fue retado (“A ver si usted lo puede tocar”), Armani se decidió a grabarlos, con tan buena suerte que, a partir de entonces, se especializó en tocar el porro en Buenos Aires. En la tierra del tango quizá no queda memoria de esta época de música colombiana. Lucho Bermúdez viajó a Cuba, invitado por Ernesto Lecuona. Y más adelante, entre 1952 y 1953, estuvo en México, en donde tuvo una época notable. Entonces, los mejores estudios de grabación de la RCA Victor de Latinoamérica estaban en México y Buenos Aires. Ya antes, desde 1946, se había tocado el porro en nuestro país, y el músico Antonio Escobar había grabado en ese año “El gallo tuerto” y “Micaela”. Aquí, Bermúdez grabó un disco con los músicos de la orquesta de Rafael de Paz, y tuvo como cantantes a Las Tres Conchitas, Miguelito Valdés, las Hermanas Montoya y Yeyo. Sin embargo, el porro se fue diluyendo por la decisión de las disqueras de no individualizar los géneros afrocaribeños y denominarlos bajo el nombre común de “música tropical”. Esta olvidable reseña vale sólo si ha logrado que alguien escuche las grabaciones de este músico del Caribe colombiano.

Sergio Santana Archbold y Rafael Bassi Labarrera (coordinadores). Lucho Bermúdez. Cumbias, porros y viajes. Medellín, Santo Basillón, 2012.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Si mi biblioteca ardiera esta noche, de Aldous Huxley


Me gustaría hacerle justicia a este libro de ensayos de Aldous Huxley (1894-1963). Pero será difícil, ya que las ideas que revolotearon a mi lado durante su lectura, volaron lejos rápidamente. Eran los suyos, ensayos que se publicaban en las revistas más leídas de su tiempo, por lo que sus ideas eran comentadas con amplitud. Aunque su interés era confrontarse con los asuntos más elevados, y se dirigía a los lectores más selectos, su estilo revestía la forma más directa posible. Discutir pública, periodísticamente, la literatura, el arte, la música. Y construir momentos memorables en páginas que expiraban con rapidez. La poesía francesa, la música medieval, la retratística inglesa…, todo explicado para el lector promedio. Una manera elegante de referirse a un ser inexistente, pues encubre un diálogo que con probabilidad no se dio. Pero eso no importa ahora, eso es lo común del ensayista: provocar una discusión en la que sólo se participa con el primer parlamento. Veamos: el hombre es un anfibio, una mitad suya vive en la realidad, y la otra, en el universo de los símbolos. Ocurre que el lenguaje es utilizado para tratar con la experiencia, pero se trata de un artículo que caduca, como las frutas o la leche. Lo sacamos del envase y lo servimos en nuestro vaso diario, para recibir energía. ¡Pero puede ser asqueroso! Unas frases podridas atoradas en el esófago, y de un producto que no se puede vomitar, desafortunadamente. Y lo consumimos a diario, en presentaciones desagradables. Por desgracia, no contamos con catadores que nos adviertan que no lo probemos. Qué falta de exquisitez, diría Huxley: “Que Dios ayude a una generación que se niega a leer a sus poetas”. Ya entonces (1934), la prensa era aficionada a elaborar listas de las mejores obras: los cien mejores libros, por ejemplo. Eso, por supuesto, exige tomar ciertas decisiones: qué poner de filosofía, qué de poesía, si hay que poner algo de ciencia. ¿Nuestros cien mejores libros cuáles serían? Me temo que, a semejanza de hace ochenta años, este tipo de encuestas no tienen ninguna coherencia, y ofrecen una respuesta estadística, que, de todas maneras, no ayuda en nada. Pero ése es el problema principal de este momento de la cultura: no la restricción del conocimiento, sino el paulatino e imparable incremento de los medios de difusión. ¿Qué será lo que se debe dar a conocer? ¿Qué se debe de comentar en la prensa, qué buscan los lectores? Proponer el tema del arte y la filosofía en la discusión pública. Me parece pertinente, para esa época y para ésta. Es curioso que esa encomiable actitud humanista, luego de rendir elogios a lo mejor de la música italiana, concluya que de eso “está hecho el fascismo”. Lo que me hace pensar que el contenido tiene una fecha de caducidad más cercana que la forma literaria.

Aldous Huxley. Si mi biblioteca ardiera esta noche. Ensayos sobre arte, música, literatura y otras drogas, selección de Complete Essays of Aldous Huxley, selección, prólogo y traducción de Matías Serra Bradford. México, Edhasa, 2015.