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domingo, 30 de diciembre de 2018

Nicolás Guillén, el tam-tam de su tambor


No me cabe duda: Nicolás Guillén (1902-1989) dio con uno de los secretos de la poesía. La suya canta con melodía propia, hace crecer la vegetación tropical en sus versos, representa la vida de los negros cubanos y sus ideales, así como la indignación que florece de su historia. Para logarlo, necesitó de una gran delicadeza literaria y de un conocimiento artístico muy notable, ya que en la poesía es necesario que todo –ideología, ritmo, color y tema– brote de una sola vez, en un solo “golpe de oído” (por decirle de algún modo a la intuición súbita de la creación). No se pone en el verso primero el contenido, luego la forma, ni al revés. Se necesita que la totalidad se manifieste de una sola vez. El aprendizaje literario de este poeta se cimienta en el Modernismo (Darío es omnipresente), a lo cual se le suma el conocimiento de la voz poética de Cuba: primero, el son, la música que representa la isla, pero luego, el largo monólogo poético del pobre, con sus reiteraciones, sus rimas insistentes. Pero también está la insistencia de la palabra: la reiteración que le da otros significados a un mismo término. A veces, sólo se encarga de disponer palabras, unas junto a otras, para que los significados cambien. La contigüidad crea una historia: el cañaveral, los negros, los yanquis, la tierra: para el poeta, la reunión de esos factores da igual a sangre, una sangre arrebatada. Es decir, que con los elementos de la vanguardia expone un fenómeno histórico. Y esta es una constante: la repetición de las palabras, la rima que es como el tam-tam de un tambor. Atraviesa por entre las páginas de su obra, la idea constante de terminar con el racismo en su patria, pero esto expresado de una manera literaria. Para ello, debió de “producir” un mestizaje en su poesía: poner en versos octosílabos el lenguaje de los cubanos (y de su mayor manifestación literario-musical, el son). Parecida operación literaria hizo en México –y casi al mismo tiempo– el poeta de Tlaxcala, Miguel N. Lira, quien hizo del corrido un género de gran altura poética con parecidos recursos. De tal manera que se puede medir un poco la trascendencia inicial de García Lorca en la poesía de América inspeccionando a estos dos poetas. El gran poemario de Guillén (no el mejor, pero el más popular), Motivos de son (1930), repercutió tanto que su rumor llegó a oídos de García Lorca, quien se lo comentó a Miguel de Unamuno. Ahora bien, que un tema llegue a oídos de este autor, y que le robe algo de su tiempo, es digno de atención. Don Miguel le escribió a Guillén en 1931: “La raza espiritual humana se está siempre haciendo. Sobre ella incuba la poesía”. En su tiempo, esta obra fue vista como la contribución de un pueblo a una solidaridad universal. Pensaba, al hacer una reseña de tan alta obra, volar un poco, pero sólo alcancé a deletrear el tema de la poesía y la hermandad entre poetas. La confusión del presente adquiere, vista desde la posteridad, la bella lógica de las confluencias.

Nicolás Guillén. Antología, selección de Guillermo Rodríguez Rivera y Nicolás Hernández Guillén, pról. de Guillermo Rodríguez Rivera. Madrid, Visor, 2002. (Col. Visor de Poesía, CDLXXVII)

sábado, 22 de diciembre de 2018

Todos estamos en peligro, de Pier Paolo Pasolini


Pier Paolo Pasolini (1922-1975) es uno de los intelectuales más extraños con los que me he encontrado. En esta reunión de entrevistas y participaciones públicas (de 1949 a 1975) va a asomando poco a poco su personalidad llena de contradicciones. Poco a poco, pues al principio habla con mayor seguridad, con verdades más absolutas, las cuales van siendo roídas por el paso del tiempo. Un personaje solemne que afirma que el humor es una manifestación de la burguesía. Y, si con los años, asoma el humor en sus palabras, se sonroja y admite que él también ha sido víctima del aburguesamiento. Encierra la realidad en las categorías de la lingüística, pero siempre llenándolas con un contenido de clase. Finalmente, es un intelectual italiano, de la patria de Gramsci y refugio de la Iglesia, país que produce especímenes extraños. Pasolini es una mezcla de marxista, cristiano y lingüista, ¡ah, y un artista exitoso!, un cineasta cuyas obras despertaban la expectación del público. Sus cintas son variadas, yo debería de haber visto más pero no lo he hecho desafortunadamente para mí. Sin embargo, admiten lecturas varias, como Teorema, que toca el tema de la posesión divina de una familia por medio de un joven que seduce a todos sus miembros. Mamma Roma tiene como escenario los nuevos edificios que sirven de casa al proletariado romano: la ciudad que destruye y tapiza el mundo del campo. Es que Pasolini es un autor obsesionado con el mundo antiguo, fascinado con su idea del campo mítico, el mundo rural de su infancia. ¿De modo que su utopía es una restauración de su infancia, del ambiente religioso e íntimo? Un mundo que, por otra parte, no le interesaba a los jóvenes que venían después de él. Y Pasolini, al encontrarse con ellos, se horrorizó. Para él, el movimiento estudiantil del 68 era una repetición de las maneras burguesas, la encarnación de un mundo burgués cuyas visión estrecha del mundo reencarnaba en la juventud. No, Pasolini no era comprendido entonces, y dudo mucho que lo sea hoy. Lamento hablar por mí mismo, pues me parece la parcela de marxismo más alejada de mí, la que creo que menos comprendió su momento. Qué fácil es hablar como lo hago, sin comprender la parte de dolor que le correspondió a un personaje comprometido como él. Hay mucho que decir, pero vale la pena recordar uno de esos momentos difíciles, cuando escribió el poema “¡¡El Partido Comunista Italiano a los jóvenes!!”, que decía: “Cuando ayer en Valle Giulia os pegasteis / con los policías, / ¡yo simpatizaba con los policías! / Porque los policías son hijos de pobres.” Los jóvenes, como se puede ver en este libro, se levantaron de la mesa de discusión y se negaron a hablar con él. Detestaron su determinismo y le citaron a Lenin: la doctrina del socialismo proviene de representantes cultos de las clases dominantes. Y Pasolini idealizó a los obreros, a los jóvenes campesinos que le despertaron un amor que se nota en sus películas. Una curiosa y dolorida estética que me gustaría degustar mejor.

Pier Paolo Pasolini. Todos estamos en peligro, ed. y trad. de Antonio Giménez Merino, Josep Torrell y Juan-Ramón Capella. Madrid, Trotta, 2018.