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miércoles, 2 de noviembre de 2022

Tratado sobre la tolerancia, de Voltaire





Una idea me revoloteó constantemente mientras leía el Tratado sobre la tolerancia (1763),de Voltaire (1694-1778), una idea que tenía, en principio, poco que ver con la tolerancia. Me preguntaba para qué escribió esta defensa de Jean Calas, un mercader protestante acusado falsamente de haber asesinado a su propio hijo, supuestamente porque éste pretendía convertirse al cristianismo. Originalmente, el libro fue una rehabilitación del buen nombre de Calas, pues Voltaire fue convencido por otro hijo del condenado a muerte sobre lo infundado de la acusación. Pero si sólo hubiera sido ése el motivo, hoy el Tratado sería una pieza fundacional del periodismo de investigación (¡quizá también lo sea!). Sin embargo, el texto escaló las categorías de la documentación para convertirse en una reflexión sobre un término que, en la actualidad, sigue escapándose de nuestras manos. En tiempos de Voltaire, básicamente el ejercicio de la tolerancia impedía al ser humano de morir por profesar una idea. Sería interesante discutir implicaciones, porque la tolerancia sugiere la noción de permitir los derechos que le garantizan al otro expresar su pensamiento. Pero tiene límites, pues del respeto por la persona no necesariamente se desprende un respeto por las ideas. Ésas necesitan ser combatidas o no, fortalecidas o no. La lucha de las ideas puede ser implacable; de hecho, lo es. Pero decía que mi reflexión inicial no tenía mucho que ver con la idea de tolerancia, sino del hecho de que al escalar conceptualmente hacia otras categorías, el libro de Voltaire no era un texto político sino filosófico, esto es: opuesto a lo coyuntural. Quiero decir que es posible estudiar la coyuntura, pero también es posible quedarse atrapado por ella, ya que “coyuntura” es también una red que sirve para atraparnos en una situación concreta. En ese sentido, “tolerancia” es un concepto que ayuda a desanudar la densa red de la circunstancia para escapar de ella. Voltaire razonó sobre las implicaciones políticas, jurídicas, sociales, etc., de condenar a muerte a quienes sostenían (por ejemplo) la fe protestante. La iglesia católica que de tantas y variadas formas nos ha solicitado la exculpación por sus errores históricos, naturalmente incluyó este libro en el Index librorum prohibitorum. La tolerancia debería ser el piso mínimo del debate, entendida como lo expresé arriba. En realidad: uno de los aspectos mínimos del debate. Ceder al coyunturalismo implica quitarle bases al pensamiento. En realidad, el coyunturalismo es falso: más bien, los que así discuten ocultan las categorías más altas a las cuales sirven. Es una forma del irracionalismo, porque no mira la realidad completa sino hechos aislados que deforman la totalidad. El amplio pensamiento de Voltaire esgrimido de este modo no ha perdido nada de su potencial revolucionario.

 

Voltaire. Tratado sobre la tolerancia / Traité sur la tolérance (1763), ed., trad. y notas, Mauro Armiño. s.l., Sol 90, 2010.

lunes, 31 de octubre de 2022

Cantinflas: no me entiendo, pero sí sé lo que digo




Pues bien, toca ahora referirse a Cantinflas, a Mario Moreno (1911-1993), toca delinearlo con tus palabras. Aunque puede ser que ocurra lo contrario, que su personaje y su personalidad agarren tu pobre estilo e impidan el acercamiento. Más bien, a ver qué hará de mí este ser en perpetua lucha. En primer lugar, está Mario Moreno, que creó a su personaje, ¿cómo?, lo ignoramos, todos lo ignoran, y conforme pretenden explicarlo en mayor oscuridad dejan el momento mítico. Luego, se encuentra Cantinflas, que viene del anonimato, de la vieja ciudad de México, ¿será citadino o rural?, por mi parte creo que se trata de una invención urbana, aunque haya tenido sus momentos en el campo, lo que pasa es que el peladito proviene de las calles sin rumbo y sin punto de llegada. Ese peladito (hay bibliografía disponible) tiene su pedigrí, aunque en este caso eso signifique que su estirpe se pierde en los tiempos antiguos, en el pícaro, etc., tema que no nos importa, pues el mismo Cantinflas no muestra mucho interés en quedarse mucho tiempo en esta categoría. De hecho, preferiría salirse de su determinismo social, superarse, trabajar, se electo diputado, tomar los hábitos, representar a México… Así que su creador lo toma entre sus manos y le dice: “Tú y yo conquistaremos el mundo, tú haciendo lo que sabes, a mí déjame hablar, o mejor habla tú, que como quien dice, a ver si le atinamos.” Bueno, sería ridículo imitar su lenguaje… ¿Ah, pero es que no lo imitas? ¡Cualquiera pensaría que a eso te dedicas! No, yo me distingo de Cantinflas en que tengo menos certezas, no sé muy bien lo que quiero decir, pero renuncio a explicarme. Y este actor prefiere darse a entender, aunque… ¿será posible, en este mundo, darnos a entender? Lo que venía yo comprendiendo hasta ahora era que no estaba seguro si Cantinflas se encontraba a gusto en el mundo que le fue creando su representante lingüístico en el mundo de los negocios, es decir, Mario Moreno. Ése, como veníamos intentando explicar, no es muy simpático, se impuso sobre su creación, y creemos modestamente que no comprendió muy bien al personaje que extrajo de las entrañas de la capital. Cantinflas, al principio, tenía un mensaje que decirnos. Todos estábamos muy contentos escuchándolo, poniendo atención para saber qué iba a comunicarnos. Sin duda este cómico había logrado dar con algo parecido a una esencia de nuestra cultura. Por ejemplo, que el significado está ahí a la vista, pero el significante es una arquitectura tan complicada como inútil, que nos impide llegar a donde queremos llegar. Y eso que parecía tan inmediato, tan fácil de alcanzar, se torna inalcanzable. Pero si fuera inalcanzable, ¿cómo es que Cantinflas logra entregarlo? Porque es claro que a espaldas de los expertos en Comunicación, Cantinflas hace llegar su mensaje al público, que sale tan satisfecho y feliz de cada representación. Perdónenme, de verdad perdónenme. Yo tenía tantas ilusiones de lograr un texto comprensible y de utilidad, pero me sumerjo en algo cada vez más milimétrico. Pienso que Cantinflas tuvo varias etapas como personaje: Mario Moreno quiso poner en su personaje algunas de sus pretensiones como empresario-guionista-promotor. Al principio no era su dueño, sino que Cantinflas brotó con vida propia, como una aparición llena de milagro en las carpas del Centro. Luego, cuando su dueño vio las posibilidades económicas, decidió presentarlo en sociedad y ayudarlo a trepar, pero sin perder cosas de su esencia. En fin, ya había dicho casi lo mismo. Pero es que Mario Moreno no tenía mucha idea de lo que significaba su gran personaje. El problema es que Cantinflas ¡no podía cambiar de mánager!, tenía que conformarse con Mario Moreno. Pero, como ustedes comprenderán, cambiar de mánager consistiría en desvanecerse para ya no ser, con lo cual se complica el problema en lugar de resolverse. Mario Moreno fue introduciendo en su personaje algunas ambiciones… Soy un desconocedor de la filmografía de Cantinflas, no paso más allá de algunas películas y de ciertas escenas vistas una y otra vez, pero encuentro en Si yo fuera diputado (Miguel M. Delgado, 1952) una serie de añadidos al protagonista que sólo se explican por la admiración de Chaplin, principalmente en El gran dictador (1940). Cantinflas intenta actuar con el cuerpo, lo cual provoca alguna desdicha para el espectador, ya que no logra las escenas de su ídolo. En lo mejor de la filmografía de Chaplin, todo depende de la armonía de sus movimientos, en tanto el mundo fílmico de Cantinflas se subordina a su discurso. ¿Para qué dedica valiosos minutos a tocar la mandolina y a dirigir sin ensayar una orquesta sinfónica? (En este último caso, la música de Raúl Lavista supera al cómico, lo controla y lo lleva entre sus olas por los compases para depositarlo a salvo en la orilla de la escena, nos quita la sensación de desazón.) Además, al final, el barbero que toma clases de Leyes con su vecino, Andrés Soler, y logra quitar la diputación a un político que encarna los peores defectos gansteriles de los políticos de entonces (en el mundo paralelo de la película no existe el PRI); ese barbero, pronuncia un discurso a semejanza del Chaplin de El gran dictador. Sólo que, en la versión mexicana, Cantinflas pierde ante la política, el discurso político lo aniquila. Ya en otras ocasiones este personaje ha estado en tribunales, frente al juez o en la comisaría (famosamente, en Ahí está el detalle). El discurso legal es la medida que nos dirá quién es Cantinflas (o eso pensamos), al final se escurrirá y le dará la vuelta a los abogados del poder, a los ingenuos señores del jurados y a los jueces que se duermen a la mitad del juicio. De pronto, pienso que el “cantinflismo” es una especie de Frankenstein: un discurso confeccionado con los restos del discurso legal, del político y del pedagógico. Por algún milagro no revelado, comienza a andar, ¡se parece al discurso solemne, llave del relumbrón en sociedad y de la apariencia mundana! Sirve para enamorar (las actrices de reparto caen sin remedio en brazos del cantinflismo, güeras y morenas sin distinción), hace dudar a los señores de mundo y hasta trastoca valores. “¡Con tipos como usted se acabaron los trinquetes!”, exclaman los sabios del barrio y los abogados del distrito al ver que Cantinflas ha logrado la síntesis dialéctica entre la incomprensibilidad y el triunfo en sociedad. Bueno, en medio de todo, Cantinflas dice algo con mucha claridad: "aunque mi lenguaje no sea florido porque nunca lo he regado con la demagogia de falsas promesas". Tiene toda la razón: el cantinflismo se distingue de la demagogia porque no promete, no construye para cautivar ninguna bella realidad: su lenguaje sólo se contempla a sí mismo, intenta entenderse, pero fracasa y vuelve a la carga, sólo para intentar hacerse entender, sólo que el reino de la comprensión no es de este mundo fílmico, basta con disfrutar de la forma, la cual casi logra decir algo, por lo menos lo insinúa. En realidad, en el caso de la insinuación y la malicia, ésas sí se dan a entender. Ante mi fracaso expositivo, me detengo ante una frase de Cantinflas (en El padrecito, 1964). Considero que el secreto de su arte depende que alguien logre explicar su sentido último: “Ora que le confesaré que yo de repente tampoco me entiendo, pero sí sé lo que digo”.

sábado, 22 de octubre de 2022

Mutis, de Elena Guiochíns

  


(Foto de Eva Yñigo)

 

Cuando yo ya no esté, pienso que dejaré la imagen de un secreto laberinto entre los libros, como el que dejan las polillas. Procuro hacer un túnel que lleve de un libro al libro contiguo, con el que casi nunca tiene relación. Sin embargo, hay quienes transmiten para la posteridad algo más bello: por ejemplo, el recuerdo lejano de un inolvidable momento teatral. Esos momentos se reconocen porque quedan en la memoria como una pequeña brasa que nunca se apaga y sigue calentando por muchos años el sitio en donde se encuentra. Recuerdo, hace muchos años, que me presentaron a un señor que había sido asiduo del viejo teatro de revista: me enlistó las obras, las canciones y los artistas de mil novecientos treinta y tantos. Allá por Mixcoac se encuentra la Casa del Actor, en donde viven algunos que son poco recordados, aunque en realidad, varios de ellos tampoco recuerdan nada. No hace muchos años, fui a conocer a Luz Huerta, del dueto de las hermanas Huerta, maravillosas cantantes de ranchero. Me esbozó algunas escenas, no muchas, en realidad muy pocas, de su vida. Con eso tuve para entrever una vida excepcional. Elena Guiochíns, autora de este libro, tocó la puerta de la Casa del Actor y escuchó lo que tenían que decirle los huéspedes que pasaban ahí sus últimos años. Ninguno de ellos alcanzó una fama trascendental, pero, en cambio, todos ellos entregaron su vida a una pasión, y fueron parte de una comunidad intensa, la de los actores del teatro. Como puede inferirse, se casaban entre ellos, viajaban en las mismas caravanas, se vieron envejecer unos a otros, y terminaron desgranando sus recuerdos en estas páginas. Con ellos, la autora trabajó una obra teatral, la obra de la evocación de esos años, el mundo de los años 30 vistos a partir de los recuerdos huidizos en la vejez. Tocó la puerta de las habitaciones de Eva Yñigo, Chuy Carrillo, Chuy Herrera… para escucharlas, entre sus fotografías y sus peluches. Chuy Herrera era la hermana de Marilú, “la muñequita que canta”. ¡No sabía que Marilú tenía una hermana bailarina! Eva Yñigo era sobrina de Eva Pérez Caro, la que enseñó a bailar a la Pavlova el Jarabe tapatío de puntitas; ella trabajó en Upa y Apa, la obra que reunió en Bellas Artes a los Contemporáneos y que es memorable porque fue de las primeras veces en que los bailes regionales se presentaron en la sala principal. Y Chuy Carrillo, hija de una domadora de tigres, fue acróbata, amiga de Toña la Negra y de Cantinflas. Pero estas segundas tiples (es decir, las que bailan alrededor de la estrella principal) se ponen a llorar a medio recuerdo. Así que es mejor salir a los pasillos de la Casa del Actor, a ver los preparativos. La autora preparó con estos actores una obra inspirada en el incendio del Teatro Principal, el 1 de marzo de 1931: así ellos también se despidieron de la escena. Me gusta esta modesta despedida de la vida y del arte: la gran mayoría de aquellos actores no tuvieron siquiera una oportunidad como ésta.

 

Elena Guiochíns. Mutis. Hablan los actores del Teatro de Revista Mexicano: 1900-1940. Tragicomedia en dos actos, prólogos de Emilio Carballido y Carlos Monsiváis. México, Taller del Mono Sabio, 1999.

 

lunes, 17 de octubre de 2022

Obras completas. Novelas I, de François Mauriac


 

Tengo que confesarlo: no soporto las novelas de François Mauriac (1885-1970). Sin embargo, soporto menos este tipo de confesiones, me parecen tan generales que no valen la pena ni enunciarlas ni hacerles caso. Aun así, no me importa. Hay algo en esa moralidad putrefacta de autores como éste o como Gide que me hacen voltear el rostro hacia otro lado. Hace años, quizá por ese feo vicio de leer a los Premios Nobel sólo por el hecho de que sean sus galardonados, que comencé a leer sus obras: provincias incoloras, historias inconfesables, novelas de las cuales no puedo precisar dónde acaban y dónde comienzan. Sus fronteras son imprecisas. No obstante, persistí en su lectura, aun cuando cada nueva novela reafirmaba mi convicción: el horror moral construye a los personajes, los cuales naufragan en su propio espíritu corrupto, matan y engañan llevados por un esencialismo del mal. Corresponden a una visión sensacionalista que lleva a los lectores a consumir la nota roja. ¡Qué apasionante, algo nunca antes visto: la descripción de un ser arrebatado por el pecado! El autor diseccionará el alma de una asesina. El público acudirá ansioso de encontrar en la moral la explicación última del ser humano. Y, luego, esos personajes, que gozan entregando rebanadas de su espíritu para la satisfacción de los lectores escandalizados. Se corresponden el uno con el otro. No es que no goce de ese tremendismo, de la contemplación de este tipo de almas. Pero como descreo de ellas (de sus justificaciones), mi posición es muy incómoda dentro de los supuestos de la narración. Miro claramente los anteojos del autor, desde los cuales mira e interpreta un mundo de enfermedades morales. Retrata pecados, pero no pecadores, con lo que quiero decir que no pude representarme de manera clara un solo pecador. Todos los personajes eran representaciones de ideas morales, largamente enunciados, pero tan intercambiables que pudieron aparecer en cualquiera de las novelas. Quizá con excepción del narrador de Nudo de víboras (1932), el cual escribe su diario por el cual podemos saber que concibe su propia muerte como una forma de venganza contra su familia: los privará de su herencia por odio, como una forma de castigo. Todo lo demás se construye sobre este supuesto, lo cual incluye sorpresas. No las diré, pues quizá a alguien le interese descubrir que el protagonista planea heredar su fortuna a su hijo bastardo (¿se sigue diciendo así?). El libro contiene quince novelas, pero es que también fueron años de lectura… lo que quiere decir que con seguridad tengo algo de cristianismo literario que me lleva a sufrir la literatura. En efecto, un importante porcentaje de mis lecturas cotidianas son flagelo y cilicio. Pero lo que quería decir de este autor era que una de sus novelas me pareció excepcional, contrastando con todo lo que venía diciendo: Genitrix (1923) es la historia del odio de una madre por su nuera, la joven que le arrebató el cariño de su único hijo. Por eso desea su muerte, para recuperar el amor que le arrebató. No recuerdo quién lo gana, si la joven que muere luego de las secuelas de un aborto, o la madre que termina siendo un bulto sin habla, a causa de un derrame. Ahora me río, pero juro que la leí arrebatado por las pasiones del alma. 

 

François Mauriac. Obras completas. Novelas I, 3ª ed, trad. M. Ros, E. Piñas, M. Bosch Barrett, Luis G. de Vegueta, Fernando Gutiérrez, Juan Triadu y J.A.G. Larraya. Barcelona, Plaza & Janés, 1970.

lunes, 10 de octubre de 2022

Esta noche, el gran terremoto, de Leonardo Teja


 


 

En el fondo, sabemos que vivimos y actuamos en tanto que el gran terremoto se decide a aplastarnos. De manera resignada, tenemos muy claro que su designio habrá de llegar algún día. Ni modo, tenemos un esperanzador tiempo que llamamos “Mientras…” y en el que metemos todo lo que pueda caber. Cada vez tenemos más claro que su presentimiento nos rige, de tal manera que nuestra vida se va acomodando a esa certeza que va tomando cada vez una forma más precisa. El Gran Terremoto llegará algún día, y los expertos en el tema nos muestran sus estadísticas y sus gráficas. Es cierto, la tensión se acumula y se acumula, hasta que se libere con la fuerza de numerosas bombas atómicas. Es tan importante que el paso siguiente de las manifestaciones sociales será el organizar el calendario cívico a su alrededor, haciendo de los simulacros el evento social de mayor trascendencia. Todos debemos estar listos para el Simulacro, pues es un evento de una repercusión que opaca los desfiles cívicos y las fiestas patrias. Desde niños, los ciudadanos lo estudian y lo dibujan. ¿Cómo te imaginas al Gran Terremoto?, ¿qué le dirías al Gran Terremoto? Es el gran mito de esta ciudad como en otro tiempo lo fue Quetzalcóatl, el gran esperado. No debemos de escatimar en suspicacias, tal vez hoy llegue. No hay que arriesgarse a que no encuentre hospedaje, por lo que cada hotel está obligado a tener una habitación disponible para él. Como es natural, de esa certeza primera (el Gran Terremoto ha de llegar un día) se desprenden numerosas consecuencias burocráticas, la cuales no nos imaginamos, pero tampoco tenemos forma de imaginarlas, dado que se van sumergiendo en la oscuridad del Estado, como si se sumergieran en las capas profundas de la tierra. Nosotros, en esta realidad de hoy, aún no llegamos a las siguientes etapas de la personificación del Gran Terremoto, como es el caso de la sociedad de esta novela en que la paranoia construye una especie de maquinaria dedicada a prever la llegada del Terremoto. Muchas veces desprecio la preocupación de la gente por la llegada del Gran Terremoto, y hago mal porque me he tenido que despedir para siempre de grandes edificios. Persisto en creer que los pequeños emisarios del Gran Terremoto no anuncian nada más que los ladridos de los perros y el balancearse de los edificios como barcos en el mar de la ciudad. Sin embargo, algunos Medianos Terremotos han pasado nada menos que muy cerca de mi casa dejando una huella y un silencio notables. Sin ir más lejos, el apacible local de té chai a que me llevó Leonardo Teja, el autor de este libro, para hablar de literatura, desapareció luego del paso de uno de esos leves terremotos. Los edificios y las personas persisten en crecer de nuevo, con una absoluta falta de fe en la llegada del Gran Terremoto.

 

Leonardo Teja. Esta noche, el gran terremoto. México, Antílope, 2018.

domingo, 2 de octubre de 2022

Niño perdido, de Ilán Lieberman

  



 

¿Por qué relaciono la obra artística de Ilán Lieberman con la impertinencia? Quizá se deba a que se interesa por todo aquello que cotidianamente tratamos de ignorar: los volantes que nos extienden en la calle con el fin de pedirnos dinero, las hojas pegadas en las paredes del metro que exhiben los rostros de los niños extraviados, la publicidad urbana que nos ofende pero que olvidamos rápidamente. Frente a los músicos callejeros, los sexoservidores, los campesinos, los indígenas y otras manifestaciones de la inexistencia social se despliega el trabajo de este creador. En muy pocas palabras dije ya cosas que se contradicen entre sí, porque no son iguales las manifestaciones de los excluidos –las personas que recurren a los medios a su alcance para intentar una simpatía con una sociedad indiferente– que los espectaculares con sus rostros gigantes que se meten por las ventanas a husmear en nuestros gustos. Comparten algo: la indiferencia de los transeúntes ante estas manifestaciones. Nada tan contaminante como la publicidad del Partido Verde, aun así no la vemos. Lo mejor será intensificarla, pero también descontextualizarla. En eso consistió precisamente otro de sus proyectos: en una casa del Centro Histórico repetir el rótulo que sirvió para las elecciones de 2009: “PENA DE MUERTE PARA ASESINOS Y SECUESTRADORES”. Otra obra consistió en: fotografiar el mismo espacio urbano (un espectacular en medio de la calle) a lo largo de varios meses, para mirar el paso de la publicidad, que se presenta, nos invade y luego se va sin dejar rastro en la memoria. Toda proporción guardada, Monet pintó treinta veces la catedral de Rouen, con diferentes matices y grados de luz. Por nuestra parte, evitamos a toda costa mirar grandes porciones de ciudad, esa enorme Gorgona de lo cotidiano que nos ha petrificado (la imagen es de Italo Calvino). El trabajo de Ilán Lieberman consiste en logar que todo aquello que no queremos ver entre a la conciencia por otros métodos. Este creador se acerca cuidadosamente al transeúnte y le extiende una invitación (a ésta sí hay que acudir porque es elegante, tiene un diseño bien hecho y promete que habrá brindis de honor). Así, la víctima se convierte en espectador y verá con gusto y curiosidad lo que bajo otras circunstancias le repugnaba. Qué interesante es la gráfica de los excluidos, sólo que no se le había visto desde una óptica adecuada. Dicho de este modo, parecería que al llevar estas manifestaciones al territorio de la élite artística se las enaltecería. Sin embargo, no es así. Lo que en realidad ocurre es que el territorio del arte también se transforma; es un espacio que pretende quitar la barrera entre el museo como espacio burgués de la contemplación. Sólo que el terreno que separa hoy el arte de los demás discursos es extenso, así que lo deseable es el frotamiento de ambos mundos, la reflexión que nos pide explicar por qué entra al espacio del arte todo aquello que no entra a casi ninguna parte. Miro el catálogo de esta muestra, Niño perdido (lápiz sobre papel, 2005-2009): Ilán Lieberman decidió reproducir a mano, con ayuda de un microscopio, los rostros de cien niños extraviados. Rostros que algunos han mirado vagamente mientras esperaban el metro. Las hojas originales informan sobre el nombre, la estatura, la complexión, el cabello, los ojos, las señas particulares y la fecha de extravío. No sé si esa imagen borrosa de su rostro ha ayudado a salvar a uno de ellos. Como han pasado tantos años, los miro sin esperanza de nada, no los miro para salvarlos, cómo podría. Lo que era urgencia se convirtió en parte de un proceso artístico que desprendió poco a poco su rostro de cada uno de sus destinos. Las preguntas de tipo existencial, las que tienen que ver con la desgracia, deben de separarse también aquí. Lo que hay ante el artista es una hoja con puntos, porque ya sean fotografías, dibujos a mano o imágenes digitales, son documentos que ocultan una tragedia particular. Mi inquietud, o la inquietud de quien mire esta serie de retratos, es inútil porque han pasado los años, y los rostros han cambiado si es que han crecido. Sus retratos me recuerdan que no sirve de nada mirarlos. No sabemos siquiera sus circunstancias. Quizá aflore una inquietud, lo cual está bien, ya que mientras su anuncio era contemplado en las calles no provocaban nada. Aislar una inquietud, una sensación que no sabe a dónde conducirse, en qué puerta tocar. Esta serie se acabó en 2009, desde entonces han ocurrido tragedias más localizables en el tiempo. Murieron 49 niños quemados en una guardería, en Hermosillo, Sonora, el 5 de junio de 2009. Los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecieron entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014. No hablaré aquí de las causas que se enarbolan alrededor de estas tragedias, sólo que la imagen ha servido de articuladora: los rostros, ya sea sonrientes, difuminados, inexpresivos, todos son la demostración de una existencia. La reflexión en torno de la imagen puede llevar por varios caminos, ya que algunos piensan que detrás de la fotografía técnica no hay nada: es una red hecha de puntos en medio del vacío que a su vez encubre otro vacío, teniéndonos que conformar con la imagen como única realidad, sobre la que se puede crear cualquier realidad. Sí, sería una afirmación de la posmodernidad en torno a la imagen. Hay páginas que crean rostros: un click y un rostro nuevo, otro click y otro rostro. Rostros sin vida, los cuales usurpan con su mirada un lugar en la existencia, que existieron por el tiempo que tuvimos a la vista la página que los creó. Sin embargo, por más que se les pode, el contexto vuelve a crecer sobre estas imágenes. En el caso de los jóvenes desaparecidos en Ayotzinapa, la pugna en torno a sus destinos ha sido más ardua: una sociedad ha tenido que pugnar con más énfasis sobre una realidad adversa para comenzar a tener una respuesta. Son rostros que preguntan por qué, y ahora mismo hay numerosas personas tratando de buscar las palabras para enunciar una respuesta. En el caso de estos niños, la pregunta necesariamente ha de quedar trunca así como su respuesta. No sabremos qué ocurrió con sus destinos. Naturalmente, debe de existir una ventanilla a dónde ir a tocar para preguntar acerca de esta rama del destino. Ya lo hizo uno de los prologuistas (Fabrizio Mejía Madrid), existe una serie de respuestas imprecisas en torno a estos rostros que miran al futuro de frente, atónitos, sin que tengan una noción clara de qué es el futuro. Los niños son sustraídos en gran medida por uno de sus padres sin el consentimiento de su pareja, la quinta parte de ellos fue robada por una camioneta sin placas para ser comprados por parejas que los adoptan ilegalmente. En algún momento de su vida sabrán que tienen rota una parte de su pasado. En el caso de los desaparecidos de Ayotzinapa, es el poder que quiso imponer la aceptación de una “verdad” que tapaba lo que realmente ocurrió. Los niños de la guardería ABC son promesa rota en plena raíz. En ninguno de esos casos la explicación individual basta: su desaparición es resultado de un Destino colectivo, y lo es a un grado en que desaparecer es un verbo que se convierte en un sustantivo, comienza a andar, a tomar una forma histórica concreta, pues la Desaparición ha tomado otras formas en distintos momentos históricos. En un ensayo de 1912, Alfonso Reyes se refirió a los desaparecidos. Eran tiempos más poéticos, en que desaparecer tenía algo de misterioso y estético a la vez, en que el escritor podía cantar una elegía a la estadística que era manifestación de las fuerzas “oscuras e inanimadas que trabajan en la entraña de la sociedad”. Los Desaparecidos de hoy no tienen ese privilegio de la desaparición estética. Sus rostros fueron tomados en un momento en que no sabían que un día cercano tendrían que faltar. Y sin embargo, son rostros que nos parecen atónitos. Miran, no obstante, hacia un tiempo verbal circundante, el pasado, el copretérito, el futuro improbable, para saber si a su alrededor el mundo se ordenará finalmente para otorgar una respuesta.

 

Ilán Lieberman. Niño perdido. México, RM, 2009. 

sábado, 24 de septiembre de 2022

Historias del buen Dios, de Rainer Maria Rilke

  



 

El libro Historias del buen Dios, de Rainer Maria Rilke (1875-1926) es tan colorido, sencillo y emotivo, que me pareció todo el tiempo estar ante un cuadro de Paul Klee. Por esa razón fui de inmediato a consultar las páginas de la vida de Rilke escrita por Antonio Pau (Trotta, 2007), para saber si ambos artistas se habían conocido entre sí, o al menos habían conocido al mismo Dios. Supe entonces que el poeta vivió en el cuarto piso de la casa ubicada en el numero 34 de la Ainmillerstraße, en tanto que Klee ocupó la planta baja, y que ambos tuvieron un trato diario en tiempos de la Primera Guerra. No quise prestar atención a las personas que aparecen en su biografía porque me llevarían por un camino sin regreso: Rosa Luxemburgo, Miguel de Unamuno, Alfonso Reyes, Cézanne y Balthus, entre muchos otros. Hay varias cosas que me parecen curiosas de este libro. En primer lugar, que la edición que tengo (con la traducción de Agustí Bartra) haya sido publicada en una colección de “Clásicos Cristianos” cuando en este libro no sólo no aparece Cristo, sino que, tal como dice Antonio Pau, Rilke negaba la intermediación con Dios. Nada de santos, mártires y todas esas cosas. Lo importante es la relación personal con Él. Sólo que Él es, en este libro, un personaje algo distraído que, luego de mucho tiempo voltea a mirar hacia la tierra y descubre las catedrales góticas con cúpulas apuntándole como las armas de un enemigo. El hombre parece ser el objeto de estudio de este Dios, aunque es notorio que no logra comprenderlo del todo, especialmente por la oscuridad de su corazón. Por esa razón, se le ocurrió que “las cabezas de los hombres son luz, al paso que sus corazones están llenos de oscuridad, y sintió el anhelo de morar en los corazones de los hombres y nunca más atravesar la clara y fría vigilia de sus cerebros”. Ahora bien, fuera de este libro, Rilke pensaba que Dios es “una dirección dada al amor”. Puesto que sólo es una “dirección”, esta obra bien podría haber aparecido en una colección llamada “Clásicos Agnósticos” o, para mayor gusto mío, en otra nombrada “Clásicos Ateos”, pues nada impide que un ateo tenga a Dios entre sus personajes. Otro aspecto curioso es que el título no parece bien avenido con su contenido, dado que en rigor se trata de una pequeña novela: son las historias que cuenta el autor a varias personas con la idea de que lleguen a los oídos de unas niñas que preguntan cómo es Dios, sin que ellas conozcan al autor. Lo importante son las historias no quién las cuenta. Rilke esgrime un argumento muy sensato: ¿Qué tal que el que hace las historias tiene un feo grano en la punta de la nariz? Entonces, la historia dejaría de ser el centro de la atención, la cual se centraría entonces en la punta de la nariz.

 

Rainer Maria Rilke. Historias del buen Dios Geschichten vom lieben Gott (1900), tr. Agustí Bartra; notas y comentarios, Pablo Soler Frost. México, Jus, 2000. (Clásicos Cristianos, 14)

domingo, 18 de septiembre de 2022

Patología del ser, de Ramón Martínez Ocaranza




El título de este libro es Patología del ser. En efecto, el Ser está enfermo. Sólo que no tenemos el diagnóstico con claridad. No sabemos si lo extendió el dentista, el neurólogo o, bien, el reumatólogo. En todo caso, ¿cuáles serán los cuidados que deberá tener? Si está condenado a llevar muletas, si se tendrá que poner a dieta o si se trata de algo más grave. De qué se alimentará y qué dirá su familia. Cuándo es la próxima consulta y cuál será el costo para el Ser. De qué se ocupará en su convalecencia para no aburrirse. Son preguntas que haría un poeta, pero más precisamente un poeta de la especie de los poeticistas, aquellos con los que el autor de este libro, Ramón Martínez Ocaranza (1915-1982) tuvo cercanía. A uno de ellos, Enrique González Rojo, le pregunté en qué consistía el Poeticismo, y me respondió: “Era un intento de prolongar las metáforas. Si se habla del aliento de Dios, como dicen los poetas, entonces, Dios también tendría dientes y aparato digestivo…” ¡Ah, entonces, los Poeticistas son una subespecie de los gongorinos! Porque, a contracorriente de las vanguardias, que aparentemente habían terminado con las metáforas para seguir con las imágenes, los Poeticistas seguían con el procedimiento del viejo poeta de Córdoba. Sin embargo, hay otro aspecto de estos poetas, y era que parecía que habían caído en el mundo de los silogismos. Si una cosa es tal cosa, entonces tal cosa es tal otra. Pero a un grado delirante. “Todos los manicomios están locos. / Del uno al cien. Del cien al infinito.” Más adelante: “Todos los locos beben manicomios en la sustancia de sus manicomios.” La muerte de la muerte, la conciencia de la conciencia… En fin, son juegos que se juegan en este poema hecho de puentes entre obras poéticas, de neuróticas referencias a Rimbaud, Dostoyevski y Dante, entre otros. Este poema grita para sí mismo, es un volcán de bolsillo cuya lava cae dentro de sí. ¿Por qué su erupción no irrumpe hacia afuera? Se trata de un poema, al mismo tiempo, lleno de silencio.  Yo diría que hay un camino de la crítica literaria que no debería existir sólo para hacer el juicio de una obra, ya que tiene como resultado impedir el diálogo con las obras. Debería de existir un aspecto de la crítica literaria que escuchara a las obras y dialogara con ellas. No sólo decirnos qué es lo que quieren decir, cuando los críticos se convierten en vicarios de las obras. En este caso, el autor del prólogo plantea que la poesía pura (o bien la poesía comprometida) es en general la regla para medir la creación poética. Comparto la idea de que muchas veces se mide la poesía con ideas preconcebidas, con tradiciones rígidas. Se mira a la poesía desde las ideas generales, cuando las opiniones se deberían de construir desde los discursos particulares. Se puede, así, aproximar el oído a este poema que bulle de maldiciones y de silogismos.

 

Ramón Martínez Ocaranza. Patología del ser (1981), pról. Jorge Aguilera López. México, Malpaís, 2014. (Colección Archivo Negro de la Poesía)

sábado, 17 de septiembre de 2022

Los anteojos de azufre, de César Moro

  



 

No sabía yo que, al escribir mis textos dispersos, hacía un constante homenaje a César Moro (1903-1956). Al leer la reunión su obra en prosa, Los anteojos de azufre, me decía: yo he querido hacer esto o aquello. Con más frecuencia: poner en cada mínimo texto (como los que nacen de leer algún libro) algo vivo y palpitante de uno mismo. Sin embargo, lo que ocurre es que dejo enterrada, como para olvidar, una parte mía que no termina de morir y que necesito abandonar. En cambio, él: ponía en el texto una parte suya que sufría. Su sentimiento era como una infección que se contagiaba a todo lo que leía. Por desgracia no sé nada acerca de los surrealistas. Pero César Moro trasmite aquello que escribió en 1939, al iniciar la Guerra Mundial: el enfrentamiento de dos bloques (Alemania e Italia contra la URSS) con los que no está de acuerdo. Y en medio de ellos, un grupo pequeño pero importante, el de los Surrealistas, se abrió como una herida. Ellos fueron tratados como “idealistas contrarrevolucionarios” y “vendidos al oro de los snobs”. En cambio los adoradores de Stalin eran “materialistas de corral”, mientras que escritores como Romain Rolland era una de “las nulidades idealistas” y “el plato que se acomoda con todas las salsas”. Como pueden ver, me regodeo en sus frases más que en su lucha, lo cual debe de estar muy mal, pero en general señalamos en los escritores sus frases más que sus ideas. Una nueva herida para este escritor. En realidad, para todos. Pero dejando secar la herida, reconstituirse, podemos ver que los surrealistas no se concebían como la típica vanguardia autoconmiserativa sino como el grupo que había podido ver antes que nadie la putrefacción de este siglo (es decir, del pasado; la putrefacción del nuestro tiene que ver con la falta de tratamiento de los males del siglo XX). Pero se me acaba el espacio destinado a este autor y no lo he acompañado a sus visitas al estudio de Xavier Villaurrutia. Es que México tiene gran parte de espacio en sus textos, los cuales enviaba a la redacción de algunas revistas. Se leían, o no. Si no se leyeron, es una lástima para sus contemporáneos. Son bellas prosas, como ya dije. Pero lo que me interesa ahora es su polémica con Vicente Huidobro –millonario, hijo de banquero, con título nobiliario. Entiendo que Moro, entonces, trabajaba como mesero para sostenerse. Ambos se atribuían los auténticos conocimiento y práctica del Surrealismo. Huidobro dijo de Moro: “piojo homosexual”, “indiecito presuntuoso”. Y ante la acusación de que era “un arribista”, respondió: “Toda mi vida, Morito, es una prueba de antiarribismo… gracias a los viñedos de mi padre nací arrivé”. Esta terrenalidad de los poetas es muy vergonzosa. Quizá por eso en El surrealismo al servicio de la Revolución(1933), a la pregunta “¿A qué elemento corresponde?”, Moro respondió: “Al fuego, al aire y al agua, nunca a la tierra”. Es una pena que no pueda profundizar en sus maravillosos textos sobre Proust, el Surrealismo, Xavier Villaurrutia, la literatura colonial de América… Casi tan grande como la pena de saber que sus obras prácticamente no se consiguen fuera de Perú.

 

César Moro. Los anteojos de azufre, ed. Ricardo Silva-SantistebanLima, Sur Librería Anticuaria-Academia Peruana de la Lengua, 2016. (Colección Clásicos Peruanos, 11)

lunes, 12 de septiembre de 2022

¡Hagan juego!, de James Petras y Steve Vieux

  



 

Cuando James Petras y Steve Vieux publicaron este breve texto, el Neoliberalismo era un joven sistema económico. Parecía que aún no le brotaban las ideologías. Sin embargo, los autores señalan dos que le son consustanciales: la autoayuda y la consolidación de las ONG. Nada tan actual como comentar ambos idearios, omnipresentes en el discurso de hoy. Las redes sociales, las páginas de internet, los medios impresos y electrónicos: todos son un abigarrado tejido que proporcionan todo tipo de contenidos, lo cual hace pensar en la dificultad de su desciframiento. Sin embargo, es importante pensar en la manera en que nos informamos (o pensamos que nos informamos). Tomamos un tema y buscamos las noticias al respecto, con lo que reunimos decenas de notas, tan atomizadas y contradictorias entre sí que es necesario leer un número considerable antes de construir una teoría de la realidad que se encuentra detrás de lo que llamamos “información”. Unir un discurso con el único componente de las noticias es una actividad tan ardua que sólo un número reducido de lectores puede llegar a tener una idea aproximada de lo que en realidad está ocurriendo. Eso, si seguimos pensando que la información sirve para tener ese acercamiento a la realidad. Ciertamente, lo que pasa es que “las noticias” sirven para apuntalar una opinión previamente existente. Opinión que, además, está construida sobre los intereses de las potencias políticas y económicas (lo que provoca que ciertos medios que ofrecen información divergente sean censurados o criminalizados). En realidad, no importa el tema. El que sea. Un filósofo de moda, Byung-Chul Han, tiene la idea de que “las fake news son indiferentes a la verdad”, y de que son manifestaciones que no se pueden combatir con el razonamiento. Me parece interesante este planteamiento, pero determinista. Depende de una sociedad que no ofrece una resistencia a la ideología oficial de la información. No explica que los medios informativos corporativos han creado su propio descrédito pues, a pesar de todo, existe una sociedad no convencida de los contenidos que emanan de ellos. Aquí, en México, los medios se solazan con la palabra “objetividad”. Enarbolan la Objetividad, la cual no es más que una máscara que evita que sepamos a qué intereses responden. Repiten: obedecemos a la Verdad, no tenemos ideología. Es curioso, porque en realidad lo que se ha fortalecido en este mundo de hoy es una subjetividad extrema, la que representa la ideología de la Autoayuda. Según la socióloga franco-israelí Eva Illouz, este pensamiento “se basa en la creencia de que la emoción es capaz de modificar la realidad”. Es decir: el Yo se construye a sí mismo y luego construye el mundo. Idea que ha dado ser a una filmografía y a una bibliografía inmensa. Sería tan apasionante comentarlas, las películas van desde ¿¡Y tú qué bleep sabes!? a la más reciente Todo en todas partes al mismo tiempo, y provienen de una versión espiritual de la ciencia. Los estafadores se adaptan a las nuevas tecnologías, manipulan la física cuántica y terminan vendiendo libros y atractivos productos en internet. La autoayuda es fascinante porque despolitiza. Hace que los individuos piensen que su optimismo es el único ingrediente para transformar la realidad. Sobre todo, la función de la autoayuda consiste en que sus lectores y practicantes ignoren las causas reales de la pobreza. La autoayuda le pasa la culpa al lector de este tipo de libros: “Tú eres el responsable porque tú eres el iniciador de una cadena de cambios que culminarán en tu felicidad. Sé productivo, trabaja para tu empresa aunque no veas el beneficio inmediato. Aunque veas que el dueño se enriquece más y más, es parte de un karma universal que algún día regresará hacia ti (en esta vida o en otra)”. En fin, no me extenderé en este discurso: si la conciencia universal se une en un mantra y se dirige hacia el mismo fin común, lograremos que se reedite el libro El ser excelente, de Miguel Ángel Cornejo, en donde podremos abrevar de esta sabiduría. Ingratamente, la humanidad ha olvidado a uno de sus principales motivadores. El discurso justificador del Neoliberalismo nos dice que se trata de un proceso paralelo al de la democracia, sin embargo ha sido impuesto precisamente por regímenes que han destruido cualquier manifestación democrática (como los de Pinochet y Videla). Las olas privatizadoras en el continente han sido posibles gracias a la desarticulación de los movimientos de los trabajadores, llegando a darse numerosos casos de privatizaciones de empresas estatales que tenían superávit. Pero prendemos la televisión, y los analistas nos explican: “Es importante decir de las empresas públicas que: si funcionan mal, hay que privatizarlas para hacerlas negocio; si funcionan bien, hay que privatizarlas porque son negocio; si ayudan a la clase media, privatizarlas porque son inútiles; y si ayudan a los pobres, privatizarlas porque son germen del populismo. En fin, amigos nuestros, la privatización es el fortalecimiento del individuo, es decir de la libertad”. Los autores exponen que el Neoliberalismo es la imposición a gran escala, a partir de 1979, de una serie de ajustes estructurales derivados de préstamos de instituciones financieras (BM, FMI). No es que no se quisiera imponer antes, pero la Guerra Fría impidió el éxito de este sistema. A los países que acudían a pedir ayuda se les solicitó una serie de privatizaciones y medidas económicas extremas (fundamentalmente, devaluaciones que permitieran las exportaciones y dificultaran las importaciones). Para los autores es fundamental articular las medidas estructurales con la promoción de las ONG. Autorrepresentadas como pequeños borreguitos dadivosos, en realidad cumplen un papel central en la despolitización regional. El Banco Mundial las define misericordiosas: “trabajan… para aliviar el sufrimiento, dar a conocer la situación de los más pobres, proteger el entorno”, etc. Por estos motivos de desinterés y bondad, el BM las acogió y multiplicó los recursos para su promoción. Aunque las ONG no pudieron lograr su cometido entre los sectores más vulnerables (p. 69), siguieron siendo un gran atractivo para los gobiernos neoliberales. Eso se debe a que funcionan siguiendo la misma lógica de los ajustes estructurales: “Son especialmente hostiles a las medidas de asistencia social promovidas por el estado, ya que éstas podrían fomentar en la sociedad civil el desarrollo de grupos que luchan por la redistribución de ingresos.” Las ONG no responden a la sociedad sino a los donantes de sus recursos, con lo que estructuralmente se impide que establezcan lazos con los representantes parlamentarios de la izquierda. Sus proyectos generalmente son temporales, con lo que sus apoyos no se convierten en un derecho permanente. Finalmente, tienen el atractivo de inmovilizar a la intelectualidad local: los convierten en funcionarios bien pagados e instalados en el extranjero, lejos de las clases populares y sus problemas. Concluyen los autores: puesto que las ONG no trabajan por aportar nuevos servicios a los necesitados, sino que sólo intentan reponer servicios, su discurso humanista es sospechoso: “De hecho, existe una relación directa entre el desarrollo de dichas organizaciones y el empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría.” Puse aquí sólo el planteamiento de algunas semillas de la ideología neoliberal. Lo deseable es conocer sus posibles extensiones, para poder erradicar sus frutos en el pensamiento.

 

James Petras y Steve Vieux. ¡Hagan juego! Barcelona, Icaria, 1995. (Colección Más Madera, 194)

sábado, 3 de septiembre de 2022

Los orígenes de la guerra con México, de Glenn W. Price

  



 

El historiador texano Glenn W. Price escribió en 1967 un libro para desenmascarar el complot del presidente estadounidense James K. Polk en contra de México, que dio como resultado la guerra de 1846-1848. Ignoro completamente la manera en que Estados Unidos enseña su propia Historia, pero algo me dice que el empeño del profesor Price no tuvo resonancia alguna. Lo intuyo porque me ha sido imposible saber más de este académico que hurgó en los papeles privados de los políticos texanos del siglo XIX, y porque el presidente Polk ha mantenido a lo largo de los años el puesto del 12º mejor presidente de su país. En la soberbia de una clase gobernante, Price encontró las autoinculpaciones inconscientes de sus textos y pronunciamientos. ¿Cómo es posible que ese país (México) persista en luchar contra nosotros (Estados Unidos), ocasionándonos una carga económica que nos detiene en nuestra elevada y próspera carrera? (Es pregunta formulada por el Secretario del Tesoro de Polk). Por su parte Robert F. Stockton, comandante militar en el Pacífico, realizó su defensa del esclavismo, pues basado en las Escrituras consideró que no se trataba de un pecado; aun más: la esclavitud fue introducida a los Estados Unidos, por lo que era un acto ajeno a ese país: “La Gran Bretaña realizó este hecho cuando dependíamos de ella”. Los viejos colonos resistieron todo lo que pudieron a la esclavitud, pero no tuvieron las fuerzas suficientes para oponerse. En fin, no hay que alejarse de la Infinita Sabiduría, la cual sabe por qué puso a los pieles rojas en el camino de la civilización. Su extinción será, en todo caso, asunto de dicha Sabiduría. Lo que sí podemos vislumbrar de Su voluntad es que no quiere a los africanos libertos en América, los quiere de vuelta en su país. Por alguna curiosa razón, ambos bandos de la política norteamericana estuvieron de acuerdo: los negros libertos tenían que volver a su continente por el bien de América y, en segundo lugar, por su bien propio. Stockton viajó a África en 1821, llevado por su noble plan, y eligió una región en la costa occidental a la que llamaría Liberia, para llevar ahí a los esclavos liberados. Eso nos recuerda a otro gran promotor de la libertad, Henry Clay, quien tenía entre sus ideales la gradual emancipación de los esclavos, siempre y cuando fueran llevados de regreso a África, o a Haití. Dijo: “No podía haber causa más noble que la que… libraba al país de una parte de su población inútil y perniciosa, si no es que peligrosa”. Debe decirse que la adquisición de Liberia se debió a un tratado entre el Rey Peter y el enviado de Estados Unidos, es decir el comodoro Stockton. El tratado se dio de la siguiente manera: Stockton sacó una pistola, apuntó la cabeza del Rey Peter y le dijo que si no cumplía el acuerdo de vender las tierras lo mataría a él y a sus acompañantes. El Rey firmó con una X y recibió por Liberia la cantidad de 300 dólares. Al final de su relato, Stockton escribió que “la colonia fundada por la humanidad y liberalidad de Norteamérica no se quedará atrás de ninguna en sus contribuciones a la felicidad y a la gloria de nuestro Dios”. He acabado mi espacio, pero siempre lo habrá para volver a referirse a la bondad y a la nobleza del ser humano.

 

Glenn W. Price. Los orígenes de la guerra con México. La intriga Polk-Stockton (1967).México, FCE, 1974. (Colección Popular, 194)

sábado, 27 de agosto de 2022

Norte y sur, de Alfonso Reyes




 

Las temiblemente extensas Obras completas de Alfonso Reyes (1889-1959) están formadas de breves miniaturas. La proliferación de tantos textos pequeños también es temible, para los lectores tanto para los autores. Cómo ordenar, cómo saber que uno no se ha repetido (cosa inevitable), son ideas que a uno atormentan. Naturalmente, hay una línea continua que se va dibujando, las ideas crecen y afloran. Pero eso es algo que uno, como lector, va cazando mientras lee. Así que prefiero, de pronto, abrir el libro a la mitad, a ver en qué andará pensando este autor, cada día tiene un tema nuevo, sorpresivo, que no pierde novedad. En efecto, me encuentro con uno de sus temas largamente rumiados, la relación con Europa. Estaba de moda (en 1944) el libro Maximiliano y Carlota, de Egon Caesar Conde Corti, repleto de novedosa documentación secreta de los archivos europeos. Reyes vio en su juventud cómo los franceses que se quedaron en México luego de la Intervención se adaptaron sin problema nuestro país. Eso se debía a que se trató de un conflicto entre gobiernos, no de dos pueblos. Y me agrada que Reyes no tuviera empatía con Carlota y Maximiliano, la pareja de invasores. Al Emperador se le ha rellenado de una ideología que lo presenta como el ingenuo y buen hombre que llegó engañado a México. No ha dejado de decirse que era más liberal que Juárez, ¡pero Juárez jamás fue un imperialista invasor! Y su muerte derivó de su propia actitud, cuando firmó el decreto (3 de octubre de 1865) que pedía fusilar a los mexicanos que fueran detenidos con armas durante las 24 horas siguientes después de pronunciada la sentencia. No hacía más que seguir las ideas de Bazaine: “Todo individuo, cualquiera que sea, cogido con las armas en la mano, será fusilado. No se hará canje de prisioneros en lo sucesivo… Esta es una guerra a muerte; una lucha sin cuartel que se empeña entre la barbarie y la civilización; es menester, por ambas partes, matar o hacerse matar” (citado por Fernando Benítez, en Un indio zapoteco llamado Benito Juárez). Estos personajes y su corte mexicana de entreguistas son los que una ideología actual pretende justificar. Reyes dice que los más detestables de esa cadena son precisamente esos mexicanos que fueron a ofrecerle nuestro país a Maximiliano. Pero en el fondo son un eslabón de la epidemia de estupidez que cundió por Europa. Me ha llamado la atención este aspecto del ideario de Reyes porque rara vez muestra una dureza parecida. Varios sitios de la provincia mantuvieron vivo el recuerdo de Maximiliano y su paso por diferentes pueblos, de tal modo que la veneración por el Emperador creó un pensamiento que pretendía hacer de la provincia, de su tradición y de sus valores católicos el receptáculo del patriotismo verdadero. La reacción de hoy gusta de tener ensoñaciones con el relato de la invasión francesa.

 

Alfonso Reyes. Norte y sur. Los trabajos y los días. História natural das laranjeiras (1959), 2ª reimp. México, FCE, 1996. (Obras completas de Alfonso Reyes, IX)

domingo, 21 de agosto de 2022

Luis Cernuda en México, de James Valender

 



 

¿Por qué habré comenzado la vida de la poesía leyendo a Luis Cernuda (1902-1963)? No es que sea buena o mala decisión, pero es determinante. Toda la vida, desde el principio, despidiéndose de la belleza, del placer. Incluso antes de haberlo concebido. Mirar la hermosura, pero no para disfrutarla, sino para sufrirla. Ésa es más o menos la herencia de este poeta al cual algunos obedecimos ciegamente durante largos lapsos de la existencia. Disfrutaba platicando con quienes lo conocieron y hablaban de su extraña manera de ser, del terrible privilegio de tratar a Cernuda (1902-1963). Me hablaban de aquellos que años después de su muerte en que sus amigos iban a su tumba a leer poesía. Los que recordaban sus clases de literatura, sus malos modos y su timidez. Con qué masoquista deleite lastimaba uno el propio espíritu con alguno de sus versos… “Frescos y codiciables son los labios besados, / Labios nunca besados más codiciables y frescos aparecen. / ¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio? / Bien lo sé: no lo hay”. Por la razón de que es un maestro intocado, me resisto a leer los reproches que de pronto asoman entre los lectores posteriores (si es que aún hay). ¡Cernuda odiaba el Modernismo, no comprendió a Darío, decayó en un prosaísmo detestable! Casi ni quiero saberlo, a este poeta no quiero testerearlo demasiado. Qué mal papel el mío. Hay un poema, por ejemplo, que me ha hecho soñar por años, “Quetzalcóatl”, que muy pocos citan: es un joven soldado del siglo XVI cuyos sueños lo hacen tomar el camino de las Indias, que llega con el ejército español hasta Tenochtitlan y le toca ver el encuentro entre Cortés y Moctezuma: “Yo estaba allá, mas no me preguntéis / De dónde o cómo vino, sabed sólo / Que estuve yo también cuando el milagro”. Fue un poeta que despreció a otros que admiro (Unamuno, los dos Machado, Jiménez), pero que planteó una manera distinta de construir un poema. No lo sé, pero tal vez se deba a que él provenía de un camino de soledad literaria, pues parece apreciar poco a los simbolistas franceses. Parecía que iba llegando del siglo XIX inglés, que muy poco se había frecuentado entonces. De hecho, podría preguntarme: ¿hay un vínculo fuerte de la poesía en lengua española con la inglesa? Naturalmente, es una pregunta retórica: es una relación histórica mucho menor que la que existe con Francia. Que este poeta diga lo que quiera, los autores de esta recopilación de estudios lo dejan pasar respetuosamente, sin contestarle mucho. No estoy seguro de que eso le gustaría, pero un gran poeta tiene el derecho de enunciar el mundo a su antojo, aunque eso signifique que sea ciego con otras obras. Es, no obstante, inevitable el placer de ignorar a los contemporáneos. El privilegio de unos cuantos de imaginar a los posibles lectores futuros escandalizados porque los grandes poetas eran incapaces de reconocer otros talentos.

 

James Valender (comp.). Luis Cernuda en México, 1ª ed en FCE-España, corregida y aumentada. Madrid, FCE, 2002. (Col. Lengua y Estudios Literarios)

domingo, 14 de agosto de 2022

En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust




Terminé de leer En busca del tiempo perdido, que en un día ya extraviado comencé a leer. Creo que en esa lejana ocasión salí caminando de la librería, con el tomo primero entre las manos, y lo abrí mientras iba en el transporte público a mi casa, cuando aún vivía con mis papás. Pensaba entonces que iba a avanzar en mi lectura sin consecuencias. Pero al terminar la última palabra sentí la novela sumamente abultada, llena de muertos como separadores, entre sus páginas. Cuando alguien moría, lo ponía cuidadosamente en la página en que iba, para acordarme de mi muerto. Pero no todas las veces funcionaba. Hay algunos incomprensibles, habiendo otros inolvidables –que no necesitan marca en mi lectura. Y yo mismo…, yo pensaba que sólo leería, que vería pasar el tiempo en los demás y no en mí. Desafortunadamente, apenas cerré la última página vi mi rostro, y ya no era el mismo que empezó esta lectura. Radicalmente otro. Qué pena, nadie me advirtió que no se pasa impunemente la vista por la novela de Marcel Proust (1871-1922). En fin, recordé que ése era el pacto con la vida. No un pacto escrito y firmado, pero un pacto a fin de cuentas que uno establece a pesar de su voluntad. Fírmalo si quieres, no importa. Existir es de por sí parte de un contrato. ¿En qué consiste? Verás…, consiste en ser una especie de calendario, de los de antes, de los que se colgaban en la pared; cada una de sus hojas tenía detrás una bonita sentencia, un refrán aparentemente sabio, una receta, un poema, un proverbio… Uno sólo iba adelgazando cada día, compartiendo una sabiduría de la que nadie sacaba provecho. Cada día, una página olvidable. Pero tú querías ser inolvidable, dejar una frase, aunque sea una, digna de repetirse. Yo no conozco a nadie que haya conservado una frase tuya dentro de una de sus libretas. En fin, para qué todo este divagar; ya sé, ya sé…, eso lo has aprendido de este autor. Pero no has aprendido lo esencial, hasta parece que tiraste sus enseñanzas al bote de la basura. Recuerda que este libro revela que en este mundo en que todo perece, hay algo que se destruye más completamente que la Belleza, y es: el Dolor. Crees que tu dolor es eterno, y es la cosa más ridícula y pasajera del mundo. Ni te interesa a ti ni le interesa a nadie. Cuando encontramos una anotación autobiográfica en torno al dolor, nos parece el enigma más incomprensible. ¿Qué me hizo sufrir tanto en esa ocasión, quién era esa persona que me produjo tal deseo de abandonar esta existencia? Qué tonta persona ésa que escribió esta nota. El yo es continuidad, dicen, y resulta que no se parece a sí mismo. No me reconocí, decía, y buscaba mi nombre en mi reflejo, en vez de buscarlo en mi cabeza. Así ocurre en este libro, ¿no es cierto? Dice Proust que, al recordar el nombre, la persona recobra su yo, y deja de ser ese objeto en el que se estaba convirtiendo. De pronto, recordamos el nombre de esa persona, y es como si lo enfocáramos. Repentinamente, tiene personalidad y hasta un sitio preciso en nuestra vida. Hace tiempo compré un boleto y tomé el tren rumbo a Illiers –el Combray de Proust. No pensé que mucha gente siguiera ese rumbo, pero pensé que al menos tenía cierto renombre turístico. Pero ese día, el pueblo se supo sólo para mí. Si no encuentro nada, al menos me sentaré a tomar un café y contemplaré las calles en que caminó este autor. Pero no, ni cafés ni gente por ninguna parte. Nadie por las calles, la iglesia de Saint-Jacques sola. Sus paneles del siglo XV, la Anunciación, los gabinetes restaurados. Uno solo intacto, aquel de la parte trasera, al lado izquierdo, en que el pequeño Marcel se sentaba con su abuela los días de misa. Demasiado frío como para contemplar esta soledad. Mejor ir a la casa de la tía Léonie, a una calle. Es cierto lo que decía el autor, desde su cuarto se veía la torre de la iglesia, aquella del tomo primero. Igualmente, la casa se puso para mí. Sin visitas, los pasillos mostraban los muebles originales de la casa, los documentos y cuadros que la sociedad de amigos de Proust consiguió para exponer. En los alrededores, el bello parque con cierto toque japonés, el agua estancada, los lotos, la sensación de estar en un cuadro impresionista, y la campiña que se extiende a lo lejos. Por aquí debe de estar el camino de Swann, pero no hay a quién preguntar. Venden magdalenas sobre la rue Dr. Galopin, no tienen el sabor largamente esperado, aunque puede ser que no las sumergí en el té, o dada la típica falta de talento. O bien, porque la epifanía busca el momento. Por desgracia, recibir la gran revelación del arte es algo que depende de algo incomprensible. No porque no se pueda comprender, ya que hay bastantes explicaciones al respecto; tampoco se debe de responsabilizar por completo al artista, que bastante hace con esperar. Es una especie de consonancia entre la percepción y el mundo, afinación que se logra sólo en cierto momento. Pero, en definitiva, no es algo que me interese. Ya volveré al tema si es que algún día alcanzo algo siquiera lejanamente similar a una epifanía: revelación que debería venir con su propio instructivo de uso… Oí el paso del río, el paso de las nubes a lo lejos. Pero nada del murmurar de un mundo, el cual sí escuchaba cotidianamente el autor. Una larga conversación sobre topónimos, de la página 128 a la 312, mientras madame Verdurin va recibiendo a los invitados. Qué mujer tan arribista, aunque eso se puede sólo decir en cierto momento, porque ya para el final del libro madame Verdurin ha logrado aquello por lo que tanto padeció, que es pertenecer a la gran sociedad, pues si uno tiene la suficiente paciencia la podrá ver como esposa del príncipe de Guermantes. En las baratijas de la conversación se encuentran joyas. Las pláticas en los salones, las recepciones y las cenas, todo eso produce toneladas de frases, de inmundicias de exquisito sabor. Con ellas, te habrás dado cuenta, se producen grandes monumentos del espíritu, o de la murmuración, que es lo mismo, porque la leyenda de muchas de esas mujeres se construyó sobre una sola frase, dicha en el lugar oportuno, frente al público indicado. ¿Y, por cierto, Marcel?, ¿qué ha sido de él? ¿Qué, no sabe? Ha muerto. Es como decir “fue condecorado”. O: “Le recetaron irse a tomar baños”. En todo caso, ya no puede ir a fiestas. Sus últimas reflexiones fueron conclusiones sobre el paso del tiempo, aunque no hizo otra cosa a lo largo de su vida. Sólo que al final, el tiempo da sorpresas. Por ejemplo: que, el tiempo, siendo un gran escultor, pues cincela pacientemente un rostro a lo largo de décadas hasta que logra su ansiada caricatura de una persona, en realidad sorprende de otro modo: no somos una continuidad en la existencia. En realidad, nos asemejamos a una especie de metamorfosis como las que efectúan los insectos. Toda la vida somos un pequeño animal que de pronto se convierte en un gran insecto inesperado, el de la vejez, que se abulta, se arrastra, se tambalea… Y se muere. Es lo que posteriormente ocurre, siempre. Se procede a poner sobre el muerto una placa, con letras que seguramente serán borradas más tarde por el tiempo, trabajador sin descanso aunque desigual, porque ciertos nombres no puede borrar. Entre los que han muerto en nosotros, algunos tienen nombre, otros permanecen pero no sabemos cómo se llamaban. Con nombre o sin él, hay un secreto, el de la transfiguración en el lenguaje universal de la evocación, que dominaba Marcel Proust.

viernes, 5 de agosto de 2022

Alberto Quirozz: novelista de la Cristiada y noctívago de San Ildefonso





Me entusiasmó descubrir a un escritor, Alberto Quirozz (1907-?), nacido en León, Guanajuato. No importa que mi entusiasmo descendiera abruptamente luego de leerlo. En realidad, el punto de vista de un escritor nuevo para mí, que habla un poco más de los tiempos de los Contemporáneos, de los escritores de la Preparatoria, de los intelectuales de los años 40… todo eso es una maravillos veta de anécdotas y de vivencias. Era un autor que se decía “hijo de la Revolución”, que leyó apasionadamente a los rusos y a los clásicos españoles durante sus tiempos de San Ildefonso, cuando era compañero de Efrén Hernández, quien a su vez le escribió a Quirozz estas palabras: “Si busco entre las líneas próximas a mi propia carrera, no encuentro ningunas más antiguas ni constantemente próximas que las tuyas”. Hubo otros amigos, dice el autor de Tachas, pero se fueron antes… Ciertamente, luego se iría él mismo, pero aun cuando sobrevivió más años Quirozz, no ha sobrevivido su nombre entre nosotros. Trabajó en la revista Contemporáneos, y se hizo amigo de Xavier Villaurrutia, a quien parece haberle dedicado un pasaje de su libro Los intelectualesCuarta crónica (1978). Aparentemente aún vivía en 1983, cuando Emma Godoy le prologó su libro Los primeros magnates. Después, sólo en un libro se ha vuelto a mostrar curiosidad por Quirozz: El país de las siete luminarias. Antología literaria de Guanajuato, de Benjamín Valdivia (1995), que recoge un texto suyo. Leí Lupe fusiles (1957), la cual luego de un atractivo comienzo se desploma en una prosa sin interés. No podría decir más, ni siquiera hay modo de encontrar fácilmente sus obras. Escribió ensayos sobre novelas mexicanas y textos sobre cine, pero ésos tampoco los he podido leer. Consideraba que su mejor novela era Cristo Rey, de 1952, “basada en un hecho histórico, la tentativa frustrada de un grupo de jóvenes de la ACJM fomentando un levantamiento en armas (que) terminó con el fusilamiento del grupo entero” (según escribe Edith Lozano Pozos, en un artículo de la Universidad de Chicago). Ante estos intentos literarios, no muy convincentes para mí, lo que me gusta es escucharlo hablar, dar su testimonio. Al fin que es el único, y tiene por esa razón algunos valores añadidos. Fue entrevistado y grabado el 25 de enero de 1978 por Jesús Juárez, en la Librería Juárez. El casete se encuentra en el acervo de la Fonoteca Nacional.

 

 

1.    Es muy difícil publicar lo que uno escribe

Calculo que tengo editados como 31 o 32 libros, porque he tenido obras de dos tomos como una que se publicó allá por 1944 que se llamó Poesía y teatro infantiles, una cosa de literatura para los niños, escolar. Por cierto que siempre me complace recordarlo porque hicieron 20 mil ejemplares de cada tomito. Fueron dos tomitos. Eso es muy bonito porque como les decía –o como ustedes ya lo saben–, se padece desde el punto de vista de la poquedad editorial en asunto de ejemplares. Cuando a un autor se le lanza a razón de 20 mil, ah caray, aunque no sea uno nada narcisista y nada egoísta, debe complacerse. Entonces ahí está una obra de dos tomos. Y tengo otra que se llama Biografías de educadores mexicanos que me encomendó la Secretaría de Educación Pública y que tiene mucho sentido porque en realidad el maestro ahí es dado a conocer hasta donde es posible. Yo tengo preparado un tercer tomo, que no sé si lo haga Educación o lo haga otra casa, otra institución, pero se hizo con muy buena idea para una feria, primero un tomo y luego otro tomo. El primer tomo apareció, creó, en 63, algo así, y luego el otro en 71. Son dos tomos.

Mi primer libro fueron cuatro cuentos, se llamó Zigzag novelesco, de los cuales Salvador Novo desechó uno y yo le he hecho caso. Salvador Novo tenía entonces en Revista de Revistas una sección de crítica que se llamaba “Plegadera”, en aquel formato antiguo, de allá por 1929 o 30. Y allí, como siempre, se burlaba o ironizaba, y decía que uno de esos cuentos era una cosa muy romanticona. Y sí, creo que sí, y si alguna vez se reedita, creo que deberá descartarse ese cuento. Y qué bueno que ya queda ahí esa clase de impronta para la historia, desde el punto de vista editorial. Si alguna vez se hace, quiero que se sustituya con alguno de mis primeros cuentos, porque yo publiqué en “El libro y el pueblo” allá por 55, por ejemplo, un gran cuento, para mí es grande, tiene su sentido práctico, se llamó “Cairelito”: una perrita (…) que no estaba casada, porque la casada es la de Walt Disney. El cuento es muy bonito. Yo he publicado una serie bastante numerosa de cuentos. No mucho, seis, siete cuentos. Entre ellos está “Cairelito” para los niños, que devenía de ese libro de “Poesía y teatro infantiles”, y me salió muy bien; y tan me salió muy bien que yo tuve un choque con Walt Disney porque le reclamé. Después de mi cuento que aparece en 55 en “El libro y el pueblo” viene La dama y el vagabundo. Y yo le dije que no quería pleito pero que sí consideraba que mi cuento tenía primacía. Y que si no, por lo menos me explicara quién era el autor de la obra de donde había tomado la historia de La dama y el vagabundo. Se enojó, que él la había hecho mucho antes. Y también tuve contacto con el represente. Que su obra estaba adquirida en los Estados Unidos mucho antes que mi “Cairelito”, y que no había plagio. Entonces el plagiario resulté yo. Porque está claro, yo lo remito a “El libro y el pueblo” en 1955. Entonces, ése me gustaría mucho, porque debe estar escrito por 50. Es muy difícil que uno publique luego lo que acaba de escribir. Solamente de encargo. Y así, yo escribí para Kawachi un cuento que me costó mi trabajo, de doce páginas, que estaba basado en Sofía Bassi. Trae una teoría muy interesante porque yo decía ahí que a la protagonista le ha de haber pasado alguna cosa relativa a su teoría del arte, desde el punto de vista intimista, de la superstición y del esoterismo. Es muy bonito el cuento. No lo publicó. “Te voy a dar quinientos pesos”, me dijo. Ni ése por encargo se publicó.

Ya dije hace un momento que la novela siempre, desde un principio, me interesó muchísimo. Y tengo publicadas hasta la fecha quince novelas. Entre ellas, me ha dado mucho Cristo ReyLos ladronesHistorias para Oscar Lewis (que está basada en Los negros, una especie de réplica para Los hijos de Sánchez, ésos se vendieron bastante pronto, antes de un año). Pues son muy chistosos: la segunda edición de Cristo Rey no la ha querido hacer ni Lajous. Les he rogado. “No tenemos ni papel”. Y el padre Garibay –que era muy amigo mío el doctor Garibay– me dijo una o dos veces: “Pues ya publique el Cristo Rey en segunda edición usted”. “Yo ya publiqué la primera, ya hice la lucha por la primera, a segundas ediciones ya no me voy a meter”. A través de unos amigos les he dicho que publiquen Cristo Rey o Una mujer decente. Que lean perfectamente Cristo Rey, porque muchos han opinado que Cristo Rey es la mejor novela cristera y por eso no la quieren. Porque somos muy chistosos, desgraciadamente: nos superan y sentimos luego luego, rencor o envidia. Es lo que les iba a decir a los jóvenes: no tengan esa actitud de no querer reconocer lo nuestro bueno, porque es malo. O no querer reconocer también lo otro que también tenemos, lo malo, soslayamos también lo malo, somos muy buenos, muy machos,  muy trabajadores, muy todo, muy buenos pero falsamente. Eso nos está perjudicando de manera crónica. También le he dicho a mi amigo: “Dile a los Porrúa que sustituyan, si Cristo Rey no les gusta por la cuestión religiosa, si tienen algún resquemor, entonces publiquen una cosa que alguien me dijo: “La mujer decente es la novela de la clase media en México”. Y yo creo que sí porque esa novela la escribí en León y también es en gran parte histórica. Histórica en el punto de vista que yo los voy a pintar a ustedes, mañana lo encuentro. Entonces, La mujer decente está tomada de muchachas, muchachos estudiantes, que yo viví, conviví, porque a una cuadra de mi casa estaba la preparatoria. Y yo en la preparatoria estuve un año. Y todas las muchachadas, esas locuras, están en La mujer decente. Y La mujer decente es León. Yo soy allá, de León, Guanajuato. Y saben muy bien que el Bajío es el corazón de México porque allí confluyen los cuatro puntos cardinales. Lo mismo confluyen hasta las canciones, la música del norte nos llega así, por resaco, por marea, por lo que sea, que nos llegan las cosas veracruzanas, ahí está lo de “El Ahualulco”, que vienen del Bajío. Y de la Costa y el Occidente, por Guadalajara aquí entra. Y la cosa del sur, a través de la capital nos avisa. Yo nací con la Revolución, y ya tenía yo como siete, ocho años, nos agarraban mi padre y mi madre, córrele que venían. Mi padre tenía una tienda. O mi madre… Y era un corredero, y se metía uno a la hacienda. Ya tengo noción de lo que es la Revolución. ¿Ven? Ésa es meramente del norte y de la capital. Los nuestros, del ambiente no quieren ver… Pues sea por Dios.

 

2.    Sentía la necesidad de comunicarme directamente con el ambiente

Sobre mi libro más reciento, Diálogos frente al año 2000 reafirmo que me había sentido cansado por escribir tanta novela y sentía la necesidad de comunicarme directamente con el ambiente a través de lo que yo puedo llamar “palabras directas”. Es decir, ya hablar de la realidad. Esto no es ficción. Tiene cierto cariz, para darle cierta amenidad desde el punto de vista literario, pero en el fondo es palabra directa. Ahí hay personajes para huir precisamente del resquemor que tiene el lector de las cosas del yoísmo, ¿me entienden? Como está en primera persona, para que el lector no le haga el feo, así de golpe con el yoísmo, dándole el yoísmo de frente, pues le rehúye. Entonces, meto yo ese matiz. Es como un piquetito en el café, ¿no?

Y cubre todas las áreas, se habla de independientes, comunistas, fanáticos, esnobistas, santos… Menciono algunos nombres alguna vez, también, por no hacer la cosa tan plana en el sentido meramente ideológico, sino incidir con un poco de amenidad plantando un ejemplo, pero rehúyo en general los ejemplos. Entonces ya nada más diré cuáles son los esnobistas: los esnobistas son éstos. Los indiferentes, los disfrazados, los curas, el clero, la religión. Hasta eso no son capítulos largos.

Estoy por publicar una segunda parte, una siguiente parte, que ya está hecha de una primera parte de mera historia o memorias o diario. Más bien es diario. Yo le voy a llamar “cuarta crónica” a esto de los intelectuales, porque yo tengo publicados libros muy interesantes como el Diario mágico. Me lo han elogiado mucho. Es una especie de diario. Lo conoció Xavier Villaurrutia –fue mi amigo, yo era un chamacón; era mi maestro y esas cosas, y aparte de maestro fue mi amigo–, y yo le enseñé varias cosas y todavía tuve la fortuna de enseñarle eso y unas cosas más como una novela que se llama El proyecto de Julia. Y entonces él y otras gentes, lectores y escritores, me han alabado mucho porque yo en el Diario mágico me alcancé la puntada de escribir una especie de prosa poética, pero no con ese fin, sino para lograr un diario. Quise hacer un diario. Eso está escrito por 1934, 35, publicado en 36, y luego recopilados los tres libros anteriores en una cosa que se llama Diario mágico. Pero yo me alcancé estas dos puntadas: hacer un diario con un estilo muy riguroso como poético. Es el Diario mágico. Luego sigue una segunda crónica que es Odisea de la Virgen Morena, muy semejante, es una especie de novela que yo voy a la Villa, le rezo a la Virgen y la saco de ahí para que vayamos por todo el mundo, ella y yo, y vamos viendo el mundo, ésa es la Odisea de la Virgen Morena. Pero también es autobiográfico. Por eso la llamo “la segunda crónica”. Y la tercera crónica es esto, porque aquí están las ideas del autor, ya me lo han dicho. Para conocer su ideología, sus ideas, tenemos que recurrir indiscutiblemente a este libro. Y luego ahora vienen los intelectuales, que va a llevar dos partes. Fundamentalmente, una que hago recordando a mis amigos y mis gentes, tratadas o conocidas, a base de nombres: Xavier Villaurrutia, Ricardo Garibay, el doctor Ángel María Garibay… así, en breves capítulos. Y luego, una segunda parte en que vuelvo a incidir en este estilo de meterme en la cosa de la realidad pero con máscara de ficción. Agarrar la realidad pero con máscara de ficción.

 

3.    La fama y la trascendencia

A un escritor lo hacen famoso la obra y la publicidad. Creo que sí. Que no sabe uno cuándo la publicidad es lo básico para ser famoso pero siempre se necesita de la obra. Ahora, viceversa, que no sabe uno si es la pura obra la que lo está haciendo famoso. Se puede partir de los dos extremos: o se parte generalmente de la publicidad, del poder publicitario que se tenga atrás; o se parte fundamentalmente, como decíamos, en muchos caso, de la obra misma, de ahí se salta, el trampolín es la propia obra. Pero conectando siempre con el poder publicitario. Yo creo que la obra sola sí se da a conocer pero muy lentamente, de modo tortuguesco, a la larga, a control remoto. La pura obra sola es muy difícil que se haga famosa. Sobre todo ahora, ustedes lo ven, los mismos canales que tenemos de televisión están en manos de gente que es adversa a los valores profundamente positivos. Les gusta el chacoteo de la lana, la cosa subrepticia de por acá, una chamacona, el dinero de don fulano, la política de “este señor es hijo del fulano de tal mandamás”. “¡Ay, no, no, éste es un deslenguado!” A mí me dijeron en La Prensa, fui a llevar una novela que se llama Lupe fusiles (otra novela mucho muy importante, se la recomiendo): no la van a reeditar. La llevé tratando de que la reeditaran, a La Prensa. Cuando yo, por segunda o tercera vez dije: “¿qué pasó?”, dice: “No se puede, no es apta”. Dije: “Pues ya me lo imaginaba porque realmente soy un desconocido, no soy famoso, yo considero que no soy famoso”. Entonces el individuo ése, que no quiero decir su nombre porque me parece muy interesante, dice: “No, señor Quiroz, usted no es desconocido. Tenga la bondad de pensar que le dije que no es apto aquí para las intenciones de La Prensa, no es idóneo. Ciertas ideas personales del autor no se conllevan con la empresa”. Muy bien, no se me olvida que me consoló: “No es que sea usted desconocido. Es que, yo le estoy diciendo la verdad, muchas de sus cosas como ésta no son aptas para ciertas empresas como la nuestra”. El autor de Nayar me lo confirmó, Miguel Ángel Menéndez. ¿No es cierto que a veces por lo deslenguado se vuelve no apto para ciertas empresas editoriales?

La profundidad hace a un escritor trascendente, el deseo de calar a fondo, hasta lo más profundo en lo que está haciendo. Rehuir la moda y las superficialidades. Yo por eso fui muy amigo de Xavier Villaurrutia. Muchos me dicen: “¡Ay, pero Xavier Villaurrutia tiene fama de homosexual, qué bruto, no hombre!” Afortunadamente a mí no me lava el cerebro nadie. Soy re malo para que me laven, no me dejo lavar, soy muy reacio. Digo: “Mira, yo en primer lugar, ¿sabes por qué fui amigo de Xavier Villaurrutia? Porque era muy inteligente”. Y a mí dos cosas me han deslumbrado siempre: la bondad auténtica de una persona y su inteligencia. Me deslumbran. Aquí puede venir un señor de muchos millones y no va a ser el más importante para mí. La gente más importante aquí va a ser la más inteligente o la más noble, porque bondad y nobleza son la misma cosa. Entonces, pues a mí qué me importa, yo no fui amigo de Xavier Villaurrutia para acostarme con él. Yo lo fui a ver porque él me buscó, pero yo estaba recién llegado. Y como muchacho, yo ya venía dispuesto a hacer carrera de escritor. He ahí por qué no tiene nada de alarmante que yo fuera amigo de Xavier Villaurrutia. Si yo ahora tuviera aquí a un Xavier Villaurrutia ahorita, no dejaba de hacerme su amigo, si fuera muy inteligente. Aquí lo digo en mis memorias del próximo libro de los intelectuales. Xavier Villaurrutia era una de las gentes superiores a José Gorostiza. Sí, Gorostiza tenía la personalidad del mudo. Sí, yo lo traté varias veces a José cuando estaban los Contemporáneos aquí en Independencia 19. Yo fui ayudante de Ortiz de Montellano. Y entonces, a Xavier, en todas sus pláticas, le chorreaba la inteligencia. ¿Saben qué es chorrear? Como cuando le chorrea a uno el sudor. Y a Pepe no le chorreaba. Le chorreó…, pero es otra cosa. Xavier tenía la peculiaridad de ser muy inteligente en sus libros. Busquen, ustedes los jóvenes, sus cosas, notas críticas, es de lo más importante que hay, como los de Cuesta. Su crítica en general. Sus notas críticas, que tiene bastantes. Él escribió bastante de crítica, de teatro y de poesía. Era tan inteligente que se refleja en su labor crítica. Vayan a buscar sus cosas de pintura como observador, ¡qué caray, mucho nivel! Y platicando así como puedo, como este joven, yo tengo que convencerme de que es muy inteligente. Y si lo vuelvo a ver dos, tres, cinco, diez veces, y confirmo y reconfirmo… Yo traté por bastantes años a Xavier. Después nos veíamos en la calle. Primero mucho tiempo seguido, iba yo, tenía su estudio en Brasil 42, antes de llegar a Santo Domingo. Entonces yo iba frecuentemente, fue cuando le enseñé lo del Diario mágico, los libros que están compuesto de tres libros pequeños: Carne y poesíaTu gloria, camarada y otra cosa que escribí antes del 65. Ahí les va otra cosa, a Novo también lo conocí. Novo era muy inteligente, eso lo dice Monsiváis. Lo pone por las nubes. De los Contemporáneos, el máximo es Novo para él. Pero mi libro va a decir que no. Y es verdad, porque Novo era muy rectilíneo. Rectilíneo, ¿me entienden? Rehuía y yo nunca pude tratar bien con Novo porque era rechazante en cierto modo.

Este libro está hecho como un tercer libro autobiográfico. Después de mi Diario mágico, de mi Odisea de la Virgen morena, viene este tercer libro, porque aquí están mis ideas, las ideas del ambiente mexicano. Y ahora ya incido más, metiéndome en una parte de los intelectuales, que voy a voy a publicar próximamente, como 135 páginas las dedico a hablar de Villaurrutia, de los Contemporáneos, otras muchas gentes como el doctor Garibay, que fue gran amigo mío. El doctor Garibay se hizo muy amigo mío, ¡un señor canónigo! ¿Por qué? Porque cuando yo lo fui a ver me hace dos notitas en el editorial de Novedades. Y aun más, un día que lo voy a ver con una amiga me dice: “Ya me regañaron los señorones”. Creo que en la Academia –él era académico. “¿Por qué, padre?” (Yo le decía padre, no le decía señor). Porque él me había escrito dos articulotes en Novedades: “Y porque le estoy dando beligerancia a Quiroz”. “¿Y qué les contestó?” “Pues que no se espantaran. ¿Ustedes no hacen lo mismo con sus amigos?”. “Ay, qué barbaridad”, yo me voy de espaldas. Para mí, para un pequeño como yo… Y ahí quedamos. Era como un san Pablo, tenía cara de san Pablo: sus barbas, era de un corazón abiertote. Si les contara todo lo que me dijo, no puedo yo, contaba cuentos colorados, era un corazón abierto. ¿Cómo no va a ser abierto si era un grande indiscutiblemente de la religión, canónigo, un grande de la universidad, un grande de la cultura mexicana? Porque antes de él la cultura mexicana era una y después de él es otra. Pues esa situación de ese señor me la tributa a mí, defendiéndome. Pues es la cosa. Ahí está la lógica, amigos míos. Es ilógico querer a uno a quien le cae bien. Y muchas veces en el amor es uno rete ilógico. Porque muchas veces los padres de uno: “No andes con fulana”, y uno ahí está…

 

4.    La flor y nata de los intelectuales

Tengo todos los Contemporáneos convividos conmigo, menos Jaime Torres Bodet porque se fue a Europa, en 1929 o 30. Yo vine a estudiar a la preparatoria en 25 y 26. Me regresé, estuve un año escaso en mi tierra, ya con la picada de la araña literaria. Y que me regreso para hacer mi carrera de escritor. Dejé trabajo y de todo: “No se vaya. Le vamos a aumentar”. Trabajaba yo allá con los zapateros. Me rogaron: “No, mire, yo me voy a estudiar. Estoy muy martajado, quiero estudiar muchas cosas y servir después si regreso acá a mi patria chica”. Pero es que un amigo que se llamaba Juárez, en paz descanse, me había mandado decir ciertas cosas que me prendieron y me vine con 40, 50 pesos. En mi casa me dijeron: “Te vas y dejas trabajo, no te vamos a poder ayudar”. Ya después me mandaban… Trabajé en comercio, mecanógrafo, cajero. Y luego me di cuenta de que ahí lo matarían a uno: me explotaban demasiado. Salía cinco minutos antes: “Quiroz, ¿a dónde fue? Todavía no es hora”. Yo ya quería ser escritor, que me salgo. Y… ¡bendito gobierno!, es una de las veces que yo defiendo al gobierno. El gobierno, mal que bien, ayuda y ha ayudado a los escritores. Yo, en el gobierno, no pude encontrar mejor realidad. Nunca hice carrera de burócrata, nunca traté de ser doctor en letras. A mí me ofrecieron un Departamento en Bibliotecas. He tenido la ventaja de que yo conozco a la flor y nata de los intelectuales en México a partir de 1926, porque ya cuando yo vine a estudiar ya conocí a García Formentí, al Tlacuache, que también son importantes, pues tienen sus cuentos y son figuras muy importantes en la vida intelectual: Germán de Campo. Conviví con gente muy joven, que era la que más se codeaba conmigo porque estaba en la prepa, en San Ildefonso. Conocí a López Mateos cuando andaba de orador, compitió en el antiguo Teatro Hidalgo que estaba en Regina. Allí eran los concursos de oratoria de El Universal, ahí se presentó López Mateos y ahí lo conocí. “¿Quihubo, mano?”,  y yo también: “¿Quihubo, mano?”, y ahí todos nos codeábamos, “vente, mano, al café”. No fui compañero, compañero, pero sí tuve convivencia en aquellos relajos intelectuales de gente joven. He tenido suerte, sin querer. Cuando yo me iba a venir de León, tenía un amigo que no sé si ya se haya muerto, cuando yo trabajé en el Palacio Municipal, ayudante del Presidente. Allí me encontré a un compañero que gustaba mucho leer, ya leía más que yo. Y él me dice cuando ya sabía que me venía: “Mira, Quiroz, te vas a encontrar con que fulanito es esto –Valle Arizpe–, a menganito le dicen esto –Nardo–, bueno, me dio como quince nombres de gente famosa entonces, concluyendo con Villaurrutia. Eso es suerte porque ya desde allá me estaba dando el pitazo, comprobé todo lo que me dijo mi compañero. Yo le llamo suerte.

El que mucho ambiciona va bien. Yo tuve muy buena suerte: iba yo en la secundaria cuando cayó en mis manos el Quijote, editado por la Secretaría de Educación Pública de Vasconcelos, libro precioso en impresión de Calleja. Lo conservo todavía porque allí puse dos apotegmas o aforismos que después han tenido mucho que ver con mi trayectoria. Ésa es suerte. Allá cuando estaba en la secundaria, por el 22. Luego, en mi casa, mi madre le pidió a unas viejitas que vivían al otro lado –viejecillas ya como de 70, 68, de aquellas viejitas de allá por los 20–, el Dante, interesada ella en leer lo del Infierno, que es lo más famoso en todos sentidos de Dante. Todo mundo va leerlo, pues yo también. Pues qué me iba a mí interesar el Cielo. Lo de los condenados que están asándose en mercurio y azogue. Esas cosas que son fantásticas para un chamaco. Y me cayó re bien Dante. Yo le llamo suerte. Luego, por acá me encuentro por Xavier Villaurrutia, a Stefan Zweig. Tres maestros, un libro maravilloso como biografía y como concepción biográfica, me hizo un impacto. La biografía de Isidora Duncan, lo mismo, una biografía tremebunda que se baten los autores. Yo la leí en un día. Estoy contestando libros de verdadero impacto. Luego, Dostoyevski. No cito a otros españoles que también van colindante: los Luises, santa Teresa. Efrén Hernández “Tachas”, Cipriano Campos Alatorre y yo nos dedicábamos por las noches, ya cuando salíamos del trabajo a hacer nuestras tertulias, tres cuatro amigos, leíamos y comentábamos, porque ésas eran verdaderas sesiones de muchachos jóvenes que querían ser escritores. Estábamos bien empapados de nuestros clásicos en literatura española, pero al mismo tiempo estábamos leyendo rusos. A Anguiano le ha de constar que también estaban de moda allá por los 20 y los 30 los rusos, Dostoyevski, Bakunin, Gogol y todo eso. Todo nos los devoramos con verdadero amor, no crean que con superficialismo. Tachas, Villaurrutia, Cipriano Campos Alatorre… Villaurrutia era de lecturas bastantes diferentes. La lectura para ellos y para nosotros era como quien toma leche, biberón. Discutíamos: “¿qué te parece?”, Romulo Gallegos, luego Martín Luis Guzmán en 1933, lo leí en León, porque yo fui a dar clases en León dos años, se murió mi padre. Y una de las cosas de alto impacto, El águila y la serpiente. “Ya vente a comer, son las tres y media”. “Ya voy”. “Ay, Dios, esos escritores”. No lo acabé de leer, todavía me faltaron 40 a 60 páginas, hasta las cinco de la tarde. Salí de clases a las once, me ponía a leer. Pues no, señor, El águila y la serpiente. A mí la Revolución siempre me ha interesado porque soy hijo de la Revolución. Qué locura para leer, con qué locura, con qué furia, con qué amor furioso esos libros. Dostoyevski fue uno de mis maestros. Cervantes me parece maravilloso, mi tatarabuelo literario. Me acuerdo que nos reíamos porque lo leíamos dos o tres muchachos, lo de la zurrada aquella, éramos unos mocosones de preparatoria. Vacilábamos leyendo, pero nos interesaba sobremanera. A mí me interesaba mucho santa Teresa. Rómulo Gallegos, autores franceses e ingleses. Yo en 24, 27, compré un Joyce en inglés… imposible. No que me voy a dedicar al inglés con tal de leerlo. No pude. Es un libro dificilísimo en español. Uno de los que me prestaron libros en inglés fue Jorge Olvera, que es ahora antropólogo. Tuvimos una cultura muy importante, muy sólida. Devorábamos franceses, rusos. Fundamentalmente, porque tampoco va uno a devorarse toda una literatura y menos cuando está joven, no le alcanza el tiempo. Pero lo principal de los autores sobre todo franceses. Ahora no, los nuevos no conocen las cosas hispánicas, no conocen la gramática ni la sintaxis. Los remito a la realidad. Yo ya por ahí les lanzo una pulla en una entrevista. Les digo: qué pena es ver a los jóvenes que lo que buscan es epatar. Las obras que no epatan no quedan. Yo estoy epatando sólidamente porque estoy más bien impactando. Y yo tengo una labor literaria como para tres libros publicada en revistas, no la he recogido, pero tengo. Me ha costado mi trabajo leer muchos libros mexicanos y latinoamericanos para conocerlos, porque muchos hablan de la literatura latinoamericana y mexicana sin leer los libros. Nomás leen las críticas de los libros de los autores y de ahí se basan para atacarlo a uno o para criticarlo. ¿Qué clase de autores son ésos? ¡Falsarios! No puedo hablar de un autor si no lo conozco. Yo de Monsivais, cuando hablo es porque lo he leído. No todo, porque no necesito leerlo todo. Menéndez Pelayo no leía todos los libros que criticó: los ojeaba, dos tres, cuatro, ocho capítulos, cinco, y hacía su crítica. Bastante. No necesita uno leerse las doscientas o trescientas páginas para dar una crítica buena de un libro, me leo cinco o diez capítulos, seis, ocho, para muestra basta un botón: diez botones hacen un ramo. Un ramo es una crítica.

En mis tiempos de hábil me gustaba mucho la natación. La agricultura: yo actualmente tengo una modesta casa con un pequeño jardín. Pero mi sueño ahorita, quisiera que me dijera López Portillo: “¿Qué ambiciona?” “Señor: una modesta casa y unos álamos, pero con un buen járdin”. Mis abuelos, en San Pancho, eran agricultores. Y luego mi padre fue un tanto cuanto agricultor: vendía maíz, semillas, sembraba. Y recaló en comerciante. Y él quiso que yo fuera comerciante. Yo me rehuí, él insistió. Y se molestó porque se daba cuenta que yo estaba rehuyendo la directriz paternal. Y a mí me lastimaba en el fondo, pero pues el destino lo va aventando a uno. Yo estudié para zapatero un año. Digo estudié porque después de la primaria el destino me aventó. Éramos más o menos pobres, gente con posibilidades muy menudas. Y tenía un tío que tenía un buen taller. Y me dice mi madre: “Te vas allá con Nacho, con tu certificado, de zapatero”. Nunca fui brillante, no fui fanático de la enseñanza. Y Nacho: “¿Qué quieres, cortador, cosedor?” Pues lo más elegante… Ya lo traía yo porque soy medio catrín, sin polendas. “No, pues cortador”. Agarré la mesa, corte y corte con unas navajas de unas chavetas, los moldes…

 

5.    Mis oficios me han servido para escribir

Muchos presumen de que “Ay, yo he sido cargador, alijador”, no sé qué cosas. Como que han vivido una vida muy complicada. Pues yo la he tenido muy complicada: he sido seminarista dos años. Me ha servido mucho. Luego, la zapatería un año, un poquito más de un año, porque después de la zapatería de un año, ¿sabe qué hice? Pues yo soy industrioso y organizador, por eso alabo mucho a Lucas Alamán. Es uno de los grandes organizadores Lucas Alamán, digan lo que digan. Entonces, como ya lo traigo de chico y en la sangre, ¿saben qué hice cuando tengo la experiencia de la zapatería? Pues que me digo: ¿por qué no ir más allá de la cosa profesional mía, reducida, del cortador, y le digo a uno: “Oye, voy a comprar unas pieles yo, con mi dinero”, porque a mí siempre me ha gustado concretar lo que yo gano. Y compré dos, tres pielecillas de becerro. Lo importante es esto: el poco dinero que gané, le dije a mi mamá, “voy a hacer que fulano o mengano –dos de los zapateros–, que hagan lo que llaman creo maquila, o algo así, no sé cómo se llama eso, que me hiciera unos zapatos que yo le iba a cortar. Es decir: iba a ser empresario en pequeño. Y compré las dos pieles y corté en casa de mi tío. Todo y hice y dije: “Oye, tú, a ver cuánto me cobras”. Salieron como tres docenitas, algo así. Entonces se usaba mucho que ahí donde estaba lleno de gentes, así en llano, salían con sus zapatos, por las tardes a vender a las grandes tiendas, a los almacenistas.

Es mucho muy interesante el tema del zapatero. Prometo escribir aunque sea un cuento, porque ya en novela no lo abordaría. Con el tiempo me di cuenta de que no era mi ala la cosa industrial. De repente me decía mi madre: “No, señor, a la secundaria”. Y como mi madre no era muy autoritaria, me agarró de la manga, he de haber tenido como quince años, y a la secundaria. “Quiero que hagas una carrera”. Fíjese cómo ahí viene el destino. Al acabar la secundaria, un maestro me dice una tarde: “A ver, Quiroz, ven acá, ¿qué vas a hacer?, ¿a qué te vas a dedicar ahora?” “Pues, padre –era clérigo, el padre González–, ya estoy trabajando”. Como nos enseñaron en la secundaria: mecanografía, taquigrafía y contabilidad. Cuando yo salí, me hice contador porque era lo mejor. La dejé porque luego ese padre me dijo: “Tú tienes mucho talento”. El santo padre que en paz descanse, media hora (no me fue desagradable porque me estaba elogiando) pero prendió de tal modo la mesa diciéndome que yo tenía mucho talento como para quedarme de contador, que pues llegué con la mecha prendida a mi casa. Y mi mamá la agarró; mi papá no, para que vean, un hombre de comercio. Mi papá decía: “Ya no te apoyo, ponte a trabajar, sigue tu contaduría. No quiero científicos pendejos en mi casa”. Y mi madre sí agarró la onda. Y un mes después, gracias a mi madre y al padre González estaba yo en la capital. Nada más. ¿Ven cómo el destino sí avienta? Eso es muy bonito porque yo era como todos los muchachos. Somos inexpertos, aunque traemos mucho juego por dentro, somos inexpertos. Ya ganaba yo creo que ochenta pesos. A principios de 26. Y eran unos pesotes así, maravillosos, de plata, eran pesos por su propia presencia metálica. No era un tiendón, era una tienda más o menos modesta. Pero, oiga usted, para un joven, yo estaba apenas recibiendo mis boletas… Yo ya tenía tres meses de estar ganando ochenta pesos. Me dijo mi padre: “Necesito tu quincena.” Cuarenta pesotes. Esto me parece fantástico para los jóvenes. Porque imposible para ustedes que puedan tener idea de lo que pasaba hace cuarenta o cincuenta años. Es muy difícil. Por eso lo hago.