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sábado, 13 de mayo de 2017

Notas sobre el oficio de escribir, de Jules Renard

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Sé que Jules Renard (1864-1910) llevó un diario en que anotaba sus reflexiones acerca de la escritura. No sé, por otra parte, qué extensión tenía ese diario ni qué otros temas trataba en él. Con las frases dedicadas al oficio bastan para admirarlo y compartir sus incertidumbres. En este libro se recogen anotaciones que van de 1887 a 1910, las cuales por suerte no son aún tan conocidas, por lo menos en nuestro idioma, así que las podemos citar con bastante éxito en conversaciones y en textos. Miren si no: “Para ver, primero hay que despojarse de todo el rococó que tenemos en los ojos”. Porque el tema central de este autor es la verdad. Desafortunadamente, la literatura no es buena compañía si uno es tan aficionado a la verdad. Nuestros ojos literarios depositan demasiadas cosas sobre la realidad, lo cual nos impide verla adecuadamente. Está bien, olvidemos toda esa palabrería que nos imposibilita ser testigos del mundo, ¿qué encontramos entonces? Un brote mínimo de verdad, una pequeña ganancia obtenida del mundo, ¿y qué es lo que hace el artista con ella sino volverla mentira? Entonces, ¿cuál es el propósito de tanta pasión por la verdad? ¿Será acaso una obsesión por encontrarla, y, una vez realizado este acto, erradicarla? Es más bien que la verdad es una fragancia que embellece la literatura, un perfume indefinible pues no se puede saber qué tanto penetra en el arte, y nos dedicamos, como lectores, a discernir entre las frases. Nos sacamos la comida de la boca para estudiarla, opina el autor acerca de los que analizamos la literatura. Ni modo, esta desagradable ocupación nos produce mucho placer, incluso un doble placer. Descubre también que la belleza en las frases largas, apenas se adivina, no se deja atrapar con facilidad, por eso aconseja renunciar a ellas definitivamente. Las tajantes sentencias de Jules Renard conllevan un peligro: están demasiado cerca del silencio. Entonces, dice, uno puede estar preñado de ideas toda la vida y no parir nada. Por suerte aquí hay muchos aforismos que son como tickets para el mundo del pensamiento refinado, si es que uno quiere aprovechar la entrada. Ese pensamiento consistiría en perseguir la naturalidad, la cual es paradójicamente lo más artificial, lo más complejo. Es decir, pensaba que la literatura no era una forma de podar aquello que naturalmente somos. Por el contrario, sería un punto de llegada para los artistas que por principio buscan la afectación y la retórica deslumbrante. Pero decíamos que la preocupación central de este autor era la verdad. Desafortunadamente, en su caso, es una modesta posesión personal. Y por más que uno lo quisiera seguir, va solo por su camino. Pues él decía: no se trata de ser el primero, sino de ser único.

Jules Renard. Notas sobre el oficio de escribir: Extractos del Diario de Jules Renard, tr. de Abel Vidal. Barcelona, José J. de Olañeta, ed., 2015. (Col. Centellas, 105)

domingo, 7 de mayo de 2017

Conversaciones con Nicanor Parra, de Leonidas Morales


Nicanor Parra es el padre de los artefactos poéticos de que gozamos (o padecemos) hoy. Aunque más frecuentemente: ignoramos. Ya que la poesía, por lo general, no sale de sus propios límites. Y este poeta chileno hace mucho tiempo trabajó por independizarla del oído para convertirla en un objeto visual. No obstante, se trata de uno de los autores con mejor oído entre los poetas del español, que usa constantemente el endecasílabo y que considera que este verso de origen italiano vino a sustituir el octosílabo. En estas entrevistas habla de su afición por Whitman, de sus inicios en el surrealismo y en la literatura folklórica, y en las distintas rupturas que despertaron la desconfianza de Pablo Neruda, como el sentido del humor y el poco interés en convertirse en un poeta nacional. Yo, sin embargo, no alcanzó a seguirlo, pues debo de confesar que conozco poco su obra, apenas vuelo obsesivamente sobre unos cuantos poemas casi modernistas en que habla de su hermana Violeta o aquellos serventesios sentimentales de rima asonante. Ya sé lo que están pensando, que no perdono su ambigüedad con el régimen de Pinochet, ni su exculpación de poeta que parece un exorcismo ante años de crímenes. Pero entonces, quién es Nicanor Parra, esa elocuencia que se va apagando conforme avanzan las páginas, pues las conversaciones más recientes vienen al final, y nuestra simpatía asimismo se va apagando. El profesor Morales llega armado de enorme conocimiento y empatía, y escribe una presentación a lo que vamos a escuchar. Ay los prólogos académicos. Cuando son buenos, son como una llave que abre una obra y entrega lo mejor de una obra. Pero cuando no, son como una maldición escrita a la entrada de un palacio. En general, los prólogos deberían de ser epílogos, y recibir al lector cuando va saliendo de las páginas de un libro y así poder intercambiar opiniones. De todas maneras, lo que más me interesa está en el interior, es el recuerdo de su hermana, de Violeta, la dulce vecina de la verde selva. Su visión es curiosa, porque la presenta como una especie de esponja que absorbe sin estudiar, que un día, de pronto, escribe, como por milagro, décimas, perfectas y asombrosas. Y que aprendió las canciones al oírlas de las vecinas de Chillán, años 20, florecimiento de milagros. Está bien, comparto ese asombro y ese culto. Ya antes de su suicidio, la idea le revoloteaba, y todos lo sabían, por eso Nicanor le ponía encargos. Y alude a una misteriosa carta que ella le dejó el día de su muerte, el 5 de febrero de 1917, una carta que no ha sido publicada, quién sabe si algún día. Violeta llegó a visitar a su hermano, llegó con unos patos amarrados para que no se volaran. Pero el poeta, al verlos, cortó las cuerdas y volaron todos a la quebrada. “Vamos a perder los patos”, dijo ella sorprendida. A lo largo de la conversación, Nicanor sugirió proyectos, pero ella dijo implacable: “Déjame cantarte la última canción”. Tomó la guitarra y cantó “Día domingo en el cielo”. Fue el último día en que se vieron los dos hermanos. Los patos se habían posado en la quebrada y desde allá los miraban fijamente, atendiendo la conversación, un misterio insondable. Pasa la vida, las admiraciones se desgastan, pero Violeta Parra continúa, para mí, enorme.

Leonidas Morales. Conversaciones con Nicanor Parra. Santiago de Chile,
Tajamar Editores, 2006. (Colección Alameda)