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domingo, 27 de septiembre de 2015

El otro Efraín. Antología prosística de Efraín Huerta

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Esta antología muestra a un autor que es un equilibrista entre la poesía y el periodismo. Efraín Huerta tenía que ir de sus poemas descarnados a sus artículos cotidianos. Y para ello se transformaba en otra persona. Bueno, eso me pareció al leerlo. Menos militante de lo que pensé, más centrado en discurrir sobre el cine o sobre la ciudad. Un lector generoso al que le gustaba hablar bien de las obras y un poco también de sus autores. Casi no aparecen aquí la columnas dedicadas a los libros y tampoco las últimas que escribió, mucho más anecdóticas. Por ahí están los textos periodísticos hechos de aforismos que seguramente tomaron la forma de los poemínimos más adelante. Están sus inquietudes, pero las del diario. Quién sabe si con ellas se formarán convicciones. Comenzó siendo el adversario de los Contemporáneos, hasta que los aludidos fueron a quejarse con el director del periódico. Claro que tuvo que desdecirse porque poco a poco comprendió esa poética individualista que chocaba con sus ideas nerudianas. El extremismo de la juventud se fue transformando en generosidad con los años. Entonces vinieron las columnas sobre libros, gracias a las cuales se trasluce su casa, seguramente llena de novedades, de dedicatorias. En el volumen está la constancia periodística, contenido que me llena de desesperanza porque las grandes frases se combinan con las que no tienen sentido para los lectores futuros. Frases lapidarias metidas en la página 25, segunda columna, y que no concluyen, pasan a la página 34, cuarta columna, debajo de un anuncio. Aunque sin embargo, seguro llegaron a su destino, como cuando fueron la crítica sin atenuantes contra el Indio Fernández. Pero lo mismo están los elogios sin reservas a Rosaura Revueltas o María Félix. Una columna profesional de cine, hecha por un conocedor y un crítico que tiene ideas propias sobre la categoría que debería de tener el cine mexicano. “Por fuera, el cine es un paraíso de magia y sueños; por dentro, el cine es un infierno de caprichos y de necesidades del tipo más mortífero”. Sí, el afuera le pertenece a la poesía, Blanca Estela Pavón, los sueños y todo eso. El adentro le pertenece al periodismo. Pero ¿y la ciudad? Ésa tiene un adentro y un afuera. Pero el poeta une el sueño y la realidad como el tallo une la flor al suelo. Hay un momento de este autor que se parece tanto a Ramón López Velarde, cuando hace periodismo “poético” sobre la ciudad de México, casi las versiones periodísticas de sus poemas a la ciudad. Hay algo casi lírico en sus descripciones de Chapultepec o de las sinfonolas. Orfeo perdió la batalla contra la RCA, y se pierde en la lejanía. Así, de la ciudad de este poeta se van los antiguos dioses y quedan los camiones y las prostitutas mal maquilladas. El volumen casi se desborda, pero tiene un prólogo comprensivo y abarcador. Si hubiera sido menos amoroso con el autor, habría quedado un volumen más pequeño. Pero me dio la impresión de que había que aprovechar la oportunidad de los cien años, celebrados en 2014. Me pregunto si tendremos la oportunidad de saber más de ese “otro Efraín” que ignorábamos, o si la costumbre editorial seguirá del lado de la poesía.

Efraín Huerta. El otro Efraín. Antología prosística, edición y selección de Carlos Ulises Mata. México, FCE, 2014. (Col. Letras Mexicanas)

jueves, 24 de septiembre de 2015

En los andamios del teatro. Las escenografías de David Antón



A diferencia de la literatura, con el teatro nos tenemos que conformar con tener un conocimiento muchas veces fantasmal. La historia literaria casi siempre conserva los textos celebrados en otros tiempos, y es relativamente fácil llegar a ellos. No pasa lo mismo con el teatro, pues las representaciones son comentadas por críticos que las presenciaron, que dan cierta idea de ellas, y hablan de las cualidades de los actores o del director. Pero la imaginación sufre un poco pues todo se le escapa cuando trata de tomar algo con sus manos. Por suerte, este libro reúne una muestra de los bosquejos de uno de los grandes escenógrafos de México –y uno de los más prolíficos. Son ejemplos de 62 años de trabajo, de más de seiscientas obras. Entonces, la imaginación ya no sale de las cuatro paredes que le imponen estas elegantes escenografías. Como que se engolosina paseando por sus patios y sus habitaciones, por los espacios de La bohème, de Salomé, de Mame. Ignoro casi todo de la historia del teatro, pero alcanzo a vislumbrar que los autores especializados acaso abordan la dramaturgia e indican cuándo se estrenó la obra, en qué teatros y cuántas representaciones alcanzó. Las puestas en escena, ésas pasan muchas veces sin ser recreadas. Aquí, por ejemplo, se ponen los bosquejos, fotografías, maquetas, pero sin contar las historias. No importa, sirven como momentos, puntos en un camino, que esperan ser narrados. Me detengo en varios de ellos, para tratar de evocar las puestas que no pude ver. Por ejemplo, Yo y mi chica, puesta en el Teatro de los Insurgentes por Manolo García, con Julio Alemán, en 1987. La crítica de teatro Malkah Rabell fue a verla y escribió que la escenografía llegaba “en paquete” con la obra, desde los Estados Unidos, pero que David Antón no dejó de recrearla. Esas obras trasnacionales que se contratan, que son una especie de franquicia, ¿dejarán espacio a los escenógrafos mexicanos?, ¿a los diseñadores de vestuario? Es un fenómeno que vale la pena contar. En 1997, David Antón se encargó de la escenografía de Fama. No se aprecian en las imágenes del libro los movimientos de los paneles, la variedad de cambios. Traer espectáculos similares a los de Broadway, con elenco latinoamericano, con versiones en español. Ahora bien, no le gusta a David Antón ser el protagonista, pues dice que el escenógrafo no es la estrella de la obra. Pero sopla el tiempo por el teatro y disuelve las representaciones que muchos vieron. Y quedan los trazos que estaban detrás. Y entonces, se invierten los papeles. La escenografía sale a escena a decir su papel protagónico. ¿Qué se puede decir de ellas y de su papel principal? De las escenografías salen todas las historias. Detrás de una de sus puertas va a salir una mala noticia, o una salvación. Deben de saber todo del futuro, porque contienen todas las posibilidades para los personajes. Nada las debe de tomar por sorpresa. A veces, son un estado de ánimo. Y por eso son recurrentes en los sueños y en las evocaciones. Si los espacios se deforman es porque también son un mensaje que se extrae de la propia obra. En gran medida, el teatro mexicano ha tomado realidad gracias a la incansable perfección de David Antón.

En los andamios del teatro. Las escenografías de David Antón, presentación de Édgar Ceballos. México, Escenología Ediciones, 2013.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Karl Marx, de Jonathan Sperber




El autor de esta biografía dice una breve frase controversial: afirma que Marx es una “figura de una época histórica pasada, una que cada vez es más distante de la nuestra”. Es una frase que ningún biógrafo debería de permitirse. En este caso, está dicha como una provocación, me parece, pues es como decir que Marx y su mundo cada vez nos tocan menos. Pero, independientemente de lo que se piense del personaje y de su ideario, se puede decir lo anterior de cualquier personaje así como la idea completamente contraria. ¿Jesucristo? Un personaje que se aleja. ¿Confucio? Otro personaje en retirada. O al revés. Eso se deja en manos de las interpretaciones. Pero es que, especialmente, en Marx hay una especie de juicio histórico a posteriori que nos dice que las consecuencias del marxismo han sido negativas. Pero eso, desde el punto de vista de la metodología histórica debería de ser falso, pues el biógrafo se dedica a revisar a su biografiado entre dos fechas inamovibles. De hecho, no hay mucho material en la biografía para hacernos ver al Marx “cada vez más distante”. Por el contrario, deja ver a la persona que era un poco periodista, un poco académico, otro poco un filósofo y, finalmente, un activista, fácilmente equiparable con los modernos pensadores críticos. Es presentado con sus contradicciones, evidentemente. Un pensamiento que cambia sustancialmente: el joven liberal (anti-socialista), el hegeliano, el comunista, e, incluso, el positivista (pues Engels destacó las grandes analogías del pensamiento marxista con los filósofos positivistas (aunque Marx llamó “mierda positivista” al pensamiento de Comte). Hay un aspecto que me inquieta de esta biografía. No se trata del aspecto personal, tan poco escandaloso, contrariamente a lo que a veces se piensa. Es más bien, una discusión que desde entonces a ahora se da entre el proteccionismo y el libre mercado. Para Marx, el proteccionismo es una política reaccionaria, resabio de la Edad Media. En cambio, el libre cambio es la política propia del capitalismo. Naturalmente, se trata de una característica que lo lleva a una crisis. Las conquistas del proletariado se las debe de ganar él mismo, y no recibirlas del poder. Es decir, el proteccionismo retardaría la llegada de una crisis, y lo que se desea es provocarla. De hecho, Marx estuvo a la caza de la gran crisis con potencial destructivo del capitalismo, y como nadie, vio venir la de 1847. Pero el advenimiento de la crisis debía de estar acompañada de la formación de un sujeto histórico, es decir, de la conciencia proletaria. De ahí la importancia de las revoluciones de 1848, que no llevaron al comunismo, pero le dieron a Marx material de análisis y de experiencia histórica. En algún momento, se dio cuenta de que el movimiento comunista se alejaba de Inglaterra y se trasladaba al oriente, en Rusia. Fundamentalmente, la experiencia de Marx y Engels les decía que la lucha de clases era “la gran palanca de la convulsión social moderna”. En eso, el autor de El capital fue firme hasta el final. Ahora bien, no me parece cierta la idea de que el pensamiento de Marx es difícilmente trasplantable a nuestro mundo. Pero por desgracia, la idea contraria –la aplicación automática de su pensamiento a nuestro siglo– es quizá más difícil y requiere una jardinería filosófica mucho más compleja.

Jonathan Sperber. Karl Marx. /Karl Marx. A Nineteenth-Century Life, tr. de Laura Sales Gutiérrez. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2013. (Col. Círculo de Lectores)

viernes, 11 de septiembre de 2015

El Don apacible, de Mijaíl Shólojov




Hace muchos años decidí tomar el reto de leer las mil seiscientas páginas de El Don apacible, la novela de Mijaíl Sholojov (1905-1984). Y hace poco, cumplí con ello. Frente al desbordamiento, las grandes llanuras, la estepa rusa, frente a los miles y miles de muertos que sembraron el paisaje de esta novela, me avergüenzo de no poder escribir ni tres cuartillas. En esta novela mucho más que monumental se abren las flores, se mueven las constelaciones, se miran crecer los potrillos hasta hacerse caballos aptos para morir en la guerra. La maquinaria de la naturaleza y la de la historia se mueven conjuntamente. Asimismo, la del amor. No sabría decir qué mueve qué, ni en qué proporciones lo hacen. Los años pasan, de tal modo que se comienza a mirar los ciclos del tiempo. Los ciclos del amor también se dejan ver claramente: el enamoramiento y la enfermedad de amar que tiene el protagonista, Grigori Melejov, por una mujer ajena, Axinia. Todos en el pueblo lo saben y disimulan perfectamente esta pasión imposible. Incluso Natasha, la esposa de Grigori, que sufre el incontrolable deseo de su esposo por Axinia. Pero así como los vientos se mueven lejanamente, hendiendo las nubes, la Historia se acerca a Tatarski, el lugar en que viven estos personajes. Acecha sus existencias, y muy pronto les hará ver que los soviéticos han derrocado al zar. Se trata de una población de cosacos que mira con odio al nuevo gobierno; sus habitantes, cuando pueden, incluso matan con odio a los soldados comunistas. Toda la novela está narrada desde el punto de vista de los cosacos, pero la mirada del autor –prodigiosamente amplia– no traspasa los límites de esta ideología, siempre está situada muy cerca de Grigori o de su familia. Siempre, en las historias más inmediatas. Algo me parece muy extraño en esta novela: que sea considerada como la gran obra del Realismo socialista, es decir, del grupo de escritores más cercanos a la ideología de Stalin. Sin embargo, hasta el final el autor persiste en su intento de comprender a los cosacos. El personaje que encarna al comunismo dentro del poblado de Tatarski es Mishka Koshevoi. Este personaje, que es el asesino del hermano de Grigori, es también su futuro cuñado, pues se casa con Dunia, la menor de la familia. Pero representa también el odio revolucionario, el desprecio por los cosacos y la incapacidad de perdonar. Que todos aquellos que estuvieron en contra del poder central mueran sin demora. Mishka espera la oportunidad de vengarse de su cuñado en cuanto los soviéticos lleguen por fin al Don. Y Grigori sabe a qué atenerse. Faltan pocas páginas para que acabe esta historia. Han muerto casi todos y el pueblo está desolado. Pronto llegarán los soviéticos, a quienes se les atribuye la desolación. Quien haya llegado a estas páginas espera el giro que justifique el poco aprecio que se le tiene a Sholojov, el Nobel sumiso a Stalin. Pero eso no ocurre. Por el contrario, el pueblo persiste en su miedo al comunismo. Y Grigori, él toma la decisión de buscar a Axinia, de huir del pueblo y dejarlo todo. Al fin que a estas alturas de la historia, ambos son viudos. Se toman de las manos y dejan todo atrás. Pero como suele ocurrir, la vida de ella se le escurre de las manos cuando la esperanza se mira tan cerca. Que la naturaleza siga su marcha, lo mismo que la Historia, el corazón se pasma en esta escena y se detiene. Una escena de cuya belleza no podría decir menos que se trata de uno de los grandes momentos de la literatura y de la vida.

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Mijaíl Shólojov. El Don apacible, 4 tomos. Moscú, Progreso, 1975.