El autor de esta biografía dice una breve frase
controversial: afirma que Marx es una “figura de una época histórica pasada,
una que cada vez es más distante de la nuestra”. Es una frase que ningún biógrafo
debería de permitirse. En este caso, está dicha como una provocación, me
parece, pues es como decir que Marx y su mundo cada vez nos tocan menos. Pero,
independientemente de lo que se piense del personaje y de su ideario, se puede
decir lo anterior de cualquier personaje así como la idea completamente
contraria. ¿Jesucristo? Un personaje que se aleja. ¿Confucio? Otro personaje en
retirada. O al revés. Eso se deja en manos de las interpretaciones. Pero es que,
especialmente, en Marx hay una especie de juicio histórico a posteriori que nos dice que las consecuencias del marxismo han
sido negativas. Pero eso, desde el punto de vista de la metodología histórica
debería de ser falso, pues el biógrafo se dedica a revisar a su biografiado
entre dos fechas inamovibles. De hecho, no hay mucho material en la biografía
para hacernos ver al Marx “cada vez más distante”. Por el contrario, deja ver a
la persona que era un poco periodista, un poco académico, otro poco un filósofo
y, finalmente, un activista, fácilmente equiparable con los modernos pensadores
críticos. Es presentado con sus contradicciones, evidentemente. Un pensamiento
que cambia sustancialmente: el joven liberal (anti-socialista), el hegeliano,
el comunista, e, incluso, el positivista (pues Engels destacó las grandes
analogías del pensamiento marxista con los filósofos positivistas (aunque Marx
llamó “mierda positivista” al pensamiento de Comte). Hay un aspecto que me
inquieta de esta biografía. No se trata del aspecto personal, tan poco
escandaloso, contrariamente a lo que a veces se piensa. Es más bien, una
discusión que desde entonces a ahora se da entre el proteccionismo y el libre
mercado. Para Marx, el proteccionismo es una política reaccionaria, resabio de
la Edad Media. En cambio, el libre cambio es la política propia del
capitalismo. Naturalmente, se trata de una característica que lo lleva a una
crisis. Las conquistas del proletariado se las debe de ganar él mismo, y no
recibirlas del poder. Es decir, el proteccionismo retardaría la llegada de una
crisis, y lo que se desea es provocarla. De hecho, Marx estuvo a la caza de la
gran crisis con potencial destructivo del capitalismo, y como nadie, vio venir
la de 1847. Pero el advenimiento de la crisis debía de estar acompañada de la
formación de un sujeto histórico, es decir, de la conciencia proletaria. De ahí
la importancia de las revoluciones de 1848, que no llevaron al comunismo, pero
le dieron a Marx material de análisis y de experiencia histórica. En algún
momento, se dio cuenta de que el movimiento comunista se alejaba de Inglaterra
y se trasladaba al oriente, en Rusia. Fundamentalmente, la experiencia de Marx
y Engels les decía que la lucha de clases era “la gran palanca de la convulsión
social moderna”. En eso, el autor de El
capital fue firme hasta el final. Ahora bien, no me parece cierta la idea
de que el pensamiento de Marx es difícilmente trasplantable a nuestro mundo.
Pero por desgracia, la idea contraria –la aplicación automática de su
pensamiento a nuestro siglo– es quizá más difícil y requiere una jardinería
filosófica mucho más compleja.
Jonathan Sperber. Karl Marx. /Karl Marx. A
Nineteenth-Century Life, tr. de Laura Sales Gutiérrez. Barcelona, Galaxia
Gutenberg, 2013. (Col. Círculo de Lectores)
No hay comentarios:
Publicar un comentario