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domingo, 6 de septiembre de 2009

Ciudades invisibles, narradores invisibles



La patria es impecable y diamantina, dijo López Velarde. Florece inaccesible al deshonor; aunque me parece que no opinaban lo mismo los ministros de la suprema corte que hace unos años votaron en contra del poeta de Campeche, Witz Rodríguez, por haber escrito un poema, “La patria entre mierda”. En ese entonces, la ministro Olga Sánchez determinó que el ultraje poético afectaba “la seguridad de nuestra nación”. Desde luego, lo más peligroso es escribir, da igual de qué o sobre qué pues la escritura generalmente tiene forma de espiral y conforme más se le deja sola a su libre arbitrio, alimentándose de sí misma, podrá tomar formas incomprensibles y peligrosas, ya que la libertad generalmente está mal entendida. En algún momento las palabras pueden salir del libro y será inútil cerrar el libro, cerrar las bibliotecas –o inaugurarlas, como no hace mucho lo hizo un presidente, en un edificio enorme, ¡la biblioteca de Babel de la superación personal! Es claro que la Suprema Corte nos protege de las extralimitaciones de nuestra libertad. Como es el caso del poeta Witz Rodríguez, quien escribió: “Yo / me seco el orín en la bandera / de mi país, / ese trapo / sobre el que se acuestan / los perros / y que nada representa”. No comprendo bien los lazos metafísicos entre un regular poema y la desestabilización del país, aunque algo han de saber los ministros que ahora perciben 340 mil pesos al mes para ejercer sus conocimientos filológicos. Sólo hay que tener confianza pues las palabras pueden decir muchas cosas y saltar por donde quieran, como víboras saliendo de un nido, en todas direcciones. Y alguien debe esperar fuera con un martillo para aplastarlas. Las palabras, generalmente no saben lo que dicen, no saben en qué momento ofenden la moral pública, afectan los derechos de terceros, contravienen la paz y la seguridad pública, o perturban el orden público. ¡Y eso ya es demasiado! Alguien debe mantener el respeto por las palabras, por ejemplo la policía. ¿Ven lo que ocurre? Yo sólo quería decir que la patria es impecable y diamantina, como el gran poeta. Pero las palabras salen solas, rumbo a sus propios intereses. En el poema hay bellos consejos como ser igual, fiel al espejo cotidiano, igual en todos los momentos como el ave maría del rosario. Pero nadie siguió el consejo de López Velarde. Fundamentalmente, la patria. Los poetas… bueno, los poetas hacen lo que pueden. Van siguiendo los hechos, poetizan lo que pueden. La Suprema Corte hasta los lee con interés. No, de preferencia no los lee. Sólo si alguien los denuncia. No entremos al tema de la libertad, no tiene mucho caso y se avanza poco. Además, generalmente discutimos mucho, hacemos enemigos y no llegamos a ninguna conclusión. Es mejor, por ahora, pensar que cada quien puede tener su idea de libertad –y que en eso radica su libertad. Así puede decir lo que quiera –y yo ya no mencionaré a la Suprema Corte, pero confío en que no se les olvide que ahí está–, decir lo que sea. Y en una revista hay un diálogo. Aunque cada quien habla por su lado, pero ¿de qué otra forma están hechos los diálogos? Hay que decir que todos los textos tienen forma de círculos concéntricos, como una piedra que cae y cuyos significados se alejan de ella, poco a poco hasta que se disuelven. Claro que en la realidad esto no es así, pero sí en la quietud del pensamiento, cuando escribimos y escuchamos nuestra propia voz extendiéndose sobre el universo. Ahora, si ustedes me preguntan, yo sólo veo que las palabras se sofocan casi al salir de la boca y son silenciadas. Hay tanto qué decir y tantas personas diciéndolo al mismo tiempo que casi no hay tiempo para recibir el interés por nuestra palabra. Pero eso no importa, lo fundamental es que las palabras salen en busca de algo, de otra forma se quedarían en donde estaban, existiendo potencialmente. Hablé antes de un poeta y de su patria. Con cuánta emoción las palabras salieron siguiéndolo. No obstante, el poeta y su patria han quedado muy lejos. El santo olor de la panadería, el ritmo y la lujuria de las horas, los pájaros de oficio carpintero, en fin, ya saben, todo eso. Cuando nuestras palabras salieron, todo eso ya se había esfumado. La palabra salió y esquivó a tiempo un descabezado. Y se enfrentó a otra realidad, la cual, no sé si les interese mi opinión, es completamente inaprensible para mí, no obstante traté de entenderla a através de los textos que están en Tierra Adentro. Creí que yo había llegado tarde a discutir ciertas cosas, entre otras, el tema del centralismo –o el de la marginalidad. Pensé que ya se había discutido todo lo concerniente, pero no es así. Se discute, duele, es que todavía está vivo. Jesús Gardea –a quien desafortunadamente sólo conocía por el cuento “Todos” antologado por Mario González Suárez en Paisajes del limbo y por dos cuentos aparecidos en una colección de Cuadernos mexicanos, de la SEP, me imagino que con la intervención de José Emilio Pacheco– tal vez sea “marginal”. No por vivir en Ciudad Juárez la mayor parte de su vida. O no sólo por eso. Aunque yo tengo mi idea de marginalidad: y es la obra que está dejada de lado por la elaboración de un canon, en algún sitio. El canon no se teje a sí mismo. Tiene una araña gorda adentro, Harold Bloom, aunque ciertamente esa araña no lo decide todo por más que se indigne contra Harry Potter y trate de pescar niños para rellenarlos de “canon”. Comparto la idea de Christopher Domínguez al final de este número (p. 87) de que “el gusto por las estrellitas como forma de calificación” es lo que “vulgarmente se espera de la crítica”; sin embargo, no creo que él haya estado al margen de esa manera de hacer crítica. Pero decía que no todo es así, pues Domínguez Michael incluye a Gardea en su Antología de narrativa sin que éste sea necesariamente reconocido. Me gustaría que se historizara el canon, para no tenerlo como un ídolo, mirando sobre las cabezas, como la espada de Damocles, pescando por la cabeza al autor que no le es grato, para tirarlo al olvido. Porque lo que hay son “trabajadores del canon”, si me permiten decirlo así, aunque sé que no se me permite y de todas maneras lo hago. En medio de todo esto, Tierra Adentro es una fuerza que se opone, no es que esté sola esta publicación, o mejor dicho, sí está sola. Es una fuerza centrífuga, porque además de todo debo añadir nuestro canon es centralista, la cual es su forma de ser provinciano a su modo. O era centralista hasta la aparición de las mafias estatales. (Provinciano en el mal sentido, así como Milán Kundera acusa de provincianismo a los franceses, que no saben el valor de su literatura para el mundo –en Francia, según su libro El telón, es más valorado como escritor Charles de Gaulle que Baudelaire.) No todo es así, por suerte, creo que la respuesta a lo que me preguntaba a mí mismo está en la misma revista: en el tema de las ciudades invisibles. En estos textos veo además autores invisibles, o que asumen cierta invisibilidad para relatar, pues sus interlocutores ignoran su condición de escritor. Y ese narrador invisible, disuelto con su ciudad, se disuelve de tal manera que logra entrar a donde un autor visible no podría entrar. Como un fluido que penetra entre los engranajes de la realidad. De la misma manera, la literatura es invisible para la ciudad, por suerte. De lo contrario no permitiría nada a la literatura. “Lo esencial es invisible a los ojos”, decía el Principito, quien no sabía de Economía Política. No sé si ustedes lo recuerden, la estructura económica de su planeta consistía en podar baobabs de tal forma que las raíces no lo desintegraran. Tal vez se refería a las invisibles semillas que amenazaban con desarrollarse y terminar con su asteroide. Bien podría decir lo mismo el Código da Vinci, ya que la teoría complotista opera en lo invisible. Son semillas que si se dejan crecer destruirán el mundo, como sabiamente aconsejaba George W. Bush. Hay un mecanismo desconocido, sin duda, básicamente el de la economía que mencionan algunos de los autores de estos textos. Hay algunos, como el de la aventura de encontrar mariguana gold en Acapulco que oculta muy bien su posibilidad. Aunque la posibilidad de encontrar peor mariguana es mayor eso no invalida la búsqueda. Así como la búsqueda de medicinas de patente sostiene una forma de vida en Guadalajara, esa industria invisible oculta al mismo tiempo los mecanismos que la hacen posible. Y los escritores invisibles, que tienen que dejar de ser para poder conocer, que tienen que sacrificar su pluma –su computadora– para poder vivir aunque sea por un rato para luego regresar con su experiencia y tomar un cuerpo prestado. Es lo que ocurre en el texto sobre Torreón, ya que los fantasmas toman un cuerpo para existir en comunidad, para presenciar el futbol y ser por medio de esa cohesión que da ser parte de la afición. Ocurre lo mismo con la reportera que conoce casualmente a un traficante sólo cuando se despoja de su profesión. Hay algo que palpita en lo invisible, de tal forma que el ojo que no es visto puede ver y que al develarse como el ojo que observa se pierde para siempre. Decía que veo una fuerza centrífuga que desbarata el monopolio de la Voz y la entrega a otros, para que no se eternice el que habla en la posesión de las palabras. Es el ejemplo a seguir en esta publicación, dar voz a Alguien Siempre Distinto, otorgar un espacio a Todos los Espacios. Y yo, yo sólo quería decir que la patria es impecable y diamantina, si me lo permite la Suprema Corte, y pasar la palabra a alguien que la utilice con mayor responsabilidad.

(Presentación de la revista Tierra Adentro 159, en el Centro Cultural España, 1o de septiembre de 2009)

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