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domingo, 2 de abril de 2017

Pancho Villa. Una biografía narrativa, de Paco Ignacio Taibo II


 
Yo hubiera contado esta vida de otra manera. La habría organizado de lo más general a lo particular, aclarando cuántas campañas tuvo Pancho Villa y cuál fue la importancia de cada una de ellas. Le habría dado un gran peso conceptualmente a la relación de Villa con Francisco I. Madero, pues parece que siempre le fue fiel. Pero el autor eligió el método opuesto. Es decir, con el peso de toda su investigación va narrando lo que ocurrió día tras día, el cuatro, el cinco, el seis de abril, si Pancho Villa salió o no a caminar por Celaya. En ciertos pasajes del libro, llega a parecer un recurso inacabable. De ahí que se utilicen las notas al final de cada capítulo para hacer apreciaciones preliminares, lo cual hace de esas notas lo más valioso del libro y lo más entretenido. Las grandes periodizaciones las logra el lector una vez que ha recorrido junto a Villa el camino de su vida. Entonces se puede decir que fue un revolucionario inspirado por Madero, y que Carranza no le tuvo nunca confianza, por lo que Villa tuvo conflictos que culminaron en su derrota a manos de Obregón, el único general de la Revolución que nunca perdió una batalla (según escribió José Emilio Pacheco). Una vez trazado el camino principal, se podría rellenar con la abundante información. Pero basta. Me perderé por un caminito bastante marginal en el enorme mapa de este libro. Comencé a subrayar las referencias musicales, las cuales me llamaron la atención desde las primeras páginas del libro. Así me di cuenta de que las batallas revolucionarias y las tomas de las ciudades estaban siempre acompañadas de música, y que prácticamente en toda ocasión se escuchaba una marcha, una polca o un vals. Desde los primeros días del movimiento armado, en 1910, se escuchaba en Ciudad Juárez el repertorio revolucionario. Un pasodoble cuyo origen siempre me había intrigado, “El zopilote mojado”, se tocaba en los días en que Madero se levantó en armas. No se dice que el corridista Samuel M. Lozano había sido adicto a Villa y que éste, en una ocasión, le dio dinero para que se comprar una guitarra. Lozano fue el autor de “Tampico hermoso” y se dice que de “La rielera”. Este músico le puso letra en español a una canción francesa que sonaba entonces en los discos, “Marieta”, por lo que la suposición de que era la oaxaqueña María del Carmen Rubio es un poco arriesgada. Y, en general, aunque las inspiradoras de canciones como “La Adelita”, “Joaquinita”, “Valentina” o “Jesusita en Chihuahua” debieron de tener una musa real, perseguirlas hasta la fuente exacta es un imposible. “La cucaracha” venía ya desde España, por lo que no es exacto que se refiera a Victoriano Huerta. Sí fue la canción que trajeron los villistas a la capital en 1914, y luego se convirtió en una de las más importantes de entonces. A Villa le gustaba hacer ejercicio mientras una banda de música le tocaba la canción “Las tres pelonas”. Eso me lo contó mi amigo el productor de radio Jesús Elizarraraz, quien de niño conoció a Villa en Torreón. Comprobar que una anécdota tan pequeña coincide con las páginas de un libro le da credibilidad a la historia escrita.

Paco Ignacio Taibo II. Pancho Villa. Una biografía narrativa (2006), 13ª reimp. México, Planeta, 2016.

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