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viernes, 30 de mayo de 2025

Flush, de Virginia Woolf



Nada más bonito que hacer la biografía de un cocker spaniel, el más bello entre todos los perros, el más cariñoso, el más entrañable. Hablo así porque de niño traté con uno, al que extraño desde entonces, porque murió envenedado cuando yo tenía ocho años, y que se llamaba Balú. Me gustaría hacer su biografía, pero luego de tantos años, recuerdo muy poco de él. Me gustaría hacer biografías de perros y gatos, de algunas plantas también. Tengo una en mi balcón que estoy seguro que tiene una personalidad única. Tengo la costumbre de hablar con ella, y sé que le gusta que la acaricien y la tomen en cuenta. El gran João Guimarães Rosa escribió sobre un burrito, no su biografía sino un solo día de su vida. Largas páginas, porque su vida era realmente interesante (se llama “El burrito pardo”, y está en su libro Campo general y otros relatos). En el caso de Virginia Woolf (1882-1941), al escribir esta biografía sus intereses eran otros. Dice la experta Marta Pessarrodona, en el epílogo al libro, que la novelista inglesa más que escribir sobre un perro quería sentir como él. Quería saber qué significa ser un perro, y eligió uno de los más notables, Flush, el cocker spaniel de la gran poeta del siglo XIX, Elizabeth Barrett Browning (1806-1861). Ser un perro es bastante interesante, aunque eso causa que dejemos de enterarnos de muchas de las cosas de su dueña. Flush se interesa más en los espacios, los olores, los otros perros, los viajes, el regazo de su dueña… Nosotros quisiéramos saber un poco más de Elizabeth. Sabemos que un día tomó entre sus brazos a Flush y dejó la casa paterna para huir con su prometido, el poeta Robert Browning. Lo sabemos porque Flush tuvo una gran emoción de conocer Italia, a donde ambos esposos huyeron. Pero este pequeño perro no supo que el padre de Elizabeth nunca le perdonó haberse casado… Virginia Woolf quiso saber también qué se sentía ser niña (adulta ya, había olvidado ese periodo), quiso saber qué se sentía ser hombre (lo escribió en su novela Orlando). Uno debe de aprender, si quiere especializarse en este tipo de biografías, que los periodos de la vida de los animales y las plantas son muy diferentes a los nuestros. En el caso de Flush, la vida en Italia fue importante, pero también fue la época en que llegó a la vejez, poco después de los diez años. Elizabeth le dedicó a Flush bello poema de agradecimiento por haber estado a su lado siempre, sin importar que ella, enferma, estuviera en una habitación cerrada y casi sin luz. Pero como Flush no tenía ningún interés por la poesía, no aparece en estas páginas, ni parece haber sido relevante en su vida. Fue bastante más importante para él su secuestro, pues por los días en que era joven, se acostumbraba robar a los perros para pedir rescate a sus amos. Flush sufrió tres secuestros, pero para comodidad de los lectores, la autora de la biografía decidió convertirlos en uno solo.

 

Virginia Woolf. Flush Flush: A Biography (1933), tr. Rafael Vázquez Zamora, epílogo de Marta Pesarrodona, 2ª ed. Barcelona, Destino, 2004. (Col. Destinolibro, 66)

domingo, 18 de mayo de 2025

Radio Benjamin, de Walter Benjamin



Entre 1927 y 1932, Walter Benjamin (1892-1940) condujo alrededor de cien programas de radio dirigido a niños y jóvenes. Desafortunadamente, fue una actividad que no le interesó mucho a su creador y un poco menos a sus estudiosos. Generalmente, cuando se habla de Benjamin se dice muy poco que fue guionista y locutor, y es una lástima pues en esos programas está la base de su pensamiento filosófico, enunciado de una manera amena, en guiones en que se dirige a sus jóvenes radioescuchas con pasión y sin considerarlos un auditorio de segunda. Ojalá existieran hoy locutores que se dirigieran de ese modo al público infantil. Hay un aspecto en que Benjamin se parece a otros artistas de su tiempo, y es que no es raro que se mire a los medios audiovisuales como un bache en una exitosa carrera intelectual. Octavio Paz nunca quiso acordarse de que había compuesto una canción que cantó Jorge Negrete, y José Revueltas no tenía especial interés en hablar de sus guiones cinematográficos. Por varias razones, pero básicamente por un error en la censura nazi, tenemos ahora poco más de cuarenta guiones de los que leyó Walter Benjamin en un momento pionero de la radio en el mundo (en los años 20 era una industria realmente naciente). Los temas pueden agruparse en tres: los que se refieren a Berlín y a su gente, a personajes de la cultura alemana y grandes tragedias modernas (además de la destrucción de Pompeya). Todos los capítulos llaman la atención, desde la persecución de las brujas o el terremoto de Lisboa, pero a mí personalmente me atrajo la historia de los gitanos. Historia narrada con comprensión para ese pueblo generalmente incomprendido. Hubo programas asimismo dedicados al enigmático Kaspar Hauser, a la vida y características de los perros y a la toma de La Bastilla, pero me permitiré enfocarme por cuestiones de gusto personal en los gitanos, quienes viajaban por Europa en sus características carretas. (¿Recuerdan que Django Reinhardt pasó sus primeros años en un campamento instalado cerca de París? El mismo que se incendió accidentalmente en 1928). Aunque comenzaron su peregrinar por Europa en tiempos del emperador Segismundo (a mediados del siglo XV), en tiempos en que Benjamin se refería a ellos, era común verlos ganarse la vida con sus osos amaestrados, como equilibristas o como pirófagos. Al principio fueron bien recibidos por los países por los que pasaban; llevaban una carta de protección de Segismundo, Rey de Bohemia, por lo que comenzó a llamárseles bohemios, aunque no todos provenían de esa región. Pero los franceses creyeron que su origen era el reino de Bohemia e identificaron con ese lugar el ideal de la vida libre y despreocupada, de ahí que la bohemia sea una forma de vida y una manera de la existencia vagabunda… La carta del Emperador le servía a quien la mostraba para no ser deportado. Para gozar del libre tránsito por los países recurrieron a numerosas astucias, como decir que provenían del Pequeño Egipto. En realidad, en sus tradiciones ya no quedaba casi rastro de sus tradiciones reales, pero un lingüista del siglo XIX descubrió que su lengua provenía del Indostán. Pero afirmaban que provenían del Pequeño Egipto, nos explica Benjamin, porque ése era el lugar que se creía el origen de la magia, ocupación que le dio prestigio y trabajo a este pueblo. Por otra parte, la radio, que sobrevive pese a su condición efímera, es otra forma de la magia, aunque no lo viera así Walter Benjamin.

 

Walter Benjamin. Radio Benjamin, tr. Joaquín Chamorro, ed. Lecia Rosenthal. Madrid, Akal, 2015.

jueves, 8 de mayo de 2025

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick



En esta novela de Philip K. Dick (1928-1982), los animales reales son uno de los mayores lujos que las personas pueden darse. Luego de la destrucción que provocó la Guerra Mundial Terminus, la propia vida parece un bien escaso en la Tierra, pues de hecho, gran parte de la humanidad abandonó el planeta para vivir en Marte (aparentemente, con una calidad mejor). Bueno, no se sabe bien. Las noticias que llegan de ese planeta son pocas y confusas. Aquí, en la Tierra ha quedado un polvo persistente que no deja ver el cielo, una penumbra constante y pocos habitantes que no tienen muy claro en qué mundo viven. Nosotros, los lectores, tampoco tenemos mucha claridad, pero intentamos penetrar en la oscuridad de la trama. Es un mundo en que los “replicantes”, es decir: los robots semejantes a los hombres, se vuelven tan similares que necesitan ser erradicados. Los encargados de hacerlo son cazarrecompensas que cobran por cada robot infiltrado. Son tan similares a nosotros que se los medios para reconocerlos tienen que ser cada vez más refinados. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? fue publicada en 1968, pero creo que ahora, casi seis décadas después, se asoma en verdad el terror que palpitaba en estas páginas. Eso se debe a que vivimos el tiempo en que la tecnología ha logrado su mejor acto de magia: hacer el mejor retrato, no del ser humano, sino de su conciencia. No logramos desprender aquello que es sólo una serie compleja de operaciones matemáticas de lo que parece ser humano. Mucha gente se olvida de que está frente a un número de ilusionismo para creer en la conciencia creada por la tecnología. Pero ciertamente, estamos a punto de confundirlos a ambos. Sólo que la novela de Philip K. Dick todavía es inalcanzable: vemos a los robots gozar del arte, cantar, apreciar la ópera y las artes plásticas. Una de ellos tiene curiosidad por el sexo. Parecen tener miedo. Y el propio protagonista, llega a tener miedo de ser él mismo un robot. ¿Sería posible? ¿Puede ser que él tenga recuerdos falsos y que sea en realidad uno más de aquellos replicantes? Bien visto, la propia literatura tiene esa probabilidad. El lenguaje puede ser el disfraz de una máquina que no tiene conciencia. Como cuando la IA nos escribe un texto, nos responde una pregunta… Diferente a muchas distopías que sueñan con un poder extremo, esta novela presenta una sociedad que parece funcionar sin un poder que controla todo atrás de las apariencias. Por el contrario, hay dos corporaciones policiacas que no saben de sus mutuas existencias… Toda la gente está al pendiente de un solo programa de televisión, y parece practicar una sola religión. Pero estos dos poderes son independientes y falsos. Pienso que no tenemos miedo de crear una verdadera inteligencia artificial (eso parece un simple acto de magia), sino de darnos cuenta un día (¿pronto?) de que vivimos entre interlocutores inexistentes. Una compleja sociedad  en que nuestros interloctores se encuentran construidos de vacío.

 

Philip K. Dick. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Do Androids Dream of Electric Sheep? (1968), tr. Miguel Antón, 1ª ed, 3ª reimp. México, Minotauro, 2024.

domingo, 27 de abril de 2025

Paseo libertino por el Extremo Oriente



A lo largo de las clases del Taller literario que daba en la Facultad de Filosofía y Letras, Jorge López Páez indadagaba nuestros intereses. Nos preguntaba por qué autores sentíamos curiosidad, o nos recomendaba escritores que consideraba útiles para nuestras inquietudes. “A usted”, me dijo un día saliendo de la Facultad, “le recomiento a Julian Barnes, que escribió una novela muy notable que se llama El loro de Flaubert, y las obras de Christopher Isherwood”. Confieso que hasta hoy no he llevado a cabo ese consejo, pero como ven, no lo dejo en saco roto. “¿Usted por qué libro se interesa?”, me preguntó una vez en clase. “Por Las once mil vergas, de Guillaume Apollinaire”. Al final del semestre nos hacía una comida en su penthouse de la calle de Havre, pequeño enclave de aspecto francés en la exafrancesada colonia Juárez. Nos regalaba un libro a cada uno de nosotros, sus alumnos. A mí me extendió éste, de Apollinaire (1880-1918). “Yo no sé para qué quiere usted eso, pero en fin…” Hoy también yo me pregunto eso mismo… Pero en ese momento tenía entre mis manos pornografía, pero también incesto, pedofilia, sangre, asesinato y cosas bastante más intensas. Todo eso en las primeras páginas es bastante excitante, pero a partir de cierto momento ya no tanto. La libertad de escribir de todo, pero sin pretextos filosóficos como hicieran los pervertidos dieciochescos, es una gran conquista. A lo largo de bastantes páginas, la vida del apuesto príncipe rumano Mony Vibalano emociona, transmite su emoción por los placeres impúdicos de París. Pero luego, para escapar de tanto sexo seguido, uno prefiere pasear la mirada por el contexto, para darse cuenta que el final de la novela ocurre durante el sitio de Port Arthur, en plena Guerra Ruso Japonesa, y eso que el autor procura darle más emoción a las escenas de depravación, con violaciones y decapitaciones de niños, o con animados retozos entre sangre y tripas, como aperitivos del desenfreno. A finales del siglo XIX, el expansionismo ruso (ya construido el tramo oriente del ferrocarril transiberiano) buscaba un puerto que no se congelara el invierno, como Vladivostok, lo cual encontró en Port Arthur (hoy Lüshunkou, en China). Este puerto sería el punto de salida de las mercancías rusas (y algunas que llegaban desde Europa) hacia el Lejano Oriente. Japón ofrecía reconocer el dominio de Rusia en el norte de China, a cambio de mantener su dominio en Corea, pero Rusia no lo aceptó. La noche del 8 de febrero de 1904, los japoneses atacaron sorpresivamente Port Arthur, a lo que siguió una guerra y un asedio que duró poco más de un año, hasta que rusos y japoneses firmaron un tratado que beneficiaba a Japón. Un tratado que le valió el Premio Nobel de la Paz de 1906 al presidente Theodore Roosevelt por su papel como mediador en este tratado. El príncipe Vibalano se paseaba por las calles de Port Arthur seguido de cerca por un vigilante japonés, quien le contó acerca de su mujer, la que dejó en Japón… “Mientras me espera, piensa en mí y tañe las trece cuerdas de su kó-tó de madera de polonia imperial o toda el sio de doce tubos.” Qué extraño, ¿y qué hace ese soldado cuando tiene ganas de satisfacerse? Pues mira cuadernitos de relaciones sexuales de mujeres con pájaros, tigres, perros, peces y pulpos, y demás escenas priápicas. Todo el ejército japonés tiene esos cuadernitos que le ayudan a estar lejos de su patria. El tema central, pienso, es el de la libertad creativa, aquella que nos despliega la historia de la literatura ante nuestros ojos y nos dice: “Éstos son los terrenos que los escritores se han atrevido a transitar”. Ciertamente, sólo me atrevo a atravesarlos pero como lector. En general, todos nos detenemos mucho antes de llegar siquiera a una palabra prohibida, a una idea censurable. ¿Ése es el mérito de Apollinaire? Tal vez, y tal vez lo convierte en un artista solitario, una especie de eremita en el desierto de la depravación. Mira con sorna los productos de las alucinaciones que tanto miedo nos dan. Las combinaciones sin límite entre las depravaciones que nos aterran. ¡Miren, las describe, las analiza, las contempla, y sin fines filosóficos como el Marqués de Sade! No hay detrás de sus bestialidades esa inmensa arquitectura de la racionalidad filosófica. Hay Libertad. Básicamente eso. ¿Pero qué mira por entre los heridos de la guerra? Ahí, entre las camillas, un herido llamado Katache le cuenta cómo es que las tragedias de su vida han hecho que combine la tragedia con el placer convirtiéndolo en un masoquista. Le cuenta cómo es que su madre enloqueció creyéndose convertida en una letrina sobre la que todos iban a defecar. “Hubo que encerrarla el día que se figuró que la fosa estaba llena”. Lejos de escandalizarse, Katache se excitaba terriblemente con los relatos de su madre. El príncipe Vibalano le lee las cartas en que le relatan que su mujer lo engaña con un vendedor de pieles, cartas que lo hacen sufrir y disfrutar a un mismo tiempo. Katache, que ama a su adorada Florence, no la puede poseer, pues ella no lo quiere, pero se deja poseer por todos los demás hombres. Pienso que todos los personajes que se atraviesan por la vida de Mony Vibalano tienen detrás de sí una historia de libertinaje y de depravación, qué alegre perspectiva de la vida, pero no la he puesto en práctica, no he sido confidente en este sentido, aunque pienso que seguramente todo depende de lo que el narrador quiere ver. Si se mira la vida pensando en este hilo narrativo, es seguro que la realidad proveerá al narrador del material necesario. Bueno, a Katache le reservó sólo sufrimiento colindante con el placer. Casado con su amada Florence, se dirigieron a París, en donde ella buscaba perder la virginidad, sólo que no tenía reservado ese privilegio para su esposo, sino para un francés. Conoció a uno de ellos durante una batalla de flores, esa tradición en que se lanzan flores a la multitud desde carros decorados. Próspero, un joven de Niza que de inmediato miró a Florence. Ella se subió al carro de él, lo abrazó y lo besó, ante la mirada de su esposo. Era el elegido para quitarle la virginidad. Florence lo invitó a su cuarto de hotel, le señaló un sofá a su esposo para que se sentara, y le dijo: “Vas a asistir a una lección de placer, procura aprovecharla”. Después de una lección que duró unas diez demostraciones, el desdichado marido le pidió a su esposa oportunidad para ejercer su turno, pero ella prefirió que llamaran a su perro, un gran danés con el que tuvo algunos problemas a la hora de terminar. Katache tuvo que recurrir al agua fría apra separar a su mujer y a su mascota. “Mi mujer perdió las ganas de hacer el amor con perros desde aquel día”, nos aclara. El resto de la historia consiste en la descripción de las muchas personas que satisfacen a la hermosa Florence ante la impotencia de su marido, quien sufre lo mismo que los mártires de la Iglesia Católica al ver a su mujer entre los brazos de todo tipo de gente. Fue entonces que una orden de Su Majestad llevó a Katache al frente de guerra, mientras en la lejanía la hermosa Florence lo seguía engañando. ¡Qué maravillosa historia, con qué alegría la siguieron Mony Vibalano y una enfermera polaca que asistía al enfermo! Les causó tanto placer esa historia que no se les ocurrió otra cosa que azotar al narrador hasta hacerlo sangrar. Este libro (publicado anónimamente) encantó a los cubistas y a los surrealistas. Yo opté por sólo relatar algunos pasajes, disfrazado de fantasma, dentro de las oraciones escritas por Apollinaire. ¿Para qué? Quizá, sólo para sentir la lejana brisa de la libertad de escribir lo que sea, sin freno, para recorrer los dominios que autores como Apollinaire, efectivamente, añadieron a los dominios de las artes.

 

Guillaume Apollinaire. Los once mil falos Les Onze Mille Verges ou les Amours d'un hospodar (1907), tr. Josep Elías, 5ª ed. México, Premià, 1982. (Col. Los brazos de Lucas, 1)

jueves, 17 de abril de 2025

El cuarto mandamiento, de Newton Booth Tarkington



The Magnificent Ambersons (1918), del escritor estadounidense Booth Tarkington (1869-1946),  fue la novela que obtuvo el Premio Pulitzer en la categoría de Ficción, en 1919. En español fue traducida como El cuarto mandamiento, y su versión cinematográfica, realizada por Orson Welles justo después de haber dirigido El ciudadano Kane, también ha sido conocida en español como Soberbia. Con el nombre original, Alfonso Arau dirigió una nueva versión del guion de Welles, en 2001.  Cualquiera de estos títulos le quedan bien, sin embargo, no se trata de un texto reconocido en español. Si lo fuera, podríamos agregarlo a la lista de textos en torno a la decadencia de las familias a través de las generaciones, como Los Buddenbrook o los Buendía. Los Ambersons viven en una ciudad en algún lugar del Middlewest (tal vez Indianápolis, la ciudad natal del autor), a finales del siglo XIX, cuando los automóviles todavía no aparecían en el horizonte de las poblaciones. Las escenas de nostalgia, antes de la luz eléctrica, cuando los tranvías de mulas, son de lo más efectivas, así como las detalladas descripciones de la moda, de los tipos de zapatos y de sombreros en rápida sucesión. Y en esas calles que poco a poco se ensanchaban, que se sorprendían con la música de moda y con el lujo, se instalaron los Ambersons, estirpe que tenía su riqueza de sus terrenos y sus negocios algo difusos. Se sabe que la hija de los Ambersons, Isabel, fue una belleza en su juventud… Al inicio de los acontecimientos debe de tener un poco más de treinta años, es decir, una edad nada interesante para el amor. Sigue siendo bella, pero su hijo adolescente no puede siquiera concebir que una persona de esa edad pueda seguir pensando en el amor. Por ahí, en algún pasaje, dice el autor que sólo la gente de cierta edad puede tolerar una historia en que los enamorados ya no son jóvenes. De hecho, no nos aburrirá con amores maduros. A un baile celebrado en la mansión Amberson llega una bella joven de la que se enamora de inmediato el joven Amberson, George, hijo de Isabel. Sólo que esa joven, Lucy, es la hija de Eugene Morgan, un antiguo pretendiente de Isabel, que muchos años antes dejó su sitio en el cortejo al futuro padre de George. La “soberbia” del título (al menos, del título traducido) es la de George, el joven Amberson, que luego de quedar huérfano de padre se da cuenta de que el amor entre su madre y su antiguo pretendiente nunca se apagó del todo, así que decide tomar la decisión de abandonar los Estados Unidos y llevarse a su madre con él a vivir a París. Isabel casi regresará a su ciudad natal a morir… sin que su hijo le permita ver a su amor verdadero. Qué raro hacer el recuento de una historia así, no sé si estoy en edad de hacerlo. Me imagino que no. O más bien, que estoy en edad de escandalizarme de la soberbia de la juventud. Finalmente, a eso juega el autor: le quita la soberbia a su protagonista, pero para ello hace que el personaje de Isabel renuncie al amor. Por último, la historia acaba con relativa felicidad, todo porque Isabel se manifiesta en una sesión espiritista en que parece indicar sus deseos póstumos (más abnegación). No sé qué pensar de esta escena porque tengo fascinación por las historias de espiritismo, así afeen las obras de los escritores…

 

Newton Booth Tarkington. El cuarto mandamiento / The Magnificent Ambersons (1918), tr. y notas, Regina Fernando Santos. Madrid, Aguilar, 1951. (Col. Crisol, 329)

domingo, 6 de abril de 2025

Bastarda, de Dorothy Allison



Dorothy Allison murió a finales de 2024, pero su fallecimiento no fue noticia entre nosotros. Bastarda (1992), que había sido editada por Alfaguara en español en 1999, fue reeditada a los treinta años de su publicación por Errata Naturae, editorial española. Por desgracia parece que es la única obra suya disponible en español, y aunque la crítica ha destacado la tragedia que marcó su entrada en la adolescencia, el libro es también una declaración de amor a su natal Carolina del Sur y también a la música góspel. Una declaración de amor, pero también una detallada descripción de la decepción que pueden causar las cosas que amamos. Poco se salva de ser desvirtuado en esta novela de forma auobiográfica. Una bella argamasa de situaciones divertidas y trágicas. Por ejemplo, desde el primer capítulo en que la madre de la protagonista tuvo que mantenerse hospitalizada cuando su hija nació, por lo que fue llevada a registrar por su abuela, quien no evitó que en el acta de nacimiento quedara para siempre la palabra “bastarda”. Es la palabra que marca la vida de Bone, como la llama la familia. En realidad, marca más a su madre que a ella, quien se olvida rápidamente de esa palabra y de su significado. Aunque hay una connotación de degradación, realmente significa nacer fuera del matrimonio. Y quizá eso explique la conducta de la madre, quien sacrifica todo por la ilusión que trae conseguir un esposo. Todo, hasta el destino de sus hijas, lo sacrifica por tener un hombre a su lado. Mientras, en Bone nace un amor por la música. Incluso, es capaz de ser amiga de la niña más desagradable de la clase, sólo porque es hija de dos representantes de artistas de góspel, así que es invitada a los conciertos de los músicos de la región, a quienes conoce en sus miserias y en sus excelsitudes musicales. Escucho, por ejemplo, a Patsy Montana, quien grabó en 1934 su canción I Want to Be a Cowboy's Sweetheart, con la que se convirtió en la primera mujer del country en vender un millón de discos. Era de la lejana Arkansas, pero se escucha en Carolina del Sur. Pero detrás de las noches calurosas, en que las tías y las primas se sientan en el portal a escuchar música, rodeadas de los ruidos de los insectos, se siente la violencia latente, como un contrapunto musical, una melodía ominosa y vulgar que tendrá su propio espacio como tema solista de esta novela. El padrastro sentará a su hija entre las piernas, la tocará, comenzará a agredirla poco a poco, en un crescendo que contendrá golpes. Pero aún no es el momento de la verdadera violencia. La violencia auténtica de esta narración es preparada por la madre, quizá a su pesar. Nadie lo sabe, nadie lo puede incluso predecir, pero es la madre (a quien está dedicado el libro), la que no puede escapar del amor por su esposo, aunque esto signifique traicionar a su hija. Leo, después de esta novela, sobre la vida y el pensamiento de la autora, y me doy cuenta de su madurez como pensadora feminista. Desde esa madurez narra su infancia, pero nunca interfiere con la voz de ella misma a los doce años. La deja sola en su circunstancia, contando la belleza y el terror de la infancia.

 

Dorothy Allison. Bastarda Bastard Out of Carolina (1992), tr. Regina López Muñoz. Madrid, Errata Naturae, 2022.

viernes, 28 de marzo de 2025

Sonetos del portugués, de Elizabeth Barrett Browning



Tengo dos ediciones de los Sonetos del portugués (1850), de Elizabeth Barrett Browning (1806-1861), editados en dos años consecutivos: 1942 y 1943. Alrededor de las dos ediciones se encontraban grupos de mujeres escritoas. La primera, es de una editorial de escritoras, Rueca, fundada por Carmen Toscano, María Ramona Rey y María del Carmen Millán, entre otras universitarias. La traductora fue la española exiliada en México, Ernestina de Champourcín (1905-1999), miembro de la Generación del 27, quien seleccionó 21 de los 43 sonetos y los tradujo en prosa. La segunda fue realizada en Barcelona y fue traducida por Ester de Andreis (1901-1989), escritora cuya casa en Barcelona era frecuentada por escritores como Guillermo Diaz-Plaja, Dámaso Alonso, Giuseppe Ungaretti y Vicente Aleixandre. Este tomo, que contiene los 43 sonetos, en verso, tiene la peculiaridad de que perteneció a Pita Amor, pues la dedicatoria dice: “A Gudalupe Amor, verdadera poesía, esta otra poetisa que también fue tan verdad, Ester de Andreis, VI-50.” No diré más, salvo que Elizabeth Barrett sigue siendo tan desconocida hoy como hace 80 años que se tradujo al español, así como la mayor parte de las escritoras que formaron parte del mundo de estas dos ediciones. Ahora sólo glosaré las palabras que Ester de Andreis le dedica a la poetisa (es la palabra que usan ellas). Aunque tuvo una infancia feliz en su natal Coxhoe, al norte de Inglaterra, contrajo al igual que dos de sus hermanas, una misteriosa enfermedad que sólo persistió en ella: un fuerte dolor de cabeza y pérdida de movilidad en la columna. Antes de esta enfermedad, que fue tratada con opiáceos, ya era una escritora precoz y llena de imaginación, con un talento que fue apoyado por sus padres. Al morir su madre, en 1828, su padre se dedicó a cuidar a sus doce hijos (Elizabeth fue la hermana mayor) con un cariño tan vehemente que era realmente una locura: la sola idea de que alguna de sus hijas pudiera tener una relación amorosa lo enloquecía. La muerte de su hermano consentido y la soledad que la envolvió, además de la enfermedad, sólo se aliviaba gracias a la compañía de su perro Flush. El cruel encierro al que la confinó su padre fue combatido por ella con la poesía y con la correspondencia secreta que comenzó a tener con el poeta Robert Browning (1812-1889), que la buscó, admirado por su obra. Ante la negativa de su padre por reconocer este romance, Elizabeth se fugó con Robert a Italia, donde se casaron. Elizabeth quiso, con el tiempo, recobrar la relación con su padre, pero éste le devolvió cerradas todas las cartas que ella le envió. Los aaños italianos fueron una sucesión de días felices, que terminaron con la muerte de ella. En secreto escribió estos sonetos describiendo su amor por Robert y alegrándose de haber dejado atrás los largos años en que aún no lo conocía. Él tenía admiración especial por un poema de Elizabeth, “Catalina a Camoens”, y la llamaba: “Mi pequeña portuguesa”. Se supone que ése es el origen del título de estos sonetos en que “el portugués” sería Browning. Cuando se casaron, Wordsworth dijo: “Espero que se entenderán; nadie más los entendería”. Quizá los comprendió Virginia Woolf, que penetró en ese mundo para retratar a un personaje entrañable, el cocker spaniel de Elizabeth, Flush, a quien le dedicó una biografía, homenaje por la compañía que le dio durante su corta vida.


Soneto VI

 

Vete de mí. Y sin embargo siento que en adelante viviré en tu sombra. Pues ya nunca, sola en el umbral de mi propia vida, dispondré libremente de mi alma,

ni alzaré mi mano a la luz del sol, serenamente, como antes, sin el recuerdo de lo que no conocía… tu roce en mis palmas.

La distancia mayor que entre nosotros alza el destino, deja tu corazón en mi corazón latiendo con doble pulso. Cuanto yo hago y cuanto sueño te incluye a ti, igual que el vino ha de saber

a sus propias viñas. Y cuando imploro a Dios por mí, oye también tu nombre y ve en mis ojos las lágrimas de dos.

(versión de Ernestina de Champurcín)


Elizabeth Barrett Browning. Sonetos del portugués Sonnets from the Portuguese (1850)

1)    tr. y nota, Ernestina de Champourcin. México, Rueca, 1942.

2)    tr. Ester de Andreis. Barcelona, Librería Mediterránea, 1943.

 

domingo, 23 de marzo de 2025

Yo, cruel vengador; tú, Mesalina…



Este libro no contiene lo que pareciera sugerir el título. Es decir, no se trata de una historia de las mujeres en el mundo antiguo. Sino que la autora, Daisy Dunn, clasicista inglesa, vuelve a relatarnos la historia que ya conocemos (al menos de manera superficial), pero teniendo en cuenta la participación de las mujeres. Me parece mucho mejor que una historia relatada a través de ellas (como dice el título). Porque ahora podríamos pensar en los homosexuales, las lesbianianas, los pueblos sometidos por los romanos, los niños, etc. Todo esto para llegar a una historia de la humanidad un poco más justa. Sólo que en realidad, no será nunca justa, siempre tendrá un grado de injusticia, lamentablemente. Por ejemplo, en México, estábamos tan a gusto con las versiones grecolatinas de Alfonso Reyes y demás expertos, hasta que Francisco de la Maza escribió su libro sobre La erótica homosexual en Grecia y Roma, que alumbró tantos sitios que los padres Méndez Plancarte y muchos otros ignoraron sin remordimientos. A mí, este libro me sirve para explicarme la letra de un foxtrot de 1936, con letra del publicista español Bernardo San Cristóbal, y música del compositor michoacano Miguel Prado, “Redención”, que dice: “Yo fui cruel vengador; tú, Mesalina, / y los dos somos reos del dolor”, y que grabaron entonces las Hermanas Barraza, en San Antonio, Texas. Más o menos, el sentido de la canción es que la mujer engañó por amor, y el hombre lo hizo para vengarse, pero terminan perdonándose el uno al otro. Ya que apareció su nombre, me gustaría mencionar aquí su leyenda, tal como la cuenta Daisy Dunn. Valeria Mesalina (25 d.C.-48 d.C.) fue la tercera esposa de Claudio, personaje que se sobrepuso a la cojera y la tartamudez de su infancia, y que a los 50 años se convirtió sorpresivamente en emperador, tras el asesinato de Calígula. Quizás hasta Mesalina ninguna mujer en Roma había tenido un puesto tan destacado, pues desfiló en un carro detrás de su esposo en el año 44, cuando Claudio conquistó las actuales Inglaterra y Gales. A diferencia de Claudio, que recibió siempre faltas de respeto de gente que le aventaba huesos de frutas o pedazos de pan, Mesalina no toleró nada: apenas leyó la sátira de Séneca contra su esposo, La calabacificación del divino Claudio, lo acusó de adulterio con la sobrina de Claudio, Julia Livila (parece que fue la razón por la que el Emperador, su tío, la mandó ejecutar). Sobre este libro de Séneca, dice la historiadora Mary Beard que quizá sea el único texto latino que realmente nos podría sacar carcajadas hoy en día. Se podrá intuir que no fue el único escritor que tuvo problemas con la emperatriz, pues también escribieron contra ella los satíricos Tácito y Juvenal, aunque según Dunn, no se les debería de creer al pie de la letra. Tácito acusa a Mesalina de haber envidiado unos hermosos jardines en el monte Pincio, de Roma, propiedad del cónsul Décimo Valerio Asiático. Así que para deshacerse de él, lo acusó de estar implicado en el asesinato de Calígula por lo que sería un peligro para Claudio. Éste respondió con pánico, así que mandó arrestarlo y a que lo presentaran ante él para leerle personalmente los cargos en su contra (corrupción del ejército, adulterio y ser pasivo en el sexo con hombres). Puesto que el acusado logró conmover a Claudio y a Mesalina con su defensa, le fue concedido el derecho de elegir cómo morir. Asiático eligió suicidarse. Pero dice la doctora Dunn que no se debe de creer mucho en estas historias, sospechosamente escandalosas. Plinio el Viejo asegura que Mesalina ganó una competencia contra una prostituta pues tuvo 25 coitos seguidos en un solo día, y Juvenal la llamó “puta augusta”, pues la hace salir por la noche, con los pezones pintados de dorado, buscando sexo que nunca la deja satisfecha. Y Dion Casio asegura que hizo prostituirse a otras mujeres, forzándolas a tener relaciones con otros hombres mientras sus maridos las miraban. Mesalina se fue convirtiendo en una leyenda, asesina de hombres que la rechazaban, noctámbula insaciable que dejaba al apocado Claudio solo en su cama. Pero se supone que hay una historia que, según la autora del libro, Tácito da por cierta: que Mesalina, en medio de las ausencias de Claudio, se enamoró del hombre más bello de Roma, el cónsul designado Cayo Silio. Aunque era casado, comenzó a tener una aventura con la Emperatriz, una aventura que se volvió tan pública que nadie en Roma la ignoraba. El extremo llegó a la idea de Mesalina de ceder al ruego de Cayo Silio de casarse. Lo hicieron mientras Claudio estaba fuera de la ciudad, pero un esclavo liberto que trabajaba para Claudio, se lo hizo saber. Se supone que los amantes se encontraban juntos, en la fiesta de la vendimia, cuando llegaron los centuriones que había enviado Claudio, y detuvo a Mesalina, pues Silio logró huir. Parece que Claudio todavía dudó ante el amor que tenía por su esposa, pero al revisar la casa de Cayo Silio, se descubrieron muebles que provenían del palacio, así que él sólo pidió una muerte rápida. Pero Mesalina tuvo la oportunidad de defenderse ante su esposo. Bueno, eso estaba a punto de pasar porque Mesalina se encontraba en sus jardines, echada junto a su madre, quien la trataba de convencer de suicidarse, cuando uno de los guardias llegó y enterró en Mesalina la daga que ella tenía entre sus manos. Todavía entonces, Claudio dudó, el amor era tanto que no le permitía convencerse de la muerte de Mesalina. Ella tenía 23 años cuando murió, aunque ya había efigies suyas por todas partes de la ciudad. El Senado ordenó eliminar su recuerdo y mandó que se destruyeran todas sus estatuas. Sin embargo, dice Daisy Dunn que a pesar de todo, se salvaron tres imágenes suyas, por las que podemos saber cómo era Mesalina. Volviendo al bolero que traía en la mente, puedo decir que es extraño que su efigie haya emergido en la radio de los años 40. No sé qué tanto sabían los autores de la antigua emperatriz, pero le dan su propia interpretación. Se entiende que los dos se hicieron daño y que los dos sufren por el engaño. En esta canción, simbólicamente Mesalina no es asesinada, sino perdonada en su arrepentimiento. El mundo antiguo permitió mujeres sumamente poderosas, mujeres que podían cooperar con dinero en favores que les pedía el poder, por lo que lograban cierto respeto. Algunos Emperadores, con mayor odio a esa influencia social de las mujeres, emitieron leyes para limitarlas. Especialmente, la ley que las obligaba a no poder heredar más allá de cierta cantidad, lo que limitaba su poder de manera importante. Para defendese de estas leyes, las mujeres de Roma hicieron una manifestación pública para combatir un edicto que obligaba a las mujeres más ricas a dar una parte de su fortuna al estado. Lograron que sólo las 400 mujeres más ricas dieran una aportación. Pero esas mujeres respondían a una ferocidad constante, por lo que los parámetros de la moral y de las costumbres son bastante más laxas que las que usamos para medir hoy. Como el caso de Amestris, la esposa del temido Jerjes I, quien al enterarse de una infidelidad de su esposo, mandó cortar, a la madre de la amante, los senos, la nariz, los labios y la lengua. Como puede verse, este espacio histórico dista mucho de la idealización romántica…

 

Daisy Dunn. La venganza de Pandora. Una historia del mundo antiguo a través de las mujeres / The Missing Thread, tr. Miguel A. Pérez. México, Crítica, 2024.

lunes, 17 de marzo de 2025

El padre de la democracia, de Felipe Ávila



La breve presidencia de Francisco I. Madero, que duró del 6 de noviembre de 1911 al 19 de febrero de 1913. Apenas un año y tres meses, pero que se tiene que volver a contar. En esta narración se evita caer en la interpretación común en que el “ingenuo” Madero no supo evitar su trágico final. Pero las circunstancias que relata Felipe Ávila se encuentran encadenadas. El entramado político que fue llevando a Madero por su camino y que retrata la complejidad de muchos pasajes. Por ejemplo, esa relación con Emiliano Zapata, pues ambos personajes se miraban con simpatía (Madero, se cuenta incluso, fue padrino de bodas de Zapata), pero los proyectos políticos los tenían que separar. Es cierto, desde el presente podemos recriminar a los personajes todo lo que queramos, pero es que hace mucho que cada uno de ellos mostró su juego. El general Bernardo Reyes, hace mucho que supimos que no estaba dispuesto a jugar un papel secundario. Madero, legítimamente, le ofreció la Secretaría de Guerra en caso de ganar la presidencia. Sabemos que la realidad política de Madero consistía en negociar con un ejército muchas veces adverso y con figuras como Reyes que buscaban el poder. Alfonso Reyes tenía una visión, naturalmente, muy diferente de su padre de la que ocupó en los hechos de la Decena Trágica. Relatados por él, esos días de febrero de 1913 se tornan míticos. Son mucho más sórdidos, vistos desde el punto de vista de los hermanos Madero y del vicepresidente, José María Pino Suárez. La Embajada de los Estados Unidos, en su apoyo a Victoriano Huerta y Félix Díaz, dibujaron una circunstancia que vuelve a ser repulsiva en este recuento. El detalle con que se cuenta la usurpación de Huerta y el asesinato de Madero es verdaderamente notable. La relación de confrontación entre las distintas facciones de la Revolución, lo que pasaba entre el gobierno de Madero y los zapatistas y los villistas, fue algo que siempre estuvo dentro de cierto rango. Nada que ver con el juego que trabama Huerta. Pero Madero no tenía otra opción… Además, Huerta se presentaba con los mejores triunfos militares, pues en julio 1912 se erigió como vencedor de la rebelión de Pascual Orozco, en el norte del país. Tampoco sabía Madero que Orozco se uniría más adelante a Huerta, para combatir a Zapata. En realidad, las subtramas de los protagonistas de la Revolución son complejas… Los personajes son héroes o traidores, según la página en que se abra el libro. Y el país que se mira a través de la narración de esta biografía es inestable. Finalmente, Madero no logra controlar las fuerzas que desata la Revolución. Eso, desde el punto de vista político. Pero como analista de la realidad política, Madero ha recibido poca atención: su análisis del país en el libro La sucesión presidencial es realmente fuera de serie. Se leyó por todos lados, y su campaña por México despertó una esperanza en los numerosos asistentes a sus mítines. Mientras leía entusiasmado esta biografía, pensaba dos cosas: que en poco tiempo, con la pasión de Madero, se despertaba un fervor político en México, que dio como resultado un breve periodo democrático; y que la selva de intereses adversos (la prensa vendida de México, el gobierno de EU, los diferentes niveles de oportunismo, etc.) logró sepultar un proceso que merecía una continuidad. El arduo trabajo biográfico de Felipe Ávila logra dar claridad a todo un periodo, en el que destaca el extraordinario trabajo narrativo de la Decena Trágica. Leí esta biografía con deleite porque me alumbró una época intrincada en la que fecuentemente me extravío.

 

Felipe Ávila. El padre de la democracia. Biografía de Francisco I. Madero. México, Debate, 2024.

domingo, 16 de marzo de 2025

La vegetariana, de Han Kang



La vegetariana es el libro de moda, pues es el más comentado de su autora, Han Kang, la ganadora del Nobel de Literatura 2024. Sin embargo, su título me parece inexacto, ya que la protagonista inicialmente deja de comer carne luego de tener algunos sueños imprecisos para el lector, pero en realidad deja paulatinamente de comer cualquier cosa. Incluso la abandona la voluntad de comer. Más parecería habitarla el deseo de convertirse en un vegetal. No niego que muchas veces comparto con la protagonista ese fantasía de descender hasta la vida de las plantas, sin conciencia, tal vez sin pensamiento, para sólo sentir como una brisa el transcurrir de la vida. Cualquiera que sea el deseo de la vegetariana, el libro no lo comunica. En realidad, la narración nunca explica cuál es el deseo de su personaje, ni existe una comunicación entre ella y su medio. Los personajes se diluyen a lo largo de la trama, algunos hasta desaparecer. La novela está escrita con tales huecos narrativos el lector puede proponer su interpretación, cualquiera que ésta sea, sin que la trama se vea afectada. Puede ser que la vegetariana se rebele ante la sociedad, puede ser… pero la novela no lo dice. Puede ser que sus sueños sean un vislumbre de la destrucción ecológica, o un símbolo del sufrimiento animal. Todo puede ser. Cuando Yeonghye (que así se llama la protagonista) es ingresada a un psiquiátrico, pensaríamos que algo tiene que decir una disciplina científica en torno al sujeto de esta narración. Pero la psiquiatría parece una ciencia contemplativa, que sólo se limita a mirar sin diagnosticar. En los pasajes que leemos no hay diálogos entre Yeonghye y su hermana, o entre ella y sus padres (pero ellos ya han desaparecido desde el primero de los tres capítulos del libro). Ese momento de violencia en que el padre quiere hacer comer por la fuerza a su hija también ha quedado atrás, no tiene antecedentes ni consecuencias. Su madre, cuando ella está internada en el hospital, la engaña para que coma caldo de carne, pero lo vomita una vez que se da cuenta de lo que comió. Cuando su padecimiento progresa, Yeonghye sueña que los árboles en realidad hunden las manos en tierra, así que ella misma se pone boca abajo dejando las piernas hacia arriba, para que una flor le creciera en el pubis. Desafortunadamente, no pasa lo mismo con el libro, no florece, las imágenes no dan fruto. Tan incomprensible como el personaje es la sociedad que lo rodea: un vegetariano parece algo tan extravagante que puede arruinar una reunión cuando los asistentes se enteran de que hay uno entre ellos. Hay algo constante en los personajes de esta novela: parece que todos, en algún momento, se sorprenden cuando se dan cuenta del tipo de persona que tienen enfrente. Hay una incomunicación constante, un incapacidad de darse cuenta del otro. Siempre se sorprenden de la existencia del otro, pero no tienen herramientas para comunicarse con él.

 

Han Kang. La vegetariana 채식주의자 (2007), tr. Sunme Yoon. México, Random House, 2024. 

viernes, 7 de marzo de 2025

Cine y cultura de masas, de Richard Schickel



Richard Schickel (1933-2017) fue un destacado historiador de cine estadounidense, y por muchos años, el crítico de la revista Time. Tenía apenas 31 años cuando emprendió su personal historia del cine. Tiene mucho mérito, pues parecía que había visto todo y conocido a detalle las historias de los iniciadores de esta industria. Si pensamos que hace 130 años, los hermanos Lumière mostraron su invento en una sala en París, nos faltaría leer otro libro con las décadas más recientes. Apenas estaba por cumplir 70 años y el cine ya era la forma moderna de la ensoñación. Sin embargo, la industria, al principio, se resisitía a explotar esa capacidad suya de crear esas extraordinarias vidas que son las estrellas de cine. Por el contrario, ni siquiera querían dar a conocer los nombres de las personas que protagonizaban las cintas. Si acaso, a esa joven rubia que despertaba tanto interés, era llamada “La chica de la Biograph Studios”. Eso, hasta que el productor Carl Laemmle decidió revelar el nombre de una de estas chicas, Florence Lawrence. Pero lo hizo con una artimaña: primero dio a conocer la falsa noticia de que Florence había muerto, luego aclaró que se podría tratar de una noticia algo apresurada… y finalmente organizó una recepción para ella en Saint Louis, Misuri, en marzo de 1910. Con este evento se puede dar como inaugurado el nacimiento del Star System. Por un lado, todos los miembros de esta naciente industria estaban entusiasmados en el gran interés de la sociedad estadounidense, pero por otra parte se resistían a la idea que los actores fueran más que unos trabajadores. Todavía no se pensaba en el cine como una industria de grandes inversiones, pues una sala de proyección se podía abrir en cualquier bodega… Se supone que el pionero de las salas de cine fue Thomas Lincoln Tally, quien inauguró la primera sala de cine en abril de 1902, The Electric Theater, en Los Angeles, California. Tres años más tarde surgió la palabra nickelodeon para llamar a las salas de proyección, es decir: cinco centavos (“nickel”) por entrar al teatro (“odeon”). El primer éxito: El gran asalto al tren, proyectado todos los dias de 8 a 12 de la noche. ¿La posición del Estado ante el cine? Desde 1915, la Suprema Corte dictaminó que el cine no era más que un entretenimiento y un negocio, por lo que durante décadas quedó sin amparo ante la censura. Otro de los aspectos de esas primeras producciones era su incapacidad por tratar la vida del hombre común, todo era un acercamiento a lo más extraordinario, a las historias de hadas, a los asaltos bancarios y una evocación constante del lejano oeste. Todo eso, sumado a un curioso estado de ánimo, la melancolía. Así eran esas primeras actrices, como Mary Pickford. Cuando la miramos, triste en sus películas, no nos imaginamos que era en realidad una ambiciosa mujer de negocios. Quizá ha sido la única mujer –dice Schickel– en convertirse en el soporte de toda una industria. Por un momento de la Historia, el cine fue la industria construida en torno a Mary Pickford. La mirada de este crítico a toda esa industria es admirable, y artistas como Eastwood y Scorsese le confiaron muchos de sus secretos. Por desgracia, este libro se editó hace más de 50 años en Buenos Aires… y el resto de su amplia bibliografía ha tenido la misma suerte en nuestro idioma.

 

Richard Schickel. Cine y cultura de masas / Movies: The history of an Art and an Institution (1964), tr. Jorge Piatigorsky. Buenos Aires, Paidós, 1970. (Mundo Moderno, 36)

domingo, 2 de marzo de 2025

Walter Benjamin, en visión estereoscópica


 

Regresé a buscar algo acerca del suicidio de Walter Benjamin (1892-1940), en el pueblo español de Portbou, tratando de llegar a Portugal y escapar rumbo a los Estados Unidos. Formaba parte de un grupo de judíos que huía de la guerra. Ya estaba del otro lado de la frontera, pero el gobierno de Franco dio órdenes de que fueran devueltos a Francia. Inútilmente, podríamos pedirle a la Imaginación que nos diera para él diez años más, para saber qué habría pasado, con cuáles de sus compañeros de huída se habría unido su destino… ¿Con su hermano Georg Benjamin? Él murió asesinado en el campo de concentración de Mauthausen-Gusen, en 1942. La más probable de las posibilidades era ser llevado a ese campo de concentración en compañía de su hermano. ¿O con el destino de su amigo Artur Koestler? Venían juntos desde Marsella, y Koestler le preguntó a Benjamin si tenía algo para morir. El filósofo sacó de su bolsa sesenta y dos pastillas para dormir. Koestler quiso suicidarse, pero sobrevivió. Vivió bastantes años más, pero su tema recurrente era el suicidio, así que no fue una sorpresa para nadie cuando se suicidó junto con su esposa, en Londres, una tarde 1983. Y su amiga, la filósofa Hannah Arendt…, ella viajó a Portbou un año después de la muerte del filósofo para buscar su tumba. Llevaba en su maleta el último manuscrito escrito por Benjamin, “Sobre el concepto de Historia”. Más adelante, Hannah buscó la ciudadanía estadounidense, hasta que la consiguió 18 años después; sus últimos años los dedicó a la militancia política y filosófica. Varias mujeres iban en el grupo que intentaba huir a Lisboa, pensando en llegar a América; entre ellas destacan Carina Birman (abogada, había logrado que el consulado mexicano en París emitiera visas para ayudar a varios fugitivos a escapar a un supuesto Festival de Arte en México) y Henny Gurland (fotógrafa, contrajo matrimonio con Erich Fromm en Nueva York, y en busca de un mejor clima el matrimonio decidió trasladarse a México, donde ella murió en 1952). Unos pocos años más de vida hubieran llevado a Benjamin a Estados Unidos, a Inglaterra o a México… Bueno, tal vez sueño un poco en eso. Solamente diez años le habrían permitido conocer la literatura de los años 40, la que emergió de la Segunda Guerra Mundial, aunque según Adorno era un acto de barbarie seguir escribiendo después de Auschwitz. Sin embargo, no hay otro tema a la redonda. Una nueva forma del ser humano, desconocida hasta entonces, culpable, cruel, con dificultades para edificar cualquier proyecto en adelante. Década en que surgió la novela existencialista, las más conocidas narraciones distópicas, la consumación de las fragmentaciones narrativas, la novelística que se valía del periodismo como fuente primaria, el encierro pueblerino como manifestación del infierno, la fundamentación teórica de lo real maravilloso en la literatura hispanoamericana, el aturdimiento primigenio del horror. Son algunos temas que me saltan si reviso rápidamente los listados de novelas de los años 40. Ustedes los podran consultar, yo sólo me imagino a Benjamin tomando entre sus manos las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury o algún libro de Cesare Pavese y decir qué triste, un joven suicida. Me lo imagino porque leo la recopilación de sus textos narrativos (Historias desde la soledad y otras narraciones), prologado por Jorge Monteleone y traducido por Ariel Magnus, y me entero de algunas opiniones de Benjamin en torno a la literatura, opiniones que efectivamente Auschwitz retoca bastante. No es lo mismo escribir después de esa tragedia, ni es lo mismo escribir en medio de la zozobra hoy. El filósofo pensaba que la novela había privilegiado el punto de vista de lo privado y por lo tanto ya no se podía preguntarse sobrelas dimensiones más importantes de la existencia. Había dicho también (en 1929) que la lectura de los periódicos era enemiga mortal del arte de contar historias. Vendrían, sin embargo, las novelas existencialistas que plantean preguntas a cada ser humano particular, vendría la novela basada en el trabajo periodístico. No podría decir qué maneras de la literatura hemos perdido desde entonces, pero acontece. A la distancia, miramos cambios que son imposibles de ver en la cercanía. El pasado y el presente tienen una relación dialéctica: como un relámpago, se encuentra el pasado con el ahora. ¿Será entonces que sólo es posible mirar el pasado a través de estos repentinos deslumbramientos que duran un instante? Mirar otros tiempos con la tecnología de su tiempo. Es uno de los secretos. Mirar al siglo XIX, pero con la tecnología del daguerrotipo. Asomarnos a la Belle Époque, pero escuchando el sonido del gramófono. Ver a través el celuloide. Etc. La curiosidad de Benjamin por la tecnología es deseo de conocer el mecanismo de una época. El estereoscopio es un dispositivo que presenta dos imágenes de la misma escena, separadas (una para cada ojo), con el fin de crear la ilusión de la tridimensionalidad. Existe desde la década de 1830, pero a Benjamin le interesa el que vio seguramente en Viena hacia 1910. Es dificil explicar de qué se trata esta atracción: una serie de 32 sillas dispuestas en círculo ante un gran mueble. Cada uno de los asientos tiene frente a sí un par de visores por los cuales se asoman y pueden ver esa fantasía de mirar paisajes en tercera dimensión. Es una de las estructuras que vio y que le sugirieron las ideas de su texto La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica. En este caso (el cuento “El segundo yo”), su personaje es Krambacher, un empleado que se pierde una noche por la ciudad hasta que llega a un ambiguo local, el sitio del Kaiser-Panorama, que anuncia una función de gala: Un viaje por el año pasado. Es una función especial, efectivamente, se trata de doce vistas, una por cada mes del año, con títulos como éstos: “La mujer que quisiste seguir”, “La ropa que te quisiste poner” o “El cuarto de hotel que quisiste tener”. No me queda muy clara la descripción del autor, es un texto que parece ser un borrador para desarrollar más adelante. Pero la sensación fantasmal tiene su aspecto inquietante. No sabemos si Krambacher mira a su otro yo en las situaciones en que él hubiera querido estar. Tal vez la imagen para el ojo izquierdo muestra la posibilidad en que se metió ese otro yo. Y la imagen del ojo izquierdo muestra la realidad que no pudo cumplir. El dueño del local le dijo al entrar: “Va usted a conocer a un señor que no se le parece en nada: su segundo yo”. Krambacher caminó toda la noche reprochándose no seguir sus impulsos, así que gracias a este invento va a saber qué hubiera pasado de atreverse con el libro que hubiera querido leer, con la pregunta que hubiera querido hacer o con la palabra que hubiera querido escuchar. Krambacher, este personaje fantasmal, verá esas posibilidades de lo ya pasado. Cómo es que pasamos frente a tantas puertas y sólo abrimos unas cuantas. Como se trata de una premonición del cine, quizá es que ahora vemos esas nuevas imágenes audiovisuales para saber qué hubiera pasado el año pasado, o bien el camino paralelo de abrir las otras puertas del destino. ¿Ven ustedes? La visión estereoscópica del universo nos hace preguntarnos sobre el segundo yo de Walter Benjamin, el que no se suicidó en ese día impreciso de 1940 y caminó hacia otro destino, el de la imagen para el ojo izquierdo, que no veremos nunca.

domingo, 23 de febrero de 2025

El camaleón. La invención de Donald Trump, de Maggie Haberman



Pienso que la relación de Trump con el mundo es una compleja partida de ajedrez. Pero una partida en que el principal contrincante habla y vocifera demasiado. Así que es necesario separar el decir y el hacer del Presidente de los Estados Unidos. Pareciera que su discurso estentóreo le sirve para distrar y confundir sus victorias y sus fracasos en cada uno de sus movimientos –si hacemos una lectura generosa de su estrategia de comunicación. La corresponsal en la Casa Blanca de The New York Times, Maggie Haberman, escribió esta biografía que concluye con el fin del primer periodo presidencial de Trump. Gracias a ella podemos hacer un recuento desmenuzado de cada uno de sus pasos. Llama la atención que la vocación primera de Trump haya sido el cine, que haya abandonado la idea de estudiar para director con el fin de hacerse cargo de los negocios inmobiliarios de su padre, y que su futuro mentor, el abogado mccarthista Ray Cohn, viera en él antes que nadie las posibilidades políticas que hoy padece el mundo. Detrás de este político: la fascinación por la pantalla, por la producción televisiva, por la penetración del cine… Todo comenzó cuando Trump puso como condición para prestar el lobby de su hotel en la cinta Mi pobre angelito 2 (1992), que él apareciera en una de sus escenas. Y más adelante, su participación como conductor de la serie The Apprentice (16 temporadas, 2004-2015), preparó su camino a la presidencia. Según la columnista de The New York Times, Maureen Dowd, la megalomanía de Trump se ha multiplicado y le ha permitido llamar a Volodímir Zelenski, el presidente de Ucrania, como “un comediante modestamente exitoso” cuando Trump no es más que un “un veterano de reality shows con un talento modesto” (“Fail, Caesar!”, 22/2/25). Lo que quiere decir que el lenguaje que se sigue hablando es el de la televisión. La apariencia como madre de todo discurso, las amenazas al mundo como la editorial diaria de la Casa Blanca. Por suerte tiene sus defensores incluso en otros países, como el diario Reforma, ávido de convertir en victorias las rectificaciones de palabra y de acto del presidente Trump. Es interesante ver cómo su discurso pretende fomentar la re-industrialización de los EU, aunque las circunstancias geopolíticas no sean tan adictas suyas. Esa dialéctica política lo enmarca hoy. La lectura del libro de Maggie Haberman aporta varios elementos. Por un lado, es un termómetro de las relaciones entre el principal diario de los EU y la Casa Blanca (por lo que nos permite saber de esa interlocución cotidiana entre Trump y el diario que participó sincronizadamente en varias calumnias contra los gobiernos de AMLO y Claudia Sheinbaum, o cuyo consejo editorial recibió la importante y seguramente aleccionadora visita de Xóchitl Gálvez en 2024). Y por otra parte, es una minuciosa crónica doméstica del poder estadounidense en que los demás países casi no existen (sólo una referencia a México en 830 páginas, concretamente, sin nombrarlo, a Luis Videgaray) y la geopolítica del planeta, sólo un pretexto para explicar las cuotas del poder norteamericano.

 

Maggie Haberman. El camaleón. La invención de Donald Trump / Confidence Man. The Making of Donlad Trump and the Breaking of America, tr. Àlex Guàrdia Berdiell (2022). México, Planeta, 2024.

domingo, 16 de febrero de 2025

Diré adiós a los señores, de Orlando Ortiz



Escribir una líneas de este libro sobre la vida cotidiana en la época de Maximiliano y Carlota es una oportunidad de recordar brevemente a su autor, Orlando Ortiz (1945-2021). Lo frecuentaba cuando él era maestro de narrativa en la Fundación de las Letras Mexicanas. Además de la atención que daba a sus alumnos, era generoso en su conocimiento: escribió novela, cuentos, crónicas y fue especialista en todos los siglos de literatura tamaulipeca (una de sus últimas obras fue una antología en cuatro tomos de autores de ese Estado). Por él supe que Jack London visitó Tampico en tiempos de la Revolución Mexicana, y que sobre este mismo puerto, el autor de El Gólem, Gustav Meyrink, escribió un cuento en torno al auge petrolero de 1918. La última vez que hablé con él, me dijo que escribía una novela sobre el viaje por Francia de Melchor Ocampo, en 1840. Como yo tenía una guía de viajes de esa época, con mapas, lista de hosterías y precios de la comida con una detallada descripción del viaje, se lo mandé. Murió poco después, no supe si había concluido su libro, aunque veo que póstumamente lo editó el FCE. Era un lector detallista, interesado en el siglo XIX, por lo que su libro sobre la vida cotidiana durante la intervención francesa se dedica a revisar crónicas y a buscar anécdotas de las diferentes maneras de vivir entonces. (El título del libro se refiere a la frase que solía decir Maximiliano para despedirse de las reuniones.) Seguramente, se piensa en las ciudades, en la corte de los Emperadores, en el afrancesamiento de México… Sin embargo, me llamó la atención un pequeño detalle que casi nunca se toca de entonces, la vida de los mineros. Sobre ese tema, destaca un autor tan interesante que recientemente se ha leído un poco más, Pedro Castera, hijo de un Secretario del Tribunal de Minería. Castera participó peleando contra los franceses, pero su interés fundamental fue la vida de los mineros (la cual relata en un libro de cuentos que fue prologado por Altamirano). De ese mundo que transcurre bajo tierra, donde los mineros buscan la más esplendente riqueza ajena, provienen las fortunas y los millonarios más extravagantes. En una pequeña novela de 1882, Los maduros, Castera habla del señor Mariano B…, quien ganó lo suficiente en una mina de Guanajuato como para tener los lujos de un Emperador romano: alfombró las caballerizas de su casa y las adornó con enormes lunas de Venecia. Otro rico minero de entonces vestía a su muchacha con un elegante vestido de seda para que limpiara el patio de la mina. Aunque en tiempos de bonanza, los pueblos de los mineros se llenaban de fiesta y de fandangos, de serenatas, teatros y tertulias. Las erupciones de plata, escribió Castera, parecían inundar al mundo entero. Uno de los personajes que menciona Orlando Ortiz es “el maduro”, que con la barreta trabajaban en zonas húmedas, sin ventilación, absorbiendo las emanaciones arsenicales de la tierra. Como enfermaban prematuramente, el color de su piel parecía el de “los perones maduros”. Contrarias a ese color mortecino de “los maduros”, los pueblos de los mineros se llenaban de puestos de frutas, de colores tan luminosos como los minerales que buscaban en las profundidades.

 

Orlando Ortiz. Diré adiós a los señores. Vida cotidiana en la época de Maximiliano y Carlota (2007). México, Punto de Lectura, 2010.

sábado, 15 de febrero de 2025

Tin Tan: Tú tienes personalidad (¿Quién, yo?, ¡qué va!)

 


Todo en Germán Valdés, Tin Tan, es pretexto para el baile y la música. Hasta esa máscara que es la personalidad tiene su propia canción. La canta Tin Tan cuando se mira al espejo y el reflejo se independiza. ¡Ay!, qué difícil es alcanzar esa personalidad huidiza, sobre todo si la enfoco en el aspecto musical. La mejor síntesis que conozco sobre su estilo interpretativo es la que hizo Carlos Monsiváis, así que la cito: 

 

Tin Tan es el crooner y el bolerista, el impregnado de onomatopeyas del boogie-woogie y boleros, el que canta con toda la boca (se me desparrama el hocico). Si no puede ser solemne a lo Juan Arvizu o Emilio Tuero, ni sensual a lo Frank Sinatra, Tin Tan sí logra parodiar los diversos estilos unificándolos en el suyo, abiertamente cursi desde la perspectiva de la ironía, de la reticencia, del uso precavido de los dones vocales que nunca son para tanto.

 

Y a continuación… la difícil tarea de desentrañar esta idea, de ponerle contexto y de darle una melodía reconocible. Una vez que nos entonemos hay que ponerle letra y acompañamiento. Un mariachi está bien o, si no, de perdida un piano o una guitarra. Nos sentaremos alrededor de la sala que el escenografista ha puesto para la ocasión, y se irán presentando las canciones según se nos ocurran. La mejor parte de una evocación es cuando uno se convierte en el guionista que tiene el poder de llamar a todos los artistas a cantar lo que uno desee. 

Tin Tan perteneció a una generación de artistas perseguidos por las buenas costumbres. En su caso, de las buenas costumbres lingüísticas que se escandalizaron cuando aparecieron los primeros pochismos en boca suya. Estaba mejor antes, cuando privaban los galicismos, denotaban buen gusto, clase e idea del mundo. Pero… ¿los pochismos? Ésos ya estaban presentes desde antes, en los discos y en el teatro. Ciertamente, el pocho tenía en México un papel secundario. Si rascamos en la memoria encontramos algunas canciones, como aquella de Rafael Hernández, La pocha, que en los años treinta tuvo una visión aprobatoria: “Me dijo que no hablaba el español, / y yo le dije que no hablaba inglés, / y a todo lo que ella me decía, / le respondía: ¡Oh, lady, lady, yes!” 

Toda una rama de las canciones humorísticas de los años treinta y cuarenta tratan sobre la presencia cada vez más intensa del inglés en México. Pero las canciones de entonces apenas se atreven a utilizar un par de palabras en aquel idioma. Felipe Bermejo, en su canción Los inditos, decía: “Nuestro México se agringa / olvidando el español, / pisoteando arteramente / nuestra rancia tradición. / Los muchachos dicen: Kiss me, / las muchachas: Okey, boy, / y en lugar de Santos Reyes / ya nos llega Santa Claus”. El espanglish era un advenimiento, algo cuya explosión era cuestión de tiempo. El gobierno de Lázaro Cárdenas reguló la presencia de la música extranjera en la radio: al menos ochenta por ciento tenía que ser mexicana; esto con el fin de no darle demasiada cabida al jazz. Tin Tan fue fenómeno musical de los años cuarenta, del sexenio de Ávila Camacho, de tiempos en que la canción ranchera tenía como tema la defensa de la patria en tiempos de la segunda guerra. El bolero era entonces la voz de un crooner musitada en el oído de una radioescucha enamorada. Existía el blues, que era como se le llamaba al foxtrot lento, antes de que se diera a conocer el otro blues, el de Misisipi, que llegaría a México lustros después. 

La escena de Hotel de verano (1944) con que Tin Tan debuta en el cine mexicano es también un momento en que comienza la mexicanización del swing. Era el reflejo en México de lo que sucedía en la música de los Estados Unidos: Nueva Orleans dejaba de ser el centro del jazz para dar lugar al estilo Chicago. Era el foxtrot que daba paso al swing, el género que Benny Goodman consolidó luego de su célebre concierto de 1938 en el Carnegie Hall. Mientras el foxtrot marcaba los dos tiempos fuertes del compás, el swingmarcaba cada uno de los cuatro tiempos, causando esa sensación de que el contrabajo caminaba. Ese nuevo pulso de la música unido al léxico incomprensible de Tin Tan,encendió las alarmas de los defensores del idioma. Mexicanizar el swing significaría agregarlo al relajo, esa suspensión de la moralidad de que hablan los filósofos de lo mexicano; unir la acrobacia del habla a la gimnasia del baile. El swing era la última moda, y el descubrimiento de Tin Tan, la nueva síntesis entre bolero y relajo, entre desparpajo léxico y baile acrobático. Su esposa, Rosalía Julián, lo recordaba cuando lo conoció:

 

Estaba ensayando con mis hermanas y con Juan García Esquivel, en la xew, en 1943, cuando nos mandaron llamar a todos los artistas al estudio Azul y Plata, al mediodía, para ver la actuación de Tin Tan, un cómico que acaba de llegar de Chihuahua. Yo entonces acababa de cumplir doce años. Estos programas de radio fueron lo primero que hizo en México antes de hacer cine. Venía con la compañía de Paco Miller, quien lo bautizó como Tin Tan (antes se hacía llamar Topillo Tapas, cuando era locutor de la xej, de Ciudad Juárez). Durante esa gira que duró ocho meses conoció a Marcelo Chávez. Venían contratados como dueto cómico a la Ciudad de México para el Teatro Iris, en donde alternaron con Cantinflas. Las rutinas que hacían antes de sus canciones las preparaban en el camerino cuando actuaban en el teatro, aunque ya en la gira las habían trabajado. Germán no tocaba la guitarra, tocaba el ukelele. Pasaron seis años, en los cuales nos encontrábamos en diferentes lugares. Pero una noche en que íbamos a debutar en el Follies, en septiembre de 1949, lo vimos. Él ya me iba a ver al teatro porque yo le gustaba. Le gustaba vernos porque traíamos el ritmo tipo de swing.  Me fue a ver al camerino y me dijo: “Qué chula se ha puesto, señorita Julián”. Y desde ahí… hasta que la muerte nos separó.

 

El swing, casi en la misma medida que el bolero, fue la columna vertebral de su esqueleto musical. Así que se contoneaba al ritmo de ese género que fascinó a los pachucos y que causó la perspicacia del público mexicano. En una de sus últimas películas, El capitán Mantarraya(1970), Tin Tan canta Estoy muriendo de amor, un swing de su autoría, a dueto con Rosalía Julián:

 

Oye quedito, te quiero decir

que sin tus besos me voy a morir;

sin tus caricias dan ganas de llorar

y sin tus besos me voy a matar.

 

Hoy en la noche tu recuerdo azul,

entre las nubes de seda y de tul,

y las estrellas también llorando están

porque tus ojos lejos de mi están.

 

En el relato que estructura el personaje de Tin Tan, encuentro que el pachuco que llega a la Ciudad de México quiere estar a la altura de las grandes voces, de Pedro Infante, de Jorge Negrete y de Agustín Lara, pero le gana el relajo, la parodia, la meta-interpetación: o no sé cómo decirle a esa conciencia de sí mismo que tiene Tin Tan como personaje cinematográfico. Desde siempre, Tin Tan se mira como personaje de una farsa fílmica, sabe que el público está frente a él, detrás de la cuarta pared, riéndose en la sala de proyección. Hay guiños al público y una constante complicidad con él. Es la versión moderna de los “apartes” del teatro de los Siglos de Oro, las formas en que el pícaro puede ponerse en complicidad con el publico: el diálogo se da entre Tin Tan y sus seguidores, lo cual pone a la buena sociedad como adversaria o enemiga natural de la libertad del idioma. El juez le dice a Tin Tan, en El hijo desobediente:

 

Cincuenta pesos de multa por no hablar el idioma oficial.

¿Y usted cree que se lo vamos a paulear?

 

Paulear, nos dice el Vocabulario español de Texas (Austin, 1953), significa pagar. No todo el vocabulario de Tin Tan requiere de pie de página, ya que hemos adoptado mucho de su manera de hablar: carnal, relativos, andar a patín, tiliches, valedor, troca, lonche… Ah, bueno, sí es necesario que nos recuerden que relativos son los parientes. La idea --vuelta una y otra vez a cocinar en los guiones cinematográficos--es: encajar, en todas sus conjugaciones, en todas sus presentaciones y de todas las formas, con la buena sociedad mexicana, centro del aburrimiento y de las simulaciones. Tin Tan (y algunos otros personajes del espectáculo) logran desenmascarar ese mundo. Más adelante, ya despojándose de ese personaje del pachuco, parodia, por ejemplo, el cine del tipo de María Candelaria en la película El violetero(1960).

Tin Tan (y su carnal Marcelo) entraron al mundo de los discos en 1947. Traen detrás de sí fantásticos momentos musicales en una filmografía que los recomienda. Su descubridor fonográfico tuvo que haber sido Felipe Valdés Leal (1899-1988), el compositor coahuilense a quien se le dio la encomienda de abrir en México los estudios de la marca Columbia. Esta compañía había tenido oficinas en nuestro país durante la última década del Porfiriato, pero tenía más de treinta años sin contar con estudios aquí. Entre los artistas que inauguraron el catálogo de esta compañía disquera, además de Tin Tan y Marcelo, se encontraban Eva Garza, Los Panchos, María Alma, Fernando Z. Maldonado, Cuco Sánchez…

La discografía de Tin Tan y Marcelo utilizó el mariachi de José Marmolejo de manera heterodoxa: para tocar,además de canciones rancheras, swing y hasta una canción del repertorio del country que posteriormente grabó Elvis Presley (Just Because, de los Shelton Brothers, traducida por Manuel Valdés como Mi supermango). En Petite madame, un“relajo valseado, sólo se usa el mariachi para tocar las últimas dos notas de la canción. La primera grabación de Tin Tan fue La burrita, de Ventura Romero cantada como tango y como swing, pero es seguro que Valdés Leal les eligió el repertorio de la música ranchera que se oía en Los Ángelespor esa época, como Échale un cinco al piano (de la autoría del propio Valdés Leal). 

Hay pequeños misterios en esta discografía, es el caso de Watatira (Te encontré)swing de Ángel CastroDon Chon. Éste fue un cómico musical que aparecía con su sobrino Tanasio en las carpas de Tampico (encuentro este dato en el libro Las tandas de Monterrey, de Luis Cruz Hernández). Quizá Tin Tan escuchó esa canción a su paso por aquella ciudad y la trajo a México… Otro swing tamaulipeco es el de Severiano Briseño, Los agachados, que se refiere a la pancita que se comía en los puestos de las calles en la Ciudad de México. Tin Tan improvisó unos versos para la grabación: “Chapulines, huitlacoches, charamuscas con tepache, / chilindrinas, charrasqueadas, chinicuiles, chinacates, / cachirulo, chichimecas, chipilines de escamocha, / y alcachofas con puchero… ¡se me reventó el barzón!” No pondré punto y aparte sin agregar que las escamochas eran las sobras de la comida vueltas a guisar en la noche para consumo de los más pobres, por los rumbos de Tepito.

Ignoro de dónde salió el nombre de Tin Tan, pero a mí me gusta pensar que es una resonancia de la última sílaba de Agustín Lara, a quien Germán Valdés imitaba en sus programas de la xej. Quién sabe si al supersticioso Agustín le gustaban las imitaciones de Tin Tan, como la más famosa de todas, que aparece en Cantando en el baño y que siempre es gozoso citar:

 

Esta vida cada día se me acorta,

y mi noche es larga, larga, larga…

ya no me importa si se me alarga

o se me acorta;

ya no me importa si se me acorta

o se me alarga…

 

Sufrir, sufrir, esa es mi vida;

llorar, llorar, ésa es mi suerte.

Estoy muy flaco para estar vivo,

pero muy gordo para estar muerto…

y, mientras yo sollozo,

cómo se ríe el señor que entierra en el pozo.

 

Porque el bolero es una de las grandes conquistas del estilo interpretativo de Tin Tan. Es cierto que se le relaciona con Cab Calloway, con Duke Ellington, con los grandes del jazz, como influencias de su personalidad y de su estilo, pero considero que más que una influencia fue una conquistade abajo para arriba, Tin Tan escaló la elegancia, la expropió, la llevó al barrio y construyó un personaje que era, al mismo tiempo, el galán, el recién llegado a la elegancia, que la domó y la usó a su favor. Le dijo al crooner de la orquesta: Con permisoy se apropió de la interpretación. No se tomó completamente en serio la situación. No fue un Pedro Infante, ni --como decía Monsi-- un Emilio Tuero. Le dio a la interpretación del bolero esa disfrutable cachondería que a veces faltaba en los estirados boleristas del centro social El Patio, o de la programación de la xew

Esa actitud ante el bolero no existió antes y no volvió nunca, es el difícil equilibrio entre el coqueteo, la seriedad de la situación, la seducción y la risa contenida. El gran ejemplo es El rey del barrio (1950), pues el beso de Silvia Pinal desencadena el delirio y la interpretación extraordinaria de Contigo, de Claudio Estrada. Casi puede decirse que la carrera de Tin Tan como intérprete es independiente de su carrera fílmica, tiene su propia vida e importancia. Cuando viajaba contratado a otros países, muchas veces grabó discos en Estados Unidos, Venezuela, Perú, Argentina… Y, además de los boleros y el swing, creció hacia otros rumbos: el cha cha chá, la balada, el rock and roll, el porro, la cumbia, el vals peruano y hasta el bossa nova

Hay que volver a escuchar esos discos en que parodia a los Beatles o en que canta Amarraditos; pero también hay que bucear en toda su filmografía para caer a la mitad de los números musicales, para presenciar desde los deslumbrantes momentos con Pérez Prado hasta aquellos que no dejan de ser testimoniales, pero divertidos, con Miguel Aceves Mejía, los Teen Tops, Los Panchos o Rosa de Castilla. Y un momento cumbre: su versión de Bonita, de Luis Arcaraz y José Antonio Zorrilla, en Músico, poeta y loco (1948). Aunque nada de lo restante desmerece, por lo que cada quien debe de crearse su propio repertorio. El mío consta de Palabras calladas y Soy feliz (Juan Bruno Tarraza), Todavía no me muero (Claudio Estrada), Enséñame (Jorge Zamora, Zamorita), Quién será (Luis Demetrio y Pablo Beltrán Ruiz), Dónde estabas tú (Ernesto Duarte), Lo dudo (Chucho Navarro) y dos que superaron las versiones originales: Personalidad (Harold Logan y Lloyd Price) y De las tobilleras a las medias (Russell Faith, Clarence Kehner y Richard DiCicco). Qué pena que el lugar para evocar este repertorio esté acotado por el espacio. Ahora todo es sumergirse en sus interpretaciones con ánimo meditativo para ver que la presencia de Tin Tan zangolotea el árbol de la música así como lo hizo con el cine, el baile y el idioma. Zangoloteó nuestras ideas al punto de que tiró el epígrafe del texto y lo dejó aquí abajo. Es un epígrafe a ritmo de cha chachá que, en voz de Tin Tan y Luis Aguilar, sintetiza lo expuesto en las páginas anteriores:

 

Perdóname, Beethoven, perdónanos, Chopin,

pero es que es muy sabroso bailar el cha cha chá.

 

Luis Demetrio