Virginia
Luque es de esas tanguistas que no tuvimos la suerte de conocer porque no vino
a México, en persona ni en grabaciones. Vivió la mala época del tango, los años
50, que a muchos no termina de convencer. Sin embargo, tenía una voz magnífica,
potente, quizá con un estilo que podría parecer más cercano a la comedia
musical o del cuplé. Y hubiera seguido por esos caminos de la zarzuela y hasta
el bolero, si Azucena Maizani no se lo hubiera reprochado: “Vos sos tango”, le
dijo, y Virginia tuvo que seguir esa orden. Muy joven, hizo teatro con
Francisco Canaro. Pienso, cuando la escucho, que una cantante como Nacha
Guevara tiene algo de esta voz del tango. Sus discos no vinieron a nuestro
país, y por eso no se puede hablar de ella pues no tiene conocedores,
desafortunadamente. A donde sí llegó fue a Japón (en 1987), país en que se
admiró su estilo. Y qué ganas de escuchar el disco que le dedicó a la memoria
de Alfonsina Storni. O sus grabaciones dedicadas a Discépolo, su autor
favorito. Quizá, se dice en este libro, siguió los pasos de Libertad Lamarque y
quiso hacer cine. Protagonizó películas importantes en su país, y para
compartir créditos con ella fueron contratados dos mexicanos: Arturo de Córdova
y Miguel Aceves Mejía. Pero esta colaboración entre ambos países no se
continuó, por lo menos en el sentido de que los mexicanos siguieran visitando
aquel país. Con Arturo de Córdova filmó la película La balandra Isabel llegó esta tarde (1950), una adaptación de un
cuento del narrador venezolano Guillermo Meneses. Y luego, en 1957, filmó Que me toquen las golondrinas (1957,
título de una canción de Tomás Méndez), en compañía de Miguel Aceves Mejía y
Fernando Soto Mantequilla. En
realidad, puede decirse de ella que, como tanguista, su medio fue la
televisión. Me imagino que Virginia Luque participó generosamente en esta
biografía, hay fotos familiares, una entrevista con su hija, numerosas portadas
de revistas en que aparece su foto, lo que significa que fue un rostro familiar
para los argentinos por mucho tiempo. Los artistas de la canción desean siempre
su disco, para dejar en claro ciertas verdades, algunos datos ciertos. Pero el
biógrafo debería de saber que sus libros están destinados a aquellos que no
comparten la admiración por los protagonistas, de ahí que ése sea un elemento
que se debe de construir dentro del libro y no darse por hecho. Falta en este
libro, la capacidad de narrar una vida. Cada año, desde 1998, cantaba en El
Viejo Almacén. No sé dónde queda, Buenos Aires es para mí una ciudad
misteriosa, de calles en penumbra. De ella, que murió en 2014, no se consiguen
aquí sus discos, mucho menos su biografía. Por suerte, a diferencia de otros
tiempos, existe la posibilidad de conocer su nombre, construir la adicción por
su voz y sorprenderse de que todo, todo lo que llega tarde, curiosamente llega
a tiempo para ser disfrutado.
Mario Gallina. Virginia
Luque. La estrella de Buenos Aires. Buenos Aires, Proa Amerian, 2012.
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