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domingo, 5 de junio de 2016

Virginia Luque, de Mario Gallina

Virginia Luque es de esas tanguistas que no tuvimos la suerte de conocer porque no vino a México, en persona ni en grabaciones. Vivió la mala época del tango, los años 50, que a muchos no termina de convencer. Sin embargo, tenía una voz magnífica, potente, quizá con un estilo que podría parecer más cercano a la comedia musical o del cuplé. Y hubiera seguido por esos caminos de la zarzuela y hasta el bolero, si Azucena Maizani no se lo hubiera reprochado: “Vos sos tango”, le dijo, y Virginia tuvo que seguir esa orden. Muy joven, hizo teatro con Francisco Canaro. Pienso, cuando la escucho, que una cantante como Nacha Guevara tiene algo de esta voz del tango. Sus discos no vinieron a nuestro país, y por eso no se puede hablar de ella pues no tiene conocedores, desafortunadamente. A donde sí llegó fue a Japón (en 1987), país en que se admiró su estilo. Y qué ganas de escuchar el disco que le dedicó a la memoria de Alfonsina Storni. O sus grabaciones dedicadas a Discépolo, su autor favorito. Quizá, se dice en este libro, siguió los pasos de Libertad Lamarque y quiso hacer cine. Protagonizó películas importantes en su país, y para compartir créditos con ella fueron contratados dos mexicanos: Arturo de Córdova y Miguel Aceves Mejía. Pero esta colaboración entre ambos países no se continuó, por lo menos en el sentido de que los mexicanos siguieran visitando aquel país. Con Arturo de Córdova filmó la película La balandra Isabel llegó esta tarde (1950), una adaptación de un cuento del narrador venezolano Guillermo Meneses. Y luego, en 1957, filmó Que me toquen las golondrinas (1957, título de una canción de Tomás Méndez), en compañía de Miguel Aceves Mejía y Fernando Soto Mantequilla. En realidad, puede decirse de ella que, como tanguista, su medio fue la televisión. Me imagino que Virginia Luque participó generosamente en esta biografía, hay fotos familiares, una entrevista con su hija, numerosas portadas de revistas en que aparece su foto, lo que significa que fue un rostro familiar para los argentinos por mucho tiempo. Los artistas de la canción desean siempre su disco, para dejar en claro ciertas verdades, algunos datos ciertos. Pero el biógrafo debería de saber que sus libros están destinados a aquellos que no comparten la admiración por los protagonistas, de ahí que ése sea un elemento que se debe de construir dentro del libro y no darse por hecho. Falta en este libro, la capacidad de narrar una vida. Cada año, desde 1998, cantaba en El Viejo Almacén. No sé dónde queda, Buenos Aires es para mí una ciudad misteriosa, de calles en penumbra. De ella, que murió en 2014, no se consiguen aquí sus discos, mucho menos su biografía. Por suerte, a diferencia de otros tiempos, existe la posibilidad de conocer su nombre, construir la adicción por su voz y sorprenderse de que todo, todo lo que llega tarde, curiosamente llega a tiempo para ser disfrutado.

Mario Gallina. Virginia Luque. La estrella de Buenos Aires. Buenos Aires, Proa Amerian, 2012.

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