Mientras leía este extenso reportaje de Fernando Benítez (1912-2000), me preguntaba si los mexicanos seguimos preguntándonos qué somos los mexicanos. En el siglo XIX, la cuestión era cómo somos, mientras que en el siglo XX cambió a qué somos. Las respuestas adquirieron formas filosóficas y psicoanalíticas. Y pienso que en el caso de Benítez, tomó una forma política. Porque ciertamente, nuestra historia es una continua e inquietante repetición de sucesos, circularidades fatales y tragedias que parecen el cumplimiento de una maldición faraónica. Aunque hay que decir que como profeta, es tan torpe como benévola. Benítez veía con cierta esperanza el final del siglo, quizá porque nuestro país parecía tener la capacidad de aprender de las lecciones históricas de los grandes personajes. Así que la espectacular representación de males que es nuestro país, al ser inesperada, tiene algo de sublime. Dije reportaje, porque los datos que consiguió el autor están trabajados de tal manera que la historia parece una serie de episodios narrados, concatenados y explicados sin pie de página, son las conclusiones de un lector atento de la realidad, que la mira y extrae momentos fundamentales. Lo curioso de esta obra es que el nombre de Lázaro Cárdenas se menciona hasta el segundo tomo. Y es sólo para referirnos que nació y que se decidió a entrar a la historia desde un afluente pequeño, el brazo de la Revolución en Michoacán. Todo lo demás son los años que van del poder de Porfirio Díaz al de Plutarco Elías Calles. Una historia marcada por grandes hombres, no héroes, sólo nombres grandes, los portadores del poder. Cada uno, visto en su intimidad. Madero y la noble ingenuidad, Huerta y el talento de nuestra Historia como autora teatral de farsas trágicas, y Carranza con su genio político. Con él entra en escena el poder del norte, los políticos de Sonora que marcarían los años veinte. Y luego, Cárdenas, naturalmente. Con él no hay intimidad, no hay cercanía con su figura, nada de confianzas. El general dejó notitas, muchas notitas, cartones que se han editado como sus obras completas. Hacer con ellos una historia apasionante debió de haber sido el gran reto del periodista. Cárdenas no dejaba ver mucho detrás de su rostro. Se encerraba a pensar. La Expropiación Petrolera de 1938 se muestra como una resolución desplegada luego de reflexionar en soledad, de pesar los posibles desenlaces, y luego, la sola transcripción del emocionante discurso del 18 de marzo. Dije emocionante... Pero no sé si es la palabra. Eso sería si fuera vigente este acto histórico. Pero una vez desmantelada su obra política, debería de elegir otro término, uno que tuviera una carga de indignación póstuma. Sí, está recortado el personaje, porque a pesar de la admiración de Benítez, le sabe marcar límites. Por ejemplo, Cárdenas tuvo enemigos desde el flanco de la derecha: el PAN sigue siendo hasta hoy la expresión del anticardenismo aunque quizá sus miembros lo ignoren. Pero desde la izquierda también hay cierto problema al abordarlo: no obstante que recibió a Trotsky (cuando ningún país se atrevió a aceptarlo) y aún cuando dio asilo a los españoles que huyeron de España, la izquierda no lo ha aceptado como uno de sus miembros más destacados. ¡Y eso que abogó ante López Mateos por los ferrocarrileros presos e intentó ir a Cuba a pelear por la Revolución en 1959! Pero en su periodo, Cárdenas no fue ningún comunista, fue un constructor del capitalismo industrial, un consolidador del corporativismo. Es cierto, no se le podría ver fuera de su realidad. Pero es justo ver la radicalización de su postura al transcurrir de los años. Pienso que con Fernando Benítez, el maestro invisible de nuestra literatura, existe una deuda, pues su obra debería ser una de las más conocidas y valoradas en nuestra tradición literaria y periodística.
Fernando Benítez. Lázaro Cárdenas y la revolución mexicana. I. El porfirismo (8ª reimp., 2012); II. El caudillismo (6ª reimp., 2013); III. El cardenismo (3ª reimp., 1993). México, FCE, 1993, 2012 y 2013.
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