Este libro es una oportunidad para reflexionar, junto con su
autor, acerca de la relación de Octavio Paz con la Historia. Una relación
compleja, pues Paz siempre se acercó a ella con los ojos del poeta, y trató de
explicar sus procesos con imágenes literarias. Una muy bella es “el laberinto
de la soledad”, imagen que de por sí daría para meditar aun sin saber si se
refiere a los mexicanos. Sin embargo, para referirse al presidencialismo de
nuestro país, Paz habló de una “pirámide” que los mexicanos ocultamos en
nuestro interior. Es decir, la herencia de los emperadores prehispánicos que
nos determina y nos hace necesitar de un moderno tlatoani. Sin embargo, esta
imagen no permite ver el funcionamiento real de la política pues hace del poder
un concepto impenetrable y sin historia. Pero el poder es un proceso, pues la
pirámide se debe de construir. Es un consenso, una construcción de
acuerdos, por lo que antes de que el PRI eligiera sus candidatos se tenían que
conocer las posturas de los sectores que lo formaban. Sin esos acuerdos,
difícilmente se podría construir esa pirámide. Vista así, la imagen pierde su
eficacia para explicar un fenómeno histórico. Es cierto que las imágenes y las
metáforas son un recurso usado por historiadores, pero sólo como recursos de
corto alcance, que no sustituyen el proceso de la economía o de la historia.
Paz, por su parte, concibe sus imágenes como forma profunda de la Historia. Alfonso
Reyes había hablado de que los mexicanos llegamos tarde al banquete de la
civilización. Con lo que sugería que nuestra cultura comenzó cuando el mundo
occidental ya había dado sus mejores frutos. Paz tomó la idea como punto de
partida, pero modificó sustancialmente los supuestos. Dijo, al ganar el Premio
Nobel, que los mexicanos éramos finalmente contemporáneos de los demás hombres.
Eso equivale a decir que una civilización (la europea, Estados Unidos) lleva el
reloj correcto de la Historia. Pero además de conservar el eurocentrismo, esta
afirmación supone que los intelectuales anteriores no eran contemporáneos
de los demás hombres. Una afirmación que pretendía desconocer las grandes
polémicas intelectuales de los siglos XVIII y XIX, cuando los jesuitas escribieron
para contestar a los autores europeos que descreían del valor intelectual
de América. Y a los liberales, como Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel
Altamirano, que lucharon contra el colonialismo intelectual de España. Por
cierto, Brading señala una aspecto del que no se han percatado muchos críticos de la
obra de Paz: que el poeta no trató jamás de Benito Juárez. ¿Qué significará esta
omisión, viniendo del nieto de un juarista? ¿Que daba por hecho su valor
histórico? ¿o que no quiso desafiar el pensamiento de su abuelo? Ciertamente,
no les concedió valor a los intelectuales mexicanos del XIX, como se puede
observar en el libro Los hijos del limo.
El pensamiento de Paz sobre la Historia de México supone un “subsuelo psíquico”
con experiencias que se van sepultando en él. Sin embargo, al constituirse como
ideas con una vida propia y con un poder de manipulación sobre los individuos
particulares, suena como a una versión moderna del platonismo aplicado a la
Historia de nuestro país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario