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domingo, 8 de mayo de 2016

Vivir la noche, de Fabrizio León


 
Nunca he sentido el llamado de la noche, desafortunadamente. No, por lo menos, con la fuerza suficiente para abandonar mi ventana y dejar de ver los árboles o el café de enfrente, que parece pintado por Hopper. La noche la prefiero leída, porque es la de los otros, la de los recuerdos y la de los misterios de la ciudad. Y porque lo que admiro de la noche no está en el presente sino en el pasado. La encuentro admirable fotografiada o retratada. Lo que quiere decir que prefiero la representación que el original. Bueno, la noche mía es la de las caminatas por la calle, muchas veces solitarias. Pero dejaré de lamentarme de algo que no es lamentable. Todo lo contrario, ya es bastante la suerte de que Fabrizio León se interese por este tema y que lo sepa transmitir. En los créditos del libro se le dice “curador” en el lugar que debería ocupar el trabajo de “editor”. Aunque como tiene numerosas fotografías también seleccionadas por él, parece un museo de lo social una vez que sale la luna. Los travestis se maquillan en su camerino, los capta el fotógrafo Jesús Carlos, así como el Teatro Blanquita, que agoniza desde que no existe Margo Su. Veo las imágenes de su reinauguración, con María Victoria, Lucha Villa y Resortes. Baraja de imágenes para retratar un tema que no es fácilmente aprensible, y cuyo recuento comienza con el magnífico texto de Iván Restrepo, a finales de los años 50, y que termina con la crónica de los años 90, con los raves. Ésos sí los conocí, pero ni siquiera poniéndolos bajo el cubreobjetos ni con el microscopio de la memoria les puedo encontrar cierto interés. Mejor desviar la vista hacia Irma Serrano como Nana en el teatro Fru Fru, o a las memorias de Luis Ángel Silva “Melón”, que murió hace muy poco tiempo, y con él, lo mejor del son. Cuenta su vida Alejandra del Moral, la mejor bailarina de mambo, que hacía una fotonovela diaria y que se casó con el Santo en el cine. Y Juan Ponce, el gran Juan Ponce, que hizo feliz a las vedettes de los años 70 con sus fotografías. Más que retratarlas, parece que las quería comer completitas. Yo no sabía que muy cerca de aquí, Humberto Zendejas tenía un puesto en que vendía sus fotografías, sobre la avenida Álvaro Obregón. Zendejas, que retrató a Marilyn Monroe en su visita a México y todos los cabarets de la capital. Gloria Maldonado Ansó, que lo conoció, le organizó una exposición en el Festival Cervantino, a donde acudió el fotógrafo. Cuando llegó, le dijo: “Son las únicas vacaciones que he tomado en mi vida”. Así como en la noche, que no sabría bien a dónde dirigirme, en este libro hay oferta abundante. Pero lo que más me gustó fue el eufemismo acerca del club gay Clandestine, en donde se dice que los stripers “interactuaban con el público”. ¿Será que la noche sólo se me vuelve interesante cuando la veo vivir en las palabras de los otros?

Fabrizio León (curador). Vivir la noche. Historias en la Ciudad de México. México, Conaculta-Tintable, 2014.

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