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sábado, 14 de mayo de 2016

Otra máscara de Esperanza, de Adriana González Mateos


 
Aún quedan personajes de la Historia que no se han ido a vivir a las novelas. Esperanza López Mateos era una de ellos. Y eso que su leyenda ya tenía un aura novelesca. Fue prácticamente la única persona que se ganó la confianza completa del escritor B. Traven. Conoció sus novelas mientras trabajaba en una editorial y se dedicó a traducirlas al español. Cuando terminó una de ellas, le escribió a su agente para proponerle una edición mexicana. “Si le gustan, las publicamos; y si no, no ha pasado nada, la traducción se va a la basura”. Así se ganó la confianza del más misterioso de los escritores alemanes, si es que fue alemán. La hermana del presidente Adolfo López Mateos también tenía su propio misterio: supuestamente, fue la hija de un español, dueño de ingenios en Oaxaca, quien la dejó en adopción a la joven viuda Elena Mateos para que la educara. Esperanza apoyó a movimientos sociales, entre ellos el de los mineros de Nueva Rosita que marcharon a la capital para protestar en 1951. Era la mejor amiga de sus primos, Gabriel y Roberto Figueroa. Alguna vez supe que había sido especialmente cercana a Gabriel, pero se casó con Roberto. Qué extraño, ella le pidió a suesposo que Gabriel se fuera a vivir con ellos en su casa de Coyoacán. A causa de un accidente de automóvil quedó en silla de ruedas, lo cual la deprimió al grado de que fue internada en un psiquiátrico. Pienso que Gabriel era su amor verdadero, pues se suicidó después de que él le diera la noticia de que se iba a casar. Ah, porque se suicidó; se disparó en la cabeza la noche del 19 de septiembre de 1951. ¿O no? Porque la novela puede manipular una cosa mínima: basta con que la puerta del balcón estuviera entreabierta, para que entre a la historia la sospecha. Y entrando ella en escena, se asoman también el móvil y los sospechosos. La mercancía crea el mercado, decía Marx. En este caso, el crimen crea su móvil. Se manipulan algunos aspectos de la realidad, para intentar imaginar el mundo del anticomunismo, la migración alemana, el mundo de la política impublicable que debió de conocer un Salvador Novo. Y de ese “B. Traven” se aprovecha el misterio para hacerlo el padre de Esperanza. Pero es todo lo que diré de la trama. La autora tiene la capacidad no tan común de ser convincente al recrear otra época con pocas pinceladas. Algo se parece el libro a la película Distinto amanecer, con sus sombras y sus estaciones de trenes. El verdadero protagonista es el detective y se va internando en el mundo del pudo ser, lo que hace que los personajes históricos sólo sean un momento de una partida de ajedrez que se comenzó a jugar de otro modo. Se llega a un puerto ciertamente extraño y familiar, el pasado alternativo en que el mundo no quiere saber de la asesinada; si se la mató, lo mejor es seguir el camino de los crímenes políticos, es decir la convención de que lo mejor es sepultarlos también. En ese sentido, la literatura concluye cosas muy parecidas a la vida.

Adriana González Mateos. Otra máscara de Esperanza. México, Oceano, 2015. (col. Hotel de Letras)

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