Aún quedan personajes de la Historia que no se han
ido a vivir a las novelas. Esperanza López Mateos era una de ellos. Y eso que
su leyenda ya tenía un aura novelesca. Fue prácticamente la única persona que
se ganó la confianza completa del escritor B. Traven. Conoció sus novelas
mientras trabajaba en una editorial y se dedicó a traducirlas al español.
Cuando terminó una de ellas, le escribió a su agente para proponerle una
edición mexicana. “Si le gustan, las publicamos; y si no, no ha pasado nada, la
traducción se va a la basura”. Así se ganó la confianza del más misterioso de
los escritores alemanes, si es que fue alemán. La hermana del presidente Adolfo
López Mateos también tenía su propio misterio: supuestamente, fue la hija de un
español, dueño de ingenios en Oaxaca, quien la dejó en adopción a la joven
viuda Elena Mateos para que la educara. Esperanza apoyó a movimientos sociales,
entre ellos el de los mineros de Nueva Rosita que marcharon a la capital para
protestar en 1951. Era la mejor amiga de sus primos, Gabriel y Roberto Figueroa.
Alguna vez supe que había sido especialmente cercana a Gabriel, pero se casó
con Roberto. Qué extraño, ella le pidió a suesposo que Gabriel se fuera a vivir
con ellos en su casa de Coyoacán. A causa de un accidente de automóvil quedó en
silla de ruedas, lo cual la deprimió al grado de que fue internada en un
psiquiátrico. Pienso que Gabriel era su amor verdadero, pues se suicidó después
de que él le diera la noticia de que se iba a casar. Ah, porque se suicidó; se
disparó en la cabeza la noche del 19 de septiembre de 1951. ¿O no? Porque la
novela puede manipular una cosa mínima: basta con que la puerta del balcón
estuviera entreabierta, para que entre a la historia la sospecha. Y entrando
ella en escena, se asoman también el móvil y los sospechosos. La mercancía crea
el mercado, decía Marx. En este caso, el crimen crea su móvil. Se manipulan
algunos aspectos de la realidad, para intentar imaginar el mundo del
anticomunismo, la migración alemana, el mundo de la política impublicable que
debió de conocer un Salvador Novo. Y de ese “B. Traven” se aprovecha el
misterio para hacerlo el padre de Esperanza. Pero es todo lo que diré de la
trama. La autora tiene la capacidad no tan común de ser convincente al recrear
otra época con pocas pinceladas. Algo se parece el libro a la película Distinto amanecer, con sus sombras y sus
estaciones de trenes. El verdadero protagonista es el detective y se va
internando en el mundo del pudo ser, lo que hace que los personajes históricos
sólo sean un momento de una partida de ajedrez que se comenzó a jugar de otro
modo. Se llega a un puerto ciertamente extraño y familiar, el pasado
alternativo en que el mundo no quiere saber de la asesinada; si se la mató, lo
mejor es seguir el camino de los crímenes políticos, es decir la convención de
que lo mejor es sepultarlos también. En ese sentido, la literatura concluye
cosas muy parecidas a la vida.
Adriana González Mateos. Otra máscara de Esperanza. México, Oceano, 2015. (col. Hotel de Letras)
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