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sábado, 9 de abril de 2016

Victoria y sus amigos, de Flaminia Ocampo


 
Debió de haber sido difícil ser Victoria Ocampo (1890-1979): millonaria (¡dos veces millonaria!), inteligente, culta, guapa, elegante y propietaria en un país al final del mundo. No, no quería estar en la orilla del planeta, quería estar en el centro. ¿Argentina?, ¿Sudamérica? Virginia Woolf ni siquiera podía escribir bien su apellido: O’Campo, Okampo… qué extraño. ¿Qué hay en su país, mrs. Ocampo?, ¿mariposas? Me imagino que muchas mariposas. En efecto, Virginia, muchas mariposas revoloteando por las inmensas llanuras, Allá en ese país tengo una revista, se llama Sur, y Jorge Luis Borges, uno de nuestros colaboradores, tiene grandes deseos de traducir tu Orlando al español. ¿Al español?, yo creo que no es buena idea, en ese tu país no me leerá nadie, y nadie comprenderá lo que quiero decir. Qué difícil el encuentro de una argentina y una inglesa, excéntricas ambas, cada una a su modo. Vista de lejos, parece tan encerrada en su época, así que tuvo que crear el espacio intelectual para existir. Una latina millonaria, mecenas de artistas, culta. ¡Deja de ser tan frívola, Victoria, tan artificial!, parece decirle Gabriela Mistral por su parte. Se conocieron, se vieron seis veces en la vida, pero se mandaron cartas durante veinte años. Fascinadas las dos, porque eran tan distintas. Quedan ochenta y cuatro cartas de Gabriela y treinta y cuatro de Victoria. En ellas intentan retratarse a sí mismas, mejor unas palabras que unas fotos, y la insistencia de no dejarse, de estar siempre al otro lado de la distancia. Pero qué ganas de interrogar más a las cartas, tan avaras que no sueltan mucho más de lo que dicen. ¡Y ese español, Ortega y Gasset, que no soporta vivir en Buenos Aires y que Victoria le preste dinero! Bueno, después olvidaría la deuda. En las cartas, los detalles sin importancia conviven con las palabras trascendentales, sin que sepamos bien cuáles eran cuáles para sus autores. Buscamos en ellas pero no entendemos la mitad, o más de la mitad, quién sabe qué entendemos cuando husmeamos en las palabras de los muertos. Revivimos unos instantes que, quién sabe, deberían de estar justamente olvidados. Sólo lo importante tiene una vida propia, ajeno a las cartas personales. La autora, Flaminia Ocampo ha leído cartas y cartas de su tía Victoria. Al principio por casualidad, es que en realidad no le caía bien. Es que en su familia se contaba que a Victoria, su hermana, la poeta Silvina le había leído un poema en que decía “la infame primavera”. Y Victoria, que amaba las flores y sus fragancias, había gritado: “¿Infame la primavera? ¡Infame jamás!” ¡Qué arrogante era la tía Victoria, qué incapaz de comprender las razones ajenas!, pensó Flaminia, y por eso dejó de interesarle su antepasada ilustre, hasta que se encontró con sus cartas. Se dedicó a esbozar algunas amistades, aunque faltan muchas más. Éstas hablan de un mundo de relaciones inusitadas. Waldo Frank, que cenó con Victoria, antes había cenado con Diego Rivera, y antes con Hearst y su amante Marion Davies (¡los inspiradores de El ciudadano Kane!). Bueno, emociona saber que la amistad es una costra que se queda pegada a las cartas y que tiene una vida propia, independiente de las personas que la sintieron y que, luego, tal vez, olvidaron.

Flaminia Ocampo. Victoria y sus amigos. Buenos Aires, Aquilina, 2009.

1 comentario:

Ricardo dijo...

Acabo de leer el libro "Victoria y sus amigos" y debo decir que es excelente. A todo lo escrito ya sobre Victoria, se suman estos relatos de una manera muy original, contando las historias a partir de los amigos y no solo de Victoria en sí. Lei un monton sobre VO pero este libro me dio mucha información de la que no tenia ni idea.

Ya que es de la familia, seria interesante que Flaminia algún dia escriba un libro con todo lo que se decía de Victoria puertas adentro, entre los propios parientes.