Debió de haber sido difícil ser Victoria Ocampo (1890-1979):
millonaria (¡dos veces millonaria!), inteligente, culta, guapa, elegante y
propietaria en un país al final del mundo. No, no quería estar en la orilla del
planeta, quería estar en el centro. ¿Argentina?, ¿Sudamérica? Virginia Woolf ni
siquiera podía escribir bien su apellido: O’Campo, Okampo… qué extraño. ¿Qué
hay en su país, mrs. Ocampo?, ¿mariposas? Me imagino que muchas mariposas. En
efecto, Virginia, muchas mariposas revoloteando por las inmensas llanuras, Allá
en ese país tengo una revista, se llama Sur,
y Jorge Luis Borges, uno de nuestros colaboradores, tiene grandes deseos de
traducir tu Orlando al español. ¿Al
español?, yo creo que no es buena idea, en ese tu país no me leerá nadie, y
nadie comprenderá lo que quiero decir. Qué difícil el encuentro de una
argentina y una inglesa, excéntricas ambas, cada una a su modo. Vista de lejos,
parece tan encerrada en su época, así que tuvo que crear el espacio intelectual
para existir. Una latina millonaria, mecenas de artistas, culta. ¡Deja de ser
tan frívola, Victoria, tan artificial!, parece decirle Gabriela Mistral por su
parte. Se conocieron, se vieron seis veces en la vida, pero se mandaron cartas
durante veinte años. Fascinadas las dos, porque eran tan distintas. Quedan
ochenta y cuatro cartas de Gabriela y treinta y cuatro de Victoria. En ellas
intentan retratarse a sí mismas, mejor unas palabras que unas fotos, y la
insistencia de no dejarse, de estar siempre al otro lado de la distancia. Pero
qué ganas de interrogar más a las cartas, tan avaras que no sueltan mucho más
de lo que dicen. ¡Y ese español, Ortega y Gasset, que no soporta vivir en
Buenos Aires y que Victoria le preste dinero! Bueno, después olvidaría la
deuda. En las cartas, los detalles sin importancia conviven con las palabras
trascendentales, sin que sepamos bien cuáles eran cuáles para sus autores.
Buscamos en ellas pero no entendemos la mitad, o más de la mitad, quién sabe
qué entendemos cuando husmeamos en las palabras de los muertos. Revivimos unos
instantes que, quién sabe, deberían de estar justamente olvidados. Sólo lo
importante tiene una vida propia, ajeno a las cartas personales. La autora,
Flaminia Ocampo ha leído cartas y cartas de su tía Victoria. Al principio por
casualidad, es que en realidad no le caía bien. Es que en su familia se contaba
que a Victoria, su hermana, la poeta Silvina le había leído un poema en que
decía “la infame primavera”. Y Victoria, que amaba las flores y sus fragancias,
había gritado: “¿Infame la primavera? ¡Infame jamás!” ¡Qué arrogante era la tía
Victoria, qué incapaz de comprender las razones ajenas!, pensó Flaminia, y por
eso dejó de interesarle su antepasada ilustre, hasta que se encontró con sus
cartas. Se dedicó a esbozar algunas amistades, aunque faltan muchas más. Éstas
hablan de un mundo de relaciones inusitadas. Waldo Frank, que cenó con
Victoria, antes había cenado con Diego Rivera, y antes con Hearst y su amante
Marion Davies (¡los inspiradores de El
ciudadano Kane!). Bueno, emociona saber que la amistad es una costra que se
queda pegada a las cartas y que tiene una vida propia, independiente de las personas que la
sintieron y que, luego, tal vez, olvidaron.
Flaminia Ocampo. Victoria
y sus amigos. Buenos Aires, Aquilina, 2009.
1 comentario:
Acabo de leer el libro "Victoria y sus amigos" y debo decir que es excelente. A todo lo escrito ya sobre Victoria, se suman estos relatos de una manera muy original, contando las historias a partir de los amigos y no solo de Victoria en sí. Lei un monton sobre VO pero este libro me dio mucha información de la que no tenia ni idea.
Ya que es de la familia, seria interesante que Flaminia algún dia escriba un libro con todo lo que se decía de Victoria puertas adentro, entre los propios parientes.
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