La obra de Vicente
Riva Palacio (1832-1896) es el origen de muchas ideas acerca de México, tenidas
como ciertas y universales. Como la que dice que somos un pueblo melancólico.
La visión general de la Nueva España que aún hoy conservamos, es muy probable
que provenga de sus libros –novelas y estudios históricos. Eso lo afirmaba José
Emilio Pacheco (quien a su vez hizo el guión cinematográfico de El santo oficio, cinta de Arturo
Ripstein basada en el caso de la familia Carvajal, quemada por judaizante; un
caso dado a conocer por Riva Palacio en 1871, en El libro rojo). Pero abundemos un poco: se debe a que Riva Palacio,
en 1861, albergó en su casa el archivo de la Inquisición, gracias a una encomienda
de Benito Juárez. El General le dio dos salidas literarias a este acervo: una
serie de novelas inspiradas en célebres procesos y una serie de artículos
históricos. Qué suculencia, pasar las páginas de un material oculto detrás de
los muros del Santo Oficio. Antes que él, sólo habían sido observadas por los
amanuenses que escucharon las confesiones de los pretendidos herejes, judíos y
hechiceros. La secular secrecía de la Iglesia, vulnerada por el liberalismo… Me
pregunto cómo habrán recibido los sacerdotes de entonces estos libros en que se
habla de los procesos inquisitoriales. Hoy existe una corriente de
historiadores que intentan limpiar un poco el papel de la Inquisición
diciéndonos que no era tan terrible, que hay una leyenda negra, que no fueron tantos
los quemados públicos. Quizá sea falaz, pero también un poco inquietante,
preguntarse si hoy, el hecho de ventilar todo públicamente ha hecho que se
reduzca la impunidad. Cómo sería entonces en un mundo en que la Inquisición no
tenía un poder que le hiciera contrapeso. El relato de Riva Palacio es la
descripción de una maquinaria, sin nombres, sólo cargos y funciones, una serie
de personajes exentos de la sospecha y de la persecución. En el empeño de
mostrar su poder sobre los vivos y los muertos –los muertos también podían ser
investigados, y las propiedades de sus herederos, confiscadas–, la Inquisición
hizo de las quemas públicas un espectáculo suntuoso (al Virrey se le
acondicionaba un cuarto superior de alguna casa rica para comer y dormir,
conectado por un puente a su palco para presenciar las quemas públicas). Al
autor le sirvió el estudio de la Inquisición para buscar la relación de las
instituciones con los pueblos. Dice que los historiadores caen en el error de
juzgar a las sociedades por sus instituciones. Pero eso no sirve de nada, pues
las sociedades como las personas pueden ser profundamente hipócritas y decir
que sus leyes son progresistas y sabias cuando los gobiernos no las acatan:
“Las instituciones son muchas veces el engaño de un pueblo que quiere aparecer
como muy avanzado en el camino de la libertad”. No hemos sido ajenos a este
debate, pues hoy se nos pide de muchos modos que respetemos las instituciones.
Sin embargo, son los gobiernos los que preparan los grandes cataclismos de los
que serán víctimas. Sería buena moraleja para muchos pasajes de nuestra
historia, si no tuviera el inconveniente de que fue escrita antes.
Vicente Riva Palacio, Ensayos históricos, comp. de este volumen y coord. de la obra, José
Ortiz Monasterio. México, Conaculta-UNAM-IMC-Instituto José María Luis Mora,
1997. (Obras escogidas, IV)
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