No cabe
duda de que Gabriela Mistral es un personaje algo incómodo. No cabe bien en los
lugares que se han diseñado para colocarla. Por alguna razón, se cae al suelo
con más frecuencia que otros autores. Otros gozan de la unanimidad de los
lectores, son más o menos frecuentados. Pero pocas veces se ve lo que con ella:
que los que la admiran no se ponen de acuerdo entre sí, y los que le tienen
poca estima tampoco tienen las mismas razones. A veces se le ve como una mujer
conservadora, la típica mujer maternal que escribió textos insulsamente
pedagógicos. Y sin embargo, no tiene nada que ver con esa imagen. Pocas veces
se le vio con un niño, y hasta parece que era una de las mujeres menos
maternales que puedan pensarse. Sus cantos para niños no son para niños. Están
dirigidos a las mujeres que arrullan a sus hijos. Pero hasta en eso es poco
convencional, pues la idea del amor materno que tiene es básicamente una
angustia. En sus poemas, la madre que arrulla al niño quisiera que el tiempo no
pasara, que siempre fuera esos tejido de órganos fraguado en su interior,
dependiente siempre, antes preferiría que muriera a que creciera y la
abandonara. Curiosa muestra del amor que le pide al objeto amado que no tenga
voluntad. Si se la ve como una mujer que eligió la pedagogía como una misión
que le permitirá olvidarse del amor, también se incurre en un problema. No
olvidó el amor, se le sometió voluntariamente como al destino. Sólo que terminó
por despreciar los amores masculinos. En cambio, su sexualidad fuertemente
inscrita en los versos está ligada con la locura. Siempre se ha dicho, en relación a los
versos que escribió a su amante suicida, que fue una eterna mujer dolida. Pero en la versión definitiva que ella
dejó de Los sonetos de la muerte se
ve qué lejos estaba del amor convencional. Si el muerto está muerto no lo está
por voluntad propia. Se ve que la mujer que habla en este poema tiene los
poderes de la hechicera y que influye en Dios para matarlo. Sí, el amado muere
porque ella prefiere matarlo que compartirlo. Nuevamente, la Mistral religiosa,
convencionalmente religiosa, no existe. Su cristianismo es, en el fondo, una
herejía. Habla de un más allá cuyos efluvios bañan el mundo de acá, se
presiente, pero no se llega a ver en definitiva. Y el Dios que está detrás no
es el del mundo judío, con atributos humanos. Incluso, hay notorias alusiones a
la Teosofía, la aburrida doctrina de madame Blavatsky que continuamente ataca a
Cristo como un corruptor de la verdadera revelación de Dios. El autor del libro
es Grínor Rojo, ha tomado a Gabriela Mistral y ha extraído de sus lecturas categorías
nuevas, poco convencionales. Como creo con gran seguridad que la poesía de la
Mistral adquiere una belleza conforme se rompen las viejas y cómodas lecturas de
sus contemporáneos, no dudo, junto con el autor, que el lector de la Mistral
necesita transformarse para renacer junto con esta obra poética
Grínor Rojo. Dirán
que está en la gloria… (Mistral). Santiago de Chile, FCE, 1997. (Col.
Tierra Firme)
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