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jueves, 4 de febrero de 2016

Dirán que está en la gloria… (Mistral), de Grínor Rojo

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No cabe duda de que Gabriela Mistral es un personaje algo incómodo. No cabe bien en los lugares que se han diseñado para colocarla. Por alguna razón, se cae al suelo con más frecuencia que otros autores. Otros gozan de la unanimidad de los lectores, son más o menos frecuentados. Pero pocas veces se ve lo que con ella: que los que la admiran no se ponen de acuerdo entre sí, y los que le tienen poca estima tampoco tienen las mismas razones. A veces se le ve como una mujer conservadora, la típica mujer maternal que escribió textos insulsamente pedagógicos. Y sin embargo, no tiene nada que ver con esa imagen. Pocas veces se le vio con un niño, y hasta parece que era una de las mujeres menos maternales que puedan pensarse. Sus cantos para niños no son para niños. Están dirigidos a las mujeres que arrullan a sus hijos. Pero hasta en eso es poco convencional, pues la idea del amor materno que tiene es básicamente una angustia. En sus poemas, la madre que arrulla al niño quisiera que el tiempo no pasara, que siempre fuera esos tejido de órganos fraguado en su interior, dependiente siempre, antes preferiría que muriera a que creciera y la abandonara. Curiosa muestra del amor que le pide al objeto amado que no tenga voluntad. Si se la ve como una mujer que eligió la pedagogía como una misión que le permitirá olvidarse del amor, también se incurre en un problema. No olvidó el amor, se le sometió voluntariamente como al destino. Sólo que terminó por despreciar los amores masculinos. En cambio, su sexualidad fuertemente inscrita en los versos está ligada con la locura. Siempre se ha dicho, en relación a los versos que escribió a su amante suicida, que fue una eterna mujer dolida. Pero en la versión definitiva que ella dejó de Los sonetos de la muerte se ve qué lejos estaba del amor convencional. Si el muerto está muerto no lo está por voluntad propia. Se ve que la mujer que habla en este poema tiene los poderes de la hechicera y que influye en Dios para matarlo. Sí, el amado muere porque ella prefiere matarlo que compartirlo. Nuevamente, la Mistral religiosa, convencionalmente religiosa, no existe. Su cristianismo es, en el fondo, una herejía. Habla de un más allá cuyos efluvios bañan el mundo de acá, se presiente, pero no se llega a ver en definitiva. Y el Dios que está detrás no es el del mundo judío, con atributos humanos. Incluso, hay notorias alusiones a la Teosofía, la aburrida doctrina de madame Blavatsky que continuamente ataca a Cristo como un corruptor de la verdadera revelación de Dios. El autor del libro es Grínor Rojo, ha tomado a Gabriela Mistral y ha extraído de sus lecturas categorías nuevas, poco convencionales. Como creo con gran seguridad que la poesía de la Mistral adquiere una belleza conforme se rompen las viejas y cómodas lecturas de sus contemporáneos, no dudo, junto con el autor, que el lector de la Mistral necesita transformarse para renacer junto con esta obra poética

Grínor Rojo. Dirán que está en la gloria… (Mistral). Santiago de Chile, FCE, 1997. (Col. Tierra Firme)

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