Es curioso
lo que pasa con esta obra: parece que la versión definitiva y perfecta no
existe, tiene que ser imaginada por el lector (y espectador). La novela
original tenía ciertas características que el guión escrito por el mismo autor
no conserva. Cuando apareció la versión protagonizada por Will Smith, el final
cambió completamente. La película de los años 60 tenía algo de serie de
televisión, de obra teatral. La versión de 2007, dirigida por Francis Lawrence,
es más “realista”, si se piensa en las tomas de la ciudad de Nueva York
abandonada. Lo curioso es que ni siquiera el cine de horror es tan pesimista
como para reconocer el fin de la especie humana y necesita terminar con un
mensaje de esperanza. No es definitivamente lo que buscaba Richard Matheson
(1926-2013) cuando escribió Soy leyenda.
Al pensar en ella, creo que hay similitudes con una obra como Esperando a Godot. La soledad del
escenario y la larga espera, en aspectos exteriores. Desde el punto de vista de
la interioridad de los personajes, algo tienen en común, pues mantienen la
esperanza a pesar de todo, de algo que tiene que llegar, aunque lo que llegue,
en el caso de esta novela, no sea más que el fin de la especie humana.
Curiosamente, lo que Beckett y Matheson comparten es la representación del
cambio social como el fin de los tiempos, la llegada del apocalipsis. Cae la
noche, y Robert Neville, el protagonista tiene que refugiarse en casa, pues los
vampiros salen de noche, que no sepan el lugar exacto de su refugio, pues lo
aniquilarían. Los que fueron amigos, hoy son sus depredadores. Ahora bien, en
el espacio circundante, que no se alcanza a ver, que se adivina en la
oscuridad, nace una nueva sociedad para la cual el ser humano es repugnante, peligroso.
Es la inversión moral del punto de vista. De pronto Neville se convierte en el
otro. Esto también es común en el cine, un recurso que precisamente se utiliza
en la cinta Los otros. El horror es
relativo. No, no es relativo, es absoluto, y depende de un punto de vista
parcial y excluyente. El otro existe y lo más aterrador de su existencia es que
puede tener acceso a la conciencia. De hecho, hacia ella va y es necesario
detenerlo antes de que la alcance. La elegía al último hombre sobre la tierra
es también el fin y el punto más extremo de la poesía. Al finalizar el yo, la
lírica también sucumbe. Pero lo que me interesa es el hecho de que a la razón
se accede si se tiene el poder, pues ambos –humanos y vampiros– tienen la misma
capacidad y el mismo derecho. Pero las dos especies de repelen. Entre esta
sociedad que termina y aquella que nace, ¿hay algo que pueda ser común? ¿Por lo
menos la poesía, la música al menos? Parece que no. Hay una trampa en este tipo
de literatura, pues pareciera que todas las creaciones mueren, y que incluso
aquello que tiene más probabilidades de trascendernos (como el arte), también
sucumbirán. La literatura de horror encierra una gran dosis de egolatría: sólo
nosotros por nosotros y por nuestros medios somos capaces de comprendernos, los
Otros no serán capaces. Y tenemos la altanería de afirmarlo sin tener siquiera
la curiosidad de conocerlos.
Richard
Matheson. Soy leyenda. Las criaturas de
la noche / I Am Legend. The Night
Creatures: The Script (1954 y 1982), trad. de Manuel Figueroa (Soy leyenda, 1960) y Manuel Mata (Las criaturas de la noche, 2014).
Barcelona, Planeta, 2014.
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