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martes, 23 de febrero de 2016

Soy leyenda, de Richard Matheson

 

Es curioso lo que pasa con esta obra: parece que la versión definitiva y perfecta no existe, tiene que ser imaginada por el lector (y espectador). La novela original tenía ciertas características que el guión escrito por el mismo autor no conserva. Cuando apareció la versión protagonizada por Will Smith, el final cambió completamente. La película de los años 60 tenía algo de serie de televisión, de obra teatral. La versión de 2007, dirigida por Francis Lawrence, es más “realista”, si se piensa en las tomas de la ciudad de Nueva York abandonada. Lo curioso es que ni siquiera el cine de horror es tan pesimista como para reconocer el fin de la especie humana y necesita terminar con un mensaje de esperanza. No es definitivamente lo que buscaba Richard Matheson (1926-2013) cuando escribió Soy leyenda. Al pensar en ella, creo que hay similitudes con una obra como Esperando a Godot. La soledad del escenario y la larga espera, en aspectos exteriores. Desde el punto de vista de la interioridad de los personajes, algo tienen en común, pues mantienen la esperanza a pesar de todo, de algo que tiene que llegar, aunque lo que llegue, en el caso de esta novela, no sea más que el fin de la especie humana. Curiosamente, lo que Beckett y Matheson comparten es la representación del cambio social como el fin de los tiempos, la llegada del apocalipsis. Cae la noche, y Robert Neville, el protagonista tiene que refugiarse en casa, pues los vampiros salen de noche, que no sepan el lugar exacto de su refugio, pues lo aniquilarían. Los que fueron amigos, hoy son sus depredadores. Ahora bien, en el espacio circundante, que no se alcanza a ver, que se adivina en la oscuridad, nace una nueva sociedad para la cual el ser humano es repugnante, peligroso. Es la inversión moral del punto de vista. De pronto Neville se convierte en el otro. Esto también es común en el cine, un recurso que precisamente se utiliza en la cinta Los otros. El horror es relativo. No, no es relativo, es absoluto, y depende de un punto de vista parcial y excluyente. El otro existe y lo más aterrador de su existencia es que puede tener acceso a la conciencia. De hecho, hacia ella va y es necesario detenerlo antes de que la alcance. La elegía al último hombre sobre la tierra es también el fin y el punto más extremo de la poesía. Al finalizar el yo, la lírica también sucumbe. Pero lo que me interesa es el hecho de que a la razón se accede si se tiene el poder, pues ambos –humanos y vampiros– tienen la misma capacidad y el mismo derecho. Pero las dos especies de repelen. Entre esta sociedad que termina y aquella que nace, ¿hay algo que pueda ser común? ¿Por lo menos la poesía, la música al menos? Parece que no. Hay una trampa en este tipo de literatura, pues pareciera que todas las creaciones mueren, y que incluso aquello que tiene más probabilidades de trascendernos (como el arte), también sucumbirán. La literatura de horror encierra una gran dosis de egolatría: sólo nosotros por nosotros y por nuestros medios somos capaces de comprendernos, los Otros no serán capaces. Y tenemos la altanería de afirmarlo sin tener siquiera la curiosidad de conocerlos.

Richard Matheson. Soy leyenda. Las criaturas de la noche / I Am Legend. The Night Creatures: The Script (1954 y 1982), trad. de Manuel Figueroa (Soy leyenda, 1960) y Manuel Mata (Las criaturas de la noche, 2014). Barcelona, Planeta, 2014.

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