Para María Elena Leal
¿A dónde vuelan las manos de Lola Beltrán cuando canta? ¿Por qué revolotean, se paran sobre su pelo, se coquetean entre ellas como dos palomas, hacen como que se van y se regresan, forman el signo del silencio y el de la cruz, despliegan sus alas, bendicen, avientan el desprecio y finalmente se pierden en el cielo cuando termina la canción? ¿Por qué parece que nos toman y nos acarician o nos elevan entre sus dedos? ¿A dónde nos llevan sin que nos demos cuenta? Bueno, en esta ocasión nos trajeron a Navojoa, nos reunieron en esta ocasión para estar con ella. Qué bueno que no nos ha abandonado, a pesar de que hace veinte años que se fue. Nos arrojó por aquí, bajo el cielo más inmenso, a la orilla del desierto, en el Norte, yo no aguantaría el paseo del caballo blanco, des de Guadalajara hasta California, cantando todo el día. María Elena Leal, ella sí, porque no se cansa, igual que Lola, cantar le da fuerzas para seguir cantando, pues esa voluntad es algo que ha heredado. Así Lola, iba por las ocho direcciones de la rosa de los vientos, cantando. "Precioso, bonito, maravilloso, encantador", cada que terminaba una canción daba una muestra de agradecimiento. Yo no sé, me la imagino como una flama blanca que crepitaba sobre el escenario, moviéndose elegantemente en su lugar, cálida como una fogata. Cuando ella nació, en los años 30, de la canción ranchera no había ni sus luces, apenas los mariachis cantaban sus sones en las rancherías de Jalisco, guitarras, vihuelas, arpas y violines, Ayer no vine, se me hizo tarde, allá en la esquina con mi Lupita,cantaban en medio de las fiestas, pero sin imaginarse que sus intentos de llegar a la Ciudad de México tendrían que fructificar muy pronto. Con el mariachi se cantaban los sones, las canciones de las cantinas, la sorprentente guitarra de golpe que parece más un instrumento de percusión. Cuando nacieron, el mariachi y Lola no sabían que se iban a encontrar. Cada uno siguió su camino por su lado, el largo camino que iba a concluir más tarde, en los años 50, años de la radio, de la televisión, del cine mexicano no tan bueno, o bueno sólo porque tenían a los mejores cantantes con los peores argumentos. El largo camino de la estilización, de la creación de la canción ranchera como una pequeña obra de arte, una breve representación trágica.
A Lola no
la conocí; ella volaba muy alto, y yo tan bajo, tan bajo... Pero sí la vi un
par de veces, pero allá de lejecitos, cuando iba a visitar a María Elena a su
departamento, y yo vivía enfrente, al otro lado de la calle. Si María
Elena lavaba sus platos, tenía que ver a fuerzas la ventana de mi cuarto. Yo la
miraba de pronto, a ver si un día... También saludé a la mamá de Lola, un día,
pero yo era alumno de secundaria. Llegaba en su camioneta. "¡Ya llegué, ábranme!"
Y yo no sabía que se podía cimbrar la tierra de un solo grito. Ya tenía
entonces, unos discos de 78 rpm, marca Peerless,
como La piedra,Cucurrucucú y La chancla, que oía alternando con los
boleros de Agustín Lara. Por ella descubrí que las canciones rancheras son los
oráculos de nuestro destino y que las escuchamos para saber qué pasará con
nuestro corazón. Descubrí que el mariachi toca con solemnidad y que es como
una constelación de luces que adorna la fatalidad. Si se fijan, este repertorio
no es igual, no late como un corazón, sino que se detiene y se acelera, sus
violines y sus trompetas simulan las nubes del cielo que se oscurece y los
truenos que se desploman sobre la vida. Cuando Lola dice: "Olvídate
de todo...", la música se detiene, la sinfonola se queda suspensa con la boca
abierta, pero luego continúa: "…menos de mí, y vete a donde quieras, pero
llévame en ti." Como para morirse cantando. ¡Ah, cuando creíamos en
el amor y asediábamos las canciones intepretadas por Lola, para encontrar entre
sus versos un puñal para ensangrentar nuestro corazón! Pero luego, mejor fuimos
explorando sus secretos interpretativos, su manera de que las canciones fueran
efectivas y certeras. Las canciones que escuchábamos luego de clases, con los
amigos en las tardes, porque hubimos de escucharla también cuando estudiábamos.
De lejecitos, para poder ser felices, porque la negra filosofía de la canción
ranchera nos podía hundir el fin de semana completo. Al amor mejor no hay que
abrirle la puertita, ni poquito, porque tal vez sucedería lo que afirma Lola
cuando canta a Ferrusquilla: "Podríamos decir que apenas te conozco, / y
ya te llevo en mí como algo de mi todo". Los que nos hicimos con estas
canciones tenemos en vez de catecismos, versos bíblicos de José Alfredo
Jiménez.
Lola era un
habitante de unos buenos tiempos. Los nuestros, tiempos sin remedio, no eran
para ella. Sus interpretaciones hablan de México con orgullo, del norte y del
sur, de Sinaloa y de Zacatecas. Por eso se convirtió en una embajadora artística,
la mejor, la más cotizada, la que todo el mundo conocía, la única cantante
mexicana comparable con Amalia Rodrigues, con Edith Piaf, con Lola Flores, la única
que era reconocida en el país en que se parara. Durante los años 70, y hasta
los 90, si una voz era sinónimo de México era la de ella. Lola en Rusia, Lola
en Londres, en España, en Francia, Lola caminando por Roma o por los Champs
Elysées, Lola el 12 de diciembre en la Basílica. ¿Personajes como ella?
Hace mucho que ya no existen. Ya han dejado de pisar nuestras calles, esa magia
que los hacía brillar ya no se posa sobre casi nadie. Carlos Monsiváis la
admiraba, y Lola, halagada por este admirador, lo invitó a cantar a Canal 2.
Carlos iba decidido a debutar esa noche como cantante de música ranchera, pero
cuando Lola le cedió el micrófono, el cronista no quiso, se chiveó, y eso que cantaba
bonito. Lola abría los brazos y cabía la Sierra Madre Oriental y la Occidental,
los maizales inmensos, las vías del ferrocarril y las máquinas con sus
adelitas, los cielos y los mares. Como era mujer paisaje, voz de todas las aves
y caudal de todas las aguas, su voz gustaba igual en Rusia que en Nueva York,
como era altísima, brincaba el muro. La disfrutaban en Rusia los comunistas y
en el Vaticano el Papa. Nadie sabía que cantaba de una paloma triste que va
a cantar muy de mañana a una casita sola, pero entendían que cucurrucucú era un
lamento que venía de otro país. Así como en España, los españoles sabían lo que
hacía Lola Flores, en México, se sabía todo de Lola, de su esposo Alfredo Leal,
de su hija María Elena, de sus comidas con García Márquez, de su amistad con
María Félix. Yo no sé si existe una cantante así, que represente una cultura de
este modo. Pero en medio de todo esto, de su voz, de su estilo, e, incluso, de
su repertorio, está el proceso de estilización de un personaje. Es Lola vestida
por los mejores modistas, peinada por los grandes estilistas y moviéndose en el
escenario como nadie antes, como si fuera el equivalente del ballet de Amalia
Hernández o de un mural de Diego Rivera. Fue Lola, la síntesis de lo que México
buscó representar como su música durante varias décadas.
Antes que
ella, sólo Lucha Reyes. Pero formó parte de un grupo de cantantes magníficas.
Cada una de ellas aportó un estilo, una manera de llorar o de carcajearse de la
vida. Pero sin duda, ninguna de ellas buscaba el tipo de público al que aspiró
Lola. A Lucha la escuchaban en las sinfonolas, en los centros nocturnos en que
cantaba, en las fiesta a que llegaba con sus amigos, era la gran cantante, la
que hacía cachitos la voz cada noche para amanecer entera al otro día. Pero
Lucha fue un incendio en que se calcinó ella misma. Pero nos dejó una
intepretación que no tiene igual, porque nadie puede pasar frente a Por un amor, de Gilberto Parra, sin
estremecerse. Porque las vocales de estos versos se derraman sobre las
consonantes. Lucha Reyes se suicidó en 1944, la canción ranchera tenía menos de
una década de existir. Luego, lo que vino fue una generación de cantantes que
pretendían crear un estilo, sin alejarse completamente de la influencia de
Lucha, es decir, que se notan perfectamente las limitaciones de todas aquellas
que quisieron medir su voz con la creadora de un estilo. Lola también lo intentó.
Al principio, cuando grababa sus primeros discos, hacía siempre un homenaje a
Lucha, incluso, pensó en un momento llamarse "Lucha Beltrán", pero se
lo desaconsejó Eulalio Ferrer. Mejor Lola. También este publicista le recomendó
cantar con las manos, todo un lenguaje independiente el de sus manos. Si la
llamamos "cantante bravía" no la entendemos por completo. Lola es un
poco más que eso, algo tiene de fuerza interpretativa salvaje, como en sus
primeros discos, cuando la voz es incontenible, pero también hay dulzura y
melancolía, tristeza y toda una compleja formación de sentimientos. Lola,
no te vi en Bellas Artes, pero sé que Jaime Labastida te admiraba como nadie, y
te dedicó unas palabras en uno de esos conciertos. Las cantantes de ranchero no
están igual de cotizadas hoy, ni siquiera el género ranchero sigue siendo el
mismo. Pasa algo, que la canción ranchera se desvirtuó, en poco tiempo se
marchitó al no haber una consistencia. Quizá es que todo un repertorio se fue
perdiendo, faltaban cantantes que lo fueran retomando. No todos los mariachis
se saben todas las canciones de Tomás Méndez o Cuco Sánchez, apenas unas
cuantas, las suficientes para las noches de parranda, pero aparentemente no
queda tan viva la canción ranchera. ¿Cuántas de las canciones de Severiano
Briseño nos sabemos, si es que sabemos que existió? La complejidad de lo que
llamamos "la canción ranchera" se ha perdido para los oídos de hoy,
tenemos que volver la mirada atrás para conocer y comprender. Mentiría el que
caiga en fórmulas como "la música de cantina", "las quejas
dolientes", es cierto, existen, pero no es todo, y menos cuando existe un
compositor tan complejo como José Alfredo, un autor como Cuco Sánchez que hizo
que las coplas populares se actualizaran en sus canciones, y una intérprete
como Lola. Además, hay un repertorio escondido, con menos suerte, el que
cantaron mujeres como La Panchita, Manolita Arriola o La Torcacita, el de Pedro
Galindo, Felipe Bermejo y Alfredo D'Orsay, entre otros. Cuando Lola llegó
a la radio, un joven le quiso cerrar la puerta (al menos eso dicen): "Ya
está lleno". Era el jala-aplausos de la estación, un joven llamado Tomás Méndez,
que quería también ser famoso. No sabía que le estaba cerrando la puerta a la
gloria. Sí, esa joven que quería entrar era la que le traería sus mejores éxitos.
Aunque por segunda vez Tomás Méndez se equivocó, pues se dice que no quería que
Lola grabara Cucurrucucú. ¿Y
en qué acabó? En que el repertorio de Lola comenzó con las obras de Tomás Méndez,
con Paloma negra, Bala perdida, Gorrioncito pecho amarillo...
Ahora bien,
el estilo de Lola. Difícil, porque como dicen, el estilo es el hombre. Es su
personalidad en la mayor plenitud. La perfección de una mujer que se sabía
destinada a trascender. Me gustan las distintas etapas de su carrera, son muy
precisas, y van de la voz que se desborda como catarata hasta la conversación íntima
que se convierte en comunión cuando dio su último concierto en Bellas Artes. En
su juventud, incluso en las canciones tan personales como Esta tristeza mía, la voz gana sobre el
comedimiento. Con el tiempo, gana algo religioso, algo que es como dialogar con
ella misma para que se entienda públicamente lo que siente. Bajaban las palomas
en forma de manos que revoloteaban el teatro, tocaban con su blancura al público,
el gran momento solemne de la consagración. Un estilo al que hay que volver
para aprender: Lola no nada más fue un momento de la canción ranchera, sino un
estilo de cantar sin adjetivos, porque le conocemos sus boleros y, sin alterar
su forma de cantar, incluye La
huella de mis besos o Ella,
naturalmente en el bolero ranchero, pero se hacen personales, Lola Beltrán
sobre el género musical. De niña cantó en la iglesia, mayor cantó con banda
sinaloense (una formación musical que siempre, desafortunadamente, ha requerido
de voces que le den categoría), su estilo era un homenaje a sus antecesoras,
reunió lo mejor de la canción mexicana anterior a ella, pero sobre todo le
agregó una interpretación. Antes, en la época de la radio, por razones técnicas
y sentimentales, las cantantes no interpretaban, eran apreciadas por la belleza
de sus voces. Con la llegada del cine y de la tele, se crearon las condiciones
para que las personalidades de la canción tuvieran la oportunidad y el
requerimiento de moverse por el escenario. Lola es más "teatral" que
Lucha Reyes. Manuel Esperón, que las trató a las dos, y que las acompañó también,
prefería a Lola. Yo no diré nada, disfruto a ambas. Pero entiendo que hay un
cuerpo en esta voz, la de Lola, que no era posible en los tiempos de Lucha. La
confesión con el público, un lujo que Lucha no pudo darse. Y en Lola... bueno,
si no se hubiera confesado al cantar, las cámaras se habrían ido en busca de
otra mujer. Pero esa audacia sólo era posible con una antepasada como Lucha. En
los corridos de Lucha, en sus canciones cómicas, hay algo de ingenuidad, de eso
que se hace con mexicana alegría, como atravesar la calle a la viva México. Álvaro
Carrillo habría sido feliz si hubiera escuchado la versión que Lola hizo de La señal (murió antes de que se la
grabaran). En ella, Lola se dio el lujo de murmurar a grito pelado, si es que
se puede concebir eso. Además, coincidió con una reformulación del mariachi, el
que sólo fue posible después de Rubén Fuentes. En El toro y la luna escuchamos su voz acompañada por un corno
francés. Un crecimiento artístico del mariachi que ya no se continuó, pero me
gustaría que no me preguntaran por qué. Lola Beltrán fue, sucesivamente, la niña
que cantaba extraordinariamente, la joven impulsiva que creyó en su propia voz,
la joven cantante que buscaba demostrar su talento, la forjadora de un estilo
nuevo, la cantante que logró trascender las fronteras geográficas y las
fronteras clasistas que rodeaban a la canción ranchera, la madre, el personaje
público y, por último, la leyenda de la canción ranchera. Muchos tienen como última
etapa el olvido o el reconocimiento de unos cuantos. Pero Lola es hoy el fenómeno
cultural que sirve para explicarla y explicar los fenómenos artísticos y hasta
sociales de su época. Además es un espejo, el espejo en que me he reflejado por
años, porque con la vida, como dice un camión al final de Nosotros los pobres: "Se sufre,
pero se aprende". Su discografía es la demostración del aprendizaje de la
vida. Yo veo en ella complejidad de sentimientos, sabiduría de la vida cuando
se canta (porque las cantantes que no aprenden de la vida tampoco aprenden a
cantar). Pero es porque yo he aprendido de sus canciones, si no, ni siquiera
tendría la capacidad de disfrutarla cada vez más. Y porque espero ese momento
que sé para que se me cierre la garganta, porque esa tristeza sólo se siente
cuando Lola lo dice de cierta manera. Lola Beltrán, maestra de la vida. Y yo...
un alumno avanzado en las artes de tropezar con los mismos errores.
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