En una
librería de Buenos Aires pregunté por algún poeta desconocido, interesante, un
poco extravagante, quizá de alguna época no muy frecuentada. Un poeta con
genio, si se pudiera. Con algo de leyenda en su vida. Y no muy caro si cuenta
con estas características, si fuera posible. ¡Jacobo Fijman!, me respondió el
librero. Desde luego tenía leyenda, pues terminó sus días en un manicomio por
su psicosis delirante, en donde me imagino que escribió sus últimos poemas, de
carácter místico. No tenía un carácter afable, por lo que se prohibió su
entrada a la Biblioteca Nacional. Escribió en la revista de vanguardia Martín Fierro. Fue dibujante, y en el
libro de su Poesía completa, se pueden apreciar un par de sus obras
(nada del otro mundo). La genialidad lo sobrevoló, pero a veces no hace más que
sobrevolar. Lo curioso, cuando uno no tiene muchas nociones de literatura
comparada, y no las tenemos en general, es notar la existencia de aquello que
con mucha incomodidad llamamos “el espíritu de la época”, este concepto con el
que batallamos, que consideramos anacrónico, idealista y tramposo, pero al cual
no nos queda más que contemplar cuando aparece. Algo se parece Jacobo Fijman a
los estridentistas mexicanos, y hasta parece que estaría receptivo a la
influencia de Ramón López Velarde, si lo hubiera escuchado alguna vez. Publicó
tres libros: Molino rojo (1926), Hecho de estampas (1930) y Estrella de la mañana (1931), de los
cuales destaca notoriamente el primero. Tiene los recursos de la vanguardia, es
decir, la creación de imágenes poéticas visuales, los objetos de su mundo
tienen facultades extraordinarias que no pueden traspasar los límites del
poema. El espíritu del poeta está representado como un conjunto de objetos, de
cosas de la naturaleza o creados por el hombre. Pero decir esto es no decir
nada, estos elementos los tienen tantos poetas. Ni siquiera añadiría nada si
digo que tiene la tensión entre la esperanza religiosa y la frustración de la
vida. También lo compartimos todos. Pero quizá se penetre algo en su misterio
si se dice que sus imágenes son casi inmóviles momentos de la naturaleza. Dice:
“Bailan como muñecos / mis anhelos, oreados por los vientos”. Y en ese mismo
poema: “El mar embriaga mis sarcasmos”. Para explicarse, este espíritu recurre
a lo que recurriría cualquier performance de hoy: en colocar objetos en la
pared, tiras de papel agitadas por el viento, alguna fotografía desolada. Era
violinista y vagó por los caminos. Esto explica un poco estos poemas en que el
autor parece querer explicar su angustia personal a través de los caminos. “Se
romperá algún día / mi corazón, como un ladrillo”, así como se rompen los
objetos con el uso. Lo mismo que los recursos poéticos, y desafortunadamente,
en la segunda parte del libro, dichos recursos no fueron debidamente
remendados.
Jacobo Fijman, Poesía completa. Buenos Aires, Del
Dock, 2005.
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