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domingo, 19 de enero de 2025

MANIAC, de Benjamín Labatut

 


Afortunadamente, me impongo la brevedad, pues de otro modo, me extendería en glosar MANIAC, de Benjamín Labatut. Comenzando por el hecho de que es difícil saber qué tipo de libro es, pues no parece propiamente una novela. Me simpatiza saber que el autor no sabe al comenzar cada uno de sus libros a qué forma literaria corresponderá… Es como una partida de go, el antiguo juego chino, que se va desarrollando según el encuentro de las intuiciones de los contendientes. El volumen se enfoca en tres momentos de la ciencia, los cuales son unidos por un hilo narrativo que tiene como constante la irracionalidad dentro de la ciencia. Sólo que se trata de un hilo que no sirve para salir, sino para perderse en el laberinto de la ciencia moderna. Retratos de dos científicos y de un jugador de go, así como los sistemas computacionales que han sido creados para competir con la mente humana. Los estilos son diferentes en cada una de las tres partes del libro. Mientras que John von Neumann, parte del equipo que desarrolló la bomba atómica, reúne un coro de voces que narra su existencia, el torneo entre una máquina, AlphaGo, y uno de los grandes jugadores de go, Lee Sedol, es relatado por una voz impasible al mismo tiempo que efectista. Ciertamente, la última parte del libro es una extraordinaria crónica cuya eficacia no depende del conocimiento que un lector pueda tener del go. Pero hablaba de un hilo narrativo; en realidad, es un hilo que parece que el autor va dejando a lo largo de su recorrido y que yo seguí, sin darme cuenta de su rumbo. Al llegar al momento en que von Neumann, casi en el lecho de muerte, es visitado por su hija Marina, ella se encuentra con uno de los últimos artículos de su padre, en que él concluye que el cerebro funciona de manera fundamentalmente distinta a una computadora. En tanto que las computadoras –como la que él desarrolló y que da título al libro– funcionan de manera secuencial, el cerebro hace una inmensa cantidad de operaciones simultáneas. La ciencia, a lo largo de su historia, ha recurrido a las metáforas para darse a entender. Una de las más recientes y más difundidas ha sido, precisamente, la comparación entre computadora y cerebro. Es decir, hemos puesto sobre una cantidad inmensa de operaciones matemáticas una máscara humana, la metáfora que le da personalidad y sentido a programas que no saben de humanidad. Ante la idea de la Inteligencia Artificial, pareciera que esta novela se rinde. Mistifica esta nueva puerta que la tecnología ha fabricado y abierto ante nosotros. El truco de magia más complejo y más costoso de la humanidad, es cierto. Pero me hizo recordar a un viejo filósofo ruso, Panfil Danilovich Yurkevich, quien dijo en 1861 que la naturaleza “no posee la fuerza mágica de transformar cantidades en cualidades”. Los algoritmos cada vez más complejos no adquieren alma de pronto. Existe la genialidad, asombra, es cierto: es algo aterrador a veces, fascinante. Pero sabemos que proviene de una capacidad de actuar ante una cantidad inimaginable de sucesos aleatorios. La ciencia tiene sus genios. Pero hay que deshacerse de la típica idea positivista de “ciencia” –enunciada en la p. 280 de MANIAC–: “La ciencia es neutra por completo; provee medios de control aplicables a cualquier propósito, pero permanece indiferente ante todos”. Sólo quiero recordar algo que decía Edgar Allan Poe en Eureka, su libro de ciencia: que el científico comparte con el artista ese momento de creación poética que se llama la hipótesis. El científico concibe el mundo y luego sale a verlo y comprobar si se parece a su idea. Por otra parte, hay que recordar siempre que la revelación y la posesión por el genio, no es nada si no hay antes, durante y después, el trabajo constante e infinito.

 

Benjamín Labatut. MANIAC (2023), 11ª ed (3ª en México). México, Anagrama, 2024.

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