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sábado, 10 de agosto de 2024

La idea de Cristo en los Evangelios, de George Santayana



No tengo, desafortunadamente, ninguna lectura fina sobre Cristo. La Biblia la consulto sólo para aclarar los pasajes literarios que la refieren y que no entiendo. De ese personaje que desborda lo religioso y lo literario, me gustaría no decir nada. Pero la lectura de este libro de Georges Santayana (1863-1952) me obliga a no dejar la página en blanco. Como no tiene ninguna importancia lo que yo pueda decir, me atrevo a bordar el vacío. Me atrae la idea de que es posible decir algo más de alguien de quien todo está dicho en un solo libro, porque eso significa que hay suficientes lagunas en idea de Cristo como para escribir libros y libros. Santayana casi no se refiere al contexto histórico del personaje real, salvo para referir la ideología de la Judea de su tiempo. Un mundo en que ocurrió una conversión colectiva; es decir: en que una gran cantidad de personas individuales tuvieron motivos para comenzar a creer en algo nuevo, como producto de experiencias propias o escuchadas. La tarea histórica de la Iglesia primitiva fue armonizar la fe privada con la creencia colectiva, y derivar dicha idea de Cristo. Hubo, con seguridad, muchos aspirantes a evangelistas, pero no contaron con una comunidad que lo aprobara. Hubo un fervor que se fue extendiendo y que sirvió como fermento para que fructificara la Biblia, el único texto de entonces que ha sido aceptado como “suficiente e inspirado”. La concepción de Cristo que se dio en el pueblo judío tiene un aspecto sumamente interesante, y es que no es sólo un Dios que se encuentra presente en todas partes: no es sólo una presencia metafísica sino una fuerza histórica actuante. Es el responsable de que su pueblo elegido fuera superior a los demás: “todas las fuerzas y conjunciones de fuerzas que mueven al mundo deben de ser exclusivas de Él”. Y, sin embargo, se trata de un Rey que gobierna sin ejercer su omnipotencia. En todo caso su poder absoluto es potencial; gobierna, pero sin convertirse en enemigo de sus súbditos. Eso permite que en el ser humano exista un margen de libertad. Es curioso, pero la libertad humana coincide con la voluntad divina. Que su reino venga y que su voluntad se haga, son ideas sinónimas. Entonces, ¿para qué se elevan oraciones pidiendo cosas que son ya un hecho? La respuesta del autor se dirige al ser humano: es él quien reza dirigiéndose a su parte rebelde para aceptar la voluntad divina. Quizá el aspecto más atractivo del personaje literario sea esa manera oscura en que vivió, pues nació en un establo en una provincia remota y predicó y sanó a los pobres. Santayana se pregunta sobre el islote de sus milagros y curaciones en el mar de la degradación humana, ¿para que unos cuántos milagros? Porque el mundo no tenía cura, venía a anunciar su fin y la llegada de un nuevo reino. Me entero, cuando termino de escribir, que Santayana era ateo. ¡Claro: un libro como éste lo necesitamos los ateos! Somos los únicos que necesitan de un tratado para entender lo que la fe explica repentinamente, por inspiración.

 

George Santayana. La idea de Cristo en los Evangelios / The Idea of Christ in the Gospels (1946), tr. Demetrio Núñez. Buenos Aires, Sudamericana, 1947.

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