Es una
autobiografía novelada de una escritora que no sabe bien si es una japonesa de
familia belga o una belga nacida en Japón. Después de años de ausencia del país
natal, regresa y comienza a dar clases de francés a japoneses, por lo que
conoce a Rinri, el joven que le da forma a este libro. Breve, de frases cortas,
anécdotas sencillas, quizá busca crear a partir de un estilo pulcro un efecto
literario intenso y poético al final. Es lo que dicen de la estética japonesa:
revelación, sencillez de recursos, etc. Sin embargo, mientras el resto de los
lectores debían de estar en plena carcajada, según la cuarta de forros (“ácida
y desternillante”), yo me encontraba en medio de la desesperación. En fin,
dejarse llevar por el curso de las palabras, las cuales no forman remolinos de
intensidad o rápidos en que se precipite la narrativa. Mucho costumbrismo en
búsqueda de profundidad, a la cual no se llega. Pero es que tal vez no es la
intención. Yo mismo no sé morder en este tipo de textos, no encuentro aquello
que debo de digerir. Quedo fuera del pacto que se necesita establecer para
disfrutar esta historia: exactamente como le ocurre a la narradora, pues ella
se siente, en el fondo, ajena al mundo en que se encuentra, no da con las
palabras precisas con que se debe de definir el mundo sentimental que la rodea.
No entiende por qué es maravilloso comer pulpo casi vivo, cortado ante los
propios ojos. Esta situación bastante común de encuentro con otras culturas (o
con costumbres cercanas incluso) toma una dimensión casi ontológica. Esa
dificultad para entender al otro, las barreras de la condición humana. ¡Qué
difícil disfrutar de una fiesta en estas circunstancias, cuando no se sabe cómo
comportarse según la situación! Es el marco perfecto para una versión naïf de
la tragedia. Por suerte, no hay demasiada fuerza en la narración como para
apretar las escenas en este sentido. Y tampoco en muchos otros sentidos. Creo
que este libro concentra una poética que he notado en muchas partes, aunque
aquí con mayor resolución: sorprenderse ante las pequeñas cosas, agrandar luego
esa sorpresa sin encontrar en su objeto nada notable. Sí, tal vez es una manera
algo elegante de enunciar una poética vacía, sólo efectiva para emocionar un
lector que tiene las mismas carencias estéticas que el autor. Luego salí del
libro, busqué referencias de la autora, supe que tiene sombreros extravagantes,
que come chocolates y toma champaña, que escribe en el metro, a mano, y que
escribe dos novelas al año pero sólo elige una para su publicación (quiero
pensar que la mejor). En fin, un pobre contenido ha encontrado un vistoso
recubrimiento.
Amélie
Nothomb. Ni de Eva ni de Adán / Ni d’Ève
ni d’Adam (2007), tr. de Sergi Pàmies, 6ª ed. en “Compactos”. Barcelona,
Anagrama, 2017. (Col. Compactos, 525)
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