Un cuento
fantástico, magnífico tema, además es fin de año, en él pasarán todas las
cosas, pero hay que fijarse bien, porque en este tipo de literatura puede pasar
lo que sea, pero no todo asombra. Lo verdaderamente fantástico es el tipo de
cosas con las que se maravillan los personajes, porque lo que a ellos les
parece natural a nosotros nos parece fuera de toda norma, y viceversa. Así que
si un día despertamos y nuestra casa se ha convertido en un palacio de oro y
marfil, está bien. Pero la existencia de una ciudad en que vendan rosquillas y
pasteles de liebre, eso sí que es increíble. Clemens Brentano (1778-1842), a
partir de 1810 se dedicó a recoger y escribir cuentos para niños. Como de
costumbre, los adultos los leen para descubrir en ellos cosas que de otro modo
no verían. Es que las fábulas esconden bastante bien sus moralejas y su
sustancia. Gockel y Hinkel son esposos, y tienen a su hija Gackeleia, viven en
un viejo y pobre castillo que fue de sus antepasados, acompañados de su gallo
Electryo. Y el centro de este largo cuento es la irresponsabilidad de Hinkel y
Gackeleia, esposa e hija del protagonista, respectivamente, que una noche, por
imprudencia dejan que un gatito se coma a la esposa de Electryo y a sus
pollitos, y deciden echarle la culpa al pobre padre. Electryo, desdichado por
la muerte de su familia, sólo pide que su amo lo mate con la espada de sus
antepasados. Al morir, de la garganta de Electryo sale una sortija mágica. Hace
muchas páginas que se quedó atrás nuestra credulidad (vamos en la 59),
saboreando el juicio contra el gatito culpable, pues las aves sirvieron como testigos
contra él. Qué lástima, no verá entonces cuál es el meollo de esta historia: que
Gockel le pide a la sortija mágica que a él y a su esposa les devuelva la juventud.
Así que lo maravilloso de este cuento maravilloso es que no existe lo
irremediable, como en la realidad. No pasa el tiempo fatalmente, y lo que
ocurrió una vez no ocurrirá para siempre. Por eso causa tristeza su lectura,
pues mientras continuamos embarcados en el tiempo, los personajes regresan a
vivir su juventud, piden riquezas. ¿Y si le pedimos a la sortija mágica que
le devuelva la vida a Electryo? Concedido. El gallo vuelve feliz a aletear
frente a todos. Naturalmente, ocurren más aventuras en este cuento, pero apuremos
las hojas hasta el final, ¿cuál es el último deseo? Gackeleia, que se encuentra
feliz de poder pedir cualquier deseo, exclama: “Ya no me queda más que desear
que volvamos a ser como niños y toda esta historia sea como un cuento y que
Electryo nos la esté contando”. Así que permitan que ponga aquí el por varios
motivos maravilloso último párrafo: “Apenas pronunció estas palabras, que
Electryo se sentó encima de la mesa, cogió la sortija con el pico y se la tragó
en un santiamén, y justo en aquel mismo instante todos los presentes se
convirtieron en unos hermosos y alegres niños que, sentados sobre una verde
pradera en torno al gallo, escuchaban atentamente la historia que éste les
contaba, mientras palmoteaban, y todavía me arden las manos de dar tantas
palmadas, pues yo también estaba allí, pues de lo contrario no habría podido
contar esta historia”. ¿No es una bella manera de decir que esta realidad de aquí,
irremediable, puede que esté construida con el material de lo fantástico?
Clemens Brentano. Gockel,
Hinkel y Gakeleia, prólogo y traducción de Carmen Bravo Villasante.
Barcelona, José J. de Olañeta, 1988.
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